La tarde del 28 de junio, a menos de 24 horas del gran juego, Michael Umaña erró un penal.
Costa Rica practicaba los disparos, a puerta cerrada en la cancha del Club Deportivo Náutico, en Recife, un equipo de mediana importancia en la región, pero dispuesto a alojar el simulacro de la gran gesta.
Jorge Luis Pinto había decidido evadir el reconocimiento del estadio Arena Pernambuco y aprovechar mejor el tiempo, lejos de los flashes de las cámaras y la ambición periodística de encontrar alguna noticia que pudiera romper su infalible libreto táctico.
Ya de por sí, la Sele había dado una cátedra de fútbol ante Italia en ese césped, hace una semana, y era poco lo que podía aportar el trote ligero y el usual “monito” de calentamiento.
Con doble candado en sus portones, la Sele se dispuso a recrear el escenario en caso de que la fortuna decidiera guiarlos hasta la pena máxima.
La puesta en escena fue muy simple: cada cobrador lanzó tres remates desde el manchón blanco. Algunos eficaces anotaron los tres disparos, otros se quedaron en dos cobros,como Michael.
“La mayoría de tiradores fallaron un penal. Umaña fue uno de ellos”, confirma Luis Marín.
Este es un capítulo del libro “Un sueño redondo”, publicado después de la gesta de Brasil 2014
Luego del último entrenamiento y de estudiar el desempeño de cada uno de los cobradores, Paulo Wanchope le sugirió a Pinto poner en papel a los elegidos.
–Profe, ahora que estamos más tranquilos, por qué no hacemos la lista por si acaso hay penales– le dijo Chope, previendo que, llegado el momento, la decisión se torna más difícil bajo máxima tensión y en carreras. Al técnico, siempre obsesionado con los detalles, le pareció una buena idea.
No es para menos, el ser humano por naturaleza se expone a reaccionar mal en los escenarios más inusuales, como una tanda de penaltis en los octavos de final de un Mundial.
Oleg Blokhin, extécnico de Ucrania, inmortalizó su momento de debilidad en Alemania 2006: “La situación me superó. Les dije: ’Chicos, decídanlo ustedes. Quien quiera tirar los penales que los tire’. Luego, me marché a los vestuarios”.
En esa ocasión, Ucrania superó a Suiza en la tanda y se clasificó a cuartos de final.
Y Pinto, un berraco como pocos, dejó que Paulo César definiera los cobradores, según lo visto en las prácticas: Celso y Bryan Ruiz, los más seguros, se encargarían de abrir y cerrar la tanda; empezar bien y cerrar bien, una estrategia casi convertida en norma para muchos técnicos.
–Cambiemos el orden– le dijo Pinto, al ver los elegidos-. La experiencia me dice que la mayoría de veces no se llega al quinto penal.
Celso y Bryan pasaron entonces a encabezar una lista en la que también aparecían nombres como Joel, Bolaños y Umaña, el que había fallado en el último ensayo.
El presagio de Chope se materializó tras 120 minutos jugados y casi una hora con un hombre menos por la expulsión de Óscar Duarte; algunos parecían no tener fuerzas para enfrentar el cobro. "Bryan ya arrastraba las piernas", recuerda Wanchope.
Entonces lo sacaron de una lista que a fin de cuentas tuvo varias modificaciones: Bolaños había salido de cambio, algunos se sentían seguros, pero otros pedían lanzar solo en caso estrictamente necesario.
–¿Cuál tiro yo? – preguntó Bryan, sin sospechar que estaba fuera de los primeros cinco ejecutores.
Wanchope le explicó lo sucedido, pero Bryan, más allá del cansancio, de sus 14 kilómetros con 43 metros recorridos en una temperatura de 28 grados Celsius, insistió en asumir la responsabilidad.
La lista fue modificada una vez más, Bryan ingresó y José Miguel Cubero quedó a la espera, por si el duelo se extendía más allá de cinco cobros.
CELSO.
"Tranquilos, yo paro uno", le recordó Keylor al grupo en su última reunión antes iniciar la tanda. El mensaje caló hondo en Celso, quien tomó valor para iniciar su camino desde el centro del campo hasta el manchón blanco.
Fue un pasaje largo, tan largo que había empezado a recorrerlo el jueves 6 de diciembre de 2007 cuando aún era una joven promesa. En esa fatídica noche decembrina, Celso se clavó una daga profunda que envenenó sus arterias durante siete años sin encontrar una cura.
Costa Rica igualó a uno ante Panamá en el tiempo regular y necesitaba una victoria en los penales para seguir con vida en la ruta hacia los Juegos Olímpicos de Pekín 2008.
El escenario era el Ricardo Saprissa, el estadio en donde una y otra vez anotó sin compasión. El rival de enfrente lo comandaba su padre, Alexandre Guimaraes.
No tenía por qué fallar, era un penalero de raza. Heredó la técnica de su progenitor y poseía una madurez mental envidiable.
Pero esa noche no era el Celso de siempre, no estaba preparado para cobrar el quinto penal.
La presión lo carcomió. “No supe asimilarla. Estaba muy cerrado, yo sentía una responsabilidad muy grande en esa Selección y eso tampoco es bueno”, declararía más tarde a la prensa.
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Roberto Baggio, la gran figura de la Selección de Italia en el Mundial de Estados Unidos 94, dice que los penaltis los fallan los que tienen el coraje de tirarlos.
A él le tocó errar el disparo decisivo que le entregó a Brasil el tetracampeonato. Tuvo el carácter para lanzarlo, pero nunca la oportunidad de resarcirse. Aún sueña con ese cobro; se pregunta cómo fue posible que el balón se elevara tanto cuando Taffarel ya estaba vencido.
A Celso, para fortuna de toda Costa Rica, los dioses lo premiaron con una segunda oportunidad. “Estaba esperando este momento, yo soñaba con algo de igual importancia y las Olimpiadas se quedaban cortas a la par de un Mundial”.
Nunca demostró miedo. No podía hacerlo. En la Selección representaba el equilibrio.
En gran medida, por eso cobró el primer penal, tenía que darles confianza a sus compañeros en el instante de mayor tensión.
El sociólogo de la Selección en Brasil, Jaime Perozzo, lo calificó como un jugador “que se sale del molde”, con la calidad, la madurez y la inteligencia para abrir la tanda.
Y le llegó el momento de toparse frente a frente con su fantasma. Celso acomodó la pelota con sutileza en el montículo blanco, dio nueve pasos cortos hacia atrás y respiró hondo antes de cobrar. Su disparo se incrustó fuerte arriba y a la derecha del arquero.
Llegó la medicina. Costa Rica 1 - Grecia 0.
BRYAN.
Bryan Ruiz caminó descalzo por un escabroso sendero cubierto de piedras filosas que lo hicieron caer una y otra vez. Ese había sido su destino en la Selección Nacional. Soportar el dolor sin anestesia.
Se acostumbró al sufrimiento: el enorme desgaste acumulado en los tiempos extra no era suficiente para dejarse caer. Un nuevo sendero cubierto de espinas hacia el manchón blanco no significaba nada.
Echarse para atrás no era una opción. No lo había hecho en el pasado, cuando se criticó su falta liderazgo dentro del grupo en medio de los malos resultados de la cuadrangular eliminatoria.
Tampoco al ser cuestionado por sus constantes lesiones, que pusieron en duda su compromiso con el país.
Esa insoportable molestia que no le permitió sostener su pie derecho en el césped durante el segundo tiempo extra, ya no era nada comparada con lo sufrido en su carrera.
El 15 de octubre de 2009, Bryan jugó su mejor partido con la casaca patria.
En la tierra del tío Sam, apareció con dos soberbios goles que entregaban el boleto al Mundial, tras una sufrida ruta eliminatoria hacia Sudáfrica 2010. En ese entonces, el decisivo talento del Bryan que brillaba fecha a fecha en el fútbol holandés escaseaba en la Selección.
El propio futbolista sentía la responsabilidad de convertirse en el gran referente que toda Costa Rica anhelaba. Reconocía con frustración que podía dar más, aunque no terminaba de convencer a los más críticos.
Pero ese día Bryan llegó tan inspirado que nadie dudó de él. Nadie, excepto el destino.
En el minuto 95, en el último minuto de reposición, Jonathan Bornstein se elevó en las alturas con un cabezazo que silenció a todo Costa Rica; el balón superó a Keylor.
El fútbol lo alejó de su mayor anhelo, como ya lo había hecho en el 2006, cuando Alexandre Guimaraes no lo incluyó entre los elegidos.
Aquel día en playa Conchal, en el campamento decisivo, jamás será olvidado por su compañero de cuarto, el entonces delantero titular Paulo César Wanchope. Después de la noticia, encontró a Bryan desmoralizado, acostado, envuelto en las frías cobijas de la desilusión.
“Yo pensaba que él tenía las condiciones para ir al Mundial”, recuerda Wanchope. Sin embargo, sin remedio posible, no pudo decirle mayor cosa.
El joven que tocaba el balón con maestría en el ataque rojinegro se había ilusionado con la Copa del Mundo, pero no era su momento. Tampoco lo había sido cuando se lesionó a las puertas de una eliminatoria Sub-20, siendo él la gran figura del equipo.
Por momentos, parecía destinado al eterno sueño sin cumplir, como el de Erick Cantona, jugador francés de brillante carrera en el Manchester United, que nunca pudo disputar una Copa del Mundo. Francia no clasificó a Estados Unidos 94 y él decidió retirarse del equipo galo en 1997, tras una serie de conflictos disciplinarios.
Apenas un año después, Zinedine Zidane levantó la Copa en su propia casa por primera y única vez en su historia. A Cantona siempre se le criticó su rendimiento con la Selección.
La gambeta privilegiada que descontaba rivales en los Diablos Rojos, desaparecía cuando defendía los colores de su país. El icónico volante dio un paso a un lado.
Bryan, en cambio, no se desplomó. En medio de la turbulencia, cargó con el gafete de capitán.
Y no se esperaba menos de él: en la intimidad del vestuario es visto como un líder sabio, dispuesto a velar por el colectivo, más allá de las individualidades.
–Este es su Mundial– le dijo Wanchope a Bryan, en Brasil, trayendo de inmediato a la memoria aquel día en Conchal, cuando las palabras faltaron. En ese momento, sabía que no había nada que yo pudiera decirle, pero su momento es ahora, aprovéchelo.
Si algo salía mal, Bryan daría la cara, como bien lo describe Celso: “Bryan es el que toma las decisiones con base en el sentir del grupo”. Su estilo reniega del típico capitán. Se aleja de ese líder rudo que encara a los rivales y discute con el árbitro si es necesario.
Ruiz prefiere girar instrucciones desde adentro. Si algún futbolista se sale del saco, le basta con decir unas cuantas palabras para calmar las aguas, como en una concentración en la que decidió reprender a Joel Campbell por su comportamiento.
Ese liderazgo, forjado en medio del sufrimiento, fue el que le dio las fuerzas necesarias para caminar hasta el punto de penal.
Sin sonrisas ni lamentos, inexpresivo, Bryan aguardó hasta el último movimiento del arquero y remató colocado a la izquierda. Costa Rica 2 - Grecia 1.
PIPO.
Pipo, el temperamental líder de la zaga nacional, se dirige al punto de penal con un rostro de furia. Con la testa de un guerrero espartano, camina sin detenerse hasta el purgatorio.
El luchador incansable al que no le tembló el pulso para frenar el poderío de Edinson Cavani y que machacó el ego de Mario Balotelli, estaba asustado.
“El recorrido para cobrar el penal se hace eterno”, recuerda González.
Pero no estaba dispuesto a entregarse tan fácil. El día antes, en una larga charla previa al juego, Giancarlo conversaba con el sociólogo Jaime Perozzo sobre su futuro.
"Yo te veo en Europa, pero jugando en España", le dijo el colombiano, intuyendo que su gran desempeño le aseguraría un buen contrato en el Viejo Continente.
El defensor, reconocido dentro del grupo por ser un hombre recto, puntual y ante todo decidido, lo tenía claro: “Toda mi vida está puesta en este Mundial”.
Lo que no imaginó Pipo es que unas horas más tarde, su vida giraría alrededor de un penal.
Ahí, en el centro del campo, a pocos minutos de iniciar la tanda, Perozzo lo notó tenso y se le acercó. “Recuerda lo que hablamos ayer”, le dijo al oído. La certeza de González estaba intacta. “Este penal es una puerta que se está abriendo”, le recalcó.
Perozzo lo había entendido claramente: el coraje estaba por encima del miedo.
Genaro Gatusso, tozudo volante italiano, campeón del mundo en Alemania 2006, recuerda cómo en las horas previas de esa final fue más de 30 veces al baño para soportar la presión.
El Animal nunca negó que tuviese temor, su gran mérito estaba en la manera de asimilarlo y hacerle frente. “El único don con el que nací son las ganas de no rendirme nunca”, reconoció en una entrevista al diario El País de España.
Y Giancarlo, con un rostro tan imperturbable como el de Gatusso, había preparado su carácter para estar ahí. Ahora, la diferencia entre el éxito y el fracaso estaba marcada por 11 metros y un buen cobro.
Su personalidad, ya de por sí fuerte, se crispó con las constantes muestras de menosprecio de los rivales durante los primeros juegos del Mundial.
En la antesala del partido ante la Azurra, un periodista le tocó el ego al defensor con una consulta.
"Balotelli dice que no sabe quién es Keylor Navas, ¿cómo valora esto?", le preguntó.
Pipo se contuvo y respondió con diplomacia: “Sabemos que para algunos somos unos desconocidos, pero queremos que el mundo sepa quiénes somos”.
Unas horas más tarde, en la intimidad del vuelo chárter de la Selección, Giancarlo recordaba el episodio con un evidente semblante de satisfacción.
"Así sabe más rico ganarles", le dijo a un pequeño grupo de periodistas ticos que viajaba con la Sele.
Por eso, cuando acomodó la pelota en el punto blanco, Giancarlo estaba tan decidido que nunca cambió su semblante.
Tomó impulso, remató duro y a la derecha del portero. Costa Rica 3 - Grecia 2.
JOEL.
“Le pedimos a la persona que está caminando por el pasillo del avión que tome asiento por favor, estamos aterrizando”, recalca exaltada la bella aeromoza brasileña por el alto parlante. Un atrevido joven se puso de pie para cambiar de lugar en pleno descenso.
Al grupo no le sorprende que Joel se tome este tipo de licencias. Frente al punto de penal, en donde el vértigo castiga tanto como los 25.000 pies de altura del último vuelo a Recife, Joel no se inmuta.
Con una tranquilidad pasmosa se detiene unos segundos a esperar el movimiento del arquero, sin ninguna prisa, aguarda a que el arquero se entregue.
Así sucede. El meta se recuesta vencido al costado izquierdo y Joel le cambia de lado el disparo. El balón toca la red.
Su celebración es mesurada. Como si se tratara de esos goles que anota jugando play station en su apartamento en Inglaterra (donde vivía en ese momento).
Yeltsin Tejeda, íntimo amigo de Joel, describe su personalidad en pocas palabras.
“Él se la cree, desde niño es así”.
Pero ese joven prodigio casi no aparece en las figuritas del álbum Panini. Fue noticia en todo el mundo porque compró una caja llena de postales y no encontró la suya.
Y es que si nos remontamos al 2011, era impensable lo que ocurriría con Joel tres años después: ni por casualidad hubiera pensado en ser una estrella coleccionable en ese entonces, cuando estaba desahuciado en el Saprissa y, aun así, el entonces seleccionador Ricardo La Volpe se animó a convocarlo.
Humberto Campbell, padre del futbolista, cuenta que en la S lo tenían apartado, con la presión de que firmara una extensión de contrato para ponerlo a jugar.
"Está muy joven, aún le falta", le decían a su progenitor en las divisiones inferiores del club... una mentira blanda.
Cuando Joel llegó a Saprissa, siendo apenas un niño ilusionado que hacía fintas y acariciaba el balón, se intuía su talento precoz.
Era visto como una especie en extinción que controlaba el balón con una eficacia superior a la de los jugadores del primer equipo.
Los formadores se preguntaban y comentaban entre sí a qué edad debutaría: ¿14, 15 o 16?
Pero el ansiado debut se mantuvo en “baño María”; no importó que Joel deslumbrara en las esferas globales, porque, como figura de la Sele en el Mundial Sub-17 de Nigeria y en la Copa del Mundo Sub-20 de Colombia, Joel destacó entre luminarias de la talla de James Rodríguez
¿Por qué ese chico talentoso, de técnica exquisita, no lucía en las alineaciones de su club?
Dos hipótesis sugieren el motivo. El entrenador argentino César Luis Menotti decía que un jugador puede dejar de correr durante muchos minutos a lo largo de un partido, lo que nunca puede hacer es dejar de pensar.
Joel pensaba demasiado… pero no corría tanto.
En la cabeza de algunos técnicos, el esfuerzo vale más que el talento, aunque esto último sea lo que diferencie a un jugador del montón de uno fuera de serie.
Y, a veces, darle 100 vueltas a la cancha se valora más que un pase de rabona.
El joven atrevido era de los mejores en los colectivos. No importaba cuánto corriese su rival, él siempre iba a superarlo en el uno contra uno. Pero el día del partido juega el que más se haya esforzado, ese es el premio para los que trabajan duro.
La segunda hipótesis es más sencilla, pero también más morbosa. A nadie le gusta que lo bailen, y menos un ‘puberto’ recién ascendido del primer equipo.
Joel es bueno, pero hay que enseñarle quién manda, y la manera más práctica de hacerlo es que espere paciente en el banco.
Corría como el resto, pero era visto como una amenaza, y no estaba dispuesto a cambiar. Esa valentía de encarar sin aprensiones no tenía límite.
Ese brío distinto sí le gustaba a La Volpe. Convencido de ello, lo convocó a la Copa Oro y luego a la Copa América, en donde Campbell se encargó de demostrar que sí, efectivamente, era un diamante en bruto.
Aquella decisión fue tan sabia, que se puede homologar con la de elegir a Joel para que lanzara el cuarto penal.
Fue el único de los cobradores que hizo un solapado baile antes de rematar, como si disimuladamente tratara de distinguirse del resto, de darle un sello personal al cobro. El balón superó la raya de sentencia. Costa Rica 4 - Grecia 3.
UMAÑA.
A menos de 24 horas del gran juego, la tarde del 28 de junio, Michael Umaña erró un penal. Solo falló uno de los tres cobros que practicó en esa tarde lúcida, de privacidad absoluta y reservada para afinar los detalles más ínfimos del duelo.
Nadie en el grupo cuestionaba que fuera uno de los mejores lanzadores del equipo.
Más allá de su técnica, Umaña era tan frío como un témpano de hielo, obediente, siempre dispuesto a recibir con buen rostro las órdenes de Jorge Luis Pinto.
Esa personalidad de obrero abnegado forjó un vínculo con el profesor. Un simple penal no era suficiente para nublar su pensamiento.
La seguridad del técnico hacia su pupilo se evidenció durante la semana previa al debut ante Uruguay.
Umaña padeció una fuerte gripe que lo apartó de los ensayos tácticos que preparaba Pinto con el once titular.
Durante seis días, el colombiano trabajó la retaguardia con Júnior Díaz, por la izquierda; Roy Miller, Giancarlo González y Óscar Duarte, por el centro; y Cristian Gamboa, por la derecha.
El trabajo de bloque, indispensable en la estrategia del colombiano, se diseñó con esos defensores.
La decisión no estaba en firme, pero el grupo intuía que Miller iniciaría el Mundial como titular.
Umaña no estaba en sus mejores condiciones y su competencia directa era el único central zurdo del equipo.
Pero en el último simulacro, Pinto incluyó a Umaña en su oncena. Los 1.053 minutos de juego acumulados durante la eliminatoria lo convencieron de que era el hombre idóneo para iniciar la gesta.
Luis Aragonés, técnico que ganó la Euro de 2008 con España, recuerda el éxito de la Roja con una frase.
“Cogí una selección; intento dejar un equipo”.
En medio del talento individual de Andrés Iniesta, Xavi, y Sergio Ramos, estaba el desafío de conjuntar a la mejor generación de la historia.
Cuando por fin el “Sabio de Hortaleza” armó su rompecabezas y maduró su idea de juego, no estaba dispuesto a incluir a ningún elemento externo que pudiera atentar contra su base.
Ni la leyenda blanca Raúl González encajó en el esquema de España. Aragonés estaba dispuesto a morir con la suya. Pinto también.
Y Michael, el perro fiel que no defraudó a su amo en el debut mundialista, sería el elegido para cobrar el último penal.
Quizás Pinto no presupuestó que fuese necesario llegar hasta el cobro definitivo. Su proyección decía que la mayoría de tandas no llegaban hasta el quinto remate.
Ruiz y Borges, los mejores cobradores, tiraron primero. Bolaños, el otro lanzador, había salido de relevo. El destino eligió a Michael. Y caminó hasta el punto de penal con apuro, como si quisiera acelerar la gloria.
Acomodó el balón en el punto blanco, dio siete pasos hacia atrás, apretó los labios, exhaló, quitó un segundo la vista del marco, volvió a mirarlo, fijó la mirada y expulsó otra bocanada de aire... ahora sí... dio un respingo de gladiador henchido y disparó fuerte y arriba.
Esta vez no falló.
El abrazo del perro fiel fue para Pinto. "Gracias, profe", le dijo, el único jugador que lo buscó para celebrar. Costa Rica 5 - Grecia 4.