Los aguaceros típicos de la época lluviosa de nuestro país cambiaron el panorama que veía a diario un vecino de San Rafael de Naranjo al salir de su casa. El paredón de una montaña ubicada en la calle principal frente a su hogar se estaba “pelando” producto de las lluvias. Era algo normal, hasta que un día quedó al descubierto un pequeño objeto de color naranja llamó su atención: era un fragmento de cerámica.
Por accidente, el señor tenía en sus manos un trozo de historia que podría tener más de 2.000 años de haberse creado. Era parte de una vasija precolombina que posiblemente los indígenas de la zona utilizaron para hacer chicha, la cual beberían en un ritual mortuorio.
Al igual que el naranjeño, muchos costarricenses se encuentran por accidente fragmentos de objetos en los patios de sus casas o en sus fincas, sin sospechar que en sus manos podrían tener un valioso tesoro arqueológico.
Muchos de estos hallazgos suceden al azar: cuando se pica la tierra del suelo para sembrar una huerta en el patio o para hacer un jardín; cuando se hace el arreglo de una tapia dañada o, hablando a mayor escala, cuando se emprende una construcción. Aquí es cuando entra en acción un equipo de profesionales especializados y comprometidos con el rescate de la historia y la herencia costarricense: los arqueólogos del Museo Nacional de Costa Rica, quienes se encargan del rescate de estos objetos para estudiarlos, analizarlos y a partir de sus investigaciones narrar la vida y costumbres de nuestros antepasados.
Sobre los restos de una de las vasijas de cerámica encontrados en San Rafael de Naranjo se sabe, por datos recolectados anteriormente y por la reconstrucción de estos tesoros arqueológicos, que su gran tamaño posiblemente se deba a que en el lugar donde se hallaron había un asentamiento vasto de indígenas y que, es probable que se usaran para preparar chicha para algún rito, tal vez el de un funeral.
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La boca amplia de una de las vasijas encontradas también tiene una explicación lógica y es que se elaboraba así para meter un recipiente hasta el fondo y así sacar de manera fácil la preparación que allí se elaboró. Esta vasija es una de las 14 que fueron halladas en este sitio por arqueólogos del Museo Nacional de Costa Rica, gracias a la llamada que hizo un vecino de la localidad para alertar sobre la presencia de estos restos históricos.
“Encontramos las vasijas en un pozo de máximo dos metros de diámetro, no era muy profundo, pero por la cantidad de objetos que hallamos, el descubrimiento es de una densidad muy alta”, explicó Luis Alberto Sánchez Herrera, arqueólogo del Departamento de Antropología e Historia del museo.
“Este hallazgo lo podemos asociar a poblaciones agrícolas que vivían en la zona del Valle Central, en la parte occidental. Eran poblaciones completamente sedentarias con cultos muy desarrollados y que existieron más o menos hace unos dos mil años”, agregó el especialista.
Lo que hay detrás de lo que a simple vista son tiestos, es la prueba física de la identidad costarricense. A partir de piezas como las de San Rafael de Naranjo, los arqueólogos pueden hacer un retrato de cómo se vivía en nuestro país en la antigüedad. Este es uno de los puntos más importantes del trabajo que realizan en el Museo Nacional de Costa Rica y del que a continuación les contaremos algunos detalles.
Trabajo minucioso
Las vasijas de San Rafael de Naranjo forman parte del trabajo de investigación diario que se lleva a cabo en el museo, específicamente en las instalaciones que tiene ubicadas en Pavas. Allí un equipo conformado por 14 arqueólogos se dedica a hurgar en la historia para entender más sobre lo que nos identifica.
El caso de Naranjo, como sucede en muchas ocasiones, se logró investigar gracias al aviso del vecino. “Nos llamó y dijo que por las lluvias se había ‘pelado’ una pared frente a su casa y que aparecieron los bordes de unas vasijas. Fuimos, hicimos el rescate y encontramos una suerte de colocación de fragmentos de diferentes vasijas”, recordó Sánchez.
Ya recuperados los pedazos, en el museo los especialistas trabajan no solo en el intento de unir los trozos que se puedan para formar de nuevo las vasijas, sino también en estudiar el tipo de cerámica, la forma de elaboración y hasta verificar si hay restos de algún ingrediente que se usó para cocinar en ellas.
“Era un caos verdadero, llevamos meses limpiando las muestras para luego tratar de armar las vasijas”, explicó el especialista.
De acuerdo con Mirna Rojas Garro, jefa del Departamento de Antropología e Historia, los descubrimientos a partir de estas piezas podrían revelar que fueron utilizadas para algún tipo de ceremonia especial.
“Hay que tomar en cuenta que muchas vasijas, por las características que tienen las de este depósito, no eran de uso muy cotidiano. Es posible que muchas se usaran solo una vez en el momento en que se estaba haciendo el ritual. Ese resultado lo podemos obtener porque no vamos a encontrar mezclas de sustancias a la hora de hacer un ‘raspado’”, comentó Rojas.
La literatura con la que cuentan los expertos informa que para este tipo de ceremonias se solía hacer chicha para compartir entre la comunidad. Al hacer el raspado del fondo de estos recipientes se podría saber qué alimentos y bebidas se consumían en la zona norte del país.
Parte de esa investigación se realiza con el estudio de restos microscópicos. “Muchas veces los residuos no están a la vista, ya que al cocinar todas las sustancias, éstas se juntaron y se filtraron. Tomando un fragmento del tiesto se muele bien y a partir de ahí se hacen análisis para observar carbohidratos, ácidos grasos y almidones; por ejemplo”, contó Sánchez.
Otras de las características de los objetos que se encontraron en este depósito es que tienen la boca abierta (o grande), así que podían ser apropiados para el proceso de fermentación de las bebidas.
“Cuando las vasijas son de boca cerrada y sus paredes no son muy gruesas, sabemos que se usaban como cántaros para transportar líquidos a las celebraciones. Todos esos aspectos, como las formas y la función de los envases nos narran historia”, agregó el arqueólogo.
“Con la reconstrucción podemos calcular la capacidad volumétrica. Eso nos dice mucho del uso que se le daba a la vasija y de la cantidad de personas que formaban el grupo. En otros sitios hemos encontrado vasijas con capacidades de hasta 100 litros”, expresó Rojas.
Para la reconstrucción de las piezas los especialistas no utilizan materiales muy sofisticados porque estos podrían modificar los componentes originales. Por lo general es la goma blanca común y corriente la que se usa para pegar los pedazos.
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“Ha sido compleja la labor con la goma porque esta cerámica se cocía bien, los alfareros conocían muy bien el proceso, usaban mucha arena. Se trata por lo general de cerámica muy resistente que se usaba para la cocción, pero con el tiempo y las condiciones de conservación se vuelve deleznable, se desmorona fácilmente, así que el trabajo de reconstrucción es muy delicado”, agregó.
El depósito de San Rafael de Naranjo sigue en investigación. Hasta el momento se puede decir que pese a que no es un hallazgo tan reciente ni tan antiguo, se asociaría a poblaciones agrícolas que vivían en la zona del Valle Central, en la parte occidental; además de que eran sedentarias, con cultos muy desarrollados.
Sánchez comentó que el 90% de las colecciones que encuentran en los rescates que realizan, son fragmentarias, pues los objetos están quebrados. Además afirmó que, como curiosidad, en los lugares que se utilizaban como cementerios es muy común encontrar vasijas enteras porque se usaban como parte de los ajuares mortuorios o como ofrendas; pero que estos artículos son los menos.
El 90% de las colecciones que encuentran en los rescates que realiza el Museo Nacional, son fragmentarias, los objetos están quebrados.
“La mayor parte de lo que encontramos proviene más bien de áreas libres, asentamientos precolombinos donde las personas desechaban lo que ya no usaban, eran los basureros domésticos. En estos lugares encontramos ollas y platos”, afirmó.
¿Cómo se ubican estos artículos en el tiempo? La respuesta es sencilla, pero lleva detrás de sí muchos años de estudio y complejas investigaciones. Mirna Rojas explicó que desde que el Museo Nacional se encarga de realizar estas tareas se han determinado patrones decorativos correspondientes a zonas y años en específico, así como la elaboración y los materiales de cada cerámica; con estos estudios se ubica la cerámica en el tiempo.
Los expertos también recurren a la famosa prueba del carbono 14 para establecer las épocas. “Una de estas vasijas tenía en el fondo restos carbonizados de lo que posiblemente se coció ahí. Cuando por patrones de decorativos o de proceso de elaboración no se puede determinar el fechamiento, se recoge una muestra y se envía a un laboratorio en Estados Unidos para que se realice la prueba de carbono 14″, afirmó Rojas.
Tesoros
En el archivo del Museo Nacional guardan objetos y restos que datan de muchos años, pero hay una pieza muy pequeña que se lleva el título de la más antigua de la colección.Se trata de un pedazo de cerámica que podría datar de entre los años 1.000 y 1.500 antes de Cristo. Este pequeño fragmento fue encontrado en la zona del Pacífico sur del país, confirmó Mirna Rojas.
“Tenemos esta cerámica, pero de ese tiempo se sabe muy poco de cómo vivían las personas, cómo hacían los entierros, o cuál era su dieta”, explicó la experta.
Los objetos se archivan según la clasificación que les dio el arqueólogo que realizó la investigación. Por eso es tan importante la base de datos que tiene el museo, ya que de esta manera cada pieza que se encuentra, se compara y analiza con lo que existe en el archivo para ubicarla temporal y físicamente.
“Los aspectos básicos de la producción de la cerámica estaban bien preestablecidos, estaban muy bien hechas y cocidas a buenas temperaturas. Hay unas que no se decoraban tanto, pero se pintaban y colocaban elementos en la superficie sin rasgar el material; esto se da en el inicio de la tradición cerámica, pero posteriormente encontramos que se vuelve más diversa”, explicó Sánchez.
Los secretos que revelan las cerámicas indígenas son de gran importancia para las investigaciones, ya que las poblaciones no tenían códigos o escrituras que faciliten la realización de la base de datos, sino que las características de los objetos cerámicos son los que nos cuentan nuestra historia antigua.
Restos humanos
La arqueóloga Hazel Vargas Madrigal, especialista en análisis de restos humanos, se encarga de inventariar los residuos orgánicos que están resguardados en el museo.
Durante la visita que Revista Dominical realizó a las instalaciones del museo, la especialista se encontraba revisando el cráneo de un hombre que se encontró en 1984 en una excavación en el Monumento Nacional Arqueológico Agua Caliente, que realizó su colega Ricardo Vásquez.
La experta explicó que parte de su trabajo es revisar estas colecciones para darles una especie de “mantenimiento”, además de que durante esa labor también se encuentran nuevos detalles con respecto a la civilización.
“Estas revisiones constantes nos ayudan a verificar el estado de conservación y nos permite analizar ciertos detalles para comprender más sobre las poblaciones, su vida, su muerte, detectar patologías, y hasta algunos rasgos que nos indiquen su actividad ocupacional”, expresó.
Vargas agregó que durante su estudio se registran huellas patológicas o de accidentes que tuvo el individuo durante su vida, pero que no provocaron la muerte. Se descubren enfermedades nutricionales o infecciosas, así como fracturas y traumas en el cuerpo, o el tratamiento mortuorio que se le daba al difunto (por ejemplo si hubo cremación).
También, en la resina de los dientes hay mucha información, como el tipo de dieta que consumían, y esto ayuda a revelar detalles sobre los movimientos migratorios de las poblaciones.
“Las colecciones orgánicas requieren de un monitoreo constante porque hay que amoldarse a los nuevos requerimientos de conservación, empezando por el embalaje, dado que los materiales van cambiando con los años. Muchas de las formas de conservación ya no son aptas y se cambian por otras más adecuadas”, indicó.
Como han pasado tantos años desde su hallazgo, el cráneo está desarmado, por lo que hubo que separar los pequeños pedazos de hueso de la tierra que tenía dentro. Para este estudio la especialista utiliza herramientas de metal o de bambú (este último es uno de los favoritos de los arqueólogos ya que no raya ni los huesos ni la cerámica).
Después de examinar el cráneo de este hombre, Vargas se dispondría a continuar con el resto de los huesos del cuerpo que fueron hallados.
“Agua Caliente es uno de los sitios que ha suministrado más información sobre las poblaciones precolombinas porque se ha podido cavar en el tiempo muchos cementerios”, comentó Sánchez.
Este trabajo de años ha permitido recoger muestras de diferentes individuos. Como resultado de las investigaciones en el sitio, se han recolectado muestras de adultos, adolescentes y niños, que funcionan para compararlos con otros asentamientos.
En este lugar, por ejemplo, se encontraron sepulturas muy características de ciertos periodos precolombinos del Valle Central, como las tumbas de cajón que se hacían en forma rectangular y se cubrían con piedras o lajas.
Las tumbas se hacían a la medida del difunto, pero también existía la costumbre de enterrar a otras personas en sepulturas que ya estaban ocupadas. Esto se descubrió ya que había acumulación de huesos de diferentes individuos en el espacio. Incluso, recordaron los arqueólogos, hay evidencia de que había combinaciones en las sepulturas porque se encontraron rastros de adultos y niños en una misma tumba.
“Yo excavé un cementerio en Cartago, donde está la biblioteca pública, y me metí en una de esas sepulturas, pero no cabía. Eran personas ligeramente más pequeñas que el promedio actual, las mujeres eran muy pequeñas. Sin embargo, en Agua Caliente se halló un individuo de 1.80 de estatura”, comentó Rojas.
“Agua Caliente es un laboratorio, gracias a lo que se encuentra en el sitio tenemos mucha información que mostrar sobre las prácticas funerarias precolombinas”, afirmó Sánchez.
Labor centenaria
El Museo Nacional de Costa Rica fue creado el 4 de mayo de 1887, bajo la administración del presidente Bernardo Soto Alfaro. Desde entonces es uno de los pilares de la protección del patrimonio arqueológico e histórico del país.
“El nacimiento del Museo Nacional, a finales del sigo XIX, se enmarcó dentro del proyecto liberal de ‘orden y progreso’ que implicó la reorganización de la cultura nacional por medio de reformas en el campo educativo y la creación de instituciones con fines culturales y científicos”, narra la institución en su página web.
Su creación fue con el propósito de dotar al país de un establecimiento público para depositar, clasificar y estudiar los productos naturales y artísticos, sigue la explicación.
“La historia depende de quién la vea y cómo la quiera utilizar, entonces estudiamos la formación de la identidad de Costa Rica (...) Durante mucho tiempo se enseñaba que la historia empezó con la llegada de los españoles y toda la parte más antigua no era contemplada. Es importante entender la historia para saber cómo llegamos a lo que somos ahora y como sociedad hacia dónde tenemos que dirigirnos”, aseveró Mirna Rojas.
En el museo se trabaja en la arqueología, investigación, atención de denuncias, supervisiones de peritajes, valoraciones de daños. También se hace un acompañamiento a autoridades como la Fiscalía General de la República, el Organismo de Investigación Judicial y la Procuraduría General de la República cuando hay rescates de materiales arqueológicos o investigaciones.
Otra de las aristas más importantes en el trabajo del museo es la de divulgación. “Que nosotros hagamos el trabajo no quiere decir que la gente lo conozca por si misma. Para esto contamos con las exposiciones y otros proyectos de divulgación”, agregó Rojas.
Parte importante de la labor del museo es el procesamiento de los materiales rescatados en excavaciones e investigaciones para generar una base de datos que sirvan para estudiar y narrar la historia.La conservación es otro punto a destacar en el trabajo de los arqueólogos del Nacional. Ellos resguardan y cuidan material fragmentario en unos depósitos especiales, manejan una colección de referencia de objetos que se han encontrado en todo el país en todas las temporalidades.
“Queremos que esta sea una colección accesible a la población tanto en forma física como virtual”, dijo Rojas.
¿Cómo se hacen los rescates?
Cuando los arqueólogos del Museo Nacional visitan un lugar donde hay un posible depósito para investigar, muchas veces son alertados por los ciudadanos, como sucedió en Naranjo.
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“Por ejemplo, un señor está haciendo un canal de 50 centímetros para sacar las aguas de su patio y se encontró unos fragmentos de cerámica. Él llama al museo, programamos la visita y vamos”, explicó Rojas.
Por lo general, como en el museo se maneja un mapeo importante de asentamientos indígenas, las zonas desde donde los llaman, ya están bajo la mirada de los expertos. Cuando se aprueba la investigación, que bien puede ser en un área muy puntual o extenderse por un lote muy grande, se comienza con el trabajo.
Los funcionarios del museo poseen un equipo especial de georadar de penetración, que es una especie de ultrasonido que brinda información de lo que se puede encontrar bajo la tierra.
El patrimonio arqueológico es patrimonio nacional. El Museo Nacional tiene las condiciones para almacenar, cuidar y preservar ese patrimonio. Quienes posean estos artículos deben de pensar que lo correcto es devolverlos, porque son de la colectividad
— Mirna Rojas, jefa del Departamento de Antropología e Historia, Museo Nacional.
“Manejamos una metodología muy sencilla: revisamos cortes en el terreno y zanjas, eso nos brinda mucha información. En un corte de camino se puede ver una concentración de cerámica entre la superficie y al menos cuatro centímetros de profundidad”, explicó Sánchez.
Lo primero que se hace es delimitar el contorno de la zona de ocupación humana y a partir de ahí se toman decisiones, como hacer una recolección o una excavación.
El proceso continúa con tomas de fotografías y entrevistas a las personas involucradas en el espacio de investigación. “Muchas veces las personas nos dicen: ‘allá mi abuelo nos dijo que había unas tumbas’. Así uno va sumando detalles importantes”, recordó el arqueólogo.
Otra herramienta en la labor de la arqueología es un dispositivo de posicionamiento global (GPS). Este apoyo les sirve a los investigadores para reconstruir por medio de un mapeo la posible zona de ocupación.
Si alguien tiene una finca y cree que hay una guaca, solo nos avisa para hacer una inspección. El museo nunca le va a quitar la finca, nunca se ha hecho una expropiación
— Mirna Rojas, jefa Departamento de Antropología e Historia, Museo Nacional.
Cuando hay que realizar excavaciones, se necesita de la aprobación de la Comisión Arqueológica, que es un ente colegiado entre el Ministerio de Cultura, el Centro de Patrimonio, la Universidad de Costa Rica, el Ministerio de Educación, la Comisión Nacional de Asuntos Indígenas y el Museo Nacional.
Aquí cabe la pregunta de qué sucede si un costarricense halla en su propiedad una de estas guacas, como se le conoce a los depósitos indígenas.
Proceso de rescate
Para realizar construcciones los proyectos deben de tener los permisos correspondientes. Esto implica que según la ley ya debieron haberse hecho las inspecciones preventivas para evitar que en el lugar de la construcción se vaya a destruir un asentamiento arqueológico.
En el caso de que ya la construcción esté hecha y se vaya a hacer algún trabajo nuevo, lo recomendable es dar aviso al museo para que se lleve a cabo una evaluación.
“Muchas veces sucede que aparece un sitio, pero las personas no avisan porque claro, una vez iniciada la construcción les da miedo de que se detenga la obra o ellos mismos no la quieren parar porque aparecieron un montón de tiestos viejos. Es importante que la gente tome consciencia de que es necesario avisar si hay un descubrimiento”, dijo Rojas.
“Si alguien tiene una finca y cree que hay una guaca, solo nos avisa para hacer una inspección. El museo nunca le va a quitar la finca, nunca se ha hecho una expropiación. Sin embargo, si hay una construcción y no se hizo la denuncia y se comprueba una anomalía, se paraliza la obra para realizar los estudios”, agregó.
La arqueóloga explicó que si se comprueba que en la propiedad existe un sitio arqueológico y no se dio el aviso correspondiente, ellos como funcionarios públicos deben de realizar la denuncia respectiva para que se inicie un proceso legal.
Rojas recomendó que ante cualquier duda la ciudadanía se puede comunicar con el Museo Nacional, allí los expertos les darán la información para evitar la destrucción de un posible asentamiento.
¿Qué pasa si yo encuentro una guaca en mi propiedad, me la puedo dejar? Es prohibido, explicó Rojas. Pero esta prohibición es reciente en la historia (Ley 6703 de 1982), ya que antes de 1978 las guacas no eran consideradas importantes porque lo que se encontraban eran tiestos de poblaciones muy pobres; sin embargo, pasado el tiempo aparecieron guacas con muchas piezas de oro y quienes las encontraban se las dejaban o las vendían.
Ante esta actividad se obligó a que las personas registraran los objetos que se encontraban y por ellos debían de pagar unos impuestos para tenerlos en su poder. Esta práctica se detuvo en 1982 con la promulgación de la nueva ley que expresa que es ilegal comprar, vender o exportar cualquier objeto arqueológico.
“El patrimonio arqueológico es patrimonio nacional. El Museo Nacional tiene las condiciones para almacenar, cuidar y preservar ese patrimonio. Quienes posean estos artículos deben de pensar que lo correcto es devolverlos, porque son de la colectividad”, finalizó la arqueóloga.