No es conformismo, sino justicia. No es resignación (o quizás sí, un poco), sino realismo: ¿Cómo pedirle a Bryan Ruiz que corra como hace siete años, que acose al rival, robe esa pelota y les deje solo un “see you later” a los zagueros de Estados Unidos, para enfilarse hacia el marco hasta el “good bye” frente al guardameta? ¿Cómo pedirle más a Celso, corriendo de área a área, a menos velocidad que en el 2014, pero a todo lo que dan sus fuerzas?
Lo visto no es culpa de los viejos héroes, sino pese a ellos. Es detacable su orgullo herido, que se niega a no darlo todo en la última eliminatoria; su indentificación con la Sele, cuando muchos preferirían dejar intacta la gloria de antaño y ver sufrir a la inmadura nueva generación; su entrega en cada jugada, evidentemente superada por los velocistas estadounidenses; la disposición a sufrir sin la pelota, a cambio de unas cuantas oportunidades con ella en los pies.
Luis Fernando Suárez tampoco es del todo culpable más allá de su gran pecado: haber aceptado casi a ciegas y sin tiempo una Selección destinada a sufrir en el primer juego, en el segundo, en el tercero... De eso no se salva: si lo sabía, estaba avisado; si no lo sabía, peor aún. Aunque el técnico no puede excusarse, lo visto no es del todo culpa del colombiano, sino pese a él.
La sintonía, espuela, experiencia y entrega de Bryan Ruiz, Celso Borges y compañía dan más seguridad (dichosa y lamentablemente) que el cambio generacional. No lo digo yo, sino el rendimiento en los primeros cuatro partidos. También lo dice Luis Fernando Suárez con decisiones más que con palabras. Queda claro con el llamado de Álvaro Saborío y Christian Bolaños para sumarse a un equipo en el que los diez jugadores con más minutos tienen más de 29 años.
Con ellos, Costa Rica es y será una selección batalladora, incómoda, pero alíada del sufrimiento. El buen criterio con la pelota de los Ruiz, Borges o Venegas se paga con la disminución paulatina, minuto a minuto, de la capacidad física del equipo. Como en los juegos de vídeo, a lo Playstation casi se puede ver la barrita de poder en descenso, que de “verde” pasa pronto a “amarilla” y termina en “roja”. Así juegan al menos los últimos 25 minutos.
Es lo que tenemos. Así se sumarán puntos por la mínima, como en la valiosa victoria ante El Salvador, y se perderán juegos con no menos sufrimiento, como la caída en Estados Unidos. Partido a partido será la misma historia hasta que las matemáticas dicten sentencia en la tabla de posiciones. Seis jornadas alcanzan para comprobar que, sin ser muy superiores, México y Estados Unidos están un peldaño arriba; Panamá y Canadá, un paso adelante.
Para clasificar, esta Selección necesita mucho. Necesita de los viejos héroes (no hay vuelta atrás), que el fútbol los ampare de lesiones y que las fuerzas alcancen. Necesita cada vez más de esos momentos destacables de jugadores como Matarrita o Fuller, brillantes en algunas jugadas, como en el gol tico, desacertados en momentos clave, como en los goles de Estados Unidos. Necesita también un poco de suerte (quizás mucha), esa que esta vez abandonó al lesionado Keylor Navas y al vulnerado Leo Moreira. Sin el mínimo menosprecio a Moreira, de calidad comprobada, el estado de gracia en el que estaba Keylor ponía la vulnerabilidad del arco tico en otro nivel. Con Leo, decidieron la mala fortuna y el poste en ese rebote contra su cuerpo. En su contra, puede decirse, eso sí, que era su palo, el primer palo. Por lo demás, siempre quedará la duda de si con Navas se habría sacado al menos el empate.
De una cosa, en cambio, no me queda duda: si los viejos héroes juegan así cada partido, no tengo más que pedirles. No se puede. ¿Qué más se les va a pedir?