
Probablemente su década “de gloria”, como un innovador en el crimen organizado que arrodilló a la Chicago de los años 20, es la que ha perdurado y se ha engrandecido conforme ha pasado el tiempo. Exactamente hace 75 años, el 25 de enero pasado, se cumplió el aniversario de su fallecimiento.
Con apenas 48 años, desprolijo por completo de sus días dorados, desvalido mentalmente por causa de una sífilis de la que se contagió a saber cuándo ni con quien, el matón de buenas maneras y refinados gustos, Alphonse Gabriel Capone, murió mientras su familia trataba de controlar uno de sus tantos episodios de locura.
Quedó literalmente desparramado en la tina de baño de la casa, la misma en la que sus hermanos batallaban a diario con su ruina económica y de salud.
Lejos, lejísimos de aquellos tiempos en los que gobernaba a Chicago y de ahí a su madeja de criminales y matones en otras latitudes de Estados Unidos, el mafioso de mafiosos conocido como Al Capone partió de este mundo, dejando una estela de terror cuya historia, conforme pasaron los años, se fue convirtiendo en leyenda.
Al principio fue el mundo de las letras el que empezó a replicar la biografía del criminal en prensa escrita y algunos libros. Sin embargo, conforme el planeta entró en el mundo de las comunicaciones como la radio, la televisión y más tarde, con el Internet y todo lo que vino con el mundo unido al instante, la figura de Al Capone cobró un gigantesco peso, como se verá más adelante en este mismo escrito.
En las notas por el 75 aniversario de la muerte del notorio gángster, no solo se destaca su grandilocuencia como criminal, sino la ironía suprema de que terminara en la cárcel no por sus sanguinarios crímenes, sino por la famosa jugada de los jueces que lo pillaron por evasión de impuestos. A partir de ahí se decantó su caída libre hasta que murió por los efectos de la sífilis, una enfermedad que acribilló su cerebro después de salir de la cárcel y que le produjo una muerte bastante indigna, por decir lo menos.
De vuelta a su época de “gloria”, quien probablemente fuera el gángster más famoso de todos los tiempos, Al Capone, más conocido como Scarface (Caracortada), dominó los bajos fondos de Chicago durante años. Específicamente, su operación del crimen organizado hincó a esa ciudad en la década de 1920, haciéndose ampliamente conocido por el contrabando, sobornos escandalosos, la prostitución y el asesinato.
Aparte de sus atroces crímenes, Capone era también conocido por sus trajes hechos a la medida y sus extrañas joyas deportivas que incluían anillos de diamantes para el dedo meñique.
Se las arregló para salirse con la suya con su despiadado imperio de pandillas, pero finalmente fue capturado -como ya se mencionó- después de ser declarado culpable de evasión de impuestos. Fue sentenciado a 11 años de cárcel, el 17 de octubre de 1931.
El mafioso pasó el primer año de su sentencia inicial de prisión –de siete años– dentro de la Penitenciaría del Estado del Este de Filadelfia, que incluyó una serie de lujosas ventajas para esa época, como una radio de $500 y un colchón especialmente importado de su casa.
A todas luces, Capone sembró una semilla sobre la posibilidad de tener bondades en la prisión, al punto de que más de medio siglo después tendría una réplica suya en Colombia: Pablo Emilio Escobar Gaviria se convertiría en una especie de acólito de Capone, en una versión tropical.
Por supuesto, entre Capone y Escobar hubo otros mafiosos de alto perfil, en América y en el resto del mundo, pero en este continente la analogía más frecuente con Capone es, a no dudarlo, el también finado Escobar, abatido el 2 de diciembre de 1993. Igual que Capone, murió en sus cuarentas, justo un día después de cumplir los 44 años.
Ambos se convirtieron en una especie de culto mafioso y, entre el uno y el otro, sembraron las bases del narcotráfico tal cual se viven en el continente, constituyéndose en una especie de gato contra ratón. Una perseguidera interminable con miles de muertos integrantes de las bandas agrandaron las cifras de víctimas, estadísticas que, a la fecha, intentan disminuir las autoridades. Menuda tarea.
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De guardaespaldas a capo
Al Capone o Scarface (Caracortada), sobrenombre por el que se conoció tras sufrir heridas en su rostro durante un ataque, arrancó su escalada en el mundo criminal de Chicago de manera meteórica: en cosa de una década pasó de ser un simple guardaespaldas a convertirse en el mero mero de los capos de la mafia estadounidense.
“Caballero de fina estampa, fumaba purazos, vestía trajes azules de cashmere, ropa interior de seda, sombrero de ala ancha y anillo de diamantes; poseía una mansión de 2.780 metros cuadrados, con 12 habitaciones, cinco baños, garaje para cuatro carros, incluido su Cadillac blindado y una piscina con incrustaciones de oro. Todo gracias a un negocio que en 1927 generaba $100 millones anuales”, escribió el periodista e historiador Jorge Hernández, en una amplia semblanza publicada, sobre el megagángster, en el 2011.
Hijo de inmigrantes italianos, Al Capone nació en Nueva York el 17 de enero de 1899, y con tan sólo catorce años inició su carrera delictiva en el crimen organizado de la mano del poderoso gángster Johnny Torrio. Convertido en su mentor, Torrio inició al joven Al en el mundo de las bandas callejeras y lo introdujo en la Five Points Gang, la banda más peligrosa de todos los tiempos, liderada por el boxeador de peso gallo Paul Kelly, cuyo nombre real era Paulo Vaccarelli Antonini.
Su mentor influyó poderosamente en Al Capone, que pretendía convertirse en el mafioso-empresario del futuro. Torrio era el modelo de conducta a seguir para Capone, un chico avispado y muy inteligente. Capone sentía un respeto reverente por el hombre que tan bien le pagaba por recaudar el dinero de los negocios oscuros y recolectar los boletos de las casas de apuestas ilegales, según el diario español El Mundo.
Gracias a su facilidad para sumar, el joven Capone se había convertido en uno de los muchachos de confianza de la organización. Torrio evitó que el joven fuera a los prostíbulos, aunque con el tiempo esto se convertiría en una de sus debilidades.
En 1920 Al Capone entró de lleno al servicio criminal, como camarero y guardaespaldas de un gánster con un retorcido sentido del humor, Frankie Yale, un calabrés cuyo nombre real era Francesco Ioele. Según el ABC, de España, éste regentaba un bar de mala muerte en Coney Island, en el extremo sur de Brooklyn, llamado Club Harvard. Cierta noche, el gángster Frank Gallucio se presentó en el local acompañado de dos mujeres, una de las cuales era su hermana.
Para su desgracia, Capone se fijó en una de ellas, que resultó ser Lena, la hermana pequeña y ojito derecho de Gallucio. Al ver a aquella hermosa mujer pasearse por el bar, Capone se dirigió a ella y sin pensarlo dos veces le soltó un piropo. Cuando lo oyó, Gallucio montó en cólera y le pidió al rechoncho pero fuerte guardaespaldas, que le pidiera perdón, a lo que Capone contestó: “Tranquilízate colega, que estoy bromeando”.
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Llegados a ese punto, Frank Gallucio no estaba para bromas y se lanzó contra Capone con todas sus fuerzas. Capone se defendió, pero sus puñetazos no impactaron en su contrincante. Fue entonces cuando Gallucio se echó la mano al bolsillo y sacó una pequeña navaja con la que pretendía apuñalar en el cuello al insolente y maleducado Capone.
Los efectos del alcohol estaban haciendo efecto en Gallucio, por lo que sus cuchilladas impactaron en la cara de su oponente, que cayó al suelo en un charco de sangre. Tras recibir 30 puntos de sutura en el rostro, Capone fue obligado a pedir perdón a la hermana de Gallucio y a no buscar venganza contra este.
En adelante, las excusas que daría Capone acerca de sus cicatrices fueron diversas: como que se las hizo combatiendo durante la Primera Guerra Mundial o que fueron causadas por un barbero inútil. A partir de entonces usaría polvos de talco para ocultarlas y evitaría que le tomasen fotos desde su lado izquierdo. Sus amigos y enemigos empezarían a llamarle, siempre a sus espaldas, Scarface.

Tras ser acuchillado en la cara por Frank Gallucio, Capone usaría polvos de talco para ocultar las cicatrices y evitaría que le tomasen fotos desde su lado izquierdo. A partir de entonces, tanto sus amigos como sus enemigos le encajarían el mote de ‘Scarface’, sin imaginar que el apodo se volvería casi tan legendario como el mismo Capone.

La masacre de San Valentín
Con el fin de hacerse con el poder del hampa en Chicago, el 14 de febrero de 1929, justo el día de San Valentín, Al Capone protagonizó uno de los capítulos más sangrientos de la época.
Cinco hombres, cuatro de ellos disfrazados de policías, entraron en el garaje de la compañía SMC Cartage Co., la empresa mampara del mafioso Bugs Moran, rival de Capone. Obligaron a siete miembros de la banda a ponerse de frente en una pared y los ametrallaron hasta que vaciaron los cargadores.
Tiempo más tarde caerían los cabecillas de las bandas: Dean Charles O’Banion, Myles O’Donnell, Joe Aiello y el propio Bugs Moran. Capone, que en ese momento estaba en Florida, jamás pudo ser acusado del delito, además nunca se descubrió la identidad de los pistoleros que perpetraron el terrible asesinato.
A pesar de que la policía no pudo demostrarlo, nadie en el hampa ni entre la opinión pública dudaba de que el cerebro tras la operación había sido Scarface. Más tarde, Capone creó el Sindicato del Crimen, en el que se afiliaron mafiosos tan importantes como Frank Nitti, Louis Campagna, Guido Cicerone, Jack Guzik, Charles y Guido Fischietti, además de Vicente, Enzo y Guido Fretes.
Tras las gravedad que había alcanzado la guerra entre los grupos mafiosos durante los años 20 en Chicago, en particular después de la matanza de San Valentín, Al Capone trató de lavar su imagen con acciones como la apertura de comedores sociales.

Como fuera, en poco tiempo Al Capone se hizo el amo y señor de los negocios del crimen organizado. En esa época, además, hasta sus oídos llegaron noticias de que Joseph Giunta, alias “el Sapo Bailón” -un miembro relevante de su banda-, se había unido al gángster Joe Aiello para acabar con él.
Junto a Giunta estaban John Scalise y Albert Anselmi, que fueron invitados a cenar en la lujosa mansión de Capone. A la hora de los postres, el guardaespaldas personal de Capone, Frank el Escurridizo, junto a sus matones, ataron a los tres traidores a sus sillas.
Capone sacó un bate de béisbol con el que empezó a golpear a los tres traidores casi hasta la muerte. Se dice que Capone terminó el trabajo rematándolos a tiros. A la mañana siguiente, los tres cuerpos fueron hallados en el Douglas Park de Chicago. Los cadáveres de Scalise y de Anselmi fueron repatriados a Sicilia para su entierro, sin que nadie fuera condenado por los crímenes.
“Se llega más lejos con una sonrisa y una pistola que solo con una sonrisa”. Esta frase de uno los gángsters más célebres de la historia define la política y la idiosincrasia de Al Capone
— Alphonse Gabriel Capone
La caída libre de ‘Scarface’
Aunque todo parecía marchar sobre ruedas para el mafioso, el principio del fin del reinado de Capone supondría un cambio en la legislación. La mayoría de jueces pensaban que el impago de los impuestos era lo que había hecho inmensamente ricos a los mafiosos que se dedicaban a la prostitución, al juego y a la venta ilegal de alcohol. En 1927, el Tribunal Supremo impuso un impuesto que obligaba a tributar por los ingresos que se obtenían ilícitamente.
Hasta ese momento, no se había encontrado resquicio legal alguno para poner a Al Capone entre rejas. En 1928, el mafioso se trasladó con su familia a Miami para huir del gobierno y de sus enemigos. En esa época, el famoso agente Elliot Ness y su equipo de “Intocables” ya estaban tras los pasos de Scarface. Pero fue un investigador del Departamento del Tesoro llamado Frank J. Wilson, quien descubrió los recibos que relacionaban a Capone con ingresos derivados del juego ilegal y de la evasión de impuestos.
Un sencillo guardaespaldas: Al Capone empezó como escudero de uno de los jefes de la mafia de Nueva York. Poco a poco fue escalando posiciones hasta convertirse en el célebre líder cuya fama se extendió por todo el mundo.

En 1931, Capone fue detenido y enviado a una prisión de Atlanta, pero ante la imposibilidad de controlarlo por parte de las autoridades –Capone seguía supervisando sus negocios desde la prisión–, decidieron trasladarlo a Alcatraz, en 1934. De inmediato se convirtió en uno de sus “huéspedes” más famosos.
Con la revocación de la Ley Seca y su confinamiento en prisión, Capone fue relegado poco a poco al olvido. O al menos al olvido inmediato tras la caída de su imperio, pues conforme fueron pasando los años su nombre se convirtió en leyenda, generó toda una seguidilla de publicaciones, libros, series y películas de culto –Los intocables, para citar una de las más contemporáneas – y henos aquí, recreando su historia en esta recopilación con motivo de los 75 años de su muerte.
Liberado el 26 de noviembre de 1939, tras pasar algunos años ingresado en el hospital de la prisión, Capone acabó arruinado y dependiendo económicamente de sus hermanos. Víctima de demencia senil, a consecuencia de la sífilis contraída en su juventud, el gángster más famoso falleció a los 48 años en su propiedad de Miami Beach, Florida.
Al Capone, su lado tierno
Al Capone fue el enemigo público número 1, el criminal más famoso del siglo XX. Tanto que su apellido ha perseguido a sus herederos durante años. Deirdre Capone, su sobrina-nieta, ha contado a varios medios, en primera persona, el lado familiar y entrañable del mafioso, un desconcertante testimonio que trascendió recientemente con el aniversario de la muerte de uno de los hombres más temidos de la historia.
En una recopilación realizada por el periodista español Fernando Goitia y que le ha dado la vuelta al mundo en los últimos días, se muestra una faceta hasta ahora desconocida del famoso capo.
“Soy una Capone. Mi tío abuelo fue Al Capone, considerado el enemigo público número 1 en 1930 por la Chicago Crime Commission. Mi abuelo, su hermano, fue Ralph Capone, enemigo público número 3. Crecí rodeada de hombres vestidos de negro con ametralladoras, pero nunca conseguí reconciliar los terroríficos retratos de Al y Ralph que construían los periódicos con los cálidos señores que bromeaban conmigo en las reuniones de domingo.
“Ser una Capone ha marcado toda mi vida. Cuando tenía diez años, mi padre se suicidó, derrotado ante el estigma familiar; más tarde, mi hermano siguió sus pasos. De niña intenté esconder mi herencia a ojos de los demás. En vano. Para mis compañeras de colegio, yo era Deirdre Gabriel —el segundo nombre de mi padre—, hasta que el Chicago Tribune incluyó mi verdadero apellido en una lista con las niñas que el día anterior habían comulgado por primera vez. Me quedé sin amigas, nadie me invitaba a sus cumpleaños; a mis compañeras les habían prohibido jugar conmigo”.
Ya de joven, Deirdre era despedida de cada trabajo que lograba encontrar en cuanto sus jefes se enteraban de su ascendencia.
“Años después, tras dejar a mi primer marido, un hombre grosero amenazó nuestra hija, a lo que Maffie, mi tía-abuela, me preguntó si quería que alguien se encargara de él. ‘No, gracias’, le dije. De haber pronunciado la palabra mágica quizá mi ex habría pasado a mejor vida”, narra ahora con tenor de anécdota y ratificando que a pesar de su estirpe, ella jamás se involucró con crimen alguno, ni siquiera menor.

La mujer continúa su testimonio: “En 1972 dejé atrás Chicago para asegurarme de que nadie, salvo Bob –mi marido desde 1963–, supiera quién era. Dos años después, mi hijo mayor volvió un día del colegio y al preguntarle qué había aprendido me respondió. “Nos han hablado de Al Capone”. Me quedé sin aire. Esa noche decidimos que ya era hora de que nuestros cuatro niños conocieran la verdad. Nos juntamos en la cocina; temblaba como un flan, apreté la mano de Bob y lo solté. “Al Capone fue mi tío. Mi nombre es Deirdre Marie Capone”. Por unos instantes, el silencio oprimió el aire. Entonces, mis hijos dijeron a un tiempo. “¡Genial, mami!”. Se lo contaron a todo el mundo” contó la mujer con aire divertido.
Ella, además, profundiza y remonta la historia de su familia a finales del siglo antepasado. “Cuando los Capone llegaron a Brooklyn, en 1895, huyendo de la penuria, los italianos ocupaban el más bajo escalón social. En el colegio, los profesores irlandeses humillaban a mis tíos. En ese entorno, los pequeños Capone pronto desarrollaron su espíritu de supervivencia. Comenzaron robando comida en tiendas y puestos ambulantes para pasar a desvalijar camiones y almacenes e ingresar en las bandas que peleaban contra los irlandeses. Con 12 años Al ingresó en los Five Points Juniors, una banda cuya versión adulta acabaría siendo la primera familia al estilo de la mafia en EE.UU. Allí conocería a tres chicos, cuyos nombres pasarían a la historia del crimen: Charles Lucky Luciano, Meyer Lansky y Bugsy Siegel.
“Comencé a interesarme por la historia de mi familia y a hablar de ello con mis tíos y mi abuelo siendo adolescente. Años después, el entusiasmo de mis hijos acabó por empujarme a contarlo todo en Uncle Al Capone. The untold story from inside his family (Tío Al Capone. La historia vista por su familia), el único libro sobre Al escrito por alguien de su familia; alguien que, siendo una niña, se sentó en su regazo, lo abrazó, lo besó, compartió chistes de “toc, toc, quién es”, jugó con él tumbado en el suelo como si fuera un oso de peluche; alguien a quien enseñó a cocinar espaguetis y biscotti vestido con delantal, a nadar, a andar en bicicleta y a tocar la mandolina; alguien a quien una noche llevó a ver los ciervos al bosque, alguien a quien llevaba a pescar, alguien con quien escuchaba la radio comiendo palomitas; alguien que lo escuchó cantar operetas en italiano a pleno pulmón”.
Su tía Maffie siempre le dijo a Deirdre que el asunto de Al Capone “solo se trataba de negocios”. “Al y Ralph suministraban mercancía de gran calidad. La gente los adoraba. Los bares de Al estaban repletos de políticos, policías y jueces; los vi con estos ojos. Eran sus mejores clientes y la mitad estaban en nómina. Confiaban en él. Su palabra valía como un contrato”, le relató Maffie.
“También me dijo que apostaría su vida a que Al nunca dañó, de forma intencionada, a un inocente. ‘¿Y las personas asesinadas por el Sindicato?, le pregunté'. Mi tía contestó: “Había gente que deseaba su muerte para ocupar su puesto. Cuando eras niña, muchos querían hacerte daño. Ahí fue donde estableció la línea roja. Si alguien quiere hacerte daño, ¿no debes defenderte? Al amaba a su familia, te amaba a ti. Nunca jamás olvides esto. ¿Capisci?”.
Ella va cerrando la historia, narrada en primera persona, sobre la captura de Capone. “En 1928, mi tío compró una casa en Miami, donde las fiestas se alargaban hasta la madrugada. Su vecino se hartó de tanto alboroto y llamó a la Policía. El jefe del departamento frecuentaba la casa de Al y nadie hizo nada. El hombre, indignado, telefoneó a un viejo amigo suyo: el presidente Herbert Hoover (1929-1933). La orden no pudo ser más clara. ‘¡Cojan a Capone!’. Al Departamento del Tesoro se le ocurrió indagar en los impuestos de mi tío. Lo condenaron a 11 años. Tenía 32″.
De acuerdo a las crónicas de prensa de entonces, en Alcatraz Al fue un preso ejemplar. Incluso rechazó el plan de fuga de unos presos y fue apuñalado en la pierna en la lavandería.
“Los funcionarios hicieron todo lo posible por provocarlo. Un día el padre Clark, el clérigo del penal, escribió a mi abuela. ‘Están destruyendo a Al. Le administran drogas y ha perdido la memoria’. Cuando salió, con 40 años, hablaba en susurros y no recordaba muchas cosas. Lo llevaron al Johns Hopkins de Baltimore, el hospital más prestigioso de EE.UU., donde revirtieron los daños hasta cierto punto. Allí estaba internado cuando nací”, puntualiza la mujer.

En 1947 sufrió un derrame seguido de una neumonía, en Miami. Debilitado, le dieron unos días de vida, pero se recobró de forma inesperada y la familia regresó a Chicago. El 25 de enero, tras darse un baño en la piscina, se duchó y al acabar cayó fulminado por un derrame.
Su funeral fue hermoso. Su ataúd era de bronce con asas de oro y el fondo de gardenias. Llegaron tantas flores que tuvieron que ser repartidas por otras capillas. Pasó gente por allí sin parar durante 24 horas.
Al Capone, moría. Su leyenda, comenzaba.
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En la pantalla, por todo lo alto
Si no es el mafioso más famoso, Al Capone es sin duda el más interesante desde el punto de vista cinematográfico y televisivo.
Desde la obra maestra dirigida por Brian De Palma Los Intocables al reciente Tom Hardy protagonizando Capone, las películas y las series han narrado varias facetas del gran capo. Por ejemplo, vale la pena ver Boardwalk Empire y devorarse la gran actuación de Stephen Graham en Capone, donde brilla aún cuando interpreta a un personaje relativamente menor.

Al Capone (1959)
Una de las primeras películas en cubrir a Capone, después de su muerte en 1947, fue Al Capone, con Rod Steiger en el papel principal. Es, sin duda, un gran punto de partida para hacerse una visión general de la vida del mafioso.
La masacre del día de San Valentín (1967)
El maestro de películas B Roger Corman nunca tuvo miedo a los riesgos, lo que hace que su versión del tiroteo entre bandas encabezadas por Al Capone (Jason Robards) y George “Bugs” Moran (Ralph Meeker) sea una secuencia de escenas excepcionalmente fascinante y sin límites.
Capone (1975)
Al igual que la anterior Al Capone, esta película -protagonizada por Ben Gazzara- ofrece una imagen más amplia del ascenso y caída de Capone. También tiene una energía agradablemente trash, gracias a la producción manejada por Roger Corman.
Los intocables (1987)
Simplemente no hay mejor película sobre Al Capone y la historia del gobierno que lo derribó que la visionaria película de Brian De Palma. La escena de la escalera, por sí sola, es una joya. Además, Robert De Niro como Capone y Kevin Costner como Eliot Ness, son simplemente magistrales.
Dillinger y Capone (1995)
Es difícil no estar obnubilado con cualquier película protagonizada por Martin Sheen y F. Murray Abraham, pero especialmente sucederá cuando dicha película los tiene interpretando a Dillinger y Capone, respectivamente.
Capone (2020)
Dirigida por Josh Trank, la cinta muestra a un Tom Hardy fenomenal en el rol protagónico. La inmersión en los últimos días de Capone es cautivadora.
* Reportaje elaborado con información del Archivo La Nación y los medios ABC.es, Historia/National Geographic, el portal Infobae y el diario vasco XLSemanal.