Este domingo temíamos lo peor, despertar de la pesadilla del astado español que el miércoles nos hizo sangrar siete veces en la gramilla del Estadio Al Thumama, en Doha, y comprobar que el horror seguía ahí, que voltear la página de la paliza no sería suficiente. Y si bien la madrugada dominical en este lado del mundo anticipaba al menos un atisbo de luz, suponíamos que la bendición del sol naciente ungiría a la nación llamada así.
Imposibilitados de equilibrar las facultades tácticas y estratégicas entre Costa Rica y Japón, anticipándonos a lo que podría suceder en realidad, el abanico de posibilidades ofrecía una frase gastada y un lugar común: “crónica de una muerte anunciada”, o aquella manida expresión de que el fútbol siempre da la revancha, lo que realmente ocurrió. Más allá de la victoria agónica (golazo de Fuller, al 80′) y sin disimular las carencias del conjunto, en esta oportunidad vale reconocer, resaltar y elogiar, sin mezquindad, la casta que derrocharon los muchachos de Luis Fernando Suárez, el imperturbable estratega de la Tricolor.
Que sufrimos, ¡sufrimos! No obstante, en esta segunda aparición mundialista, los fantasmas del debut costarricense ante España transmutaron en fieras que lo dieron todo para triunfar a toda costa y alargar nuestra estadía en el máximo concierto futbolístico mundial.
Del “Halcón” a Joel. Desde el arranque, el panorama era hasta cierto punto alentador. Aunque no conseguíamos aproximarnos al área rival, tampoco sufríamos en los predios de Keylor Navas, con el aliciente de que conforme palpitaban los minutos en el cronómetro, notábamos que podíamos confiar en las bondades del centinela de las redes blancas. Keylor intervino con acierto en dos acciones de peligro y, en lo fundamental, su presencia ofreció la seguridad que aporta su indiscutible jerarquía internacional.
En el primer tiempo, la iniciativa fue japonesa. Yoshida, Endo y Morita ponían a bascular la esfera y nos impedían la posesión de la pelota, rubro que los nuestros comenzaron a equilibrar gracias al talento de Joel y al entusiasmo de Gerson Torres, quien le servía de socio hasta que se cansó y fue relevado. No obstante, Anthony Contreras se desgastaba en punta, de manera que no hubo opciones de inquietar al guardameta Gonda.
La línea de cinco defensores se comportó a la altura, con el liderazgo compartido entre Francisco Calvo, Óscar Duarte y Kendall Waston, la recuperación de Bryan Oviedo por el carril izquierdo y la proyección de Keysher Fullerpor la derecha. En el mediocampo se prodigaron Yeltsin Tejeda y Celso Borges.
Por pasajes, ambos nos hicieron recordar a los puntales de Brasil 2014, mientras que el despliegue extraordinario de Joel –por mucho, la gran figura nacional— generó avances repetidos en la etapa complementaria. El preámbulo del gol fue un portento. Fuller inició el avance, perdimos la esfera que recuperó Yeltsin, de nuevo a Fuller y el inclaudicable peón de ébano la colocó con clase fuera del alcance de Gonda (80′).
La Tricolor se niega a morir. Claro, habría que doblegar a Alemania el próximo jueves como aspiración máxima, o fluctuar entre variables estadísticas, a ver si avanzamos o no a los octavos de final. Todo ello es incierto, digamos que al borde de lo imposible, pero si los seleccionados reeditan la clase, el fervor, el espíritu de lucha y la casta que mostraron ante los “increíbles japoneses”, nos podríamos dar por satisfechos. Eso pedíamos y eso nos dieron: coraje, entrega, afán colectivo, dignidad y espíritu solidario, hambre y sed de victoria.
La hazaña de los hombres solos. ¿Qué cambió en cuestión de cuatro cortos días con sus largas noches para la reivindicación de la Selección? Suárez asegura que él y sus pupilos bregaron en soledad, gracias a la profunda introspección en la intimidad del grupo, esa fase oculta de los camerinos. La televisión captó su semblante inalterable de principio a fin, incluso en el momento feliz de la anotación.
Sin embargo, la señal internacional televisiva también enfocó el abrazo de “los hombres solos” aclamados por la multitud bajo el cielo catarí, sin olvidar, jamás, las oraciones y el fervor colectivo de millones de almas que empujamos el balón hasta la red. ¿La gesta de los hombres solos? Discutible, muy discutible.