En la oscuridad de las montañas de Talamanca, la indígena Andrea Sanabria se levanta a las 3 de la madrugada, les da de comer a las gallinas y los cerdos.
La reina de la Carrera del Chirripó, quien ha ganado en nueve ocasiones, primero debe atender a su familia y a las bestias de su comunidad, antes de pensar en ir a entrenar, casi siempre en botas de hule, para evitar ser mordida por una serpiente.
Sanabria no utiliza geles o vitaminas, tampoco tiene masajes de recuperación. Ella simplemente cumple con sus labores, atiende a sus cuatro hijos y su esposo Ismael Salazar, para entonces y solo entonces, sale a correr en medio de la montaña, por los trillos hechos para llegar el asentamiento indígena de Sitio Hilda, en Alta Talamanca, siempre y cuando no llueva porque el terreno se vuelve peligroso y traicionero.
Desconoce lo que son las curvas de rendimiento, tenis a la medida o camisetas especiales. En cambio, debe preocuparse por ayudar a sembrar y cuidar las hortalizas de la pequeña finca en el poblado.
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Debe ingeniárselas para hacer el almuerzo para sus cuatro hijos y su esposo en un rudimentario fogón de leña, con maíz, frijoles, plátanos y yuca, que siembran con sus propias manos. Además, debe ayudar en otras actividades propias del hogar, mientras todavía esté la luz del día, pues no cuentan con electricidad.
En general, los pobladores de la comunidad cabécar de Sitio Hilda se acuestan a las 7 de la noche y a las 3 de la madrugada ya están en pie, pues deben colaborar con el cuido y alimentación de cerdos, ganado y gallinas, casi todo de consumo local, pues la distancia les es imposible adquirir productos fuera de los límites de su poblado. San Marcos, la comunidad más cercana, está aproximadamente a una hora de camino por la montaña.
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Pero la rutina diaria cambia todos los años en febrero; Andrea, su esposo y otras ocho familias caminan durante dos días por la montaña para llegar a San Gerardo de Rivas, en Pérez Zeledón, para competir en la Carrera del Chirripó.
Transitan desde Sitio Hilda, pasan matorrales, trillos hechos a machete, laderas, bordeando el cauce del río Chirripó y atravesando diferentes riachuelos y afluentes del mismo hasta llegar a la localidad de Grano de Oro, que pertenece a Turrialba, travesía que dura aproximadamente un día de camino.
A la mañana siguiente inician el complicado descenso, siempre por la montaña, hasta culminar en San Gerardo de Rivas, ingresando por la comunidad de Herradura.
La última vez duraron un día más porque el río estaba crecido y conocedores de la montaña decidieron esperar a que las aguas bajaran. Las fuertes corrientes les ha quitado la vida a 12 personas en el pasado y ellos respetan la fuerza de la naturaleza.
Andrea este año no estaba segura de ganar, la carrera que se celebró el 17 de febrero; no había entrenado por las fuertes lluvias en la montaña en diciembre. Así se lo dijo a Pedro Barrantes, quien es el patrocinador de los 11 indígenas que corrieron tanto la prueba de 34 kilómetros, como la del Chirripó al Límite de 12 kilómetros.
Al iniciar la prueba de 34 km, en la plaza de deportes de San Gerardo de Rivas, Andrea empezó en la parte trasera del grueso de los corredores.
De figura desgarbada, corre en forma desordenada y camina los tramos más empinados casi agachada durante la primera parte, con la mirada en el suelo para no tropezarse y coronar el fuerte ascenso hasta Base Crestones, donde completa los primeros 17 km.
En el descenso parece imparable, lo hace de forma temeraria, al punto que en la última edición se cayó en tres ocasiones, pero terminó ganando.
Al llegar a meta se detiene, toma una bolsa de hidratante y espera a la prensa con una timidez de una niña pequeña, a pesar de sus 33 años. Habla casi siempre en presencia de su esposo, quien guía la conversación y contesta sin importar si la consulta es para él o su esposa. Cuando decide concluir la entrevista lo hace con un respetuoso, pero tajante “muchas gracias”.
“Me caí tres veces, había muchas piedras y muchos huecos. Me duele aquí (señala el tobillo)”, respondió Andrea a las consultas de los medios tras ganar, mientras espera a su esposo, pero sin notar el cansancio o el esfuerzo que acaaba de realizar.
Ismael, su esposo, toma la palabra y explica: "hace un mes y 15 días ella empezó a entrenar porque en diciembre el invierno fue duro no dejaba que se preparara. Decía que no iba a ganar porque competidoras llegan bien preparadas, bien alimentadas y fuertes para ganarle. Aunque ella llegó tercera arriba (Base Crestones), bajó bien y ganó”, agregó Salazar.
Él la entrena desde que se dio cuenta que ganando la carrera pueden dejarse los ¢300.000 de premio, lo cual les ayuda a sobrellevar la dura situación económica. Es el mayor monto que adquieren en todo el año y por ello lo importante de triunfar en el Chirripó.
“Compramos comida, palas, cobijas, ropa, cuchillos, hachas, platos, trastes y hasta llevamos latas de zinc, lo que necesitemos y nos sirva todo el año. Allá arriba (Sitio Hilda) no podemos vender ni comprar nada”, aseguró Ismael, quien después de la carrera busca trabajo chapeando en las fincas cercanas a San Gerardo de Rivas, con el resto de los indígenas.
Sin embargo, Ismael lo más que llega a ganar en esos 30 días es aproximadamente ¢100.000, si le va bien, de allí lo importante que es para la familia que la madre y esposa salga victoriosa en el Chirripó. El monto les ayuda a sobrevivir y al menos, por ese año tendrán lo que necesitan en la montaña.
Andrea entrena para ganar en Chirripó, aunque también compite, si puede, en otros eventos de montaña.
Este año participó en la Carrera de La Mora de Jardín al Páramo, el sábado anterior, donde terminó en el puesto 15 al no favorecerle el recorrido.
Ahora tiene previsto tomar parte en la carrera de Relevos (42 kilómetros) de Osa a Pérez Zeledón, el 18 de marzo. Allí estaría corriendo un equipo integrado solo indígenas, mientras el 25 de marzo competiría en la carrera de El Agua, antes de volver a casa.
“Ella no trabaja aquí en San Gerardo, pero me ayuda mucho allá arriba (Sitio Hilda). Es muy valienta. Aquí solo trabajo yo y ella cuida los hijos”, aseguró Ismael, quien junto con el resto de los indígenas pronto emprenderá el viaje de regreso a Sitio Hilda, donde no hay electricidad y hay que cuidar a los cerdos, el ganado y sembrar lo que se comen.