Mientras los niños indígenas dan volteretas y se lanzan al río, un contingente de policías de migración panameños apresura el papeleo de decenas de migrantes, muchos de ellos menores de edad, quienes se acercan en grupos luego de terminar una caminata de seis o siete días en la selva del Darién, considerada la más peligrosa del continente.
Con los pies maltratados, quemados por los zapatos o sandalias, o ensangrentados por caminar descalzos; así llegan madres con sus hijos en brazos, niños pequeños y hombres jóvenes a Bajo Chiquito, comunidad indígena que, de alguna manera, les da la bienvenida a Panamá y en donde logran respirar un poco de esperanza.
Tan solo en este 2021, según datos de UNICEF Panamá, 45 mil migrantes han pasado por ese pequeño pueblo indígena, que se convirtió en la salvación de quienes van en una durísima cruzada en busca de llegar a los Estados Unidos.
En el centro de la comunidad se aglomeran haitianos y venezolanos, principalmente, aunque también se ven algunos asiáticos, africanos y cubanos. Con la esperanza de que no llueva, soportando el sol y un calor descomunal, estas personas esperan por un espacio en las llamadas “piraguas”, que no son más que largas canoas de madera con un pequeño motor.
En esos botes, tras un viaje de al menos cuatro horas, llegarán a los albergues que las autoridades panameñas han dispuesto para ellos. Allí les ofrecen alimentos, servicios de salud y pueden dormir un poco más cómodos.
Bajo Chiquito es una comunidad de 317 habitantes, incrustada en una las selvas más densas y peligrosas, hasta donde llegan casi a diario unos 100 migrantes quienes, días atrás, salieron de Necoclí, en el departamento del Chocó, Colombia. Es tal la cantidad de personas que pasan por el sitio que se instalaron organizaciones no gubernamentales como Médicos sin Fronteras y se preparó una base de operaciones del Servicio Nacional de Frontera de Panamá (SENAFRONT) y la Policía de Migración.
Las historias que escuchamos en ese lugar nos confirman el por qué el Darién es una selva peligrosa. Mujeres que se quedaron en el camino porque sufrieron accidentes o simplemente su cuerpo no aguantó más. Niños que llegan solos porque sus padres murieron en el intento de cruzar el Darién hasta asaltos, violaciones y asesinatos que cometen los grupos armados que operan en la inhóspita jungla.
“Dormimos debajo de un toldo que pusieron los haitianos, estaba lloviendo mucho y nos quedamos sin comida. Usted no sabe lo que yo sufrí porque ella la pedía comida a las otras personas”, dijo Ana Julia Alvarado, una venezolana que cruzó el Darién junto a su hija de apenas 3 años y medio.
Ella, bajando un poco la voz, confirma lo que escuchamos de muchos otros: “En la selva pararon a un grupo que venía más atrás y les quitaron todo. Uno de ellos al parecer entregó un billete falso y le dispararon en la cabeza”.
Chris Mello, una venezolana que viaja con su hijo adolescente, asegura que le quitaron todo lo que traía. En la selva la robaron $60 y a su hijo lo dejaron descalzo.
“Usted no se imagina lo que uno vive ahí, a cada rato nos paran y nos quitan todo. A mi hijo le había comprado en Venezuela unos zapatos para el viaje y se los quitaron. Nos hemos quedado sin nada”, dijo la mujer.
Pasar el Tapón del Darién es apenas la mitad del camino, consideran algunos migrantes.
“Doy gracias a Dios todos los días por haber salir del Darién, es horrible. Nos paraban a cada rato y nos quitaban que 40 o 50 dólares, pero también se escucha de mujeres que violan y muchas cosas. Ahora que salimos creemos haber pasado lo más duro”, nos explicó Milagros Cabellos, a quien encontramos en uno los albergues. Ella viaja con sus dos hijas y cuatro nietos menores de edad.
Datos de UNICEF Panamá, organismo presente en la zona del Darién, señalan que el 80% de los migrantes que han ingresado este año por la selva son familias haitianas, seguidas por venezolanas y cubanas.
“Son familias enteras haitianas, con niños pequeños y mujeres embarazadas. A los niños les brindamos una atención especial porque es una población muy vulnerable”, explicó Margarita Sánchez, representante de UNICEF en la zona.
Sánchez agrega un dato que duele. En este 2021, al menos 100 niños no acompañados llegaron a los albergues en el Darién, pues salieron solos de la selva.
“Puede ser que alguno de sus padres no pudiera continuar, tuviera algún accidente u otra situación. Por eso llegan solos y ahí damos una atención especial”, añadió.
El Darién se convierte en la puerta de entrada de miles de migrantes hacia Centroamérica, muchos de ellos víctimas de organizaciones criminales que les cobran al salir de sus países con la promesa de llevarlos hasta los Estados Unidos. En otros casos, lo hacen en tractos conforme avanzan.
“Hay varios métodos en la forma de actuar de estos grupos. Sí hemos visto, en los últimos meses, un incremento de niños y mujeres, familias haitianas. Ellos pocas veces se deciden a hablar, pues hay temor y esperan llegar a su destino”, nos dijo la fiscal Eugenia Salazar, de la Unidad de Trata y Tráfico de Migrantes del Ministerio Público de Costa Rica.
Agregó que muchos de estos grupos son transnacionales y se comunican por medio de plataformas como Whatsapp, mantienen casas de seguridad o de ocultamiento en nuestro país y hasta reclutan a los transportistas.