El refresco de agua de arroz con canela que José Luis le dio a María Virginia además de refrescarla, la enamoró. Así empezó todo, mientras ella recolectaba café para ayudar a su mamá, y él vendía pan, galletas y bebidas en un carretillo para ayudar a su familia.
Los dos eran vecinos de la Uruca, en San José. Luego de aquel encuentro decisivo para sus sentimientos, continuaron viéndose en la iglesia, en la plaza, o mientras ella lo iba a apoyar cuando él jugaba fútbol. Así se concretó el amor, recuerdan.
Ella tenía 17 años y medio y él, 25. Se casaron un 17 de octubre de 1964, tres meses después de que María Virginia cumpliera 19.
“Él empezó a llegar a vender al cafetal y nos enamoramos. Después nos veíamos en la plaza”, dice ella.
“Con esos frescos la conquisté”, continúa él. Los dos ríen con una complicidad que tiene años de años.
Hoy él, don José Luis Jiménez Porras, tiene 83 años, y ella, María Virginia León Carmona, 75. Mucho ha cambiado en casi seis décadas de matrimonio, pero no la manera con la que se miran. Ni el tiempo, ni las buenas y malas que pasaron, alteraron el halo de sus ojos.
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En 56 años de matrimonio la pareja no se ha separado ni un solo día. Tampoco se ha ido a dormir sin dejar de hablarse o pedirse disculpas. Su compromiso es intangible y tiene más fuerza y validez que cualquier contrato que hubieran firmado. En este amor valen las promesas y las palabras.
“Uno se mantiene siguiendo la voluntad de Dios y con su ayuda. Hay que llevarse bien y sufrir las consecuencias de la pobreza. Luego levantarse. Enfrentar juntos los tropiezos y las dificultades. Ahora gracias al Señor tenemos nuestra casita, yo estoy pensionado”, cuenta don José Luis, quien trabajó por 36 años como supervisor de obras en la Municipalidad de San José.
Doña María Virgina se dedicó al cuidado de sus ocho hijos: María de los Ángeles, José Luis, Patricia, Kattya Lorena, Laura, Sonia, Adrián y Diego. De todos ellos la única que vive junto a sus padres, en Desamparados, es Laura , quien es acompañada por su hija Priscilla Espinoza Jiménez, de 27 años.
De sus hijos los señores hablan con orgullo. Todos viven pendientes de sus padres, y cuando no los pueden visitar, principalmente en tiempos de pandemia, nunca faltan las llamadas. Incluso desde lejos: uno de sus muchachos trabaja en misiones mundiales. La última vez les habló desde Haití.
“Es una gran familia la que tenemos. A los cinco meses de casados nos vinimos a vivir aquí. No nos hemos separado ni un solo día”, dice el señor, quien rememora que su casa propia la pudo edificar, con sus propias manos, gracias a que una vez en su trabajo dieron la oportunidad de que quien quisiera renunciar podía hacerlo y se le otorgarían todos los beneficios.
“Yo no tenía casita y tenía ocho (hijos). Así que dije: me voy. Lo hice para que me dieran las prestaciones. Con esa platita compré el lote que me costó ¢80.000. Después yo mismo hice toda la casita. Nos vinimos para acá en los 80”, dice José Luis.
De inmediato, la fina voz de María Virginia eleva el tono para hablar de una ley que ha sido fundamental en este matrimonio y en la sana convivencia.
“Cuando hay alguna dificultad nos decimos las cosas porque no podemos acostarnos bravos. Eso siempre lo hemos manifestado.
“Una relación tiene que tener como base la comprensión. Se debe vivir con mucho respeto, amor y ayuda mutua”, dice la señora.
Laura, la hija, agrega que su mamá vive pendiente de que su padre tome todos sus medicamentos, pues tiene varias condiciones como diabetes, presión alta, asma e insuficiencia renal.
“Gracias a Dios está bien”, dice María Virginia, quien tampoco descuida su hipertensión.
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Amor que no deja de crecer
La pareja continúa creyendo que el matrimonio debe cuidarse, por supuesto, siempre que el respeto sea el centro.
Él siente el amor de su esposa cuando ella le prepara “macarroncitos y olla de carne”. Mientras ella es halagada con frutas o con solo tener la conciencia de que él está allí para complacerla en lo que se pueda.
Juntos disfrutan de caminar y también de conocer el mundo. Ya han visitado México, Colombia y toda Centroamérica.
“Lo más especial del matrimonio es estar en unión con la familia. Nos llevamos muy bien. Siempre nos reunimos para celebrar cada aniversario”.
Todos los 17 de octubre en esta casa en Fátima de Desamparados hay fiesta. Cada nuevo año de esta unión se celebra con manteles largos. Él siempre llega con flores para sorprenderla, y en casa María Virginia y su hija Laura preparan una comida especial.
“Si algunos de mis hermanos no pueden venir, tal y como pasó por la pandemia, los hijos los llaman y los felicitan. Para nosotros es un gran honor”, dijo Laura, su hija.