A Jonathan Mauri se le ha apedreado, latigado, torturado, arrastrado, desvestido y crucificado por un premio que muchos consideran inmoral. Demandaron justicia, investigar hasta las últimas consecuencias, descubrir si había tráfico de influencias.
Lo reclamó el ciudadano común, arremetió el presidente del Comité Olímpico, exigió el recién instalado ministro de deportes. Sospecho que unos y otros deberán ir recogiendo aquellas palabras que insinuaban o temían corrupción.
A partir del instante en que una ley otorgó a Claudia Poll un premio de ¢160 millones por un título en categoría master, usted, yo y Perencejo teníamos el mismo derecho. ¿Por qué no lo decimos?
¿Porque se trata de Claudia Poll? ¿Porque la queremos mucho y le estamos eternamente agradecidos? ¿Porque aún me dan escalofríos cuando escucho a Luis López narrando desgalillado los últimos metros de competencia con un “¡Vamos, Claudia!... ¡Vamos Claudia!... ¡Vamos Claudia!.. ¡Emoción!... ¡Claudia!.. ¡Claudia!? ¿Porque ese video nos eriza la piel, nos ilusiona y nos devuelve la respiración al comprobar una vez que Franziska Van Almsick no la alcanza? ¿Porque aún humedece miradas cuando saca la banderita tica y se pasea triunfal por la piscina, como si quisiera quedarse por siempre en aquellas aguas?
¡Qué lindo! Pero volvamos al premio. Por su oro olímpico, Claudia Poll recibió varios millones, una caravana desde el Juan Santamaría hasta la eternidad, exoneraciones de impuestos y el agradecimiento de un pueblo que nunca había visto ni verá pronto a uno de sus hijos en los más alto del podio. Quizás merecía más. Todo era poco.
Diecisiete años después de Atlanta 96, la menor de las Poll volvió a ganar el premio que lleva su nombre, gracias a un triunfo en categoría master, como el hoy lapidado Jonathan Mauri.
¿No es Costa Rica un pueblo que repudia cuando las leyes no se aplican por igual al rico y al pobre, al famoso y al desconocido, al político y al hijo de vecino?
Digámoslo sin miedo: nunca debió premiarse un triunfo en categoría master, así el de Claudia como el de Mauri. ¿Entonces? ¿Por qué no arremetemos contra ella? ¿Porque la queremos mucho? No. Son otras las razones por las que no critico a la ondina. Ella no fue diputada, ni se sacó de la manga una elección cuando, por una defectuosa ley, el gobierno se vio ante el apuro de tener que premiar a varios, sin dinero para hacerlo. Ella no tiene la culpa, como tampoco aquel que ingenuamente creyó aquello de “todos iguales ante la ley”.