Un redactor muy malo para calcular escribió que entre 150.000 y 300.000 personas llenaban las calles josefinas. Solo le hizo falta el “más o menos”.
La capital estaba adornada como un turno, con banderitas de papel cruzando las avenidas y era verano, es decir, fiesta.
Había miles de personas, sí, lo cuentan las fotos en blanco y negro de los diarios, que dan cuenta también de un volcán vivo que bañaba la meseta con ceniza aquel 18 de marzo de 1963, cuando la sencilla ciudad esperaba a John F. Kennedy.
El avión presidencial salió de Palm Beach, Florida, a las 7:45 de la mañana, cuando ya la lluvia era gris y fina en el centro de San José. Días atrás había caído en Coronado y en Rancho Redondo; en las faldas del Irazú ardían los ojos, la gente se quejaba: “Sáquennos de aquí, vamos a morir aterrados” , decían algunas de las personas desalojadas de sus casas.
Kennedy aterrizó en El Coco, viejo aeropuerto alajuelense, dos horas después de salir. Lo recibió el canciller Daniel Oduber y después de los saludos, Kennedy tomó su helicóptero. En La Sabana lo esperaban el presidente Francisco Orlich y sus otros cinco colegas de América Central.
A los discursos de bienvenida le siguió un desfile por el paseo Colón y la avenida central. Kennedy y Orlich iban en un carro descubierto al que es fácil ver ahora como una imagen premonitoria de lo que ocurriría en Dallas en noviembre.
Dos estrellas
El pueblo olvidó que nos visitaban seis jefes de Estado y se concentró en el presidente católico y mujeriego.
Aquellos tres días, entre el 18 y el 20 de marzo, nos heredaron una amplia cantidad de recuerdos que durante más de medio siglo se han mezclado en la mente de las generaciones hasta formar un revoltijo: “la visita de Kennedy”.
Nadie, o casi nadie, recuerda los nombres de los presidentes centroamericanos que vinieron. Se habla siempre de Kennedy y del Irazú, los protagonistas. Bien, la reunión incluyó a Miguel Ydígoras Fuentes, de Guatemala; a Ramón Villeda, de Honduras; a Luis Somoza, de Nicaragua; a Julio Rivera, de El Salvador, y a Roberto Chiari, de Panamá.
Cada acto del presidente de Estados Unidos fue seguido por nubes de reporteros. El mismo día de su llegada, después del baño de multitudes en las calles ( “nunca antes registrado en la historia del país” , publicó el redactor La Nación que hizo los cálculos del gentío), dio un discurso en el Teatro Nacional y cenó con Orlich en la Casa Presidencial.
El 19 de marzo en la mañana, tres minutos antes de las 9, llegó a la catedral metropolitana para oír misa. Era el día de la festividad de San José, cuando la Iglesia acostumbra hacer una ceremonia extensa, pero aquella vez fue acortada a la medida del visitante. A la celebración fue Orlich, católico como Kennedy.
A la salida del templo San José se asfixiaba. Ya entonces era llamada “la ciudad de las escobas” (y de los pañuelos).
Al bosque del sur
A las 3:30 de la tarde, JFK viajó en helicóptero a San Sebastián. Visitó un proyecto del INVU llamado entonces El Bosque, donde hizo entrega, junto a Orlich, de 476 casas y de libros.
Una foto de La Nación resume lo ocurrido en aquel barrio popular recién nacido. Kennedy le da la mano a la costurera Mildred Dillon, quien sale junto a dos hijas pequeñas y se tapa la cabeza, en su propia lucha contra las penurias volcánicas.
En el 2003 entrevisté a Sandra Williams, una de las dos hija de Mildred que salen con ella y la foto y quien compartió sus recuerdos del .
“Lo que más me impresionó fueron los dientes. Tenía dientes de fumador, amarillos y un poco irregulares. Yo no esperaba que un presidente tuviera los dientes así”.
En El Bosque (bautizado después Colonia Kennedy), el invitado cerró su discurso en español: “¡Viva Costa Rica. Arriba Costa Rica!”. Estuvo allí media hora y al final, cuando se iba, la masa de gente se desbordó tratando de acercársele.
“No se sabía qué era más impresionante, si el cenicero que caía o la emoción de verlo”, recordó Sandra, que tenía entonces 10 años.
Madrazo inofensivo
El 20 de marzo, JFK fue a la Universidad de Costa Rica.
Los estudiantes no querían policías en el campus. El Gobierno sí. Hubo un pulso y, al final, los universitarios se comprometieron a garantizar la seguridad de Kennedy y a que no habría grafitis hostiles en las paredes. Les dijeron que estaba bien.
Se reunieron 15.000 personas entre las que había, sin duda, policías vestidos de civil. Kennedy bajó del helicóptero y caminaba hacia la tarima desde la cual hablaría cuando alguien le disparó un hijueputazo.
La ofensa no pasó de ahí y al cierre de la actividad fue sobrepasada por los gritos de alegría. Kennedy, para no variar, finalizó con “¡Viva Costa Rica!”, “ ¡arriba Costa Rica” y “¡mucho gracias!”.
Aquel mismo día, a las 5:30 de la tarde, con la emergencia del Irazú agarrando fuerza, el presidente estadounidense volvió a casa.
La portada de La Nación del jueves 21 de marzo resumió la víspera en dos imágenes. En una Kennedy se despide con el brazo derecho en alto. En otra el Irazú lanza ceniza y piedras “en bocanadas gigantescas cada dos o tres minutos”.
En noviembre, cuando el volcán seguía tan vivo como en marzo, en El Bosque de San Sebastián cayó una bomba: “¡mataron a Kennedy, mataron a Kennedy!”.