Era un miércoles por la mañana de un día de mayo, y todo indicaba que La Avispa estaba dormida. Unas cortinas de metal cubrían por completo la entrada principal, no había nadie en sus alrededores y desde sus entrañas no se escuchaba nada.
Es raro verla así, porque cuando La Avispa se despierta en las noches del fin de semana, el panorama es completamente diferente: el murmullo de la personas que hacen fila para entrar se entremezcla con la música latina; un aura de colores que sale del techo envuelve al edificio y, si alguna vez se anima a entrar, podrán ver en su interior a una gran colmena de seres humanos bailando, tomando y celebrando la vida.
¿Qué es La Avispa? La respuesta más sencilla sería decir que es una de las discotecas lésbico-gay más icónicas de San José, ubicada en calle 1, entre las avenidas 8 y 10. Pero para las personas de la comunidad LGTBIQ+ es mucho más que eso; por cuatro décadas ha sido un refugio, un lugar de encuentro y celebración, no importa su religión, condición social, orientación sexual o color de piel. Aquí todos son iguales. Aquí no hay espacio para la discriminación y las diferencias se celebran.
La idea de crear un espacio con estas características fue de Ana Vega. Su nombre dentro de la comunidad es muy conocido, no solo por ser la propietaria de La Avispa, sino por todas las luchas que ha tenido que librar para mantenerla viva y “picando” en estos 40 años.
Ese miércoles por la mañana Ana Vega nos esperaba en el interior de su famoso antro. Luego de recibirnos con una sonrisa de oreja a oreja y darnos unos grandes abrazos, nos introdujo en las entrañas de este lugar y nos dejó escarbar en sus recuerdos.
De entrada, Ana Vega es tímida, humilde, muy afable y con un gran don de gente. Romper con las barreras que protegen su vulnerabilidad no es sencillo, pero una vez que baja la guardia, su encanto es absoluto.
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Ana Vega es más que la dueña de La Avispa, es una mujer que ha tenido que enfrentar a una sociedad costarricense machista, conservadora, cruel y mojigata. Ha sido amenazada, fue detenida en más de una ocasión por la Policía y hasta ha sacrificado su vida personal por ser mujer, lesbiana y dueña de un bar.
Una lucha que le ha causado mucho dolor, pero también le ha dado grandes victorias y satisfacciones, que trascienden su persona y que ha impactado en la vida de miles de personas.
Pero, ¿cómo se concibe un lugar como La Avispa? Para Ana Vega, todo empezó con una simple pregunta en su adolescencia: ¿cómo hago para pagar los útiles del colegio?
Fiestera
Si hay algo que podemos decir con certeza sobre Ana Vega es que la pachanga siempre fue parte de su ser. Es más, hablar con ella es una celebración de recuerdos, anécdotas e historias.
No todo se le dio fácil, y desde que era una adolescente tuvo que ingeniárselas para comprarse los útiles del colegio y apoyar económicamente a su familia. Y por más extraño que parezca, la manera para hacerlo fue ¡armando la fiesta!
Aunque estudios y fiesta no siempre van de la mano, en este caso resultaron los aliados perfectos. ¿Cómo? Organizando bailes para el colegio.
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"A mí me gustaba mucho la música desde muy joven. Fuimos una familia de escasos recursos económicos y en el colegio se me ocurrió hacer bailes para cobrar entrada. En aquella época, cuando estaba en el colegio logré contratar a Los Hicsos y a Los Diamantes. Los contrataba para que tocaran en El Versalles y en El Yugo”, recuerda.
"Yo era menor de edad… ¿cómo hacía? Yo solo decía que era de la sección tal del colegio y me dejaban”, afirma.
Esa facilidad que tenía para reunir a un grupo de personas con el único objetivo de bailar y pasarla bien, la llevó a trabajar en bares y discotecas hasta que la pregunta obvia surgió: “¿cómo será tener mi propia taberna?”
"Precisamente, en aquella época yo decía, ‘qué lindo tener una taberna’, y en 1979, con una compañera, nos pusimos de acuerdo. Primero lo puse en El Alto de Guadalupe. Desde que empezó se llamó La Avispa”, cuenta.
Primeros rechazos
Tener un sueño es muy fácil, trabajar para alcanzarlo es retador, pero mantenerlo vivo puede llegar a ser un gran desafío. Así fue el sueño de Ana Vega, uno en el que ha invertido la mayor parte de su vida y que comenzó en ese pequeño local.
Desde sus inicios el panorama se veía peliagudo. El rechazo comenzó primero por ser una mujer independiente, y luego por ser lesbiana. Aunque en esos años no era abiertamente un bar lésbico, los rumores empezaron a surgir y cuando el río suena, piedras trae, y en este caso el río retumbaba.
"Cuando puse La Avispa tenía 24 años. En Guadalupe fue difícil por la barriada, el machismo, y por ser mujeres dueñas de un bar. Los enfrentamientos fueron muy fuertes”, recuerda.
Por eso no lo pensó dos veces cuando vio la oportunidad de alquilar una vieja casa en el puro centro de San José. Esa estructura, que hoy es parte de las instalaciones de La Avispa, no solo fue un local comercial, también se convirtió en su hogar. Ahí vivió varios años.
Ana Vega pensó que en el centro de San José sería más fácil camuflarse de la intolerancia, la homofobia y la discriminación hacia las mujeres. ¡Qué equivocada estaba! Lo que no sabía, y jamás imaginó en 1979, es que ese sería solo el comienzo de una lucha incesante por sus derechos como ser humano y que aún continúa 40 años después.
En ese momento era muy difícil comprender la revuelta que estaba por comenzar con los primeros zumbidos de La Avispa en San José. Una lucha en la que tendría que enfrentar a una sociedad incapaz de aceptar las diferencias, pero siempre de la mano de grandes aliados dispuestos a apoyarla bajo un techo que tenía una gran bola de espejos, parlantes con buena música y una pista de baile.
Retos
Con orgullo, Ana Vega resalta que este año no solo se celebran los 40 años de La Avispa, también se rememora los 50 años de los disturbios de Stonewall (que es cuando comienza el movimiento moderno proderechos LGBT en Estados Unidos y luego en el mundo) y los 10 años de la Marcha de la Diversidad en Costa Rica.
“¡Es un gran momento y es una gran fiesta para todas y todos!”, afirma. Por eso se hace aún más enriquecedor husmear entre sus recuerdos, esos que dieron inicio con su taberna.
Empezaba la década de los años 80 y era necesario darle un nuevo aire a La Avispa ahora que empezaba a “salirse del closet”. Para ello fue necesario trabajar con las uñas y utilizar el ingenio.
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La primera bola de discoteca que tuvo La Avispa, Ana la fabricó con una pelota de plástico, unos retazos de espejos que compró en una tienda y un motor de licuadora para que diera vueltas. Ana no solo decoraba el lugar, hacía absolutamente de todo. “En ese momento atendía el bar, servía las bocas, cambiaba las luces y hasta era la DJ. Me peinaba afro, ponía la música y tocaba los apagadores para prender y apagar las luces. ”, recuerda entre risas.
Conseguir la música era toda una odisea. En esos primeros años compraba los LP en una tienda que se llamaba Rodolfo Herrera, ubicada en la Avenida Central. Ahí iban todos los DJ del país y a Ana siempre le tenían paquetes especiales con la música que más le gustaba, la música latina.
Años después pudo viajar a Nueva York para conseguir más LP y hasta logró ir a Ibiza, donde veía con curiosidad los increíbles juegos de luces que luego trataba de reproducir en La Avispa.
Con los años el lugar empezó a crecer, la bola casera de cristales se cambió por una importada de China, se modificó el sistema de luces y se mejoró el sonido. Más adelante pudo comprar las casas aledañas para hacer el lugar más grande, implementar un sistema de circuito cerrado y redecoró todo el lugar.
Pero ese ingenio no solo le sirvió para hacer crecer a La Avispa en estos 40 años, también fue una herramienta muy útil para protegerla de quienes querían verla cerrada por ser una discoteca “de ambiente”.
Comenzó la lucha
“Cuando yo me traslade para acá, abríamos desde el mediodía. En ese momento era un espacio abierto. No era gay abiertamente pero venía una población lésbica que encontró un espacio de afecto y protección”, rememora.
Llegó un momento en donde los “bugas” (como se le decían a los heterosexuales en aquellos años) se veían rodeados por mujeres lesbianas que necesitan un poco de privacidad para bailar entre ellas, disfrutar y enamorarse.
Hay mucha sabiduría en los viejos refranes populares y el de “pueblo chico, infierno grande…” describía a la perfección lo que comenzó a vivir esa población que buscaba protección en La Avispa, lo que obligó a Ana Vega a cerrar la puerta del lugar para contrarrestar el ambiente hostil que se empezó a sentir desde afuera.
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“Por todo eso es que decidí trabajar a puerta cerrada. Lo tuve que hacer porque era una forma de seguridad. Una manera de protegerse de la Policía. La gente venía y se asomaba por la puerta y si lo conocíamos lo dejábamos entrar. Había gente que venía con buenas intenciones, pero no la dejaba entrar porque nos daba miedo”, explica.
Sin embargo, esas medidas no fueron suficientes. La Policía comenzó a realizar las infames redadas de los años 80 para meter en las “perreras” al montón de “playos y lesbianas” –como les gritaban despectivamente– por alterar el orden público con un su “inmoralidad”.
Aunque tenían las patentes y permisos al día, el bar comenzó a ser más perseguido. Pero nadie mejor que Ana Vega para describir los horrores que vivió en esa década.
“La policía llegaba, nos pedía las cédulas y entraba a la fuerza. Si la Policía veía a dos mujeres abrazadas o besándose o el solo hecho de que estuvieran bailando entre ellas, era una provocación para llevárselas presas. Eran esas famosas redadas, aquellas en donde nos llevaban a la detención general y nos quedamos ahí hasta el otro día. Y los cargos eran faltas a la moral. A veces ponían faltas a la autoridad y tal vez no habías hecho nada”, evoca.
Pero la detención era el menor de los males cuando, una vez en la delegación, se enfrentan cara a cara con una autoridad homofóbica, deseosa de refomar a ese “montón de desviados”.
Durante todo la entrevista, Ana siempre bromea y se ríe, hasta que recuerda los enfrentamientos de esos años: “Hubo mucha agresión física, y también maltrato. (...) En las celdas muchas compañeras y compañeros (sobre todo travestis) fueron maltratados, física y sexualmente. En ese momento teníamos mucho miedo de denunciar porque te perseguían”.
Era tal el grado de violencia y agresión, que el ingenio de Ana de nuevo salió al rescate para evitar que se “cargaran” a sus clientes en las perreras: implementó un rudimentario “sistema de seguridad” para protegerse de la Policía. Instaló en la entrada un interruptor que encendía un bombillo blanco en el centro del bar.
Cuando llegaban las patrullas y esa luz se encendía, las parejas de lesbianas y homosexuales se intercambiaban. Así logró salvar a más de uno de que se lo llevaran preso.
Los años 80 fueron muy difíciles de sobrellevar hasta que a principios de los años 90 la Organización Mundial de la Salud descalificó a la homosexualidad como una enfermedad mental. Eso bajó la tensión con las autoridades, pero no con una sociedad que aún busca la manera de reprimir a esta población.
Ana asegura, y lo repite incesantemente durante la entrevista, que no hubiera podido contrarrestar ese odio y rechazo sin el apoyo de una masa de gente que no tuvo miedo y creyó en ella y en La Avispa.
“Yo te voy a decir una cosa, lograr sobrellevar un negocio así y lidiar con una lucha de este tipo no se hace sola: eso no lo hace solo una persona. Yo he tenido el apoyo de mi familia, he tenido el apoyo de mis amigas, de mis amigos.
”En la época de redadas siempre me apoyaron. Un día te cargaban y al día siguiente estabas aquí, en La Avispa. Te cargaban, te encerraban, salías a las 7 a. m., te ibas a trabajar y en la noche estabas aquí. Nunca me abandonaron en esas épocas tan duras y en momentos difíciles míos emocionales. Siempre he tenido el apoyo de la gente”, dice visiblemente emocionada.
Logros
Precisamente, para Vega los momentos más icónicos de La Avispa están relacionados con victorias que han significado un avance en los derechos a la población LGTBI+: uno de los más recordados fue cuando en el 2010 la Sala Constitucional decidió que no se podría someter a votación popular los derechos de una minoría, como son las uniones entre personas del mismo sexo, en el llamado “referendo del odio”.
En el 2017, y de manera inédita, llegaba por primera vez y de manera oficial a La Avispa una funcionaria alto nivel como la primera vicepresidenta de la República, Ana Helena Chacón, a celebrar el dictamen de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el que obliga al Estado a reconocer y garantizar todos los derechos que se deriven de un vínculo familiar entre personas del mismo sexo. Eso que muchos llamaron el “matrimonio igualitario”.
Años atrás, a principios de los años 90, en La Avispa también se celebró cuando las autoridades no lograron impedir el ingreso de un grupo de lesbianas que llegaron al país para asistir a un Encuentro Lésbico-Feminista. Fue durante el primer gobierno de Óscar Arias Sánchez, que el entonces Ministro de Seguridad Pública, Gobernación y Policía, Antonio Álvarez Desanti, emitió una directriz para limitar el ingreso de toda mujer sospechosa de ser lesbiana al país y evitar así su participación en ese encuentro.
La celebración más reciente se dio el pasado viernes 25 de mayo, cuando se reunieron en La Avispa amigos y amigas de la vieja guardia para agradecer a Ana Vega su incansable lucha por los derechos de la población sexualmentre diversa y el esfuerzo que ha significado mantener un lugar como La Avispa por cuatro décadas.
En un escenario grande, colorido y moderno, amigas entrañables de Ana y algunos funcionarios de gobierno dieron sentidos discursos bajo un bombillo blanco que, aunque se pierde entre el moderno juego de luces del lugar, es un recuerdo de la resistencia y de las luchas que han vivido en estos cuarenta años.
Ahí, Ana tomó de nuevo el micrófono y, evidentemente emocionada, repasó su vida bajo las luces de La Avispa. Aprovechó para agradecer a cada una de las mujeres que ahí estaban por no haberla abandonado en estos 40 años.
En ese mismo escenario donde se han presentado artistas como Maribel Guardia, Gloria Trevi y hasta María Conchita Alonso, Ana dejó claro que la fiesta sigue y que la lucha no ha terminado: La Avispa es y siempre será un lugar de refugio y protección para cualquier persona que sea señalada por ser diferente. Por eso, su eslogan no miente: “Evolucionamos sin perder la esencia”.