Escribo esta columna en medio de un coma por sobreexposición al rosado, tras semanas de ver a dicho color convertirse en todo, al mejor estilo del “¡Poderes de los Gemelos Fantásticos, actívense!”, -Zan y Jayna, los superhéroes extraterrestres de DC Comics-: en posteos de usuarios que vieron y amaron u odiaron la película de Barbie, que no la vieron pero igual tienen una opinión, publicidad de empresas e instituciones que aprovechan el boom que ha causado, pasillos de almacenes atiborrados de muñecas y casitas, columnas de opinión en diarios de muchos países, comentarios durante reuniones, entrevistas de televisión, declaraciones diputadiles, canciones.
Lo hago al día siguiente de haber ido a ver el largometraje -por fin y después de mucha espera para no entrar a un cine abarrotado de gente, por la fobia que me quedó a estar en espacios cerrados con multitudes- con dos feministas más cuyos escritos tienen ustedes en esta misma edición. Como pueden advertir, nuestros enfoques son distintos, así como la lectura que hicimos, en una muestra y homenaje a la libertad de pensamiento y disidencia que debemos defender con ímpetu, sobre todo en tiempos en los cuales los kens caballistas quieren destruir nuestra democracy land.
Este trabajo responde a una de mis preocupaciones intelectuales: tratar de entender cómo es que las mujeres seguimos siendo tan menospreciadas y atacadas después de prácticamente tres siglos de feminismo.
La misoginia en nuestras pantallas
En la investigación que hice en el pasado sobre violencia sexual y embarazo en niñas y adolescentes, encontré que ellas tenían en común el gusto por canciones del género urbano que se caracterizaban por su contenido violento y misógino. Recuerdo bien uno de los videos donde se desarrolla una historia cuyas primeras escenas son de un enamoramiento típico, seguidas de otras con evidente aumento de una tensión y recurrentes reclamos de ella, que dan paso a un clímax en el que él la golpea en la cara. La escena final los presenta en la etapa de la reconciliación mientras el ojo morado de ella hace que la idea de amor romántico quede consumada.
A eso apunta la filósofa Ana de Miguel, cuando afirma que la cultura pop mantiene vigente el patriarcado. Canciones, animé, series, libros y filmes siguen presentando a las mujeres como estúpidas, locas, malas, débiles, envidiosas, controladoras, sádicas o vengativas. Teresa De Lauretis, la teórica feminista italiana, es una buena referencia para saber de qué hablamos.
En Rape in Art Cinema, editado por Dominique Russell, se establece que la mayoría de las cintas consideradas por el canon como cine arte tienen al menos una escena de una violación contra una mujer. No hace falta mucho estudio para entender por qué: porque vende, aumenta el ranking.
Las películas y series donde las mujeres son meros objetos sexuales, violadas, hacen una felación o son penetradas por atrás, en escenas gratuitas, es decir sin ninguna relación con la narración, son frecuentes y gustadas: Game of Thrones, The Crown, Los Soprano, Breaking Bad, Don’t Look Up, El lobo de Wall Street, por citar algunas de las más vistas.
La existencia del “Rape and revenge”, un subgénero del cine muy consumido es otra muestra de lo placentero y natural que resulta a los espectadores la violación.
Es imposible ser mujer
Del patriarcado de la vida cotidiana habla Barbie, sobre la vida real, caricaturizándola y haciendo guiños de burla a la manera en que los hombres han aprendido a esquivar las demandas del feminismo mediante gestos vacíos que cambian poco para que todo siga igual. Los kenes y su obsesión por los caballos como sinónimos de poder masculino, los directivos de Mattel -todos varones- echando en cara que son una empresa femenina.
Se trata de un fenómeno sociológico, aunque solo fuera por la montaña de cosas que ha producido, pero también porque rompe, pese a sus contradicciones casi conservadoras, con una ilusión cultural estetizada y eternizada en aquellos ojos azules, el par de piernas largas y la melena rubia que se movía el ritmo de la ingenuidad casi estúpida de una cosita tierna que se torna, avanzada la película, en un cerebro con crisis existencial: quién soy, qué quiero. Interrogantes perfectamente logrados también por el personaje de Gloria y su magistral monólogo: “Es literalmente imposible ser mujer.” Ya sabemos que las dudas siempre han sido el detonante que permitió al feminismo quebrar las certezas con las que el patriarcado nos ha apelmazado.
Por eso tiene tantos enemigos el filme. Uno de ellos, un hombre común y corriente, que postea imágenes de familias rubias que declaran la supremacía del diseño original, fotos de mujeres vestidas con pantalones cortos que dejan ver media nalga, con un texto a pie que las conmina para que sean recatadas, dibujos de madres colosales a las que hay que hacerles un altar sin quitarle el palo de piso de las manos. Él, quien además está en su foto de perfil abrazando a su padre, un hombre que violó a su esposa -su madre- e hijas -sus hermanas- durante casi toda su vida, critica la producción por considerar que ofende a los hombres.
Barbie me recordó Mad Max: furia en el camino, o mejor dicho a su protagonista: Imperator Furiosa, por todo lo que va dejando en su camino. No es una muñeca, es un artefacto pop que le patea el trasero con humor a la acritud del patriarcado en una especie de venganza inesperada y lo hace tomando para sí un campo donde los varones han reinado, el cine.
El patriarcado se toma muy en serio a los hombres
Barbie tampoco es la cinta anti-hombres que se apresuraron a decir sensiblemente algunos. Solo soy Ken, una de sus canciones, pone a los varones en su lugar, bajándolos del pedestal en el que ellos mismos -vías cofradías masculinas- se han colocado. No se los toma en serio, los humaniza y ridiculiza su afán de dominar, arrebatándoles eso que la filósofa española Celia Amorós llamó el juramento de los varones, mediante el cual ellos dialogan, discuten y acuerdan entre sí.
Celebro la película porque se la pueden apropiar mujeres como la señora cuyo trabajo es limpiar los baños del cine donde la vimos, quien me dijo, sin reparos y con la cara iluminada de picardía: “¡A mí me encantó, me encantó!”. Las mujeres sabemos. Ella sabe, algo habrá visto en Barbie, algo que tiene tan molesto a cierto público.
La autora es doctora en estudios culturales y sociales, dedicada a la docencia universitaria y a la investigación del sufrimiento y el vínculo social, las desigualdades entre mujeres y hombres y los discursos culturales acerca de la pobreza, la salud, la enfermedad y el poder, entre otros.