El 2018 fue particularmente difícil para Érika Araya, quien en ese momento era estudiante de quinto año. Ella debía hacer bachillerato, mas las ansias que esto podía provocar se fueron disipando por ciertos malestares que pusieron a los médicos en alerta.
Esta muchacha, vecina de Coto Brus, en la Zona Sur de Costa Rica, fue diagnosticada con cáncer en la nasofaringe y de inmediato tuvo que ser internada. Hoy, para su alegría, se está recuperando, pero en medio de los temores ante la posibilidad de morir, cuenta que también tenía un margen de mortificación pensando en perder el quinto año y, por ende, las pruebas de bachillerato.
Mientras estaba internada en la unidad de oncología del Hospital San Juan de Dios, su situación fue conocida por el Centro de Apoyo en Pedagogía Hospitalaria y, gracias al trabajo de ese servicio, logró prepararse para bachillerato durante su hospitalización. La profesora, Magaly Segura, quien estudió educación especial, hizo todo lo posible para que del centro educativo de Érika, enviaran materiales con el fin de que ella estudiara. Sin embargo, tras la huelga del sindicato de educadores (que duró casi tres meses) la comunicación se complicó.
En medio de todo el complejo proceso en el que la estudiante recibía fuertes tratamientos para mitigar el cáncer, ella resalta la ayuda de la profesora Magaly, quien le llevó prácticas y la apoyó durante su preparación, incluso, colaboró en la coordinación para que un delegado fuera hasta el hospital y que allí hiciera sus exámenes. La muchacha salió del centro médico a finales de noviembre y el 10 de diciembre se graduó junto a sus compañeros de colegio.
“Era complicado porque no tenía mucho tiempo para estudiar. Cuando iban a ser los exámenes de bachi (a inicios de noviembre) yo estaba recibiendo radiación. Terminaba agotada y sintiéndome mal y con costos me daba tiempo de tocar el cuaderno. Me estresaba mucho. A veces lloraba porque no podía estudiar. Si no hubiera sido por Magaly, no hubiera podido. Del colegio no me decían nada, no había preocupación de su parte por mi situación. Magaly hizo lo posible y ella me entregaba pruebas de exámenes de antes para que yo los analizará. Estoy convencida de que el apoyo fue esencial, eso me motivó. También me ayudó la nota de presentación”, cuenta Erika, quien después de recuperarse por completo, quiere ingresar a la carrera de administración aduanera.
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El Centro de Apoyo en Pedagogía Hospitalaria (CAPH) del Ministerio de Educación Pública (MEP), que funciona en el Hospital Nacional de Niños (HNN), y desde marzo oficialmente en el San Juan de Dios (HSJD), tiene como fin apoyar a los estudiantes hospitalizados para que den continuidad a sus estudios escolares y colegiales. El trabajo se logra gracias a una coordinación que hacen los docentes de este centro con los profesores de las distintas escuelas y colegios en los que están matriculados los pacientes. Esos educadores proveen los contenidos que está viendo el alumno para que en el hospital se dé continuidad a la materia, trabajos y hasta realización de exámenes.
Esta unidad educativa se había centrado únicamente en niños (o en esos adolescentes que tenían tratamiento en el HNN antes de cumplir la edad máxima. 17 años, para continuar en ese centro), sin embargo, en el 2017 hicieron un análisis en el que encontraron que muchos adolescentes que estaban en el San Juan de Dios, no podían continuar con sus estudios mientras estaban recibiendo tratamiento. Desde marzo, el MEP nombró a cinco profesores de secundaria para que den clases a los chicos del HSJD. Como el año anterior aún no funcionaba el centro de apoyo, profesores de primaria o educación especial asumieron la labor y ellos eran los que actualizaban a los estudiantes con sus estudios, tal y como lo hizo Magaly Segura con la estudiante Érika Araya.
El CAPH fue creado en 1955 cuando, tras una crisis de poliomelitis, la unidad de pediatría del San Juan de Dios (no existía el HNN) solicitó al MEP que enviaran docentes al hospital para lograr poner al corriente a todos los pequeños que estaban hospitalizados. Esas clases iniciaron un 2 de febrero, así consta en un preciado diario que se atesora en la dirección del hoy llamado Centro de Apoyo en Pedagogía Hospitalaria. Isabel Solano Gallardo fue su primera docente y su pluma está plasmada en el gran libro que narra lo que pasó aquellos primeros días.
Con la creación del Hospital Nacional de Niños, en 1964, el centro se trasladó al quinto piso de ese recinto y desde entonces las aulas se ubican en esa zona, aunque la mayoría de clases se imparten en las camas, cunas o salones en los que los estudiantes están recibiendo sus tratamientos.
Desde el 2013, el Centro de Apoyo en Pedagogía Hospitalaria tiene un nuevo modelo, ya que durante muchas décadas atendieron a niños que no estaban hospitalizados, pero que requerían de un diagnóstico. Como esa valoración se puede hacer en la mayoría de escuelas, el servicio fue adaptado.
Damaris Barquero, directora del CAPH, indicó que la mirada se volvió a la atención específica de chicos convalecientes, recurrentes a tratamiento, y los que están hospitalizados.
“Los convalecientes son aquellos que no son internados pero que deben ir a recuperarse a sus casas por uno, dos o hasta ocho meses. Las profesoras de aquí coordinan las del centro educativo para que lleven apoyos a ese hogar. A veces cuesta que brinden apoyos, cuando es así, entonces tenemos docentes itinerantes que van a los centros educativos para ver qué necesidades tienen y lograr así atender a esos pacientes.
"Los recurrentes a tratamiento médico son aquellos chicos que, por ejemplo, por su condición de salud tienen que venir como tres veces a la semana y se ausentan de clases, van solo dos días. Mientras están aquí nosotros les damos la materia.
"Los niños hospitalizados son los que están ya sea por estancia corta, que va de un día a una semana, que no pasa nada si falta una semana al centro educativo; estancia mediana, de una semana a quince días o estancia larga, que es de más de un mes. Hay chicos que pasan hasta cinco meses. Todo el proceso educativo se lleva con ellos aquí, les aplicamos exámenes, siempre en comunicación con la docente”, añadió.
Barquero destaca la importancia del apoyo familiar en este proceso para que los estudiantes se motiven y que aún, en medio de su aflicción, puedan continuar sus estudios con la mayor normalidad posible.
“Tratamos de dar una atención integral. Es importante la parte académica y de aprendizaje, pero eso no es todo. Nos importa mucho la parte emocional. Tratamos de que el estudiante continúe con esos deseos de seguir aprendiendo.
Ellos piden que llegue la profe siempre. Es una forma de tener cierto contacto con lo que tenían antes. A veces están un poco decaídos por el dolor o tratamiento y los profesores deben ser más empáticos, ver si necesitan hacer algo más recreativo y no tan académico”, comentó.
Aparte de atender estudiantes de escuela y secundaria, en el CAPH dan atención temprana a recién nacidos, a niños de preescolar y a madres adolescentes que asisten con sus hijos.
“A veces las chicas están con su bebé internado y por ejemplo ella cursa noveno, entonces a ella también se le atiende. Hacemos coordinaciones con centro educativo. Nos interesa que esa mamá no deserte. Hay que apoyar a esos papás adolescentes”.
Un trabajo satisfactorio
Los docentes que trabajan en un contexto educativo tan diferente como este son, al igual que todos los profesores de centros educativos públicos, nombrados por el MEP. La directora Damaris Barquero ha topado con maestros que con honestidad le aseguran que no pueden trabajar en el Centro de Apoyo en Pedagogía Hospitalaria por la carga emocional que implica.
Magaly Segura, profesora de educación especial, es parte de este equipo de profesores desde el 2016. Para Magaly su trabajo es “bendición”. No halla la palabra difícil en su vocabulario, no obstante, con el significado de “retador” se topa muy seguido.
Cuenta que hasta ahora, “lo más retador” de su trabajo fue lograr que la estudiante Érika Araya, hiciera bachillerato el año anterior.
“Primero porque ingresó por oncología. Estaba finalizando quinto año, estaba la huelga y se dificultó la comunicación, había que coordinar todos los apoyos para que el delegado llegara al hospital y ella pudiera realizar los exámenes. Nunca habíamos realizado bachillerato”, cuenta.
En el 2018 Magaly asumió otro caso desafiante. Un chico al que llamaremos Mario, pues es menor de edad y protegemos su identidad, estuvo hospitalizado por cuatro meses. El trabajo para ayudar al adolescente consistió en coordinar con su centro educativo para lograr nivelarlo y que pudiera pasar de año.
“Él pasó una condición de salud muy fuerte, se complicó, tuvimos que levantar el ánimo del estudiante, él se motivó y realmente se puso la camiseta y su familia lo ayudó mucho. Hicieron estrategia para nivelarlo y nos pasó el año”, cuenta.
En esta experiencia laboral, Magaly ha aprendido a adecuar materiales, a dar clases más dinámicas y entretenidas a los estudiantes, siempre rigiéndose por lo que estipula el ministerio de educación.
“Hay compañeros capacitados con neonatos, profesores de preescolar, maestras de primer y segundo ciclo, ahora de secundaria. Tenemos que trabajar con toda la población. Hay salones en los que hay adolescentes con niños más pequeños. Este es un trabajo enriquecedor. No solo por el agradecimiento de la familia, sino saber que pude colaborar para que un estudiante pueda continuar con su proceso educativo estando en un estado de vulnerabilidad”, afirma la docente, de 31 años.
Un cambio abismal
Pamela Calvo, de 36 años, es maestra de primer y segundo ciclo. Ella es parte del centro de apoyo desde el 2016 y hoy, convencida, considera que “Dios le dio esta oportunidad”.
Tras 11 años trabajando en centros educativos, entró a ejercer con estudiantes que también son pacientes hospitalarios.
“Es otro chip. Una oportunidad buena para desarrollar resiliencia, se adquiere la capacidad de buscar soluciones inmediatas. Antes de que se abrieran las plazas de los profesores de secundaria, nosotros teníamos que dar clases de primaria y secundaria, teníamos que ponernos a estudiar para apoyar a los estudiantes”, cuenta Calvo.
Uno de esos chicos de secundaria al que Pamela acompañó en su proceso educativo es Daniel Serrano, un muchacho de 18 años, que el año anterior hizo bachillerato en el hospital.
“Daniel era paciente recurrente de hemodiálisis. Él se conectaba a la máquina (de hemodiálisis por cuatro horas) los lunes, miércoles y viernes. A él lo apoyamos con sus clases desde que estaba en octavo, hasta el año pasado que sacó bachi, porque él tenía que venir tres veces a la semana al hospital. En abril del 2018 lo trasplantaron, estuvo aislado de abril a setiembre, se incorporó al colegio, luego vino la huelga y tenía que enfrentarse a bachillerato, volvió al hospital y presentó los exámenes”, cuenta la docente, quien destaca el apoyo del colegio en el proceso del estudiante.
Volviendo a su vivencia, Pamela recalca que su empleo es uno que “se ama o no se ama”.
“Es un trabajo con carga emocional grande. Están los chicos de oncología. Estuve en ese servicio y se me murieron cuatro estudiantes. Enfrentarse a situaciones de muerte tan repetitivas y trágicas es muy fuerte. Hay personas que prefieren no seguir con esta modalidad. Yo continúo porque el trabajo es satisfactorio. Los estudiantes encuentran una oportunidad de ver que su vida no se trunca. Que pueden seguir adelante. Esta es una satisfacción muy grande”, sostiene la docente.
Música que sana
Fabián Rodríguez es el profesor de música del Centro de Apoyo en Pedagogía Hospitalaria desde hace siete años. En su labor, él procura formar de una forma más lúdica.
En su ejercicio ha conocido a adolescentes que han mostrado habilidades especiales con instrumentos específicos y con ellos se ha trabajado en esa área más artística.
“Hemos ubicado chicos que tienen posibilidad de desarrollarse más y se les ha dado un apoyo en piano y guitarra eléctrica. Ellos han hecho conciertos en el hospital. Es bastante bonito. Trabajamos un año completo y al final hicieron presentación. La música los motivó. Ellos han sido pacientes del HNN desde que son muy pequeños”, relata.
Tener cercanía con instrumentos ha sido motivante para pacientes chicos y grandes. Fabián lidera una banda que se presenta los 15 de setiembre. Cuenta que esta iniciativa ha resultado muy bien y ha sido realmente estimulante para los estudiantes.
“La banda es pequeña, de cinco a 10 estudiantes. Tenemos todos los instrumentos. Hay estudiantes de todas las edades. Todos los que quieran pueden. Y ahí vamos ensamblando el asunto. Siempre he pensado que lo más importante es el proceso. No tanto lograr un resultado musical que suene espectacular. Lo importante es lo que significa para ellos. Poder representar a sus compañeros del hospital para ellos es muy importante. En cada presentación hacemos recorrido por todos los salones, a todos nos gusta mucho porque cuando ingresamos, los otros niños los reconocen porque son sus compitas”, dice con entusiasmo el profesor.
El CAPH atiende entre 500 y 850 estudiantes por mes, los educadores adaptan sus clases para que los estudiantes, además de salirse de la rutina médica, se motiven y quieran continuar con sus estudios.