Carlos conoció a Maria Esther cuando eran niños de 12 años. Él nació en Alajuela, pero en 1946, a petición de su padre, se fue a terminar la primaria a San Isidro del General. En la escuela estudiaba Judith, la hermana de María Esther.
Judith organizó una actividad en una finca. Carlos asistió y allí vio por primera vez a quien se convertiría en el gran amor de su existencia. Él no tenía idea y ella tampoco.
El joven regresó a San José y cursó la secundaria en el Liceo de Costa Rica. En 1955, después de aquel encuentro inadvertido para los dos, Carlos volvió a Pérez Zeledón, esta vez a trabajar.
Emocionado, Carlos Alvarado recuerda que en el pequeño pueblo fue una amiga quien le presentó a María Esther Barrantes, que al igual que él tenía 21 años. Se conocieron y la chispa se encendió.
“Una amiga me dijo que los hermanos Barrantes nos invitaban a jugar Monopoli. Yo pensé en no ir por lo aburrido de ese juego. Nunca termina. Pero fui y ella estaba. Ahí nos conocimos. Luego coincidíamos en misa y bailábamos con rocola. El baile nos terminó de unir. Nos gustamos y nos hicimos novios. Al final jalamos seis meses y medio. Y aquí seguimos este par de chiquillos. Nos atrevimos a esa aventura, pues antes no había nada de esos cursos prematrimoniales que existen ahora”, cuenta don Carlos, quien alegre menciona que el 10 de diciembre del 2020 él “y su señora”, como le llama, cumplieron 65 años de casados.
Décadas después son padres de Ligia (su hija mayor y quien pronto cumplirá 65 años), Laura, Carlos Alberto, Leonor, Ricardo, Elena y Érick. Tienen 19 nietos y 15 bisnietos.
Los esposos coinciden que mucha de su inspiración para tener un matrimonio sólido provino de los padres de ambos.
A los seis años de casados se unieron al Movimiento Familiar Cristiano, y allí brindaron consejos a parejas por varias décadas.
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Hoy, en la casa que habitan en Alajuela, repasan los álbumes de fotos de sus hijos. Para ellos la familia une. Él trabajó como contador en el sector público y privado y ella se dedicó a velar por los niños. Antes de casarse trabajaba como modista junto a su papá.
“Me gradué de contador. Luego pusimos una empresa en Barrio México. Me ocupé del comercio, papá siempre fue comerciante. Antes de casarse mi señora trabajaba con el papá en una tiendita, luego lo dejó porque ligerito llegó la primera hija. Luego tuvimos tres pérdidas”, rememora.
“Los hijos unen. Si uno es responsable y feliz, uno va saliendo con su familia numerosa. Casi todos mis hijos estudiaron. Son personas de buenas costumbres, gente honorable”, agrega el papá de la casa.
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“Asunto de rosas y espinas”
Los esposos siempre han creído en su unión. “El asunto es de rosas con espinas por ratos. Hay tiempos buenos y malos, el asunto es superar las dificultades con amor y comprensión”, aseguran. Ellos cuentan que poner a Cristo en el centro ha sido la clave para salir adelante.
Cuando se habla de los momentos más dolorosos, sin duda coinciden en la pérdida de tres de sus hijos, quienes fallecieron meses después de nacer.
“Dios le da a uno fortaleza. Uno sufre cuando pierde hijos. La fecha de cumpleaños de esos niños no se me olvidan. Uno las lleva en el recuerdo, pero nunca renegamos. No nos enojamos con Dios. Fuimos personas que seguimos a Dios.
“En el matrimonio uno vive con altos y bajos pero bien. Haciendo recuerdos. Hemos viajado. Hemos vivido bonito. Tenemos hijos muy buenos”, dice doña María Esther quien halagada cuenta que “a estas alturas” su esposo la piropea, o la sorprende cuando ella está viendo televisión y de repente él acerca una pequeña mesa, le tiende un mantel y le sirve algo para comer.
Viven enamorados. Él dice que ella le ha dado comprensión y amor. Así como tolerancia, “eso sí, sin ser alcahuete”, dice ella.
“Cuando uno se casa todo cambia. Por más largo que sea el noviazgo, nunca será lo mismo ir a marcar que convivir y experimentar la convivencia de la pareja con sus diferencias”, dice don Carlos. Él agrega que ante Dios mujer y hombre son iguales, por eso en casa las decisiones “no deben de ser solo de uno”.
Con 65 años de experiencia, la pareja defiende que el matrimonio “es como cualquier profesión”, por eso la importancia de “estar creciendo y superándose juntos”.
”Un consejo que damos es que no se dejen dominar por la rutina. Si no hay dinero para ir a pasear, la pareja puede ir al parque a sentarse en un poyo y hablar un rato. Hay que romper la rutina. Hay que adaptarse a todo y aprender a disimular, a pasar por alto algunos defectillos. Ese es el amor. Uno tiene el deber de ser, de seguir y de cambiar cada día para su bien”, dice doña María Esther.
Las palabras de su esposa traen recuerdos a don Carlos: “Yo tuve suerte de que los domingos metíamos a los chiquillos en un carrito que teníamos, ella hacía almuercito y nos íbamos a la orilla de un potrero. Eso nos dio felicidad”, cuenta. Adicionalmente, don Carlos destaca que es muy valioso e importante respetar a la familia de origen de la pareja.
En más de 65 años estos esposos nunca se han separado, ni esperan hacerlo. Ahorita no pueden salir, dicen como personas que se protegen de la pandemia de coronavirus, mas reiteran que en sus pasos siempre están acompañados del otro.
“Eso es vivir el matrimonio”, concuerdan los esposos, ambos de 86 años.
Las fotos que acompañan este artículo las tomó el fotógrafo Arturo Alvarado, uno de los nietos de la pareja.