En el tercer capítulo de su épico Abierto de Estados Unidos, Serena Williams luchó por un boleto a los octavos de final que nadie logró a su edad.
Por encima de cualquier otro nombre, Serena Williams fue la protagonista indiscutible de la primera semana en Flushing Meadows (Nueva York), donde se vivía y se sufría cada uno de sus partidos como si fuera el último de su legendaria carrera.
Asombrando al mundo del tenis, que estaba listo para despedirla con honores en su debut el lunes, Williams doblegó primero a la montenegrina Danka Kovinic y después (el miércoles) a la estonia Anett Kontaveit, toda una número dos del ranking mundial.
Su rival del viernes fue la australiana Ajla Tomljanovic, número 46 del mundo y sin títulos en su palmarés a los 29 años, contra la leyenda y contra el ensordecedor ambiente de la mayor pista del mundo (23.800 aficionados).
Si Williams superaba este obstáculo se iba a convertir, a sus casi 41 años, en la tenista más veterana en alcanzar los octavos de final de un Grand Slam desde el inicio de la era Open en 1968. Pero más que eso, volvería a decir ¡hoy no! al día de su retiro.
Para ello necesitaba reponerse de los esfuerzos de una intensa semana con tres partidos en cuatro días, incluido el de dobles que perdió la noche del jueves junto a su hermana mayor, Venus.
No lo logró, pero peleó hasta el final. Después de perder el primer set 7-5, Serena Williams llevó el dramatismo hasta un tiebreak en el segundo; parecía que era el final, pues había perdido los últimos cuatro games del set, pero sacó fuerzas de quién sabe dónde, la afición se metió de lleno y Serena obligó a jugar un set más.
Muy diezmada, aunque quebró en el arranque del tercer set, Serena fue cayendo de a poquitos hasta llegar al inolvidable último game, con el 1-5 en contra, donde salvó cinco bolas de partido, y hasta llegó a ponerse en ventaja, hasta que el tenis le dijo gracias por todo.
El Abierto de Estados Unidos le dijo adiós. La afición le dijo: ¡Hasta siempre!