El desafío número uno para el surfista ciego, Henry Martínez, quien ganó la primera fecha del Circuito Nacional Integrado no es ponerse de pie sobre su tabla.
Su primer gran reto puede ser algo sencillo, como ubicar la pasta de dientes en su casa, si alguno de sus sobrinos decidió cambiarla de lugar la noche anterior a su viaje a Playa Jacó, Garabito, donde realiza las prácticas con su entrenador Maikel Venegas.
Lo más difícil no es tomar el tren en Tres Ríos de La Unión, cuya estación se ubica a 100 metros de su casa, para trasladarse a San José, y posteriormente parar un taxi que lo lleve a la parada de autobuses 7/10 en San José, donde tomará un bus hacia Jacó. Lo más complicado para él es transitar por los pasillos de la terminal ubicada en un centro comercial.
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Cada viaje a Jacó para entrenar es una aventura para Henry, quien nos explicó las peripecias que vive para llegar solo a su destino. Esta vez, hizo el viaje conmigo (más bien, yo lo hice con él).
Martínez, quien perdió la vista a los dos años por una enfermedad degenerativa, es un joven independiente, que estudia Biología en la Universidad de Costa Rica. Le gusta practicar el senderismo y realizar las giras de su carrera universitaria, en las cuales aprendió a poner redes para murciélagos y trampas para marsupiales, con el fin de estudiarlos y posteriormente soltarlos.
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Es por eso que trasladarse a Jacó no es cosa que lo intimide, tal y como contó durante el viaje en bus, sentado al lado de la ventana, explicando cómo ha tenido que luchar también para hacer valer sus derechos y que no le vendan un campo de pie u otro en la parte de atrás, irrespetando los campos asignados a las personas con alguna discapacidad, adultos mayores o embarazadas, cada vez que compra por línea sus boletos.
Al menos, en este viaje, le tocó un campo especial, por lo que admitió que, por esta vez, valieron la pena las sugerencias y quejas que en anteriores oportunidades ha expresado a la empresa de autobuses.
“Lo más difícil no es llegar a la parada, sino ubicarme en ella, pues no tiene referencias en las paredes y como es un centro comercial es un poco desordenada. Siempre que llegó le pido a un taxista o un guarda que me guíe, que me lleve a las gradas eléctricas, para subir al segundo piso y comprar el boleto. Después tengo que bajar y trasladarme al lugar donde están los buses”, explicó Martínez.
En ese trayecto, Henry debe esquivar con su bastón sillas de metal y pequeños locales comerciales dentro del inmueble, que a pesar de los amplios pasillos no es fácil de transitar a ciegas. Al menos este martes 10 de abril, al ser las 6:30 a. m. habían pocas personas y era más fácil para él; en horas pico, los tumultos son otra historia.
“En lo personal prefiero tomar las gradas eléctricas que el ascensor, porque me produce una especie de claustrofobia. Es cierto que subir y bajar es más complicado pero yo lo prefiero así. Siempre hay personas que están dispuestas a ayudarlo a uno en una terminal tan grandota”, añadió Martínez.
En el autobús, Henry va atento a su celular, pone atención a las apps de Google Maps y Lazarillo. La primera le permite saber por dónde va y cuántos kilómetros faltan; la segunda es especial para personas ciegas: les indica a cuántos metros está un lugar que requiera encontrar, como un cajero o un establecimiento específico.
Durante la travesía, el joven de 22 años va atento a su teléfono, mete la mano a sus bolsillos y con una tarjeta especial mide un par de billetes; uno de ¢1.000 y otro de ¢5.000 El tamaño es lo que hace la diferencia y así logra identificarlos.
El vecino de la Unión de Tres Ríos conversa alegremente sobre sus actividades estudiantiles y lo que significa el surf para su vida, mientras algunas personas que están a su alrededor ponen cara de incrédulos cuando se dan cuenta que aquel joven que habla con tanta naturalidad del surfing es ciego.
“Sinceramente, estoy muy emocionado de volver a entrenar, tenía tiempo de no hacerlo. Para mí es un respiro en medio de la semana, porque ahora, los fines de semana debo hacer las giras de la U. Aunque bueno, también supone el esfuerzo de adelantar trabajo de la universidad y dejar los compromisos listos para poder disponer del día entero y viajar sin ese peso”, agregó Martínez.
Sorpresivamente, Henry me consulta si el autobús ya está en la Ruta 27. Le expreso que sí, que tomó por la autopista General Cañas, continuó por el cruce de Manolos y de allí se desvió por La Garita para llegar a la 27. Cómo se dio cuenta —le pregunto—.
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“Hay sectores donde el internet falla, no tienen cobertura y las apps no funcionan. En anteriores viajes le preguntaba a la persona que iba a mi lado por dónde íbamos y entonces uno aprende a ubicarse fácilmente cuando el viaje ya lo ha hecho”, confesó Martínez.
Otra forma es por medio de las sensaciones, las cuales varían de día o de noche, pero con las cuales se da cuenta que ya el autobús se desvió rumbo a Jacó.
“El camino se torna diferente, es más ondulado, hay más vueltas y los sonidos cambian. Si puedo, abro la ventaja y percibo el cantar de las chicharras, los olores de las plantaciones y por supuesto siento el sol más fuerte en mi rostro, lo cual son señales de que ya vamos llegando”, dijo Martínez.
Faltando 10 kilómetros para nuestro destino, Henry se pone de pie camina unos tres metros hasta donde el chofer y le pide la parada en un lugar específico antes de la terminal. Allí lo esperaba su coach Maikel Venegas, sin percatarse de la sorpresa que le esperaba, pues empresarios y antiguos surfistas habían reunido dinero para obsequiarle dos tablas de surfing.
La primera fecha del Circuito Nacional de Surf Integrado, realizada en marzo anterior en Quepos, el estudiante de biología la ganó con una tabla prestada, según lo dio a conocer La Nación. Él andaba buscando la forma de comprar una, pero no lo veía fácil, según me contó en el viaje.
“Estamos buscando opciones. No es barata (la tabla) como comprar ropa y uno como estudiante tiene sus gastos y le es difícil adquirir una al solo estar estudiando. Igual, si la compro la dejaría en Jacó pues no puedo andar jalándola porque no tengo carro, pero igual el que no tenga una tabla no es excusa para seguir progresando. Todo esto es un proceso de aprendizaje y debemos continuar adelante”, comentó Martínez.
El viaje de ida ha terminado. Henry se baja del autobús y en el sitio acordado lo espera su coach, Mikel Venegas. Caminan unos metros para llegar a una casa donde descansa un rato, saluda a sus amigos, conversa por teléfono con su madre para avisarle que llegó bien, se hidrata y se cambia para irse a entrenar a Playa Jacó.
Esta vez, a Henry le tocó enfrentarse un oleaje bastante complicado, con fuertes corrientes que le impidieron desarrollar todo su potencial, mientras era acompañado en el agua por Alana, una perra Pastor Alemán de un año que parecía estar atenta tanto del surfista como de Mikel Venegas, su dueño. Igualmente, Venegas tenía planeado hacer una práctica leve porque a Martínez le esperaba la sorpresa.
El coach termina la práctica y se marcha junto al coordinador de la Selección de Surf Integrado, Gustavo Corrales, a la informal entrega de las tablas y otros implementos. Henry no puede contener la emoción, era un anhelo tener su propia tabla, por lo que hay un pequeño festejo con hamburguesa incluida.
“Este día las sensaciones son como el mar donde entrené. Un oleaje fuerte y revuelto, todas las emociones estaban guardadas para el final. Ahora solo queda ponerle y seguir adelante. Con muchas ganas porque en esas tablas no solo estaré yo, sino también toda esa gente que me apoyó y lo hizo posible. Esto no me lo esperaba hace seis horas cuando emprendí el viaje a Jacó”, aseguró Matínez.
El día de entrenamiento terminó, pero la aventura de Henry continúa con su viaje de regreso a su hogar en La Unión de Tres Ríos, su afán de mejorar en el surf y la meta de graduarse en la Universidad.
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