El retrato que William Todd nos regala de sí mismo a los lectores de La Nación, el jueves pasado, nos pinta a un mecenas del deporte, a un adalid de las clases necesitadas y a un alma generosa como pocas.
También brinda la mortificante imagen de ser víctima de una incomprensión, mayor que la sufrida en su momento por Paco Zúñiga o Yolanda Oreamuno.
La ruin política tica –según el retrato que deja la entrevista mencionada–, cobró los servicios de una persona que solo pensaba en los desposeídos.
Don William –por méritos propios exministro sin cartera de Deportes– trata de explicar, con plañideras excusas, la metida de “pieces” con la malhadada petición de entradas del evento benéfico 90 Minutos por la Vida.
Las disculpas del renunciado no son de recibo: primero, todo este problema se lo hubiese evitado si no hace petición alguna; segundo, serían recibidas si explicase cómo reponer los ¢10 millones que se dejaron de recaudar para combatir el cáncer infantil debido a su desafortunada petición.
Una lectura crítica de las declaraciones de Todd, el ido, dejan un mal sabor de boca: retrata un jerarca débil, sin ideas, balbuceante, perdido y con pretextos a posteriori.
Las pobres justificaciones del renunciado traen a la memoria una memorable escena de El Padrino , aquella en la que Carlo Rizzi trata de explicarle lo inexplicable a Michael Corleone.
Molesto, el nuevo Don le responde que con sus pobres excusas insulta su inteligencia.
Así se queda uno con las palabras del renunciante en esa entrevista del jueves: insultado.
Jamás de los jamases. William Todd nunca debió llegar al cargo, en principio.
Su designación solo se entiende por el descuido, la falta de tino y el desconocimiento de quien lo nombró: la presidenta de la República, doña Laura Chinchilla.
Es increíble errar en un solo ministerio por partida doble (sí se debe reconocer que no ha sido su peor yerro: el primer canciller de esta administración se lleva el dudoso honor).
Si recordamos el papel de la anterior encargada, Giselle Goyenaga, uno abrigaba la peregrina idea de que en palacio iban a tener un poco más de cuidado...
Todd cierra al reiterar su compromiso con los desafortunados de esta tierra y declara no estar seguro de la justicia o injusticia de su salida: pone al tiempo de juez. Acá le ahorramos la espera: se fue porque no dio la talla. Punto.
Ya es parte de los olvidables folclórico pasado del deportitico, donde moran con méritos, entre otros, el perínclito y el doctorcito (solo lo recuerdo yo, ¡qué tirada!).
Es el mismo pabellón al que se resiste entrar el otro descabezado de la semana pasada; pero, ¡qué pereza hablar de él!