Es cierto.
El martes en la noche sí hubo gritos racistas en el estadio Alejandro Morera Soto contra el jugador negro Dominic Oduro, como el lo denunció el jugador del Montreal Impact por Twitter y como lo reprodujo la prensa local e internacional.
Es cierto que los hubo. Yo los escuché desde la gradería oeste cuando el partido iba 2-2 y mi Alajuelense nos tenía tristes y tensos, con bronca y frustrados. Fueron reales los aullidos como de mono contra el ghanés, algún grito de “¡macaco!” o la ocurrencia de alguien de lanzarle un banano. Nada muy original.
Es cierto que hubo gritos racistas. No sé si había aficionados realmente racistas, pero sus expresiones sí lo fueron durante parte del partido. Y tiene razón Oduro: es lamentable que eso ocurra en estas generaciones todavía.
Es cierto eso, como son ciertas otras cosas. Tal vez no deberían mencionarse los actos de provocación de Oduro, burlándose cuando el juego iba 2-2 y la frustración nos invadía a todos en la gradería. Al menos cuatro veces encaró y gestualizaba con sus manos en señal de “están acabados”. Parecía un fanático más.
No. No estoy diciendo que esto justifique nada. Estoy dando un elemento de contexto, porque también pasaron otras cosas. Pasó, por ejemplo, que el jugador del Alajuelense Ronald Matarrita encaró también a la gradería para pedir detener los gritos racistas contra su rival. Esto es fair play, que se diga.
So sad that in this generation some fans still make monkey noises when black players are playing the game. Shame to all #alajuelense fans— Dominic Oduro (@Freakyfast8) abril 8, 2015
Como Oduro no paraba de gestualizar ante la gradería, Matarrita también se acercó a él y le reclamó. No sabemos qué le dijo ni en qué idioma, pero sin duda le pidió dejar de provocar. Llegaron incluso a encararse.Pasó algo más importante quizás. Ante los gritos de algunos aficionados, otros los recriminaron cara a cara. “Maes, ¡nosotros tenemos a Pemberton!”, vociferó un joven. Una muchacha rubia volvió a ver hacia atrás, miró al moreno que insultaba a Oduro y soltó “yo creía que era un ario el que gritaba”. (Racismo contra racismo, dirían).
Otros solamente pedían silencio. Pedíamos -lo admito- sin encarar a nadie en concreto. Los que proferían los insultos racistas respondían enojados y por un momento creí que se iban a ir a los puños. Éramos una gradería repleta de aficionados liguistas cabreados de donde salía un poco de insultos racistas y donde se formó de manera espontánea un grupo de “contrarracismo”. Esto es bueno y no ocurría antes.
Todo acabó cuando Oduro salió de cambio y todos los aficionados volvimos a emocionarnos con la ¿posibilidad? de clasificar a la final de Concacaf. Sé y lamento que no será la última vez que escuchemos sonidos de simio en un estadio donde no hay simios. Ocurre en Alajuela y ocurre en muchos estadios de Costa Rica y el mundo. Lo bueno es que este martes hubo un pequeño avance en Costa Rica: Matarrita y un grupo de aficionados dieron ese buen paso.
Volveré al estadio y quizás vea de nuevo a algunos rostros que este martes comparaban a Oduro con un mono. No sé si son racistas en todas sus letras, reitero. Tal vez solo manifestaron en ese momento esa cuota de racismo, pequeña o grande, que yace como un pocito en el fondo de Costa Rica y otros países. Lo bueno es que aquí nosotros mismos ya empezamos a reaccionar en contra.