Hace unos meses Cinthya Bañez recibió su casa. En el momento en que se le hizo la entrega parecía poco expresiva, sin embargo, sus ojos tenían un brillo especial y no hacía falta que hablara para reflejar que estaba feliz.
Ella es una indígena cabécar de Alto Chirripó, ubicado entre las montañas de Turrialba y Limón, y esperó 18 años para gozar de un hogar digno.
Antes de tener esta casa, Cinthya vivía igual que muchos indígenas de esa zona: en un rancho sin divisiones, con paredes de bambú o caña brava, piso de tierra y techo de paja. Cuando cocinaba quedaba el humo dentro, cuando llovía se metía el agua, y las gallinas y las serpientes hacían visitas constantes.
En ese humilde espacio, Bañez y su familia comían, cocinaban y dormían.
La razón por la que la indígena tuvo que esperar cerca de dos décadas para tener una vivienda en mejores condiciones es simple: el lugar en el que habita es de difícil acceso, los vehículos no pueden entrar hasta allí, hay que caminar por horas en medio de la montaña, pasar ríos y subir pendientes muy abruptas, por lo que trasladar el material hasta su comunidad parecía imposible.
“El Banco Hipotecario de la Vivienda (Banhvi) tiene el recurso, tiene el presupuesto, pero nadie quiere ir a construir ahí, nadie quiere meterse en ese zapato. Allá adentro es un mundo completamente diferente, los costos son muy elevados, las condiciones son complejas y la logística para poder llevar los materiales es algo tremendamente engorroso”, afirma Wálter Brenes, de la Constructora Brenes y Morgan, compañía a cargo del proyecto de vivienda en la zona.
Brenes y su esposa, Silvia Morgan, se enteraron de la necesidad de vivienda del pueblo indígena debido a que tienen unos amigos descendientes de los cabécares que los llevaron a conocer las aldeas, donde atestiguaron las necesidades.
Tras unos cuatro años de gestiones, a finales del 2019, la junta directiva del Banhvi aprobó el proyecto presentado por la Cooperativa Universitaria de Ahorro y Crédito (Coopeuna R.L.), para que la constructora fuera proveedora de esta iniciativa de bien social, que consiste en otorgar bonos de vivienda para levantar casas para la comunidad indígena.
Costosa logística
En lo que va de 2020, se han construido en Alto Chirripó 28 viviendas y la idea es completar ocho casas más antes de que termine el año.
Podrán parecer muy pocas, sin embargo, la logística que hay detrás de cada vivienda explica el lento proceso que representa adentrarse en lo más profundo de las montañas para poder poner manos a la obra.
Levantar la casa no es tan complicado, pues los constructores se tardan aproximadamente 10 días en esa labor y en dejarla lista para la entrega. Lo realmente difícil es llevar el material que se requiere hasta la zona indígena, proceso que tarda hasta siete días.
Al ser viviendas indígenas, llevan un diseño especial, no solo por las condiciones climáticas y la topografía de la zona, sino por consideraciones culturales.
“Tienen que ir acorde a la cultura, entonces, al principio hicimos todo un estudio. Como en sus construcciones no utilizan concreto, empezamos con ellos mismos a sacar el diseño de acuerdo a sus necesidades”, explica Brenes.
Cada casa mide 50 metros cuadrados, están hechas a base de madera tipo pino radiata y con una penetración de cobre al 100%. Esto asegura que ningún insecto pueda comerse la madera en los próximos 40 años y por ende, que tenga una vida útil bastante larga, pese a las condiciones de la zona.
La madera se importa desde Chile y llega en buques a Caldera, Puntarenas; posteriormente se almacena en una planta en La Garita, Alajuela, y allí se corta, se construye la casa, se desarma y se lleva hasta Turrialba.
La base del piso se hace con diamantes de concreto, los cuales pesan 28 kilos cada uno y permiten aislar la madera de la humedad, es decir, por más lluvia que caiga, no va a deteriorar la vivienda.
“Las bases son muy sólidas y se puede mover en un terremoto bien fuerte, pero no se va a caer la casa”, dice el constructor.
En total, son 7.000 kilos de peso entre madera y diamantes de concreto que se deben llevar hasta la zona indígena y ahí es donde comienza la parte complicada del proyecto.
“Nosotros podemos llegar hasta a la parte central del pueblo, que es Grano de Oro, que es donde llega un vehículo normal y ahí tenemos un plantel. Y posteriormente llegamos a un lugar que se llama Roca Quemada con vehículos 4×4”, detalla Brenes.
A partir de allí hay que ingeniárselas para llegar hasta los asentamientos indígenas. Lo primero es cruzar un puente muy estrecho y posteriormente, caminar con el material al hombro por aproximadamente dos o tres horas.
Para ello, utilizan mano de obra local, que según Brenes emplea entre 40 y 50 personas.
"Les pagamos por cada flete, entonces les contratamos caballos, mulas y hay como tres personas que tienen cuadraciclos y que trasladan allí la madera. Lo que pasa es que los pobladores no pueden llevar más de 25 o 30 kilos porque uno puede llevar eso de aquí a la esquina, pero después de 20 minutos es como estar cargando otra persona.
Según explica Brenes, la logística de transporte ha obligado, incluso, a contratar helicópteros para que lleve algunas casas a puntos donde definitivamente no pueden entrar “porque son montañas tan grandes que no permiten que ni los caballos, ni las mulas lleguen”.
Sin embargo, esto es muy costoso a nivel económico, por lo que solamente lo hacen si es extremadamente necesario.
Y si ya de por si es complicado construir en territorio indígena, la estación lluviosa ha dificultado aún más la labor: los caballos y las mulas se quedan atorados en el barro y el tiempo que se dura en trasladar el material es mayor.
Finalmente, la vivienda que se entrega consta de tres habitaciones, sala y cocina. Tiene divisiones y puertas, un corredor y dos escaleras de acceso, tanto en el frente como en la parte posterior. También se construye un baño afuera, al lado de la casa, y que cuenta con ducha y letrina.
Cada vivienda tiene un valor de aproximadamente ȼ12 millones y están pintadas de colores pastel.
Valentía
En la construcción de las casas trabajan 20 personas. Son cuatro cuadrillas integradas por cinco personas cada una. Y mientras tres de las cuadrillas trabajan, la otra descansa y recarga energías.
Así ha sido desde el inicio del proyecto en Alto Chirripó.
Los constructores llevan su botiquín de primero auxilios, también suero para picadura de serpiente, lámparas y cocina portátil.
“Son hombres valientes, porque no hay agua, ni luz, ni casa. Son hombres que tienen que ir a meterse a la montaña, que no conocen y que dejan San José, su casa y su comunidad para ir a meterse allá, a dormir en tiendas de campaña a las que se les mete el agua cuando llueve, pero son valientes porque están unidos en la causa”, asegura Brenes.
Al no haber agua, ni electricidad, el trabajo se complica para los constructores, quienes tienen que hacer pausas obligatorias para conectar algunas herramientas. Para esos casos llevan plantas de gasolina y de diesel.
El profesional a cargo de la obra es Gabriel Montesinos, un ingeniero chileno quien nunca imaginó, cuando aterrizó en Costa Rica hace aproximadamente año y medio, que iba a terminar dentro de las montañas trabajando en soluciones habitacionales en un territorio indígena.
“Este es un proyecto que te pone a prueba todos los días, porque en una obra común uno tiene todos los medios y aunque siempre hay problemas se resuelven de forma más sencilla, pero acá hay muchísimos más problemas, es trabajar en la adversidad”.
“Acá hay una idiosincrasia, los permisos funcionan de otra forma, la gente funciona de otra forma, y poder salir adelante en medio de condiciones tan adversas, ha sido un gran aprendizaje”, detalla el ingeniero.
Además, al inicio del proyecto, Montesinos tuvo fiebre ya que le afectaban las picaduras de mosquito, sin embargo, poco a poco se ha ido acostumbrando a las condiciones de la región.
Ahora está comprometido con el proyecto y no le disgusta vivir lejos de la ciudad. Ha aprendido a hablar algunas palabras en el idioma cabécar, le ha tocado caminar por horas en medio de las montañas y algunos indígenas ya lo conocen.
“Hay indígenas que se sienten un poco invadidos cuando ven una persona blanca, generalmente son las personas que viven más adentro de la montaña, son más ermitaños y no es común que un blanco ande por ahí, entonces les cuesta un poquito la idea, pero ahí uno trata de llegar un poquito a ellos, por eso es que he tratado de aprender un poco de su lenguaje, pero generalmente nos ven como que los venimos a ayudar”, cuenta.
Compromiso
Lo que al principio era un proyecto más para Brenes y Morgan, hoy es una causa con la que se sienten muy comprometidos.
El simple hecho de estar presente a la hora de la entrega de una de las casas y ver la emoción de las familias, hace que toda la logística y el proceso valga la pena.
Este es un proyecto al que el Banhvi le destina poco más de ȼ600 millones y que prácticamente no le deja ganancias a la constructora, sin embargo, no es algo que a sus responsables les preocupe.
Si bien no es que les “sobre dinero”, la ganancia, en este caso, va más allá de la parte económica.
“Esto es una realización como seres humanos y trasciende más allá de cualquier situación temporal, que cruza los límites a la parte espiritual y sin ser pandereta, eso es lo que significa para nosotros: trascender más allá de las cosas temporales y carnales, porque cuando salgamos de este mundo no me van a preguntar cuánta gloria o cuánto triunfo tuve, si no qué hice por mis hermanos, indiferentemente de cualquier etnia”, explica Brenes.
Para todos los involucrados en el proyecto, este ha representado una oportunidad para aprender acerca de la cultura cabécar: sus necesidades, su percepción hacia las personas externas y cómo se sienten ante la sociedad costarricense.
“Ha sido un proceso maravilloso. La cultura de ellos es un poco retraída, se sienten desplazados, se sienten abandonados y es que realmente sí los hemos abandonado. Y es por eso que ellos no hablan, mantienen distancia”.
En esta primera etapa del proyecto, se está beneficiando a más de 177 personas, principalmente menores de edad y según el estudio socioeconómico, se identificaron 10 hogares a cargo de mujeres.
“Ahí casi todos son beneficiarios del bono, es decir, cumplen los requisitos: los ingresos sean inferiores a los ȼ250.000, no tiene ninguna otra propiedad, su salario es mínimo y la necesidad de techo es evidente, entonces casi todos califican”, explica Brenes.
La esperanza del constructor es que el Banhvi les permita continuar con la construcción de viviendas, para dotar a otras 36 familias en el 2021. Sin embargo, este es un proyecto que está a la espera.