Todos los caminos de Amelia Valverde llevan al fútbol. Su recuerdo más lejano está ligado a una mejenga en la playa con sus primos, a los cinco años. Ese "debut" con la pelota lo recuerda con una claridad tal que ni siquiera se le notó el esfuerzo de hurgar en la memoria.
Amelia Valverde es futbolera; sin embargo, no lo es porque sea la entrenadora de la Selección Nacional femenina de fútbol, que en este 2015 estuvo cerquita de los octavos de final en su primer Mundial mayor; es una futbolera porque desde niña sintió el impulso de patear una bola –aunque fuera desinflada–, un tarro de jugo o cualquier cosa susceptible de ser pateada.
"La bola estuvo siempre. Yo jugaba con mi hermano", es el resumen de Amelia acerca del fútbol en su vida.
El recuerdo de aquellos años de infancia llevan a la anécdota: rechazaba los vestidos por camisetas y pantalonetas. "Eso es lo que me cuentan, yo no me acuerdo. Papi siempre me compraba vestidos", cuenta sonriente.
La "travesura" nos lleva a un sello de fábrica de la joven entrenadora, quien cumplirá 29 años el 14 de enero del 2016: es plantada.
Hija de una jueza y de un oficial de tránsito, Amelia "salió pintada". Ella está consciente.
"Los dos son un gran ejemplo: estoy donde estoy por ellos. Tenemos ese carácter: no regalamos nada", asegura. "Creo que heredé de ella (la mamá) el don de comunicarme; además, las dos compartimos la creencia de que no hay casualidades, sino que existe un hay un camino trazado, en el que todo pasa y todo se da por una razón".
Ser entrenadora es un ejemplo: a los 23 años se puso del otro lado de la raya de cal y no se arrepiente de la decisión tomada. "No me lesioné, siempre estuve en el fútbol, la vida fue dando vueltas y caí acá", cuenta con calma, casi como quien sigue un libreto.
Esa calma, dice, viene de su padre. "De papi creo que heredé la tranquilidad, no nos gustan los conflictos; pero si tengo que tomar una decisión o dar una orden, lo hago. Las muchachas lo saben".
El toro por los cuernos. Echa el almanaque para atrás y llega al final del 2014. Está en una playa, a la espera del 2015. Piensa en el año que está por llegar y sabe que el Mundial que viene marcará el fútbol femenino del país, aún en una temprana etapa de desarrollo.
Lo que sí no vio venir, entonces, es que ella sería la responsable de semejante empresa: la renuncia de Carlos Avedissián la puso al mando.
¿Susto? No. ¿Dudas? Sí. "Claro que tuve dudas. Claro. Lo que hice fue revertir la energía a afinar cada detalle, a estudiar, a trabajar. Nos rodeamos de un gran grupo de trabajo y de un grupo de jugadoras que, antes de ser futbolistas, son excelentes personas. Dentro de ellas hay sentimientos increíbles, deseos de trabajar extra, orden, calidad. No fue nada fácil: no ganamos los cuatro juegos de fogueo, perdimos los cuatro...".
El punto es que la Tricolor femenina estuvo a nada de dar el paso a la ronda de octavos de final, lo que habría significado una enorme sorpresa.
La revelación, en todo caso, ya estaba firmada: más allá del pase fallido, el equipo de Amelia demostró saber a qué jugaba; aunque sufrió, supo resolver problemas; desmintió a los agoreros que pronosticaron derrotas sonrojantes; dio un mentís a quienes dudaron de su capacidad.
"Me decían que no había ganado nada... Mi trabajo ha hablado", comentó, sin que se le alterara el tono de voz.
Creencia. "El fútbol me hizo darme cuenta de que algo me faltaba y eso que me faltaba era Dios. Es mi principal fortaleza y voy con Dios por delante. Sé que esto es de rendimiento y si no lo doy, pues me tendré que ir. Tengo que trabajar, hay que ser fuerte, hay que ser valiente, como dice la Palabra. Yo trabajo, pero, repito, con Dios por delante", afirma con mucha, mucha seguridad.
Amelia marcó el 2015 con sus muchachas; como el fútbol no para, el 2016 tiene otro reto enorme: la disputa del boleto a los Juegos de Río de Janeiro 2016. Es que el fútbol no para...
El refrán enseña que un camino de 1.000 leguas empieza con un paso.
Para Amelia Valverde, su viaje empezó cuando era una chiquilla, corriendo por una pelota en una playa; parte de la travesía pasó por las mejengas en el planché de su casa, que solo se paraban por la rayería y que le dejaron cualquier cantidad de tenis desgastadas; también por la reminiscencia de Calero, el pulpero, que hizo unos marquitos para los chiquillos mejengueros del barrio; por el recuerdo de su primer par de tacos ("¢6.700, todavía me acuerdo"); por soportar las burlas de unos jugadores contrarios porque en un partido ella jugó en tenis (futbolera, se tomó revancha con un gol de tiro libre).
Así llegó al 2015, del que se llevará este recuerdo: "Fue algo que nunca esperé a los 28 años. Me dejó muchos sentimientos en muy poco tiempo. El año se pasó muy rápido".
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