Hay lugares que persisten en la memoria. La calle larga que lleva a Ciudad Cortés, bordeada de vegetación y de casas de madera distantes entre sí, introduce al forastero en un pequeño mundo, de pocos cuadrantes, donde se asienta el equipo Osa de la Primera División.
Allá, cuando brilla el sol, el fuego se enciende hasta en las piedras; si, por el contrario, predomina el rumor de lluvia, el agua resbala, interminable, sobre los tejados, mojándolo todo, invadiéndolo todo.
Ciudad Cortés, cabecera del cantón de Osa, es la imagen más parecida al legendario Macondo, el mítico pueblo que el laureado escritor Gabriel García Márquez inmortalizó en Cien años de soledad , su obra cumbre.
Como si se tratara de una nueva versión del realismo mágico, el equipo azul se debate en el peldaño de la tabla de clasificación más cercano del infierno, con las arcas vacías, un solo socio en la lista de contribuyentes (merece un homenaje), varios problemas legales encima y una división interna que sangra, como una herida, en la humanidad del paciente.
En la cancha, antes su reducto inexpugnable, Juan Luis Hernández Fuertes, ese español terco y controversial, pero gran trabajador, hace lo que puede con su puñado de muchachos humildes, cuya entrega no ha sido suficiente para sumar puntos en el torneo.
La cruda realidad de ese grupo rompe en mil pedazos el espejismo del futbol profesional.
¡Qué cosas!, mientras en la Fedefutbol y en los equipos grandes, cualquier presupuesto y muchos de los salarios agregan suficientes ceros a la derecha, los chicos del "sur sur" interpretan la reedición de aquella anécdota de los futbolistas de antaño, que se entrenaban dos veces por semana, al mediodía, "se tiraban" un fresco de sirope y un "gato" para volver con prisa a sus trabajos en fábricas y oficinas; en instituciones y empresas.
Hay que ayudar a Osa. Lo que fue un proyecto de enormes expectativas se quedó en el zarpe y hoy amenaza con naufragar, como cualquier barcaza, en las aguas turbulentas del río Grande de Térraba.