Jugamos una mediocre hexagonal. Jugamos una pésima ronda de partidos preparatorios. Jugamos un mal mundial. No hay nada más qué decir. Ramírez nos tuvo a todos, durante años, suspensos en la expectativa de que “estamos aprendiendo”, de que “todo es parte de un proceso”, de que “estas derrotas nos servirán para mejorar”, de que “todo es ganancia y acumulación de experiencia”… Como un director de orquesta que hace el gesto anunciador de un fragoroso fortísimo… y lo que se oye es un ridículo, desafinado y solitario pito. Un enorme crescendo ¿hacia qué? Un mundial del que probablemente nos iremos sin un solo punto y sin haber marcado un misérrimo gol. Y esa fue la gran apoteosis de Óscar Ramírez y su equipo siempre diferido hacia el futuro. Ya hay gente que sostiene -seriamente- que el partido contra Suiza debe ser visto como el primer fogueo hacia Quatar. Así como lo oyen. A acumular nueva experiencia y seguir aprendiendo, ¿para qué? Para una nueva, enorme, frustrante deflación.
La Copa del Mundo tiene 88 años de existencia. En ese lapso hemos logrado un garboso acceso a cuartos de final, un épico, artesanal merodeo por octavos de final (donde fuimos aplastados), y tres eliminaciones en fase de grupos. En una de ellas (2006) quedamos en penúltimo lugar de la tabla general. Ese es nuestro palmarés. Ese es nuestro lugar en el concierto futbolístico mundial. Eso es lo que podemos exhibir a modo de atestados en la casi centenaria historia de la Copa del Mundo.
Peor que decepcionado, me siento estafado. Creí que contra Brasil Ramírez metería a Campbell y Colindres, para generar algo de peligro en el equipo rival. Pero no lo hizo. Ramírez no puede, simplemente no puede jugar ofensivamente. No está en su temperamento, es ajeno a su naturaleza. Es un técnico para jugar de la media cancha hacia atrás. Todo lo que sea riesgo lo horroriza. Quien no toma riesgos quizás nunca pierda, pero tampoco saboreará jamás la ambrosía del triunfo. Triste, me siento triste. Lo que sucedió en Brasil 2014 se suponía iba a ser el primer capítulo de un largo proceso de crecimiento futbolístico. Pero no fue así. Nuestro fútbol se quedó chiquitico, como los bonsáis, como los piecitos constreñidos de las geishas. Fuimos flor de un día.
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