Las tandas de penales no son una ruleta, hijas del alea, del azar. Esa es aseveración es falsa. Falsa y peligrosa, amén de acomodaticia, autocomplaciente y conformista. Perdimos porque el fatum (el destino) así lo estipuló. No nos sacamos el número premiado de la lotería. No es, por lo tanto, culpa nuestra el haber quedado eliminados en la colisión contra México. Es una saga centenaria que ya ameritaría un libro épico: “Costa Rica y México: el mito de Sísifo futbolístico”.
Hemos jugado 54 partidos reconocidos oficialmente por la FIFA. México ha ganado 31, Costa Rica se ha impuesto en 6, y se han obtenido 18 empates. Esas son las cifras. Y ahí sigue, y seguirá por los siglos de los siglos el Sísifo del fútbol, empujando la pesada roca hasta la cima de la colina… únicamente para que esta vuelva a rodar ladera abajo y tengamos que volver a cargarla penosamente, rotas nuestras espaldas, extenuados nuestros brazos, las cabezas fatigadas de tanto mirar hacia abajo, transidos de sudor y de lágrimas. Acostumbrados a nuestro martirio, habituados a perder, adictos a la derrota… A veces jugando bien, a veces jugando mal. Y la vida nos concede, para que no nos muramos de sed y de vergüenza, un triunfito cada 25 años.
La máxima goleada histórica de México fue contra Costa Rica, y muchos la recordamos: 7-0. El 17 de agosto de 1975. Con hombres del talento de Alfonso Estupiñán, Chinimba Rojas, el “Príncipe” Hernández, Yuba Paniagua, Rolando Villalobos, Chatillo Piedra, todos ellos dirigidos por el uruguayo José Etchegoyen, apodado después de ese Waterloo futbolístico, “Echengoles”. Pocos meses después de esa masacre, nos infligieron un 7-1… siquiera tuvieron la misericordia de dejarnos anotar el gol de la honrilla.
No: los penales no son una chiripa: son una destreza adquirida, entrenada, preparada a nivel psicológico como técnico. No comamos mentiras analgésicas. No sabemos cobrar penales: es tan simple y triste como eso.