Superó febriles jornadas de cansancio, aplazó a regañadientes la posibilidad de abandonar, aguantó caídas en la nieve, pero el deseo de superación la empujó a continuar y el 1∫ de julio, a las 6:30 p. m., Laura Vargas llegó a la cumbre del monte McKinley, en Alaska, a 6.194 metros sobre el nivel de mar.
Con ello, se convirtió en la primera costarricense en ascender con éxito a la cima más prominente de Norte y Centroamérica, y la más fría del mundo, ubicada en Anchorage, Alaska.
"Estoy muy cansada, perdí nueve libras y media, mas me siento muy satisfecha por cumplir el objetivo", dijo ayer por teléfono desde su casa de habitación en Anchorage.
Menuda y de 28 años, esta costarricense inició la travesía el 17 de junio y la concluyó el 3 de julio.
"Una vez más, me demostré que se puede luchar contra uno mismo y salir adelante", afirmó cuando se le consultó sobre la enseñanza de su aventura.
Vargas, quien asevera que no es alpinista profesional, emprendió el viaje junto a 11 amigos, pero no todos culminaron la aventura.
Bajas en la expedición
"El primero en regresar fue un muchacho de 18 años, que se desmayó el 25 de junio. Luego, el 1∫ de julio, horas antes de llegar a la cima, un señor de 40 años, muy fuerte, se desmayó y tuvo que devolverse con tres compañeros más".
Las noches, confiesa Laura, se le hicieron eternas. Los días transcurrían entre la alerta ante los peligros que deparan los eternos glaciales y las intensas jornadas de caminata.
"Pasábamos noches enteras escribiendo en nuestros diarios, y durante los días asidos a las cuerdas para avanzar en cuestas como paredes", narró.
El grupo salió de Anchorage el 16 de julio en avioneta hasta Talkeetna, donde inició el trayecto a pie.
"Al día siguiente y con solo tres horas de sueño, comenzamos la caminata. Confieso que estaba muy nerviosa por lo que me esperaba", afirmó.
Con 65 libras en su mochila (la llama Margarita ) y jalando un trineo de 45 libras, Laura emprendió el viaje.
"La nieve era muy cerrada y solo podía observar al que tenía a mi lado, por lo que todos íbamos amarrados para no perdernos".
Durante ese primer día, Margarita era como un fardo, pero el cansancio fue mayor cuando llegó la hora de montar el primer campamento.
"Duramos cuatro horas porque se debe hacer un hueco inmenso para instalar dentro de él la cocina y el servicio sanitario. Terminamos agotados".
Vargas explicó que en estos periplos se debe subir dos veces la montaña.
"Lo que se necesita pesa tanto, que no se puede llevar de un solo viaje. Uno avanza con una parte y luego debe bajar por el resto. En cada movimiento se dura por lo menos un día".
Así, el subir y bajar impone un ritmo lento. A ello se debe sumar la inclemencia del tiempo, que obligó a detener la marcha en varias ocasiones.
"El día más crítico fue el 21 de junio, es decir, el solsticio de verano. Me enfermé del estómago (no estaba acostumbrada a la comida que podíamos ingerir) y comencé a sangrar por la nariz, pues al aire le falta oxígeno por la altura".
Por fin, el 1∫ de julio llegó el momento culminante. "Avanzamos sobre un filo a cuyos costados había laderas de kilómetros de profundidad. Solo había espacio para poner el pie. Fue muy estresante".
Pero una vez en la cumbre, todo el sufrimiento se olvidó. "Tomé la bandera de Costa Rica y permanecí con ella en la cumbre durante media hora. Solo pensé en que lo logré".