Puerto Príncipe
Hace poco más de dos meses, escribí un artículo sobre Haití con motivo del próximo destino de la Selección Nacional en la eliminatoria de la Cuadragular hacia Rusia 2018.
Finalmente, la Tricolor disputará ese partido este viernes, a las 6 p. m., y por esa razón me trasladé hasta este lado del Caribe para cubrir dicho cotejo.
En aquella ocasión, cuando intenté describir el país mediante el testimonio de varios ticos que han estado aquí, me quedé corta. No porque ellos me hayan dicho las cosas diferentes, sino porque realmente se termina de entender cuando se vive, por más trillado que esto suene.
De igual forma, escribo estas líneas para reseñar mis primeras sensaciones en un país donde un dólar incluso se 'disputa' entre varias personas, muchas veces niños.
No puedo negarlo: venir a Haití me parecía todo un desafío, sobre todo por varios comentarios que escuché días antes de llegar.
A partir del segundo intento de aterrizaje (fueron tres) del avión en el que venía, sentí miedo, el cual fue disminuyendo conforme pasaban los minutos, en gran parte gracias a la colaboración de un costarricense.
Ese compatriota, al que nunca en mi vida había visto, lo conocí por unos colegas y, desde que salí del aeropuerto Toussaint Louverture, me ayudó a transportarme.
Sin duda alguna, sin su colaboración todo hubiera sido más complicado. Él ya conoce de arriba a abajo estas tierras, a las cuales llegó hace seis años por cuestiones de trabajo y de las que por ahora no tiene pensando salir.
Reconoce muchas de las malas condiciones que hay en Haití, pero también me hizo ver las otras que no lo son, empezando porque su vida es completamente normal.
"Aquí he logrado muchas cosas que tal vez no hubiera podido en Costa Rica", me cuenta con total seguridad.
Con eso claro, debo decir que en menos de 24 horas pude conocer lo crudo de la pobreza, pero también lugares con todas las comodidades para vivir.
Uno de ellos es Portville, donde disminuye o es casi nula la gente viviendo en la calle.
En Haití se es pobre o se es rico, no existen otros estratos socioeconómicos y eso se puede percibir rápidamente.
Al salir del aeropuerto, sentí un calor apabullante, me ofrecieron taxi tal cual sucede en el Juan Santamaría, pero me subí al automóvil de mi amigo.
En el recorrido hacia el hotel donde me hospedo, pasamos a tomarnos un fresco y comernos algo.
Me pude dar cuenta, con apenas unos minutos en el país, que muchos haitianos son amables al momento de atender al cliente (obviemos el personal del aeropuerto).
Muchos hablan inglés y si se dan cuenta que uno habla español, también lo intentan.
Cuando seguí el recorrido por la ciudad, me percaté de las aceras inundadas de ventas callejeras. Realmente eran cientos de personas amontonadas vendiendo cuanta cosa se les ocurra. Ya sé que en San José podemos ver algo similar, pero la magnitud es diferente.
Si por casualidad usted se encuentra un semáforo funcionando, tiene que estar listo para que le aparezcan jóvenes al frente y a los lados "limpiando" los vidrios con la esperanza de conseguir algún gourdes, la moneda oficial haitiana.
En un recorrido de unos 30 minutos, solo observé una señal se tránsito. Los altos, cedas o señales horizontales simplemente no existen. Las calles pavimentadas se encuentran lejos del centro, por lo que lo ideal es transportarse en un carro 4x4.
Sin embargo, la realidad es que la mayoría hace largas filas para tomar los tap tap, el transporte más común en Haití. Se trata de pintorescos camiones transformados para llevar cuantas personas quepan.
Pese a eso, la infraestructura vial ha mejorado desde el terremoto de 2010, el cual dejó devastado al país.
"Antes no se podía pasar, las calles estaban en muy mal estado y llenas de personas viviendo ahí", recuerda mi amigo costarricense.
Las presas de las que ya estamos cansados en Costa Rica no distan mucho de las de Haití, porque las horas picos son a toda hora.
La diferencia aquí es la actitud, apenas pude escuchar unos cuantos pitos, pero pareciera que todos se ponen de acuerdo para entenderse en cruces caóticos y tienen la paciencia de esperar.
Terminé mi día yendo a un restaurante de sushi. Me dijeron que era difícil encontrar lugares para comer, pero en realidad sí los hay, aunque hay que ir con alguien que conozca la zona. De lo contrario, es muy complicado, a menos que quiera arriesgarse a salir sin compañía.
Al menos yo, por ahora no he caminado en la vía pública y creo que no lo haré. Es cierto, el peligro en Haití es evidente, pero también es real la calidez de su gente.
Del partido se sabe poco: vendrá la Selección de Costa Rica y habrá juego en el Sylvio Cator. Además pude observar un cartel anunciando los precios de las entradas ($33 en la tribuna y apenas $5 en la grada).