Las heridas de la guerra civil aún estaban muy frescas, la rabia de los vencidos, desheredados, desterrados y proscritos no quería calmarse y supuestos rumores de que se abolirían las garantías sociales pactadas en los 40 sirvieron de excusa para armarse hasta los dientes e intentar una invasión a Costa Rica.
La mañana del miércoles 12 de enero de 1955, La Nación revelaba que, un día antes, un grupo de personas salía de San José a Ciudad Quesada, en San Carlos, para tomar el lugar, con el fin de transformarlo en el bastión de una contrarrevolución liderada, a control remoto desde Nicaragua, por el expresidente Rafael Ángel Calderón Guardia y su hermano Francisco.
Ese no era el primer intento de los Calderón por vengar el fracaso del 48, pues ya en diciembre de aquel año habían hecho una primera invasión fallida, siempre desde el norte, donde Calderón Guardia había pedido asilo al ser expulsado del país, por no reconocer la elección.
La primera escaramuza, en Ciudad Quesada, se veía venir; el Gobierno la sentía cerca, pues desde meses atrás venía gestionando recursos financieros en la Asamblea Legislativa sin revelar sus objetivos reales, que finalmente eran los de rearmar a las instituciones herederas del desaparecido ejército: la Guardia Civil, la Reserva y el Resguardo Fiscal, que se fue apostando en varios puntos estratégicos.
Cuando finalmente estalló ese último conflicto político armado que tuvo el país, solamente duró una semana y media, entre el 11 y el 22 de enero, y terminó con la huida de los invasores, entre los cuales había seguidores de Calderón y de Teodoro Picado, así como miembros encubiertos de la Guardia Nacional de Nicaragua.
Tal como lo informó este periódico, con grandes despliegues en portada y detalles del día a día sobre el intento de contrarrevolución, el choque diplomático llegó hasta la Organización de Estados Americanos (OEA), donde Costa Rica acusó al gobierno del general Anastasio Somoza García no solo de permitir el despliegue de los calderonistas a gusto, sino también de darles apoyo financiero y militar, cosa que siempre negó el general.
También hubo apoyo de otros gobiernos, como el del dictador dominicano Leonidas Trujillo y del venezolano Marcos Pérez. De Caracas, incluso, vinieron aviones que lanzaron metralla sobre varias ciudades.
Pluma con sangre.
El choque tuvo varias batallas, principalmente la de Santa Rosa, entre el sábado 15 de enero y el lunes 17. En ella, un periodista de La Nación , Jorge Vargas Gené, salió herido en la refriega, y luego falleció.
La invasión parecía destinada al fracaso, desde su primer momento, pues la toma de Ciudad Quesada fue ahogada por el Gobierno en una mañana. Los calderonistas ahí acuartelados ni siquiera esperaron las provisiones de armas que llegaron desde el aire y dejaron armas y municiones en manos del Gobierno, armas que antes estaban destinadas a botarlo.
Las razones del fracaso pueden ser muchas, las mentes y los recuerdos de los contrarrevolucionarios pueden ser muchos, pero hay que calcular que, en número de gente, las 1.000 cabezas en las fuerzas de Calderón, guiadas por Teodoro Picado hijo (muerto en batalla), no podían hacer frente a las casi 10.000 del Estado, armadas por las compras de Figueres.
“El doctor me lo pidió”
El particular recuerdo que de esa batalla tiene Abel Pacheco (expresidente 2002-2006) es que él, con 22 años apenas, iba en retirada ante la entrada en el conflicto de los cuatro aviones Mustang F-51 que, por $1 cada uno, le facilitó Estados Unidos a Costa Rica.
“Eso cambió totalmente el curso de la revolución. Yo estaba en la tanqueta, totalmente sordo por el ruido de la ametralladora y empecé a ver la gente que corría. De pronto, volví a ver para arriba y eso era terrible”, relata Pacheco hoy, 52 años después de la huida.
Él afirma que un primo suyo, Piyique Guerra, estaba al mando de esos aviones del Gobierno y que, al parecer, eso fue lo que les permitió huir. “Él dijo: al enemigo que huye, puente de plata.”
Ya en Rivas, unos primos suyos intentaron regresar en plan guerrilla, pero terminaron muertos y él, que casi entraba con ellos, se quedó a solicitud de un tío suyo, como ordenanza, en Nicaragua.
Pacheco, hoy de 83 años, asegura que fue Calderón Guardia quien le pidió que lo acompañara en la invasión. “Él me dijo: Abel, tengo noticias de que están en peligro las garantías sociales, que piensan abolirlas. Yo no sé por qué me dijo eso, pero alguna base tendría que haber tenido. También me dijo: he tomado la resolución de entrar a defender las garantías sociales y quiero que usted me acompañe”, recordó.
Las últimas batallas de ese fugaz intento de revolución, casi perdido en la memoria, son las de El Amo y La Cruz, que dejaron muertos y heridos en ambos lados.
Luego de más choques, pequeños, y de la huida de la mayoría de los calderonistas, sin fuerzas reales para hacer una revolución, el Gobierno dio por “liquidado” ese intento de invasión y así se reportó en la edición de un sábado 22 de enero.
Juicios vendrían, se afianzaría la declaración de Calderón como traidor de la Patria y la proscripción del comunismo, acusado de ser aliado del calderonismo.
Lo cierto es que aquella fue la última vez que, en Costa Rica y sus periódicos, se reportó la suspensión de derechos y garantías aprobada por los diputados, la censura impuesta por el Gobierno a los artículos periodísticos y los apagones adrede, para impedir los movimientos contrarrevolucionarios en las ciudades, principalmente en la capital, San José.
Entre artículos sobre la invasión, también se anunciaron, esa semana, cocinas de canfín, linternas, cervezas y un partido de Saprissa.