Posiblemente el monte Everest era el lugar más solitario de la Tierra hasta el 29 de mayo de 1953, cuando el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa (guía) Tenzing Norgay conquistaron su cima.
Ambos montañistas fueron los primeros en llegar a la cúspide de la montaña más alta del mundo, logrando una hazaña en un “desierto” a 8.848 metros sobre el nivel del mar.
Edmund y Norgay dominaron la geografía de un paisaje virgen, congelado e impoluto que hoy, 65 años después de aquella gesta, es una bomba de tiempo a causa de la gran contaminación que padece.
La Asociación de Montañismo de Nepal reporta que, hasta ahora, son cerca de 5.000 las personas que han logrado llegar al punto más alto de la montaña, y varios miles más las que han intentado conquistar, sin éxito, el coloso, que marca la frontera entre China y Nepal.
Sumados, son esos mismos miles de intrépidos escaladores los que han puesto en jaque no solo la “salud” de la montaña, sino la de ellos mismos.
A finales de mayo anterior, el diario chino Global Times informó sobre una expedición de una treintena de personas que tenía como objetivo limpiar el macizo en plena temporada de ascenso (el Everest se escala entre marzo y mayo de cada año).
Los resultados son lamentables: solo entre abril y mayo se logró recolectar 8.5 toneladas de residuos de las laderas de la montaña entre tiendas de campaña, botellas de oxígeno, cilindros de gas, kilómetros de cuerdas, latas de comida y cadáveres abandonados.
La situación es aún más preocupante cuando las autoridades destacaron que del total de residuos recolectados, 2.3 toneladas correspondían únicamente a excremento humano congelado.
Como letrina
Según la Asociación de Montañismo de Nepal, el panorama no solo representa un problema de contaminación para el Everest, sino que supone un riesgo sanitario para los escaladores, quienes son los primeros responsables en el manejo que le dan a sus residuos durante la estadía en el nevado macizo.
“El monte Everest está contaminándose por culpa de los montañistas que llegan con la intención de escalar hasta su cumbre. La contaminación, particularmente de desechos humanos, ha alcanzado niveles críticos y amenaza con propagar enfermedades en el pico más alto del mundo”, comentó Ang Tshering, presidente de organización de montañismo nepalés.
Tshering explicó que previo a la temporada anual de escalada, los montañistas llevan a cabo procesos de aclimatación de varias semanas en los cuatro campamentos ubicados entre la base y la cúspide del Everest.
En el campamento base (a 5.350 metros de alto), hay tiendas de retrete con depósitos que recogen los restos y los trasladan a una zona más abajo donde se procesan adecuadamente; sin embargo, en las bases más alejadas la gente cava en la nieve para esconder heces y orina, representando un peligro en la salud de los montañistas del campo base.
“Los escaladores generalmente cavan hoyos en la nieve para el uso del inodoro y dejan los desechos humanos allí. Por años esos desechos se han ido acumulando alrededor de los cuatro campamentos, donde los escaladores pasan semanas aclimatándose a la máxima altitud sin acceso a los baños”, refirió Tshering.
Según el diario The Washington Post, por temporada los montañistas en el Everest pueden generar hasta 12 toneladas de excremento humano, que si bien son “guardados” bajo la nieve, la contaminación que genera se está trasladando hacia abajo; es decir, hacia los campamentos base.
¿El resultado? El monte se ha convertido en el estercolero más alto del mundo y el desastre se desliza gradualmente hacia los campamentos base, donde cada primavera se levanta una urbe efímera y de lona: la de los montañistas.
El deshielo de la montaña traslada el excremento hasta los campos base poniendo en riesgo la salud de los escaladores quienes usualmente derriten el hielo para consumirlo como agua.
El problema no es nuevo. En el 2012, la sherpa Pemba Nimba dijo a un portal de noticias nepalí que la contaminación fecal en el Everest es horrible.
“Hay contaminación en todas partes. Nuestra principal fuente de agua fue contaminada. El vertedero está a lo largo del camino principal hacia el campo base”, describió en aquel entonces.
Un año después el periodista y montañista Grayson Schaffer dijo que los propios escaladores evitaban hervir la nieve para beber el agua por miedo a contraer una infección. “Las laderas están contaminadas con basura y pirámides de excrementos humanos”, sentenció.
El riesgo sanitario que denunciaron los sherpas y turistas consterna a las autoridades de Nepal, quienes en el 2014 aprobaron varias normas para evitar que el Everest siga siendo un vertedero a cielo abierto.
Ese año, el Ministerio de Turismo obligó a que cualquiera que escale la montaña debe volver al campo base con ocho kilos extra de basura, de lo contrario será multado con $100 por cada kilo menos.
De la misma manera, los equipos de ascensión deberán dejar una fianza a las autoridades de $4.000, dinero que perderán en caso de no cumplir con las normas de proteger al macizo de la contaminación.
A pesar de ello, los esfuerzos parecen no dar resultados y las autoridades siguen batallando en la búsqueda de soluciones reales al problema. La idea es quemar los residuos biodegradables en las cercanías del Everest y los no biodegrabadables transportarlos a Katmandú (capital de Nepal) para la fabricación de souvenirs.
Con el mismo capricho que lo hace el viento más veloz y frío de la Tierra sopla una nueva solución al problema: el Proyecto Biogás del Monte Everest que pretende crear un biorreactor para convertir el excremento en material de composta.
Se espera que la iniciativa –que pretende hacer de las heces gas y fertilizante– entre en operación en la temporada de escaladas del 2019, mientras tanto, la montaña más alta del planeta se sigue enfermando.