Cada vez que tengo hambre, mi mente se llena de antojos y, sin duda, una hamburguesa es la primera opción que se me viene a la cabeza. No puedo negarlo, soy una verdadera muerta de hambre 😝, y supongo que mi afición por correr y entrenar mucho tiene que ver con esto.
Hace algunos viernes, alrededor de las 7 de la noche, a pesar de haber comido algo apenas dos horas antes, el hambre me asaltaba sin piedad. En ese momento, le sugerí a Damián que sería una excelente idea ir a un restaurante cercano que tiene unas hamburguesas deliciosas, especialmente por su irresistible cebolla caramelizada.
En el camino, recordamos haber visto días atrás un restaurante asiático cerca de la zona del Cristo de Sabanilla, cuando regresábamos del trabajo, se llamaba Wong’s kitchen. Aunque tuve algunas dudas, decidimos aventurarnos un poco más y descubrir qué ofrecía.
Al entrar, nos recibió una atmósfera agradable, con música ambiental e iluminación que creaban un espacio sumamente relajado. Detrás de la barra, dos jóvenes cocineros se movían con destreza, vestidos con sus impecables uniformes blancos con el distintivo “Guaitil”, lo que me hizo suponer que se trataba de una escuela de cocina. Cuando nos entregaron el menú, debo admitir que vi muy pocas opciones, lo cual no me emocionó demasiado porque mi hambre era voraz y anhelaba las hamburguesas 🥺. Sin embargo, ya estábamos allí y estaba dispuesta a probar nuevas experiencias gastronómicas 🤤.
Decidimos comenzar con unas Jiaozi de cerdo, unas deliciosas empanaditas rellenas similares a las gyozas japonesas, acompañadas de una irresistible salsa de naranja. Cada bocado fue una pequeña muestra de gratitud a mi paladar. 🥢
Mientras esperábamos el plato principal, más comensales empezaron a llegar y los jóvenes cocineros intensificaron su ritmo, riendo y disfrutando visiblemente de su trabajo en la cocina. Desde nuestra ubicación, podíamos apreciar cómo las llamas de la estufa se elevaban, iluminando sus rostros 🔥. Sin embargo, su felicidad no se limitaba a la luz del fuego, estaban realmente gozando de cada momento mientras cocinaban 😊.
Finalmente, llegó el plato fuerte: Pollo al panko, trozos jugosos de pollo rebozados en panko y fritos, acompañados por un encurtido de rábano, bok choy y cebollino (esto lo leí en su Instagram) 😆. Y No soy una experta en describir platos, pero puedo asegurarles que fue una experiencia sumamente deliciosa.
Mi curiosidad me llevó a investigar qué era exactamente “Guaitil”, así que aproveché el tiempo mientras disfrutábamos de nuestra estadía en el restaurante para buscar en Internet. Descubrí que se trataba de una escuela de cocina ubicada a unos 4 km de distancia. Quedé fascinada con el proyecto, ya que no solo se limitaba a brindar clases de gastronomía, sino que también realizaban una labor social importante al otorgar becas a mujeres de comunidades vulnerables, brindándoles empoderamiento a través de la educación culinaria. Una de ellas fue Diana.
Decidí acercarme a uno de los cocineros y preguntarle quién estaba detrás de este negocio. Minutos después, apareció Diana Acuña, una mujer apasionada que me contó cómo nació el proyecto. Aunque el restaurante era nuevo, ella tenía una amplia experiencia en el ámbito culinario y era instructora. Durante nuestra conversación, hablamos sobre sabores, texturas, cantidades, logística e incluso sobre la química de los alimentos. Diana hizo hincapié en la importancia de respetar los ingredientes, pues eso es el corazón de lo que busca transmitir en su cocina. Sus palabras eran precisas, así que me apresuré a tomar nota de todo.
Pero fue al apagar la grabadora que realmente escuché el mensaje que Diana quería transmitirme. Hablamos sobre los jóvenes cocineros que trabajaban a su lado. Nos contó que eran graduados de la escuela y que, aunque ya no eran sus estudiantes, seguía guiándolos y apoyándolos. Conversamos sobre los desafíos que enfrentan los jóvenes para encontrar empleo y cómo, desde su posición, ella se esfuerza por brindarles apoyo y oportunidades. Me di cuenta de que Diana nunca deja de aprender, enseñar y de inspirar a otros.
La noche avanza, algunos clientes se retiran mientras otros ingresan al restaurante. Sin embargo, Diana, Damián y yo seguimos sumergidos en una conversación interesantísima sobre la importancia de tener pasión y respeto por aquello que elegimos hacer en la vida. La pasión y el respeto son los motores que impulsan su negocio, y eso se refleja en cada plato que sirven.
Luego de un rato, nos retiramos satisfechos, no solo por haber disfrutado de una deliciosa comida, sino también por haber conocido a una persona con esperanzas y fe en el futuro. Diana, a pesar de ser una experta en recetas culinarias, tiene una verdadera pasión por enseñar y compartir sus conocimientos.