El 2017 será el primer año que la competencia mundial más importante de robótica para niños y jóvenes se realice fuera del continente asiático. También es el primer año que una mujer se encuentra a la cabeza de la organización del megaevento.
No es cualquier mujer: es un misil de energía y pasión llamado Alejandra Sánchez, ingeniera costarricense de 36 años.
Este 10, 11 y 12 de noviembre, Costa Rica recibirá a 3.000 participantes de 67 países en las Olimpiadas Mundiales de Robótica (WRO) en el Coyol de Alajuela. Niños y jóvenes de seis a 25 años de todo el mundo se reunirán en Parque Viva en la 14.° edición de la competencia para hablar en un mismo idioma: su amor por la ciencia y la tecnología.
Nada de esto es fortuito. Comenzó en el 2012 como una espinita en la cabeza de Sánchez. ¿Por qué no convertir a Costa Rica en país anfitrión?
Cuando Alejandra habla sobre robótica no puede evitar que su entusiasmo se desborde. Tampoco puede hacer mucho para que esta poderosa emoción no se contagie y se propague como un virus a todo el que la escucha.
Si hubiera que ponerle cara al éxito en este tema, Alejandra llevaría ventaja. Y de sobra.
Sánchez tiene muchos ‘sombreros’ que vestir y “una vida de locos”. Es ingeniera eléctrica y mecánica, directora general de ‘Aprender haciendo’ (representantes de Lego Education en Costa Rica), profesora de ingeniería mecánica en la Universidad de Costa Rica, profesora de robótica en el Colegio Científico de San Pedro y coordinadora general de la Olimpiada Mundial de Robótica. Es mamá de dos niñas (una de un año y otra de ocho) y se encuentra terminando su doctorado en robótica educativa.
A pocas semanas de uno de los retos más grandes a los que se ha enfrentado, Alejandra tiene la adrenalina al tope y un entusiasmo que solo se alcanza tras años de esfuerzo.
“Han sido trabajadas enormes, hemos tenido que sacrificar fines de semana, días, noches, un poco a la familia en algunos momentos, pero vale la pena. Yo soñé con esto desde hace muchos años. Y no solamente como algo personal, sino para darle esto al país”, dice sentada y con orgullo desde su oficina ubicada en Curridabat. “Yo me sueño con estar ya en el opening y decir: lo hicimos”.
El origen
Tener una conversación con Alejandra y no dejarse envolver por su adictivo carisma resulta imposible. Quien diga lo contrario está mintiendo. Si algo queda claro es que desde joven ubicó el molde cliché de lo que “debería” ser un ingeniero e hizo todo lo contrario.
“Suena muy trillado pero si uno cree y persigue los sueños realmente se puede”, dice. “Eso es lo que yo le digo a mi hija: lo que usted quiere en la vida, propóngaselo. Esfuércese, eso sí”.
Para dimensionar hasta dónde y cómo llegó Alejandra al lugar que ocupa hoy, hay que dar marcha atrás al momento en que todo comenzó.
“Me acuerdo que cuando yo era estudiante de mecánica de la U, Intel desechó unos brazos de robot. A mí siempre me gustó la parte tecnológica. Yo trabajaba como asistente de un profesor que era el que estaba desarrollando temas como de manufactura automatizada”, cuenta. “En ese momento se estaba empezando. Nos dijeron que nos iban a dar un brazo de esos y fuimos a una capacitación para aprender a usarlo. Yo creo que ese fue el momento cuando yo dije, ‘a mí esto me encanta’. Luego fui a hacer una especialidad a México de mecatrónica, luego a Brasil de robótica y pensé: definitivamente. Cuando uno entra en este mundo ya no se sale”.
Y no se salió. Tampoco piensa hacerlo.
Hace 10 años encontró su nicho y no era la robótica médica, ni la mecánica, ni la industrial. Se sumergió en la robótica educativa, una rama muy diferente a las que usualmente imaginamos cuando pensamos en robots.
“Comencé a trabajar en el colegio científico de San Pedro. Soy egresada de ahí. Los colegios científicos fueron los primeros colegios del país que adoptaron la robótica como una materia. Ahí fue donde me enamoré de este tema. No por la parte ingenieril que aplico, sino por los efectos colaterales que uno ve en los jóvenes y en los niños. Realmente es algo apasionante”.
En el 2009, ocho profesores de colegios científicos buscaron crear una Olimpiada Nacional de Robótica en Costa Rica. Ocho equipos compitieron en la primera iniciativa nacional competitiva.
“En el 2011 ya teníamos el respaldo de WRO, siglas de la Olimpiada Mundial de Robótica. Ya en el 2011 teníamos la opción de ir como participantes a Emiratos Árabes Unidos. Llevamos al equipo ganador a competir a la mundial”, recuerda.
Fue en el 2012 cuando oficialmente se realizó una Olimpiada Nacional con el apoyo del Ministerio del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Telecomunicaciones (MICIT). “Ahí la vida nos cambió”.
Con el apoyo del ministerio abrieron la olimpiada a convocatoria nacional. “De 16 equipos que tuvimos en el 2011, en el 2012 recibimos 86 y de todas las edades. Para sorpresa mía. ¡Yo jamás me imaginé que tuviéramos tantos! Ahí el asunto empezó en serio. Desde ese momento ha sido un proceso que no podemos detener”, enfatiza Sánchez. “Hemos llevado a nuestras delegaciones a Malasia, Indonesia, Rusia, Qatar, Emiratos Árabes, India. La participación del país ha ido creciendo. Eso quiere decir varias cosas: uno, que la robótica vino para quedarse. Que no es algo que yo ni nadie más pueda poner o quitar, o decidir qué hacer, sino que simplemente vino para quedarse. Además, que es un proceso de expansión. Cada vez más gente se interesa en el tema”.
¿Por qué robótica?
El objetivo de Alejandra está muy lejos de querer convertir a sus alumnos en ingenieros o genios de la tecnología. Defiende con las uñas otro enfoque: darle herramientas a niños y jóvenes para enfrentarse a problemas de una forma diferente, para aprender distinto. Lo ha visto y está consciente del poder que tiene en sus manos.
“En el 2012, la primera vez que abrimos todas las categorías tuvimos una niña de seis años (de primer grado), de la escuela Jesús Jiménez en Cartago. Ella estaba en el equipo ganador”, recuerda. “Cuando íbamos a hacer la compra de los boletos aéreos… yo todavía cuento eso y se me pone la piel de gallina… Su papá era un vendedor de chances, la mamá planchaba horas en casas y nadie en su familia tenía una cuenta bancaria para depositarle el dinero del boleto”.
“Eso a mi me llena la boca y el corazón de orgullo. Porque yo digo, en este país todos tienen acceso. Esa niña siendo de una familia así de pobre atravesó el mundo, fue a Malasia, participó en la Olimpiada Mundial de Robótica, conoció niños igual a ella de todo el mundo. Tuvo una experiencia que dígame, ¿en qué otra circunstancia la hubiera podido vivir? Esa experiencia cambió su vida”.
Costa Rica cuenta con una gran ventaja que se ha cosechado durante años, asegura Alejandra: la gente que hace robótica y participa pertenece en un 85 o 90% al sector público. El trabajo de la fundación Omar Dengo, replicado por programas del Ministerio de Educación Pública y por instituciones como la que ella dirige fueron las primeras piedras de una avalancha que agarra cada vez más fuerza. “Y eso es algo carguísima para nosotros. Es super bueno, porque quiere decir que todos tienen acceso”.
“Estos chicos y chicas desarrollan un estilo de vida completamente diferente. Su manera de pensar, de ver la vida, de enfrentarse a las cosas, de buscar opciones, probar caminos, ver con qué recursos cuentan. Es otro mundo”, agrega. “A parte de lo técnico, sí, necesitamos ingenieros en el país, el Estado de la Nación siempre nos lo recuerda y estamos cumpliendo con eso también, pero de forma colateral están convirtiéndose en personas diferentes. Eso es chivísima”.
Están creando monstruos, dice. Pero de los mejores. “Cuando uno los ve crecer en el tiempo, es uno de esos productos que le vamos a dejar al país. En unos 10 años van a ser la masa laboral del país. Van a tener colaboradores de otro nivel. Probablemente no todos terminen siendo ingenieros, pero ya lo que desarrollaron son habilidades para la vida. No tiene que ver con la robótica, la programación ni nada. Sino para la vida”.
Hace unos días, Alejandra habló con el papá de uno de los jóvenes que su equipo llevó a la primer olimpiada cuando era apenas un niño. “Le pregunté, ‘¿cómo está Juanca?’. Me dijo que ya estaba en quinto año de colegio. Le pregunté qué iba a estudiar y me dijo: ‘quiere ser chef’. Y yo: ‘ah, bueno. Qué dicha’. O sea, nada que ver. Pero yo ya sé que va a ser un chef diferente. Estoy segura de eso. Estoy segura de que va a ser muy feliz siendo chef y va a ser diferente. Las habilidades que han ganado a nivel de desarrollo personal es lo que más cuenta. Es lo más importante”.
A Alejandra se le agranda el corazón al ver en lo que se ha convertido un proceso que inició hace años y del cual ha sido testiga, partícipe y cómplice. “Estamos haciendo bien las cosas. Vamos por el camino correcto”, dice convencida. La imagen de un venue abarrotado de niños y jóvenes de todo el mundo dentro de pocos días es una de las más grandes muestras de que así es.