José Granados está frente a las escaleras de su casa, sabe que tiene que subirlas, pero antes las observa con cautela. Hasta hace unos meses este solamente era el camino que debía seguir para llegar hasta la segunda planta, ahora es un obstáculo más en su trayecto.
Después del coronavirus nada es igual.
De un día para el otro sus piernas ya no sabían cómo caminar y tuvo que empezar desde cero, como un bebé.
Ya son tres meses desde que aquel 13 de abril salió del hospital Calderón Guardia en silla de ruedas y se levantó por última vez. Desde entonces comenzó a escribir un nuevo capítulo en su vida.
“A partir de ese momento empecé una nueva lucha: yo no podía caminar, tenía que agarrarme de las paredes, me caía, las piernas las tenía totalmente dormidas”, afirma.
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En cuestión de un mes, el vecino de Coronado cumplirá 69 años y pese a que poco tiempo atrás quienes le preguntaban la edad se asombraban con la cifra, afirma que ya eso no va a volver a pasar.
Frente al espejo ve sus ojos hundidos y sus brazos caídos. Perdió unas 75 libras en cuestión de tres semanas, y si trabaja sus piernas le tiemblan.
Jorge es un costarricense que sobrevivió a la covid-19, luego de estar internado en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) por 15 días. La enfermedad marcó su vida y la de su familia.
“Yo creo que el coronavirus llegó para decirme ‘usted tiene 69 años', porque yo hace un par de meses no sentía que tenía esa edad, es más, nadie lo creía. Yo jugaba de lindo, de que era un galán y ahora es totalmente otro mundo”, confiesa.
Él se enfermó en un viaje que realizó a Estados Unidos, para cumplir el sueño de su hermana, a quien tras muchos intentos le dieron la visa para poder ingresar a territorio norteamericano. Tras dos meses en esa nación, a finales de marzo, volvieron a Costa Rica, cuando las fronteras en diferentes lugares ya estaban cerrando.
En el avión solo se escuchaban personas tosiendo, pero ese no era su caso ni el de su hermana. Al llegar a territorio costarricense se despidieron y cada uno se fue para su casa, sin ningún síntoma.
Tan solo unos días después, ella lo llamó para confirmarle que estaba positiva.
Mientras tanto, él percibía que su lengua estaba dormida, tenía calentura y una gripe fuerte. Entonces le confirmaron que también era portador del virus.
En cuestión de horas su salud empeoró y el ahogo era cada vez mayor, a tal punto que una ambulancia llegó hasta su casa para trasladarlo al hospital, donde entró directo a la UCI.
“Cuando iba al cubículo yo le dije a Dios que si me tenía que llevar que lo hiciera, porque yo ya había visto en las noticias que los viejitos salían en bolsas y recuerdo que en Italia si era joven se salvaba y si era viejito no. Yo sabía que me iba a morir, entonces yo le dije ‘si me vas a llevar, perdóname por todo; pero si me vas a dejar, yo voy a luchar para que no me queden secuelas’”, recuerda.
Allí perdió la noción del tiempo. Mientras tanto, su hermana permanecía en la UCI del San Juan de Dios, librando la batalla con el mismo virus.
Granados solo recuerda que preguntaba qué día era y que los médicos le contestaban ‘estamos en Semana Santa’ y así, poco a poco, fue despertando.
“Ahí a uno le hacen de todo, yo solo me sentía como un pedazo de carne con un corazón latiendo. Es algo tremendo, yo sabía que estaba en un hospital pero nunca lo había vivido de esa manera. Yo solo deseaba salir a ver a mis hijas”, asegura.
Y el día llegó a mediados de abril. José relata que, ese lunes, afuera del hospital lo esperaba su hija y su alegría y agradecimiento eran absolutos y de regreso a su casa solo podía llorar.
Su hermana no corrió la misma suerte y tras 70 días internada en el hospital, falleció el mes anterior.
“Mi hermana tenía problemas de azúcar y no la pudieron salvar. Parece que yo lo sabía, porque cuando estábamos en Estados Unidos yo le dije ‘esto es lo que usted quería, es un regalo de Dios’, y ya va cumplir un mes desde que se fue”, detalla.
Ahora, Granados se enfrenta a una batalla diferente todos los días: ya puede caminar mejor y ha empezado a retomar su rutina. Eso sí, la comida sigue sin tener sabor a excepción del café y el limón, que ya siente un poco más.
“Yo pude haber sido un número más, pero Dios fue muy bueno conmigo. El coronavirus me cambió la vida de forma definitiva. Yo voy subiendo una escalera y creo que voy a la mitad pero me falta la otra mitad, que es la más difícil; pero ya no voy a volver a ser el mismo, ya es otra cosa”, afirma.
En un país de cinco millones de habitantes, algunos dirán que “solo” tener 6.000 casos positivos de covid-19 entre marzo y lo que va de julio, es un número bajo, sin embargo, las consecuencias físicas que el virus provoca pueden ser muchas y no deberían tomarse a la ligera.
Esta es una enfermedad totalmente nueva y puede manifestarse de diferentes formas en las personas: hay pacientes que ni siquiera muestran síntomas, sin embargo, otros han perdido la vida en la batalla.
Otras personas que han salido victoriosas de la enfermedad hoy se visten de cautela, ya que las secuelas les han cambiado su rutina y deteriorado su salud física.
Desorientada
Mientras José continúa poniendo empeño en mejorar su salud para poder recobrar una parte de él, en Orotina, Elsiana López intenta limpiar el piso de su casa, sin embargo, no han pasado ni cinco minutos y está sudando como nunca antes, cansada y muy agitada.
Ella puede dar fe de que Granados no es el único al que la covid-19 le cambió la vida para siempre.
Elsiana es de las que hace unos meses veía las noticias y decía “esto no va a llegar aquí, China está muy largo”, sin embargo, de un pronto a otro el virus entró a su casa sin previo aviso.
Hasta la fecha no sabe cómo fue que llegó, pero sí tiene claro que la inesperada forma en que lo hizo le ha dejado traumas que mantiene muy presentes.
“Jamás pensé que me iba a dar a mí. La covid-19 me marcó demasiado”, dice la mujer, de 43 años.
Elsiana quisiera contar cómo fue su estadía en la UCI del Hospital México, pero simplemente no lo sabe, no lo recuerda. Estuvo allí por más de dos semanas en un coma inducido y le practicaron una traqueotomía, que le facilitó el paso de aire a los pulmones.
“Ella nunca estuvo consciente en el hospital. Cuando nos llamaron para decirnos que le tenían que hacer una traqueotomía, nos dijeron que era un proceso largo que podía ser que funcionara a la primera semana, o en meses o incluso años, pero ella reaccionó un día después”, explica su hija, Yuleisy Vargas.
Cuando despertó, la trasladaron al salón y empezó a comer. Su familia estaba feliz, pues había ganado la batalla contra la covid-19. Sin embargo, nunca se imaginaron las consecuencias que el virus tendría en ella.
Vargas relata que al igual que todos los días llamó para preguntar cómo evolucionaba su mamá y se topó con la respuesta de que Elsiana estaba alucinando.
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“Los doctores me dijeron que cuando la persona pasaba tanto tiempo en un coma inducido se va perdiendo la conciencia y ella pensó que todo era un sueño. Cuando le dieron la salida venía diciendo un poco de incoherencias, creía que estaba separada, no conocía el carro de mi papá, y tampoco sabía caminar”, cuenta la joven, de 21 años.
Al cabo de tres días de estar en la casa, empezó a recordar algunas cosas, mientras que su hija le comenzaba a explicar los procedimientos que le hicieron en el centro médico.
No obstante, tuvo que pasar casi un mes para que pudiera recobrar la conciencia. De hecho, aún no lo ha logrado del todo, pues los recuerdos de lo que vivió estando internada siguen llegando esporádicamente.
“Todo esto ha sido muy difícil. Yo ya me siento muchísimo mejor, pero saber que me afectó de la forma en que lo hizo, todavía no lo creo y a veces se me vienen recuerdos de cuando estaba en el hospital y me da mucha nostalgia porque todo fue tan duro y yo sé que no quedé al 100%”, resalta la mujer, quien es diabética e hipertensa.
Todo comenzó en abril, cuando Elsiana experimentó una gripe muy fuerte, tanto que decidió asistir a un consultorio privado, pero no le apareció que estaba infectada del nuevo coronavirus.
En ese momento, en su casa nadie tenía el virus, hasta que días después su esposo, José Juan Vargas, se empezó a sentir mal y en el hospital su prueba salió positiva.
Pasaron tan solo horas para que a ella se la llevaran al hospital de emergencia.
Mientras tanto, su esposo se quedó en Orotina en cuarentena y desde la casa sobrellevó el virus. Y a pesar de que no la pasó muy bien, su hija se encargó de cuidarlo.
“Cuando mi mamá cayó en el hospital, mi papá quedó muy decaído y era tanta la desesperación de ver que mi papá ni siquiera se podía levantar de la cama que agarré un limón, lo partí en cuatro, le agregué media taza de agua y dos acetaminofén, lo hervimos por cinco minutos en la cocina y lo endulcé con miel de abeja y al día siguiente ya él se levantó de la cama. Yo quedé sorprendida”, comenta.
Yuleisy asegura que su papá fue el primer recuperado de Orotina.
El pasado 4 de julio Elsiana cumplió dos meses desde que le dieron la salida del hospital y pese a que ha olvidado algunas cosas, todavía mantiene presente cuando la ambulancia llegó por ella a su casa.
Ese día ya no podía respirar, e incluso afirma que se le hacía un hueco en la garganta por la falta de aire.
Afuera de su vivienda estaban todos sus vecinos con cámara en mano para tomarle fotos cuando se iba a subir a la ambulancia y, finalmente, cuando salieron, unos empezaron a chiflar.
Pero eso no fue suficiente y mientras ella se debatía entre la vida y la muerte, los vecinos pasaban sus días llamando a la policía, para decir que su hija y su esposo estaban incumpliendo la orden sanitaria.
Adentro la realidad era muy diferente y la joven buscaba la forma de reanimar a su papá.
“Lidiar con los vecinos es sumamente difícil, hay demasiada ignorancia y tal vez a mí no me afecta pero no todos somos así, hay personas que solo piensan en el qué dirán y psicológicamente eso afecta muchísimo a la gente. Solo quienes pasamos por esto entendemos la gravedad del asunto, porque nosotros lo vivimos y ahora sabemos que es un virus de muchísimo cuidado”, destaca la joven.
Elsiana ha tratado de retomar su rutina, pero no puede evitar sentir miedo. Ella no quiere volver a tener una gripe en su vida y desde que le dieron la salida del hospital no sale de su casa, sabe que ese es su mayor refugio para evitar cualquier virus.
También se le ha acortado la vista, pero se siente afortunada por tener una oportunidad más para vivir.
“Este virus me marcó de por vida y me ha enseñado a valorar más a la familia y a valorarse más a uno mismo, porque hay mucha gente que cree que esto no es verdad pero yo ya lo viví y me quedo impactada al ver que la gente no hace caso y que no le teme a este virus”, señala.
Amarga despedida
Y si de vecinos con poca empatía se trata, Javier Blackshaw puede contar muchas historias. El ha tratado de recobrar su normalidad, pero algunos lugareños no lo dejan.
Por ejemplo, hace no muchos días fue a comprar pan y de regreso se topó con una conocida de hace mucho tiempo. Ella no sabía que él era un recuperado de covid-19 y le dio la mano para saludarlo.
Luego de intercambiar algunas palabras, él le comentó que había superado la enfermedad y la joven salió corriendo y gritando por la calle, ya que antes había estrechado su mano.
“Esa mujer se quiso cortar la mano y salió gritando, y a mí me dio mucha vergüenza, porque uno se siente impotente. También hay otros vecinos que odian verme en la calle, creen que los voy a contagiar, al punto que me ven y cruzan la acera y vieras que cosa tan fea y hablan de mí y dicen ‘ahí viene el infectado', pero yo no lo estoy”, asegura.
Sin embargo, esa es la más insignificante de las experiencias que ha vivido el enfermero del Hospital México en los últimos meses producto de la covid-19.
Desde hace un tiempo debe lidiar con el daño en un pulmón. Además, cuando camina unos cuantos metros, se agota a tal punto que debe descansar por unos minutos.
“Tengo un pulmón afectado, me ven en el hospital los médicos de neumología y me hacen ejercicios, aunque dice el doctor que eso ya quedó así, pero tampoco me voy a estresar, lo que tengo que hacer es cuidarme”, cuenta.
Su vida cambió a finales de marzo cuando el virus estaba ganando terreno en Costa Rica; su jefa los reunió a él y a sus compañeros para decirles que necesitaba que algunos sacaran vacaciones. Javier, de 62 años, fue el primero en levantar la mano, ya que temía infectarse.
Justo antes de comenzar a disfrutar sus días libres, un colega le pidió hacerle una guardia de fin de semana y él aceptó. Esos dos días escuchó varios médicos toser y le pareció extraño, pero siguió con su trabajo.
No habían pasado ni cinco días desde esa guardia cuando uno de sus compañeros lo llamó para decirle que estaba contagiado y le preguntó si tenía síntomas, pero no era el caso. A la mañana siguiente experimentó unas flemas extrañas y de inmediato fue a hacerse la prueba.
A los dos días, lo llamaron para decirle que tenía que cumplir la cuarentena, pues la prueba salió positiva. Para ese momento no tenía apetito, estaba decaído y se sentía cansado, pero nada que no pudiera manejar.
No obstante, para el vecino de Paraíso de Cartago todo cambió dos días después.
“Me levanté con mucha flema y no respiraba, mi hija llamó al hospital y vinieron con una ambulancia porque yo ya no estaba respirando, me pusieron oxigeno y me llevaron al hospital de Cartago y de ahí me llevaron directo al Calderón Guardia porque yo iba demasiado mal y me ingresaron de una vez a la UCI”, recuerda.
Los 10 días que estuvo en el hospital estuvo consciente, podía percatarse de todo lo que le hacían. Siempre estaba boca abajo con un tubo, varias veces al día lo sometían a exámenes y le ponían antibiótico.
Por su cabeza solo pasaba el “por qué a mí”.
“Todo pasó tan rápido que yo ni me pude despedir de mis hijas, yo no sabía si iba a volver a verlas, o si me iba a morir, porque me sentía muy mal, me faltaba demasiado el aire y la sensación era desesperante. Tampoco sabía si era de día o de noche, yo sólo sabía que era de mañana porque me volvían para bañarme”, explica.
Para él, la estadía en el hospital era más difícil, pues durante su vida él se encargó de atender a los pacientes y nunca le tocó ser el enfermo.
“Nunca pensé que me iba a infectar de covid-19, más siendo trabajador en la Caja, porque una cosa es ser enfermero y otro paciente y es tan feo que le estén sacando a uno sangre, eran como ocho frascos por día, para hacer todos los análisis. Y el que me bañaran, que me lavaran los dientes, es una cosa muy fea”, afirma.
Luego de nueve días su respiración empezó a mejorar, comenzó a comer y ya lo podían acostar boca arriba. Entonces, Javier entendió que sus plegarias habían sido escuchadas.
Tiene claro que su vida no será la misma, pero eso es lo de menos, sabe que le toca cuidarse más para disfrutar su retiro junto a sus hijas y su nieta.
“Hay un antes y un después, uno jamás piensa que le va a pasar eso. Yo no me quería morir y el no ver a mis hijas es algo muy feo, porque usted siente que ya no va a volver y en ese momento en el que está en recuperación uno pasa pensando en eso; yo solo le pedía a Dios que me dejara vivir un poquito más para por lo menos tener todo arreglado y que mis hijas no tuvieran que sufrir porque ahora ni a la iglesia se puede ir, ni un funeral”, cuenta.
Aún le da mucha tos y flemas, pero está en su casa, a salvo del coronavirus y donde disfruta de sus vacaciones, las cuales concluyen el 1.° de agosto.
Ese día, finalmente, se pensiona y pese a que esta nunca fue la despedida que tenía en mente para su retiro, ahora solo desea tener salud y disfrutar de las pequeñas cosas, como el aire puro y la bondad de otros vecinos, quienes hasta le han llevado comida.
Nueva oportunidad
Su voz no es la misma, su respiración tampoco y su daño en el pulmón han provocado que en más de una ocasión se sienta deprimido.
Para Christopher Zamora, la covid-19 ha sido una experiencia en muchos ámbitos de su vida. Y aunque su salud se deterioró desde que a inicios de abril ingresó al Hospital Calderón Guardia, ahora le pone empeño para salir adelante y ser el mismo de antes.
“Yo quedé con mucha afectación. Según la epicrisis tengo un problema en el pulmón derecho, me canso muchísimo, estoy agotado físicamente, no respiro igual, me quedo sin aire muy rápido, no tengo nada de fuerzas y no sé cómo está mi corazón”, dice.
Ahora, para él caminar 300 metros, es como haber caminado cuatro kilómetros.
Hasta la fecha, Zamora desconoce cómo contrajo el virus. Él trabaja como agente de ventas, por lo que sospecha que pudo contagiarse mientras laboraba. Lo cierto es que hoy es una persona más que venció el virus tras estar 14 días internado.
Christopher ingresó al hospital luego de tener dolor de cuerpo, ahogo, dolor de cabeza, dolor de garganta, tos seca, temperatura alta y diarrea.
“A mí me dio muy feo, yo me sentía tan mal. Me pusieron una cápsula nasal y oxígeno, porque no podía respirar. Yo soy hipertenso y la presión se me vino abajo y yo le dije al doctor que se me estaba controlando la presión y él lo que me dijo fue ‘no, eso es que su corazón está colapsando’. Sentí un bajonazo tan grande que me despedí de todo mundo, creí que me iba a morir”, explica.
Mientras estuvo en el Calderón Guardia, lo mantuvieron aislado en una habitación y los médicos estaban preparando la UCI para ingresarlo allí. Sin embargo, de último momento prefirieron trasladarlo al Centro Especializado de Atención de Pacientes con covid-19 (Ceaco).
Él fue el primer paciente en ingresar a ese centro médico. Para ese momento tenía mucha tos y la respiración era muy corta, pasaba con dolor de cabeza y le daban pastillas para dormir.
“Estuve muy deprimido los primeros días. Después yo me distraía mucho con la gente del Ceaco porque uno les veía el miedo en los ojos, están de frente al virus y aunque yo no me sintiera bien, me ponía a hablarles de temas diferentes para distraerlos”, recuerda.
Allí pasó dos semanas y en lo único que pensaba era en su hijo, un niño de 10 años y quien vive en San Carlos. Sabía que la pandemia provocaría que estuvieran alejados y más aún siendo él una persona positiva.
Desde aquellos días han pasado dos meses y medio, se ha hecho ocho pruebas hasta dar negativo y ha estado en una frecuente visita a donar plasma. Aunque resalta que su salud se ha deteriorado y ha perdido muchísimo peso, se ha propuesto estar bien.
“Yo en un inicio tenia miedo, pero quiero ser un ejemplo de que uno sí se puede recuperar. Ya he donado plasma tres veces, creo que es un sentido de responsabilidad con los demás, no veo el por qué no hacerlo, me parece egoísta.
“Ahora veo la vida diferente, este virus me ha enseñado a valorar la vida, a las personas que están conmigo, incluso a valorar el dinero y considero que Dios me dio una oportunidad de vida a mí porque que de ultima hora no me pasaran a UCI fue solo un milagro”, afirma.
Para los sobrevivientes de covid-19 hablar de la enfermedad no es sencillo, sus voces se quiebran y respiran profundo, sin embargo, ante el acelerado aumento de casos en las últimas semanas en el país, sienten la responsabilidad de hacer un llamado a la población.
Coinciden en que quienes no siguen las medidas sanitarias y participan en actividades sociales desacatando a las autoridades, no saben a lo que se arriesgan y aseguran que si tuvieran tan solo la mínima idea de lo que es vivir la covid-19 no se atreverían siquiera a pensar en salir de la casa.
Al final ellos lograron salir victoriosos de esta batalla, pero muchos otros no lo consiguieron. Estos cuatro sobrevivientes consideran que los ticos aún están a tiempo de superar la pandemia y no tener que pasar por su tormentosa experiencia.