Desde Bahía Chal hasta Puntarenitas y luego hacia Puerto Jiménez hay 30 kilómetros, si el recorrido se hace lineal, aunque en aguas abiertas es normal hacer más distancia de la planeada.
Por eso Juan Carlos Camacho, Julio Aragón y Karl Vanhoutte le llamaron a este reto el +30K.
Ellos tres, dos ticos y un belga radicado en Costa Rica, se apuntaron a esta travesía entre amigos nunca antes hecha en aguas nacionales.
De completarlo este sábado, serán los primeros en nadar esa distancia, sin la posibilidad de poner pie en tierra y con hidratación cada 45 minutos, gracias a la colaboración de sus kayakistas.
Este mismo año otros nadadores costarricenses hicieron 28 kilómetros en el Golfo Dulce, pero fue otro recorrido y se dividieron en 14 km de ida, pararon y 14 km de vuelta.
La nueva ruta la ideó Camacho, inspirado en sus vuelos de San José a esa zona del país para competir en el Cruce Golfo Dulce.
“Tenía muy visualizado el lugar, pero cuando lo ves desde el aire, se me quedó esa ruta marcada siempre. Me llamaba la atención que a nadie se le hubiera ocurrido; además de ser más distancia, me parece un desafío mayor”, comentó Camacho.
Comentó su "locura" con amigos, a varios les gustó la idea, pero finalmente fueron Julio y Karl los que llegaron hasta el final. Incluso este último lo hará apenas seis meses después de realizarse un reemplazo de cadera.
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Coinciden en que las aguas abiertas se convierten más en un reto de distancia y no de tiempo. Su rango para terminar este es de entre 7 y 9 horas, sabiendo que cualquier cosa puede pasar en medio.
"Más allá de competir, de salir rápido, son ganas de saber hasta dónde puedo llegar, terminar los 30 kilómetros y decir: 'podría seguir'", agrega Julio.
El mar es impredecible y en ese aspecto también llegan muy entrenados. Han aprendido a interpretar el océano, se ubican bien, saben detectar corrientes, entender el momento en que deben cambiar la forma de nadar, variar la técnica, entre otras cosas.
Eso sí, siempre habrá imprevistos para los que nunca se está preparado, como les sucedió hace aproximadamente un mes, en un entrenamiento de 20 kilómetros, cuando se toparon un tiburón ballena de frente.
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"No estábamos ni a un kilómetro de la costa, yo iba adelante con otros amigos, Julio venía atrás y como a tres metros pasa por debajo el tiburón. Cuando me quiero girar a decirles, ya lo tienen encima", recuerda Juan Carlos.
Julio lo vio encima; con la incredulidad de lo que estaba viendo, pensó primero en una manta raya gigante.
"Solo vi una boca gigante, pero siguió nadando, ellos comen plancton, entonces seguramente se acercó por ver las luces de las boyas. Yo nunca he estado en una experiencia en que algún animal me haya querido atacar", aclara.
Sus más de 500 kilómetros de entrenamiento les dan la tranquilidad de seguir nadando pese a ese sobresalto. Uno diferente y al mismo tiempo lindo.
De todas formas, están seguros que los sustos son parte del proceso.
"El mar siempre pega sustos, entonces cuando salís de ese entrenamiento, ese susto es como un check, una corriente que me jaló, algo que comí que no cae bien o sentir un bajonazo cuando apenas estás en la cuarta parte del entrenamiento", resalta Camacho.
La capacidad de superar las adversidades las da estar en el mar. Por eso últimamente sus fines de semana se resumen en las aguas de Guanacaste.
Ahí también han logrado la sincronización necesaria para nadar juntos, pese a que nunca entrenan en la misma piscina y son nadadores muy diferentes.
Ese punto es fundamental, pero también haberse comprometido de forma profesional aunque estemos hablando de deportistas aficionados, quienes sacan cada centavo de su bolsillo.
“Somos deportistas amateur, no dejaremos de serlo, pero nos tomamos las cosas con seriedad, dedicamos tiempo y dinero a esto, somos disciplinados. Si se tiene eso, la mayoría de la gente lo podría hacer”, finaliza Juan Carlos.