“A los 18 años ya era gordito”, confiesa el Macho. “Recuerdo que cuando salí en el primer afiche de Alajuela, Javier el Zurdo Jiménez se me quedó viendo y me dijo: ‘Oiga, ¿usted tiene panza! ¡Muchacho, pero es que usted debe tener lombrices!”
Unos segundos antes de responder, Óscar Ramírez soltaba una ligera sonrisa al mirar dos imágenes impresas en una hoja de papel: la primera mostraba dos fotografías, una de su época como futbolista y otra de sus inicios en el banco de Saprissa.
La segunda, la fachada actual, con el porte, la barriga y sus 187 libras (84 kilos).
Machillo marca un precedente que esculpió su sello como entrenador, pero a la vez, es el causante de su aumento de peso.
“Yo empecé a engordarme cuando dediqué mucho tiempo al video”, confiesa el estratega.
“De joven ya era panzoncito”, asegura. Trabajó desde joven en el restaurante de pollo frito de su padre y su cena habitual tenía nombre y apellido: “Las burusquitas de pollo y la coquita (Coca Cola) en la noche, era la rutina”.
Pero el detonante se produjo en los banquillos, luego de su primera etapa en la Selección Mayor, al lado de Hernán Medford.
¿Cuesta mantenerse en forma cuando se deja el entrenamiento diario y se llega al banquillo?
“Cuesta, porque si uno se dedica al análisis es difícil. Cuando empecé con el tema del video casi no salía de la habitación, entonces empecé a comer más. En Alajuela, por ejemplo, era pesadísimo, porque tenía jornada domingo, miércoles, domingo”.
Óscar Ramírez todo lo medita, no tiene un pelo de tonto.
Cualquiera se preguntaría por qué no participa en algún trabajo físico durante las prácticas como la mayoría de los entrenadores, o al menos en el colectivo.
Definitivamente le ayudaría a mantenerse en forma pero... con Macho siempre hay un pero y más aún si está en juego su credibilidad frente al grupo.
“Hay detalles que hay que marcarle al jugador. Uno llega, planifica y es vigilante de las cosas que hace el futbolista. Si me involucro a participar con ellos, les da por vacilar o hacerme una perrita, y yo que estuve ahí le digo que algunos futbolistas dirán, ‘que buena gente el profe’, pero a otros les dará por vacilarme”.
Crecimiento mental. La barriga le ha aumentado con los años, pero también la sabiduría.
Reconoce con cierta facilidad los gestos y el lenguaje humano de sus futbolistas.
También aprendió a combinar el estrés del fútbol con las responsabilidades familiares, pese a que aún le queda un sinsabor en algunos pequeños grandes detalles.
¿Le da tiempo para llevar a su hijo a la plaza a jugar fútbol?
“Vieras que difícil porque muchas veces no he podido. Él a veces me dice, ‘papi, veamos una película’ y no puedo. Desearía darle más tiempo de calidad”, afirma.
Otras cosas no cambian.
Se levanta a las 6:15 a. m, lee su agenda bíblica, se toma el cafecito con su esposa y luego visita la casa de su madre, quien le da la bendición antes de salir a trabajar. La ropa la prepara el día antes... así lo hizo toda su vida.
Cuando los picos de estrés aumentan más de lo normal alista sus maletas y viaja a su refugio.
“Me encanta el estilo de vida de la gente en Hojancha. Lo que no es ahora Belén (su residencia actual), lo encuentro allá. Las carretas, los campesinos, el campo, todo lo encuentro en Hojancha”, comentó Ramírez.