Si Barbie fuera una película feminista, la empresa Mattel se vería obligada a dejar de vender la muñeca y enviaría todo el inventario a algún museo dedicado al pasado desagradable y doloroso de la humanidad.
Eso no sucederá, y mucho menos cuando la cinta, el pasado fin de semana, alcanzó la cifra de $1.080 millones de taquilla para situarse entre las escasas 50 de la historia en romper esa barrera, según cálculos de Paul Dergarabedian, analista principal de medios de comunicación de Comscore, en declaraciones a CNN.
Barbie combina las vicisitudes de los héroes en conflicto, como Ulises y Hércules, en un esquema tan antiguo como la receta del pan. Esto quiere decir que cuando Barbie está a punto de convertirse en adulta mayor (cumplirá 65 el año entrante) la maquillaron con marketing digital, le escribieron un guion ligero sobre feminismo y machismo, con pinceladas de patriarcado, y voilà, la “jovencita” aspira a ser propietaria de un universo como el de Marvel.
Se les había hecho tarde a los jugueteros de California. La fórmula de Marvel es antigua, una copia de un descubrimiento casual “en una galaxia lejana”, en la década de los setenta, cuando un jovencísimo George Lucas apostó por La guerra de las galaxias y, a partir de ahí, todo cambió.
La película originó libros, disfraces, secuelas y precuelas, blogs, queques, helados y hasta tesis de grado, y posicionó en el mundo “que la fuerza te acompañe”, “usa la fuerza” y el terrorífico “yo soy tu padre”.
La gran disrupción de Star Wars dividió el universo de Lucasfilm en varios productos explotables, pues la mayoría de los protagonistas poseen una franquicia propia y no es necesario haber visto la cinta original para entender las posteriores, un rasgo distintivo de la comunicación transmedia.
La transmedialidad de Star Wars creó un nuevo actor, el prosumidor, esto es, un consumidor productor de contenido, un éxito en tiempos sin internet.
Por eso, si bien la película Barbie no es una cátedra sobre feminismo, sí logra una hazaña como la de Lucas: ver a la gente contando historias sobre sus fabricaciones sin desembolsar un centavo por ello, excepto a los influencers para para asegurarse comentarios edulcorados.
El universo de Mattel, para ser como el de Marvel, empieza a conformarse. Los jugueteros ya anunciaron la próxima producción, Polly Pocket, incipiente no por falta de trabajo —hay series, cómics y otros entretenimientos—, sino porque el mundo parece estar listo (o entrenado) para recibir de nuevo a las Barbies.
Ya lo decía un nostálgico Martin Scorsese en el 2019 en un artículo de opinión para el New York Times: “Muchas películas de franquicias están hechas por gente de considerable talento y arte. Se nota en la pantalla. El hecho de que las películas en sí no me interesen es una cuestión de gusto personal y temperamento. Sé que si hubiera sido más joven, si hubiera alcanzado la mayoría de edad más tarde, estas películas me habrían entusiasmado e incluso habría querido hacer una yo mismo. Pero crecí cuando lo hice y desarrollé un sentido del cine —de lo que era y de lo que podía ser— que estaba tan lejos del universo Marvel como nosotros en la tierra lo estamos de Alfa Centauri”.
Pues bien, talento y arte abundan en Barbie; sin embargo, su concepto del patriarcado y sus consecuencias para las mujeres es un mosaico pequeño entre miles, un argumento simplón con la salvedad de un Ken redivivo, cuya frase “I’m Kenough” fue utilizada incluso por el esposo de Malala Yousafzai, Asser Malik, mientras ambos posaban para una fotografía dentro de la caja de Barbie.
La igualdad de género, por supuesto, no la alcanza todavía ni siquiera el más desarrollado de los países de Occidente, y Barbieland, en Malibú, no es la excepción, si se mira con cuidado.
Por eso, los planteamientos feministas en Barbie son simplistas, porque su mundo sigue siendo idílico, escamotea realidades como las mujeres cuidadoras porque a las mujeres les toca serlo, las mujeres acosadas porque son mujeres, las mujeres sin derecho a ser propietarias porque son mujeres, las mujeres golpeadas, muertas o mutiladas porque son mujeres, las mujeres sin poder ser lo que desean ser simplemente por ser mujeres o tienen hijos y el sistema les impide desempeñar todos los roles asignados por la sociedad, mujeres insultadas en las redes sociales simplemente por ser mujeres, mujeres sin reconocimiento de su trabajo simplemente por ser mujeres.
Quienes vieron feminismo en Barbie olvidaron estos “detallitos” y los guionistas, también.
Hicieron desaparecer casos extremos como lo que Niebla de invierno, una serie de Netflix, que muestra como cotidianidad de la mayoría de las 681 millones de mujeres en la India y la perversidad de la teocracia en Irán, donde la policía de la moral tiene el poder de torturar y matar impunemente a mujeres como Mahsa Amini por no ponerse correctamente el velo.
La película es, por tanto, un augurio de buenas ventas de aquí a Navidad, y quizás durante 65 años más. El patriarcado no tiene motivo para inquietarse o sentir la socavación de sus cimientos, pero es importante tener en cuenta que Barbie sigue siendo un juguete, y está siendo tratada como tal.
La autora es editora de Opinión de La Nación, periodista y correctora de estilo. Estudió un posgrado en literatura latinoamericana y es máster en Comunicación Transmedia.