Es hasta frustrante rebobinar en el tiempo para desempolvar las páginas de los libros de Copa Oro. Tropiezos, fracasos, rachas sin ganar ante selecciones a las que, en otras circunstancias, se les ha vencido con solvencia. (A Canadá no se le gana desde hace 12 años; a Honduras se le derrotó por primera vez en la historia de este torneo).
Cuando se retrocede en el tiempo, hay intervalos que marcan la historia del país: Italia 90, Corea-Japón 2002 y Brasil 2014. En tres de los cuatro mundiales a los que asistió Costa Rica se jugó bien; en dos de ellos se superó la primera fase, y en el otro certamen el equipo quedó fuera por gol diferencia.
En Copa Oro, un torneo al que se clasifican equipos que ni siquiera son avalados por FIFA para jugar eliminatorias, la Sele solo suma una final en su palmarés. Canadá ya sabe lo que es ser campeón; Panamá acumula dos finales.
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¿Por qué la Mayor juega mejor en los mundiales que en Copa Oro? A las dos competencias FIFA, Costa Rica ha llevado lo mejor de su repertorio, ambos son torneos cortos, y es indudable que el nivel entre un torneo y otro no es comparable.
Mi argumento para explicar este fenómeno gira en torno a un único aspecto: la propuesta de juego.
Más allá del sistema táctico elegido por el entrenador de turno, se trata de la enorme diferencia que existe en la propuesta que tiene que utilizar Costa Rica en un Mundial y que debe de elegir en una Copa Oro.
Como a los mundiales asisten los mejores equipos del mundo, la Nacional nunca ha tenido la presión o la necesidad de proponer, de cargar con el peso del juego o de irse arriba sin freno para buscar el gol.
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En un Mundial, a Costa Rica nunca se le va a ver como potencia, por lo que los equipos deciden tomar riesgos y abrirse más de la cuenta cuando la enfrentan. Es ahí cuando la Nacional ha acumulado experiencias que le permiten sobrellevar la idea de que no es necesario desbocarse y dejar espacios para hacer un buen papel.
Y no se trata de ser defensivo, sino simplemente de adecuarse a lo que más le conviene. Por ejemplo, frente a Italia en Brasil 2014, el equipo no se tiró atrás, sino que aprovechó las debilidades de un equipo extraordinario para contragolpear, pero que en aquella ocasión iría a proponer el juego, ante su evidente favoritismo.
Costa Rica apeló al equilibrio, no dejó espacios atrás y cuando atacó lo hizo con total seguridad. Encontró los espacios y captó los tiempos del partido para ir a la ofensiva en el momento justo.
Es en este factor que la Copa Oro da un giro radical para Costa Rica. El papel a otrora secundario queda en el olvido y ahora es la Sele la que tiene la obligación total de proponer e ir al frente.
Nadie imaginaría a Costa Rica aguantando con una presión intermedia frente a Guayana o Canadá. Es lógico que el adversario es quien hará retroceder a su equipo para resguardarse y luego salir rápido al frente.
Es aquí donde se genera el problema: la Tricolor tiene serios problemas para proponer. Cuando le corresponde asumir este papel, se acumulan las deficiencias. El equipo muestra poca imaginación para ir al ataque, le cuesta generar combinaciones y esto influye directamente en la dinámica del equipo.
Tocar el balón de un lado a otro sin peligro a la espera de que quede algún espacio para lanzar un pase largo, parece ser la única solución. Como sucedió frente a Honduras, cuando el equipo mostró serias lagunas en zona baja. Al ir a atacar, perdió el equilibrio y apareció Patrick Pemberton con tres intervenciones claves.
Precisamente, un trazo largo de Kenner Gutiérrez acabó en una buena asistencia de Rodney Wallace para Marco Ureña, quien abrió la cuenta y le permitió a la Nacional plantear lo que más le conviene: ceder la iniciativa.
La fórmula de Copa Oro se mantendrá así, hasta que aparezca en el camino un equipo que esté dispuesto a proponer y le ceda los espacios a Costa Rica. Ahorita, solo hay dos en Concacaf, México y Estados Unidos.
Es muy probable que la Nacional luzca más clara en estos partidos ante adversarios más fuertes, que contra rivales, en el papel, mucho más débiles y sin el más mínimo interés de cargar con el peso ofensivo del cotejo.
Es en este factor en donde definitivamente hay preocupación. La Nacional ha mostrado pocas armas para dañar al rival en ataque en el juego de elaboración, en ese que obliga al equipo a ser creativo para crear opciones claras.
Es aquí cuando más se lamenta la ausencia de un centro delantero goleador. En la buena teoría, Ariel Rodríguez podría solucionar este problema, aunque por ahora es solo una ilusión porque Óscar Ramírez no lo ha alineado y a la fecha no se tiene un verdadero parámetro de lo que puede dar el futbolista del Bangkok Glass de Tailandia.
De la mitad del campo hacia adelante, la profundidad se centra en algún chispazo de Bryan Ruiz; el resto de futbolistas aparecen para pedir la pelota, pero le dan poca claridad al ataque de la Selección.
El problema se centra en que a Costa Rica le cuesta en demasía cargar con el peso de los partidos, tiene pocos futbolistas con el nivel para golpear al rival y se siente mucho más cómodo cuando el adversario toma la iniciativa.
Parece ser una tendencia que viene desde las fuerzas básicas, pues en el último Mundial Sub-20 de Corea del Sur sucedió lo mismo. El plantel tuvo enormes problemas para manejar el partido y llegar al gol.
Avanzó de ronda a punta de penales a favor y con un portero extraordinario, Adonis Pineda. No es una casualidad, tampoco, que en las mejores gestas de Costa Rica, los porteros hayan sido claves (Gabelo Conejo, Keylor Navas).