El nerviosismo se apoderó de mí durante la semana. Había alargado por varios meses un reto por cumplir.
No estoy ni cerca de ser una atleta o algo parecido, pero el deporte siempre me ha gustado y nadar en aguas abiertas era una deuda pendiente, algo intimidante.
Hace unos 18 años estaba en una piscina llorando porque mi entrenador me obligaba a seguir dentro de ella mientras llovía y sonaba uno que otro trueno. Sentí miedo.
Con el paso de los días logré romper el temor generado por aquella tarde. Aprendí a nadar bien, pero practicarlo no me atrapó para el resto de mi niñez y adolescencia.
Volví a una piscina cuando ya rondaba los 22 años; hoy tengo 25. Sin embargo, visitaba el agua de vez en cuando. La decisión definitiva de 'ponerle' a la natación se dio hace poco menos de dos años.
Nadar, nadar y nada de pruebas... más allá de una competencia de 50 metros libre que disfruté mucho en el gimnasio donde entreno. Pero hacía falta algo más.
¿Aguas abiertas? No estaba segura de lograrlo. Desde siempre le he tenido miedo y respeto al mar. Ahora solo es respeto.
El día para enfrentar los temores llegó. La academia de natación Crol Swimming organiza entrenamientos en el mar para las personas —como yo— que quieran probarse por primera vez o para aquellas que deseen practicar una nueva distancia.
El domingo anterior, en Herradura, organizaron la primera de dos prácticas anuales, con el objetivo de motivar y fomentar este deporte.
"Esto lo hacemos desde hace cuatro años. Era una necesidad, porque mucha gente no quiere empezar en aguas abiertas con un evento oficial", afirma Lizzy González, dueña de Crol.
No he estado en una competencia, pero definitivamente da tranquilidad saber que en este caso, la mayoría de los 187 inscritos no va con la idea de ganar, lo que disminuye la posibilidad de los famosos empujones o golpes con los brazos.
Ese es uno de los tantos riesgos en los que se piensa, aunque muchos de ellos no sean bien justificados.
Cuando voy a la playa si acaso dejo que el agua llegue hasta mi ombligo y después de eso no doy más pasos hacia el frente.
¿Cómo iba entonces a meterme al mar de tal manera que ni siquiera pudiera tocar el piso? Una de dos: lograba mi meta o aceptaba que no era lo mío.
A pocos minutos de empezar la travesía, le pregunté a uno de los 12 entrenadores que estaban al cuido de los nadadores, cuándo debía empezar a nadar: "En el momento que el agua le llegue al pecho", dijo.
Ya Laura, una compañera de trabajo, me había dicho que eso era lo mejor para no sentir desesperación en el instante en que el piso "se acaba".
"La sensación de no tocar el fondo es uno de los mayores temores", cuenta Lizzy González.
'Tirarse al mar' también implica pensar en los animales, algunos indefensos pero que pueden dar uno que otro susto; otros, como tiburones y cocodrilos, asustan con solo pensarlos.
Como ese, muchos de los temores son infundados. Días previos a mi debut en aguas abiertas le envié un WhatsApp a mi mamá, quien ya suma varias de estas pruebas, diciéndole que estaba pensando en los tiburones y cocodrilos.
Su respuesta no fue científica, pero en ese momento me calmó: "No va a pasar nada, vamos con Dios".
Después de nadar en Herradura y con motivo de esta nota llamé a dos expertos en el tema. De haberlo hecho antes de la práctica, me habría quitado un peso de encima: la posibilidad de toparse tiburones o cocodrilos es muy baja.
"Herradura está en una zona de distribución de cocodrilos, está cerca del Tárcoles. Sin embargo, el animal al sentir tanto disturbio va a huir, el cocodrilo siempre evitará entrar en conflicto con la gente, sobre todo si hay más de 20 personas, como sucede en aguas abiertas. En una competencia difícilmente habrá uno", explica Iván Sandoval Hernández, de la Escuela de Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional (UNA).
Costa Rica es seguro en cuanto a tiburones, más en Herradura, afirma Mario Espinoza, de la Escuela de Biología de la Universidad de Costa Rica (UCR).
"Es bueno no infundirle ese miedo a la gente. En el mundo la mayoría de ataques son de tiburón blanco (no está en Costa Rica), el tigre (se ve poco, solo dentro del Golfo Dulce o la Isla del Coco) o el toro, que sí podría tener interacción, pero en desembocaduras de ríos", señala Espinoza, quien agrega que el tipo de escualos que hay en el país son especies tranquilas.
Lo que no debemos olvidar son las medusas o hilos de oro marinos. Para esto es importante el uso de la vaselina, pues funciona como repelente, la cual me puse en todo el cuerpo, después de aplicarme bloqueador.
Tuve suerte: solo sentí un hilo; al menos creo que fue eso. Al instante de experimentar un tipo de electricidad, quise quitarme lo que tuviera encima, no lo logré porque ya no tenía nada, pero la sensación perdura por uno o dos minutos.
Para entonces ya había superado las primeras brazadas en un mar tranquilo, pero de aguas color café. Al sumergir la cabeza no hay posibilidad de ver qué hay. Posiblemente ese fue el único momento en que me sentí con temor, pero no pasó a más.
Desde un inicio, mi pánico por hacer aguas abiertas había desaparecido. ¡Y pensar que el día previo pasé con dolor de estómago! Señal inequívoca de angustia.
Cuando estaba alistándome en la playa, con el sol calentando, empezaba a sentirme impaciente, quería salir de aquello cuanto antes.
Nadaron primero los participantes de 600 metros, luego los de 3.000, después los de 2.000 y finalmente mis esperados 1.000 metros.
Una persona me preguntaba si era mi primera vez, por allá escuchaba a otra preguntado si sobraba una gorra (¿en serio?), un entrenador daba consejos para no entrar en hiperventilación.
"Para nadar en aguas abiertas es importante tener una buena base aeróbica; no es que voy a ir sin entrenar. Propiamente en el evento hay que oxigenarse bien, tener calma y no ponerse tenso", recomienda Lizzy González.
Cuando decidí que iba a inscribirme en el evento, seguí con mis entrenamientos con las indicaciones de mi entrenadora Gloriana Fonseca y nadé otras veces sola para sumar distancias de 1.000 y 1.500 metros sin parar.
Ya en el mar, debo confesar que estaba sorprendida, ver hacia todos los lados y saber que sí, nadaba en aguas abiertas.
Iba lento, tengo algo de competitividad en mi sangre, pero en este momento lo importante era practicar en el mar y no picarse (eso decía yo).
Empecé a sentirme bien, decidí aumentar un poco la velocidad después de los primeros 300 metros, le pasé a algunas personas y seguidamente mantuve mi ritmo.
Todo eso, con la tranquilidad de saber que habían tres kayaks y una lancha ante cualquier emergencia.
De la segunda a la tercera boya yo solo pensaba 'no la veo' —y mis anteojos tienen aumento— pero hay que seguir la línea que lleva la mayoría. Obviamente no es tan fácil como decirlo, pero es cuestión de práctica.
La ubicación es clave, sino sucede lo me pasó a mí y sé que muchos lo han vivido. Uno termina desviándose un poco y nadando más de la cuenta, pero el domingo eso fue irrelevante.
Salí del agua como quien acababa de ganar algo y no me refiero a la medalla que me dieron cuando llegué a la orilla.
Probablemente tiene que ver con lo que me dijo días después la dueña de Crol: "Uno se debe sentir privilegiado por hacer un reto así".