Con menos de 20.000 habitantes, increíbles playas, la segunda barrera de coral más grande del mundo y una vegetación salvaje, Roatán aparece a menudo en el top 10 de los ranquin de las mejores islas del mundo. Los cruceros por el Caribe la incluyen en sus itinerarios y los amantes del buceo la tienen entre sus destinos favoritos, también quienes buscan alejarse de las grandes ciudades o salir a bailar y tomar una cerveza sin ser el centro de atención.
Óscar Ramírez estaría viviendo hoy en Roatán, pero el plan no le salió: tiene un equipo que preparar para el Mundial de Rusia 2018.
Retrato
En la entrada de la casa hay un perrito, una hilera de incontables casetes de VHS con etiquetas en las que se lee, por ejemplo, “LDA - Pérez Zeledón”. En el comedor hay un canario que no tiene nombre y al lado un salón con tres muchachos estudiando.
Es la casa de Óscar Ramírez un martes cualquiera. Bueno, no, uno cualquiera no. Es un martes después de que clasificó con Costa Rica a la Copa del Mundo.
Desde el 7 de octubre, cuando la Sele obtuvo un cupo a Rusia, Ramírez se quitó un peso de encima. “300 quintales”, dijo. Las noches ahora son más tranquilas. No como solían ser durante la hexagonal, cuando las sesiones de video (en las que analiza a sus jugadores y rivales) se extendían por la noche y lo hacían dormir tarde.
Aunque eso, seguramente, cambiará muy pronto. Hace siete días conoció que la Tricolor enfrentará a Brasil, Suiza y Serbia durante la cita mundialista y muy probablemente ese ejercicio de poner una y otra y otra vez los videos de sus rivales para estudiar todo lo que pasa en la cancha (aún donde no esté el balón) ya casi volverá (si no es que ya volvió).
Así es Óscar Ramírez. Es calculador, planificador. Analiza más de la cuenta, intenta prever problemas y encontrarse, al menos en el fútbol, la menor cantidad de sorpresas posibles.
Desde el banquillo y en las conferencias de prensa da la impresión de ser un hombre serio y reservado, y que, de vez en cuando, da espacio para bromas. Pero la verdad es que es más divertido de lo que parece. Es ocurrente, es gracioso, y, sobre todo, genuino. No aparenta lo que no es y pregunta lo que no sabe.
Es un tipo sencillo, que creció entre chancheras y mataderos de pollo, atravesando ríos, comiendo mangos y leyendo Mamita Yunai y El Moto. Desde que tiene uso de razón ha tenido una bola al lado, sin embargo durante su niñez y adolescencia también dedicó tiempo para ayudar a su padre en sus diferentes negocios, pues, dice, era bueno para los números. Trabajó como salonero en un restaurante de pollo frito de su papá, tuvo una tienda de deportes (donde conoció a su esposa) y estuvo becado en la UCR para estudiar topografía.
Pero el fútbol pudo más, por eso la visita a su casa para esta entrevista. Óscar Ramírez es un personaje del año, porque, sin haberlo soñado, consiguió, con dos años y tres meses de ser entrenador de la Sele, clasificar a un mundial mayor.
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Whatsapp y la familia
— ¿Qué aplicaciones tiene en su celular?
— (Saca el celular). Revise porque yo creo que ninguna. Ahhhh, me gustan mucho los jueguillos, el Solitario. Si le contara que hice el viaje a Europa, 11 horas, pegado al Solitario. Yo no puedo dormir en los aviones, me cuesta mucho. (Ve el celular) Vea, ¿qué tengo aquí? Usted que conoce. Ninguna, esta yo sé que es para comprar pero nunca la uso. ¿Esto cómo se llama?
— Waze.
— No sé usarla, me enredo todo. Esto del Polar es un reloj para cuando ando en bici. ¿Qué más? Safari ni sé para qué es.
— Para navegar en Internet.
—Hasta ahora sé. Música está vacía. Ah, no, sí hay algo, bueno esto venía en el teléfono. ¿U2, eso era un grupo de rock, verdad?
— Sí.
— Bueno, no soy aficionado al rock.
Pero Whatsapp sí tiene. Está en tres grupos: en el de la familia, en el de la Sele y en uno que se llama “Compañeros de Sexto”. Es de los que envía videos de gente haciendo feo, chistes y memes, los de él incluidos. “Ah, sí. Hay unos muy originales. Qué hijuepuña y qué mente. Pero ese de Trump no, tan feo no puedo ser, ¡qué pelo! Horrible. Ahora en Panamá enviaban uno de que yo clasifiqué a no sé cuántos… Pero así somos los ticos. Así soy yo”, responde.
María Karina tiene 22 años, es la segunda de cuatro hijos que tiene Óscar con su esposa Jeannette Delgado y reconfirma lo del buen humor del papá.
El día de esta entrevista, en octubre pasado, estaba junto a dos de sus hermanos en quehaceres de la U cuando accedió a contar, desde su punto de vista, cómo es el entrenador de la Sele. Y básicamente lo resume así: la relación entre ambos se basa en determinar quién molesta más al otro. Karina da fe también de que Óscar es un muy buen consejero y un papá cariñoso. Pero como suegro la cosa se complica. “Es la única hija que tengo. Imagínese”, responde Óscar.
Porque entre tanta charlatanería siempre hay una etapa con un poquito más de mesura. Como la de ser suegro, por ejemplo. O la que tiene que ver con la parte espiritual.
A pocos metros de la casa de Óscar Ramírez hay un lugar hermoso, lleno de recuerdos (y de gallinas).
Sus papás, Óscar Ramírez Delgado y Ana María Hernández, viven al lado. Por eso no hay día en que el entrenador de la Sele no los vea. Aun cuando no tiene mucho tiempo es un hábito pasar por la bendición de su mamá antes de salir de la casa.
Tenerlos con vida es una de las dos mayores bendiciones del entrenador. La otra son sus hijos Óscar Eduardo, María Karina, Juan Ignacio y Andrés.
“El hecho de que todavía tengo a mis padres vivos es muy bonito. Y he tratado de darles todo lo que esté a mi alcance en estos momentos. Solo tenerlos es un regalo, uno con 53 años y tener todavía el apoyo de ir a contarle un problema al papá o a la mamá vale un montón. A veces me pongo a verlos y digo ‘juepucha, cuando me falten ¿qué voy a hacer?’”, dice Ramírez.
— ¿Su papá es un consejero en el tema del fútbol?
— A mi papá le gusta mucho escuchar los programas deportivos de radio y algunas veces cuando paso a saludar está escuchando eso, y yo tal vez estoy buscando verlo para hablar de otra cosa entonces le digo ‘viejo apague eso’. Pero vieras que no, no es metiche. De vez en cuando se le mete lo de viejillo, que antes esto y lo otro..., entonces yo le digo ‘ah, pero ustedes se dopaban’, vacilándolo. ‘Para entrar a la cancha se tomaban dos tragos’, le digo, con eso lo vacilo y lo tranquilizo.
Eso de no ser metiche intenta replicarlo con su hijo Andrés, el menor, quien tiene 15 años y es el único, de los cuatro, que juega fútbol. Está en las ligas menores de Belén.
“Si algo le agradezco a mi papá es que él nunca estuvo encima mío, cuando yo jugaba yo sabía que él estaba en la cancha, y que me estaba viendo, pero llegar a la casa y que me agarrara y me dijera cosas, no. Cuando yo lo buscaba para contarle lo que me estaba pasando él intervenía o me daba un consejo pero nunca me avasalló, como están los papás ahora, los muchachos tienen al entrenador de un lado y al papá regañándolos del otro”, dice. Y es justo lo que procura con Andrés.
La mamá de Óscar tampoco es de meterse en el tema de la Sele, a pesar de ser, desde joven, fiebre para el fútbol.
Eso explica que uno de los hermanos del DT se llame Giovanni y otro Pablo César. “A Giovanni y a Pablo les puso así por futbolistas, mami era medio fiebre. Por Giovanni Rodríguez (Saprissa), quien murió hace poquito, y Paulo César, un brasileño que jugó en el mundial del 74”, cuenta Ramírez, quien, por cierto, es el único de los 7 hijos de doña Ana María que tiene tres nombres.
Se llama Óscar Antonio Gerardo y lo supo cuando tenía 25 años, más o menos.
“Yo descubrí eso cuando iba a adquirir una póliza para la casa que estaba construyendo. Mi madre cuenta que yo venía con problemas al nacer, venía con el ombligo arrollado en el cuello. Entonces me puso Óscar por mi tata, Antonio por mi abuelo materno y Gerardo porque me encomendó a San Gerardo para que la ayudara en el parto”.
Suerte
Durante el último año (y un poquito más) Óscar Ramírez tuvo un sueño irregular. Luego del contundente triunfo (4-0) al inicio de la hexagonal de la Concacaf ante Estados Unidos —el cual considera el mejor partido de la eliminatoria— durmió tranquilamente. Otros días, en cambio, conciliar el sueño se hacía más complicado. Y no porque Ramírez sea de los que les presta atención a lo que se dice en redes sociales. Él no está pendiente de si #FueraMacho es trending topic. Su visión futbolística y su personalidad no lo hacen perder el tiempo en ello.
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Y sobre todo tiene muy claro que lo que ha logrado se debe a una única razón: el trabajo. No cree en el azar.
“Lo que pasa tal vez es que como somos tan espontáneos los ticos y uno, que es más programado, como que difiere un poco. Por ejemplo yo, al estudiar tanto el fútbol, al ver tanta cosa, prevengo muchas cosas que tal vez mucha gente no ve. Solo ven donde está la bola (...) La gente eso no lo entiende, todo tiene que ser como ellos piensan, de que hay que atacar y atacar”, explica cuando le pregunto si es un entrenador con suerte.
Por eso muchas veces no le vimos celebrando. “Hay momentos en que soy emotivo, hay momentos en que no lo soy, tal vez estamos metiendo un gol, vamos ganando y yo estoy pensando en que está pasando esto y lo otro, yo ahí me reprimí la emoción de celebrar por aconsejar”, afirma.
Pero no siempre es así y no siempre tiene todo tan planeado, como por ejemplo el cierre del partido ante Honduras, el día de la clasificación a Rusia.
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“El otro día que metió el negro (Kendall Waston) el gol le di la vuelta a todo el estadio. Porque eso es otra cosa, ni planeado hubiera salido tan rico como pasó, de que vamos perdiendo, de que está la agonía y se da… como que el país estaba deseando. ¿Usted cree que yo lo voy a planear así? Sí se sufrió pero qué rico”, recuerda Ramírez sobre el empate 1-1 ante Honduras en el Estadio Nacional.
Ese mismo entrenador, que analiza cada una de las piernas de los jugadores del equipo rival y sabe si puede o no tirar pelotazos con la izquierda, por dar un ejemplo, es también quien sigue pensando (bueno, lleva años en eso) en su vida fuera del fútbol. Y no porque analice el retiro, ahora en su cabeza solo se lee Rusia, pero ser planificador le permitió en el pasado, cuando dejó las canchas como jugador, invertir en bienes raíces y vivir de su finca en Hojancha, Guanacaste.
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Por eso ahora tiene planes de dedicarse al comercio también. Un gusto que adquirió de todas las experiencias con su padre. De la noche a la mañana todo cambia (como cuando en agosto del 2015 Paulo César Wanchope le dejó la posibilidad de entrenar a la Sele) y Óscar Ramírez quiere estar bien preparado y sobre todo, tener la tranquilidad y estabilidad económica. Solo así es que puede darse gustos: salir a pasear en bici por las calles de Belén, visitar Guanacaste cada vez que tiene vacaciones y comerse una buena sopa o un buen ceviche. Esas son las cosas que más disfruta.
Lejos de Costa Rica
Pero todo tiene un sacrificio. Si hay algo que Óscar Ramírez tiene clarísimo es que ser figura pública es lo que menos le gusta de su carrera. Lo entendió hace muchos años, siendo jugador de Alajuelense. Por eso se refugió tantas veces en Hojancha, su segundo hogar en el país; por eso sus hijos le reclaman que tengan que compartir el tiempo en familia con aficionados cuando van al cine o a cenar; por eso cuando quiere tomarse una cerveza y salir a bailar con su esposa prefiere hacerlo fuera de Costa Rica.
Es que no hemos hablado de esto: a Ramírez le encanta la bachata. Pero no puede salir a bailar como cualquiera, no puede salir de fiesta tranquilamente sin ser el centro de atención. La última vez, entonces, se fue a Roatán.
Ahí la vida le parece maravillosa, casi siempre pasa desapercibido (y cuando aparece alguien “le metía una larga y otra corta y me escondía”), no hay presas, tiene la playa al frente y puede admirar el mar. Detalle interesante porque no sabe nadar y le tiene miedo al mar. Aunque viviendo en Roatán quizá aprendería.
El plan era así: si Costa Rica no clasificaba al Mundial, Óscar se iba del país. Y como Roatán es el lugar que más le gusta fuera de Costa Rica es probable que hoy estuviera ahí. Pero no, sigue en Belén, porque en seis meses debuta, ante Serbia, como entrenador en una Copa del Mundo.
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