Un viernes, al mediodía, más de 100 visiones de barrio Amón se desplegaban sobre sillas y mesas de la Casa Cultural Amón, en la avenida 11 de San José.
Las verjas de hierro, las bancas quebradas, los faroles erguidos, los árboles florecientes desde el pleno asfalto: el Amón pequeño. Las fachadas eclécticas, los autos dudosamente parqueados, las instituciones artísticas, los jardines tímidos pero refrescantes: el Amón grande.
Todos esperaban ser expuestos en Amón Vivo, una muestra de Pintores al Aire Libre de Costa Rica (Pintal) que recrea el vecindario capitalino dentro del espacio cultural del Instituto Tecnológico de Costa Rica (ITCR o TEC) hasta el 3 de marzo.
Ese día se celebrará la cuarta edición del Festival Amón Cultural, un encuentro artístico que, más allá de mera fiesta callejera, ha terminado por convertirse en plataforma para conversar sobre qué es Amón.
Sabemos qué fue: el barrio de la burguesía, parpadeo modesto de una Londres tropical. Sabemos qué fue después: una zona temida por crimen y prostitución, especialmente la relacionada con el turismo sexual.
No sabemos qué será, pero sí qué quiere ser: el barrio de artistas de una San José sometida al acelerado cambio de nuestra era con problemas de memoria.
Descuidado por décadas y ensombrecido por la inseguridad y los dolores de la vida urbana –incluyendo la demolición de múltiples casas antiguas y de gran valor arquitectónico–, hoy convertido en núcleo de interés histórico, también es barrio de cafés y galerías. ¿Se mantendrá en el tiempo?
Un sueño de ciudad
Ya no cabíamos en San José. Una ciudad moderna tenía que hacerle campito al alumbrado eléctrico, al tranvía, a las cañerías, a las carretas y a una población que se concentraba poco a poco en la capital, enriquecida por el comercio global de café.
Los gobernantes liberales del siglo XIX ambicionaban un escenario del tamaño de su esperanza y se pusieron a construirlo: el Teatro Nacional es solo el pináculo de cuantas edificaciones se alzaron entonces.
Para darse una idea, como consigna Florencia Quesada (En el barrio Amón, referencia esencial), en 1889 San José contaba con 153 manzanas; cinco años más tarde, eran 259. Así siguió el ritmo.
Pero la creciente clase burguesa requería un barrio, y el francés Amón Fasileau-Duplantier, nativo de Burdeos, sabía dónde cabía. Había venido en 1885 para trabajar con su cuñado, Hipólito Tournon, empresario cafetalero con terrenos en lo que hoy conocemos justamente como barrio Tournón, al lado del río Torres.
En 1894, el empresario firmó un contrato con la Municipalidad de San José para la urbanización de la zona, y la lotificación empezó en 1897.
“Aparece un barrio que ya no es alrededor de una parroquia, que es un barrio secular, donde empieza a declinar topográficamente el terreno”, explica Ofelia Sanou, presidenta del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos).
Las fachadas del nuevo barrio hablaban del sueño cosmopolita de la época, aunque con las mezclas sui generis que prodiga Costa Rica en sus aspiraciones de modernidad todavía hoy. Las fachadas se europeizaban, pero el interior de las casas retomaba el zaguán criollo y las divisiones internas de las arquitecturas útiles para las extensas familias.
Hacia los años 20 empezó a consolidarse ese catálogo de estilos arquitectónicos que hoy es miel de estudiantes de arte y arquitectura. “Luego, entre 1930 y 1950, llegaron también los nuevos lenguajes arquitectónicos internacionales, tales como el neocolonial hispanoamericano y el art deco, si bien con mucha menor presencia, sobre todo para el último”, escribió en Áncora Andrés Fernández, cronista del patrimonio josefino.
Si bien la riqueza del paisaje siempre fue reconocida, dentro de las casas ocurrían otros cambios que transformarían nuestra idea de lo urbano. “Barrio Amón no escapa a las dinámicas que conforme se acerca esa fecha parteaguas de 1948 empiezan a darse”, dice Fernández.
En 1949, con el primer censo, se encuentra que la mayoría de edificios, viviendas y servicios se concentraban en San José, mientras que la población seguía aumentando. Cuatro años después, con la fundación del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo, empiezan a impulsarse proyectos que cambian San José. Uno es la ciudad satélite en Hatillo, adonde se mudan los nuevos profesionales de las clases media y baja; barrio México y los barrios del sur empiezan a vaciarse.
“Si en la década de 1910 se introducen los autos, ya para 1920, hay testimonios en los diarios que dicen que el tráfico automotor ya es insoportable. En la década de los 40 ya es evidente la suburbanización de San José”, detalla Fernández.
Escalante, Los Yoses, La Granja, Francisco Peralta, La Guaria (Moravia), González Truque (Tibás) y Esquivel Bonilla (Guadalupe) empiezan a atraer, con sus diferencias de clase, a las familias que solían habitar del centro. Y a los suburbios más refinados, al estilo de la American way of life, se irán los hijos y los nietos de los fundadores del barrio Amón, aquella burguesía que permanecía en el centro.
“Amón, Otoya, González Lahmann se van quedando añejos… pero papá y mamá se quedaron viviendo allí”, describe Fernández. Las casas quedan custodiadas por los mayores, y hacia los 70 se diluía el viejo Amón. Empezaba una nueva y dura etapa.
Amón por dentro
Como una dura cáscara, empero, el interior de muchas casas de Amón preservó algo más resistente que la madera de las casas: la memoria.
Hace unos días, tomando café con Ivette Guier, la reconocida ceramista recordaba la historia de su casa, que ha estado restaurando “de a poquitos” por cinco años y que abre a visitantes durante Amón Cultural.
“Me tocó en 1950 –año de su nacimiento– venir a vivir al barrio. No nací aquí en la casa porque esta era la casa de mis abuelos”, explica Guier en el comedor, que mira sobre un profundo patio que hoy hace las veces de su taller (Guier no reside aquí; su hija sí). Sus abuelos se trasladaron a Amón a fines del siglo XIX, y fue don Manuel Antonio Serrano Consuegra “el primero que compró y pagó el lote aquí”.
La casa actual se construyó en torno a 1920, preparada para resistir terremotos, frecuentes y devastadores por entonces. Un enjambre sísmico llevaba a las familias incluso a dormir en el patio de don Jaime Bennett, que, como anota Florencia Quesada, ofrecía grandes fiestas que eran los acontecimientos del vecindario. Todos se conocían; muchos eran familia.
No todos eran ricos ni todos extranjeros, aunque cierta mitología de Amón ha hecho creer que era entero un barrio de élite. Amón era también la entrada de mercancías a la ciudad y sitio de lavaderos, y muchas casas se engrandecieron no por ostentación, sino porque lo exigían las dilatadas familias.
Hacia los 50 y 60, seguía teniendo ese aire. “La mitad de esta avenida 11, todos eran familiares míos. Mi abuelo tuvo 14 hijos y por lo menos la mitad se quedó viviendo en el barrio”, dice Guier. “Yo sentía que el barrio era mi casa, todo”. Iba donde las Alfaro y las Alfaro se la llevaban donde las Beeche, quienes se las llevaban al Parque Bolívar (abierto como zoológico en 1921).
En la casa relucen fotos, muebles y algunos detalles originales; una placa cerámica recordará, a partir del 3 de marzo, el origen de la casa Serrano Bonilla (Guier continuará el proyecto con artistas ticos para marcar otras casas). Eran tiempos de sopas y gallinas vendidas de puerta en puerta, de café y bizcocho y de chiquillos sentados en las gradas.
Para cuando Guier se fue, en los 70, ya quedaba poca gente conocida. Muchas casas y edificios sobrevivieron: la Alianza Francesa, claro, ocupa una casa desde 1965; la casa de Alejo Aguilar Bolandi, de 1920, es hoy un hotel; la casa de Joaquín Tinoco, rosada y elegante, hoy pertenece a la familia Lehmann.
Justo al lado reside María Luisa Guevara Huete, cuya casa fue declarada patrimonio histórico-arquitectónico de Costa Rica en el 2012. Es una casa de enrevesada historia construida en torno a 1916, de cedro amargo y sin comején. La hicieron Rafael Huete Sáenz y Amelia Quirós Alvarado, hermana de Teodorico, el artista, quien vivió allí muchos años.
La mamá de Guevara, María Huete Quirós, fue la primera mujer que entró a estudiar Química en la Universidad de Costa Rica. “Este año cumpliría 101. Trabajó enseñando matemática hasta los 70 años”.
Esta era la casa de sus abuelos y ahora la de ella y sus hermanos. María Luisa la conserva con los ajustes necesarios para sus actividades de hoy y vive con sus hijos, de 34 y 24 años (su esposo murió hace poco).
Los años cambiaron y la gente se fue, pero el barrio lo tenía todo y estaba cerca de todo. “Yo salí de esta casa vestida de novia para casarme en la Santa Margarita y fui a pie para no arrugarme el vestido”, recuerda.
“Vivimos aquí una vida entera. Todos fuimos a la escuela Perú, al Edifico Metálico. Era un ambiente lindísimo porque todos éramos primos. Era Quirós Collado, Durán Quirós, los Van Der Laat Collado...”.
Se fue, se casó. En 1992, volvió a vivir a Amón; dos años después, le arrancaron los aretes en media calle.
Punto de comercio
Don Carlos Balser conocía detalladamente el arte precolombino, y se mudó aquí desde Liechtenstein en 1921, para administrar el primer gran hotel de Centroamérica. Así lo recuerda el menú del café del hoy llamado Hotel Don Carlos, entonces la Pensión Canadá, quien empezó a albergar a visitantes internacionales en 1947.
El sonido de las fuentes artificiales empapa el aire. Algunos pajaritos se posan en las verjas de hierro y las bancas del patio interior, al que se llega atravesando un pasillo flanqueado por pinturas del San José de antaño. Al fondo, una “sala colonial” recuerda la pasión arqueológica de don Carlos.
Como el hotel, muchos sitios de Amón abren oasis olorosos a café en medio de una ciudad no precisamente querida por sus aromas (aunque Amón tampoco escapa de las atribuladas cañerías josefinas). La elegancia de las casas atrajo el comercio.
En 1998, una investigación de William Monge, hoy director del Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural, encontró que solo cerca de un tercio de los inmuebles de Amón eran residenciales, casi todos concentrados en las “rotondas” en avenida 13 y 11. El resto era dominado por la actividad comercial.
En el 2014, un grupo del TEC (que lleva 40 años en Amón) realizó un censo, como trabajo estudiantil, que corroboró el hallazgo. En un repaso de 278 inmuebles que pudieron indagarse, 68% era de uso comercial y 32% residencial. Un nuevo censo de 260 inmuebles en el 2017, aún en procesamiento, tuvo resultados similares.
Quedan, pues, residencias familiares, pero no se puede olvidar que desde los 70, y sobre todo en los 80 y 90, la desolación de San José estaba casi consumada. Rótulos de “Se vende” y “Se alquila” pululaban. Casas dilapidadas eran demolidas sin mucho miramiento y transformadas en parqueos (hay más de una docena en Amón, barrio de pocas cuadras).
San José, para una generación criada en sus calles y parques, ahora era territorio peligroso. Fue la era de los “chapulines” y también del turismo sexual. Amón, de pronto, se encontraba al lado de algunos de los núcleos de comercio erótico más ajetreados del país.
En el 2012, una investigación de Eduardo Mora Castellanos (Universidad Nacional) estimó que, por día, cerca de 400 extranjeros en San José eran turistas sexuales. “Aquí venían muchos ‘gringos’ a pescar, atracaban y venían a San José cuando en las playas no había todavía prostitutas interesantes para ellos”, explica Mora.
Aún hoy, cerca de 9% de los negocios de Amón son negocios de vida nocturna, allanados rutinariamente y cerrados por la Municipalidad de San José en un esfuerzo de Sísifo: el dueño vuelve a abrir el local con otra razón social y ya está.
“Los procesos de cierre no son sencillos. En eso he sido bastante crítico con este tema y otras como salas de juego. La ley no facilita esos procesos ni cancelación de permisos”, lamenta Marcelo Solano, director de la Policía Municipal.
Esta es la primera preocupación de residentes y comerciantes de manera abrumadora, advierten los resultados del censo del TEC; en la consulta, dicen que lo primero que debe hacerse es limitar el número de patentes que abran portillos a este comercio.
“Conforme la cultura gane fuerza y empiecen a aparecer pequeñas actividades comerciales de turismo o cultura, la misma comunidad organizada irá presionando a la policía para que intervengamos locales”, argumenta el funcionario.
Hogar de la cultura
Solano se refiere al otro proceso paralelo que ha despertado en Amón y que hoy es la promesa de su futuro como barrio cultural.
En torno al 2010, se amalgamaron distintos personajes, tendencias e ideas que hoy identificamos con el “redescubrimiento urbano”, el reenamoramiento con la desgastada San José.
En torno al cambio de década, coincidieron la toma de conciencia del TEC y de la Fundación Teorética de arte como “vecinos” del barrio; la fundación de GAM Cultural y sus Art City Tours, recorridos gratuitos por los espacios culturales de la capital; ChepeCletas, la Feria Verde del vecino Aranjuez y otros proyectos de la sociedad civil; programas estatales o municipales como Enamorate de tu ciudad los sábados (hoy extinto), el festival Transitarte, los Festivales Internacionales de las Artes más grandes...
La cultura activó sus motores ese año por el renovado interés (y capacidad económica) de una generación para transformar la capital. Entre esas iniciativas, una relucía en Amón: la Casa Cultural, del TEC, de 1998.
Como otros espacios culturales abiertos en los 90 en torno a Amón y su estrecho vecino, Otoya –Teorética y el Centro Nacional de Cultura con el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo y dos teatros adentro–, empezó a generar actividades que funcionaron de imán a públicos que de otro modo no se acercarían al centro.
“Lo que no se conoce no se valora, y lo que no se valora, no se defiende”, dice a menudo la impulsora de la Casa y gestora de Amón Cultural, Alexandra de Simone. El centro, aparte de ofrecer cursos de arte, se abocó a conectarse con sus vecinos y a conocer el barrio, mediante proyectos de rescate de la memoria histórica e íntima de Amón –con la escuela de Arquitectura como motor–.
“El TEC le dio sentido urbano al barrio, le dio valor, lo rescató. Le dio un valor que los jóvenes ahora tienen muy claro, que es la importancia del barrio”, argumenta María Luisa Guevara.
Con proyectos como Amón Cultural, que ha fomentado encuentros, e iniciativas como Amón RA para brindar información en realidad aumentada, el TEC ha sido uno de los protagonistas del nuevo Amón.
Es un Amón con sitios como el hiperactivo centro de arte Amón Solar, la Casa Pagés (con Café Rojo, La Casona Iluminada y Libros Duluoz) y otros de más reciente apertura, como Galería Talentum. Para toda una generación reciente, Amón y Otoya son el San José rescatado, uno de sus centros de ocio –con Escalante como centro de restaurantes y La California para vida nocturna–. Amón es otro.
Barrio protegido
“Amón Cultural es como una vitrina, pero todo lo que se ve ese día es lo que pasa aquí todos los días”, dice Fernando Vega, secretario de la Asociación para la Conservación y Desarrollo de barrio Amón, que tiene 25 años.
Desde el inicio, con miembros fundadores como la historiadora Clotilde Obregón, Antonio Lehmann Struve e Ivette Guier, la asociación se propuso preservar el legado histórico del barrio y luchar contra las amenazas que, en los 90, ensombrecían Amón.
Algunas de sus luchas fueron muy fructíferas, como la retirada de las rutas de buses de las avenidas principales de Amón. Llamaron la atención de la Municipalidad de San José (MSJ) y del Centro de Patrimonio. En años recientes, acuerpados por los proyectos académicos y estudiantiles del TEC, se han puesto ambiciosos.
En julio del año pasado, propusieron a la MSJ un plan que propone definir una nueva categoría para el barrio Amón: “Zona de Ensanche de Interés Cultural”. La propuesta, elaborada por el proyecto Centro Histórico (dirigida por Tomás Martínez, del TEC), junto con la asociación, propone promover “vivienda, emprendimientos culturales, pequeños hoteles y gastronomía”.
Hoy, el plan regulador reconoce la “Zona de Control Especial Amón-Otoya-Aranjuez” y dice que los usos a fomentar incluyen los negocios culturales, hoteles pequeños y comercios de artesanía, pero según los vecinos y negocios consultados por La Nación, recibe poco o ningún impulso de la MSJ, a pesar del apoyo que sí reciben de la oficina de Turismo y de la Policía Municipal.
“Ni siquiera habíamos hecho la exposición cuando nos explicaron que lo que consideraban era que necesitábamos una exclusividad para barrio Amón”, dijo Vega.
El censo del TEC, coordinado por Mariela Hernández Ramírez, encontró que 29,3% de población comercial tiene más de 40 años; 22% de 10 a 20 años; de 20 a 30 años, 14%. 65% de comercios tienen más de 10 años allí.
“Nos hace pensar que hay arraigo, que hay compromiso, que ya tiene su público al que ofrece sus servicios”, dice la profesora. El censo, por otra parte, determinó que "la necesidad de posicionar el barrio como un espacio de quehacer cultural" prima entre los distintos grupos censados.
Además, como actividad estudiantil, le ha servido a Hernández para acercarse más como vecinos a los habitantes del vecindario.
¿Se podría buscar una declaratoria oficial de Amón como conjunto patrimonial? Para William Monge, director de Patrimonio, tendría sentido en tanto venga acompañado de una política de repoblamiento, y no solo declararlo y dejarlo quieto. “El problema grande es el desarraigo, porque de qué sirve preservar barrio Amón si lo que tenemos es una población flotante en alto porcentaje”, dice Monge.
Además, la legislación actual no permite a Patrimonio declarar un conjunto patrimonial, sino que ser requiere una ley específica, una que, por su parte, Monge considera que debería presentar los vecinos.
Para los vecinos y organizaciones consultadas, el problema es mayor: urgen que Patrimonio se involucre más y que coordinen con la MSJ (aparte de sus obligaciones normales y proyectos de gran escala, Patrimonio solo tiene recursos para intervenir dos inmuebles en todo el país este año, pues su presupuesto se ha reducido drásticamente desde el 2015; cerca de 400 sitios tienen declaratoria patrimonial).
“Nosotros desearíamos que estuvieran fiscalizándonos, que vengan y se sienten con nosotros mínimo una vez al año, preguntándonos qué estamos haciendo por la conservación de barrio Amón”, dice Fernando Vega.
De otros entes han sentido más apoyo, especialmente con Fuerza Pública y la Policía Municipal. Un chat de WhatsApp para el monitoreo vecinal, parte del Plan Cuadrante que Fuerza Pública quiere implementar en el país, ha sido muy exitoso e incluso han expuesto sus experiencias en el extranjero.
El plan de acercamiento de las fuerzas de seguridad, con visitas de puerta en puerta, ha estrechado lazos entre vecinos (en el chat participan docenas de residentes y empresarios). "Yo que tengo 30 años de vivir aquí hasta hace cuatro años tengo números de teléfono de mis vecinos", dice Vega.
Y eso ha permitido, a la vez, una oportunidad para reflexionar sobre otros problemas del barrio. "Tenemos situación fuerte con trabajadores del sexo en nuestras calles. Se ha tratado de educar a las personas, que una cosa es la persona como tal, que se debe respetar, y la otra es que se pongan a tener relaciones en la vía pública a la siete de la noche", explica Vega.
Es difícil enumerar cuanta iniciativa ha tomado Amón como ejemplo y destinatario. Cada día surge una nueva –y claro, no todos los vecinos están contentos cuando hay bulla–. Aunque sea el barrio más conocido del país, ¿tiene futuro?
“Es incierto mientras no exista control del mercado del suelo [que depende de los usos definidos e impulsados por el plan regulador de la MSJ]. Basta con recorrer San José y ver la cantidad de grúas que hay. Existe esa vulnerabilidad de que de pronto llegue un desarrollador y compre una manzana completa”, advierte Monge.
Quién pueda hacer ese control es la duda urgente. La participación vecinal es esencial, pero requiere de las palancas institucionales que empujen la pesada roca de la sobrevivencia urbana. ¿Lograrán ponerse de acuerdo?
A veces parece que San José tiene más hambre de parqueos que de cafés y jardines. Eso quiere ofrecer Amón, con el tesoro de su memoria histórica como su fuente.
"Es un Amón que como centro histórico tiene que ser así. Queremos decirle a la gente ‘sí se puede’, cuando la comunidad se organiza, sí se puede trabajar. Queremos que el mismo turismo, internacional y nacional, visite este barrio", declara Fernando Vega, de la asociación de vecinos.
La casa patrimonial de María Luisa Guevara es fotografiada por curiosos, turistas y estudiantes. “Yo los dejo hacer preguntas, tomar fotos, lo que quieran, porque, diay, ¡para eso es la casa!”, dice Guevara. ¿Se siente orgullosa? “No es orgullo. Es agradecimiento a Dios por una bendición. Me siento bendecida”.
Viva el Festival Amón Cultural
El Festival Amón Cultural celebrará su cuarta edición el sábado 3 de marzo, de 9 a. m. hasta las actividades como conciertos nocturnos. 100 actividades se celebrarán a lo largo del día en 42 puntos distintos en los barrios Amón y Otoya.
En el encuentro artístico hay cinco ejes que agrupan los distintos eventos: arquitectura, arte y diseño, vida urbana, artes escénicas y medio ambiente. 19 restaurantes, cafeterías y bares, y más de 70 organizaciones participan.