Al momento de enfrentar la cámara, sentado en la casita que su madre ha ido poniendo coqueta, Jeffry se quedó callado. Quiso hablar, pero sus ojos comenzaron a humedecerse.
No cayó una lágrima, ni una, y él soltó la primera palabra, mas el dolor de perder hace dos años a su papá, Freddy Rodríguez, seguía presente.
Con el mismo coraje con que no dejó escapar la nostalgia, soportando un golpe de la vida, Jeffry Rodríguez, de 20 años, logró un boleto al Campeonato Mundial de Triatlón.
Pese a que todo jugaba en su contra, ya que ni bicicleta para entrenar tiene, se metió en el puesto 13 de los 15 lugares que dio la organización para la categoría de 19 a 24 años, el pasado 28 de febrero, en Playa Hermosa, Guanacaste.
Tal logro toma relevancia en la actualidad de un joven que araña la vida para triunfar.
Desde la muerte del padre, atropellado el 22 de marzo del 2014, cuando se aprestaba a tomar un autobús de regreso a Turrialba, donde residía, el destino ha puesto obstáculos en la vida de Jeffry y su familia.
Vecino del barrio Bella Vista, en Santa Rosa de Turrialba, el triatleta vive con su mamá, Lorencina Amador, y Raymond, hermano menor, de 12 años.
Comen gracias a una pensión y al salario de su madre, que labora como empleada doméstica.
“Antes de Playa Hermosa, solo pude nadar cinco veces porque la piscina estaba cerrada y anduve en bici dos veces porque no tengo, así que entreno solo cuando alguien me la presta”, añadió.
Para Fernando García, entrenador del equipo de triatlón azucarero, Jeffry es orgullo y reto.
“Él comenzó corriendo hace cuatro años y después se metió a triatlón, al equipo que tengo con Róger Madrigal. Le prestábamos la bici para que se acostumbrara y luego lo metimos a la piscina bajo un convenio con la UCR”.
García destacó que la presencia de Rodríguez en Hermosa fue apenas su segunda vez en triatlón. Su otro ‘tri’ lo había realizado el año pasado en Puerto Viejo.
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“A Hermosa él solo llegó con ¢7.000 –que le dio la abuela–, y eso costó la afiliación por un día para que pudiera competir, se quedó sin nada para estar allá, así que entre todos ayudamos con plata, comida y transporte”.
Ahora, con la clasificación en la mano, a Jeffry el horizonte se le pone cuesta arriba: necesita ¢1 millón para ir al Mundial.
Sea como peón de camiones, trabajo que ya solicitó, él hará todo lo posible por estar ahí. Lo hará en el nombre del padre.