Lo de Johan Venegas es quizás cuestión de gustos, de criterios o por qué no de caprichos, para utilizar el término con que el técnico Luis Fernando Suárez justificó su convocatoria, en una forma menos irreverente de decir “porque me da la gana”.
Poco favor le hizo el estratega con esa expresión, cuando pudo esbozar unos cuantos argumentos tácticos en favor del atacante. Sospecho, sin embargo, que a la vista del timonel, Venegas no necesita favores.
No es un chiquillo haciendo sus primeras armas y aunque en el fondo le duela, no lo sé, lo disimula muy bien. Quizás ya tiene callo en la piel, gracias a sus idas y vueltas entre Alajuelense y Saprissa con toda clase de insultos de por medio (no descartaría que la poca tolerancia de la afición con Venegas lleve residuos de viejos resentimientos). En todo caso, nadie tuvo que correr a levantarlo. A lo mejor a él le basta y le sobra con el apoyo de su familia, el equipo y la testarudez del técnico.
A mí también me daría la gana tenerlo en la Selección de Costa Rica en el Mundial de Qatar, aunque entiendo perfectamente y hasta comparto algunas de las críticas que podrían hacérsele. Me cuesta más, en cambio, encontrar algún sentido a los silbidos y abucheos a cada intervención suya en el juego de despedida de la Selección rumbo al Mundial.
Groceros, de mal gusto, inorportunos en una fiesta, pero sobre todo, improductivos.
Cualquier jugador débil de caracter habría buscado los camerinos justo después del pitazo final, en lugar de dar la vuelta olímpica al estadio al lado de sus seres queridos, incluyendo una niña que durante el juego ante Nigeria de seguro aprendió más sobre vida que de fútbol. En todo caso, a jugadores con ese caracter, siempre quisiera tenerlos en mi equipo para hacerle frente a las dificultades.
Algo adicional ha mostrado Johan Venegas para sumar más de 50 partidos como titular en la Selección, además de ‘veintipico’ con ingreso de relevo. Algo, más allá de lo detectado por el “argollero” del Machillo Ramírez, parafraseando a no pocos aficionados en vísperas de Rusia 2018.
Algo tiene, también, que enfurece a más de uno, empezando por las opciones de gol desperdiciadas. De acuerdo.
A veces creo ver un aparente exceso de confianza, una debilidad por el gol de lujo, con conva al ángulo, con toquecito, con globo, cuando imperaba el zapatazo nada “messiánico”. Cuando le sale, es un golazo. Cuando la falla, un fastidio para al aficionado.
Con once goles en la Selección, tampoco ha sido el artillero de los delirios de la afición, si bien tan solo cinco tantos lo separan de colarse en el top ten histórico, en detrimento del noveno y del décimo lugar, ocupados por Marco Ureña y Hernán Medford, ambos con 15 goles.
No sé por qué, pero también me cuesta definirlo como un jugador de garra, cualidad siempre apreciada por la afición, muy a pesar de que todo el tiempo discuto el tema con mi padre: no hay forma de medir a simple vista el esfuerzo de cada quien. Quizás lo buscamos en la barrida, en el pique corajudo para recuperar una pelota recién pérdida, en la caída con inmediata incorporación para seguir la jugada. A Venegas lo definiría más como técnico que guerrero, pero no por ello lo sacaría de la Selección.
Inteligente como pocos, más allá de la definición suele hacer la jugada correcta e interpretar el momento del partido. Sostiene la pelota, cuando hay que sostenerla; la pasa, cuando hay que pasarla; encara cuando hay que encarar; espera al compañero, si corresponde; mete el cuerpo y se deja caer, si urge una falta que desahogue. Venegas es de esos jugadores influyen en los ritmos del juego a voluntad del técnico.
Si además puede jugar de volante por el centro o abierto, por la derecha o por la izquierda, detrás del delantero, como punta o como falso 9, no me extraña que lo hayan convocado al Mundial dos buenos técnicos como Óscar Ramírez y Luis Fernando Suárez.
¿A usted no le gusta? Lo entiendo. ¿Le cae mal? Está en su derecho. De mi parte, bienvenido Johan Venegas, querido o no.