De Barranquilla sabía poco o casi nada. Shakira, un carnaval (aunque no lo dimensionaba) y pare de contar.
Pero gracias a los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2018 descubrí un poco de esta ciudad colombiana, la cuarta más poblada de su país, con 1,2 millones de habitantes.
Antes de llegar imaginé un lugar muy turístico, algo tipo Cartagena, en parte por culpa del video La Bicicleta, de Shakira y Carlos Vives. Y no es que sea mentira lo que ahí aparece, pero el mensaje que me proyectó es diferente al que quiere dar a conocer la ciudad.
La artista se pasea sobre las playas de Puerto Velero y la Avenida del Río, cerca de un malecón, mostrando al mundo su tierra.
Lo que sí es evidente es el sabor de su gente, la alegría es una constante y cuando se trata de fiesta, todos dicen presente, sin falta.
Pero probablemente desde este rincón centroamericano lo que la mayoría ha visto es ese video, porque tampoco es normal escuchar que algún costarricense se vaya de vacaciones a Barranquilla y es que, de hecho, ese no es su interés.
Capital del departamento del Atlántico, donde el río Magdalena se une con el Mar Caribe. Calles tranquilas, otras más caóticas, calor, viento, iglesias y museos.
Su enfoque va dirigido hacia otro tipo de turismo: Barranquilla quiere ser un destino de negocios y eventos. Por ahora lo hace bien, para muestra los Juegos.
“No somos una ciudad turística y realmente apostamos a atracción de talento humano, hacer viable la ciudad para traer empresas que quieran invertir acá y vean que hay calidad de vida”, asegura Juan Manuel Alvarado, de la Alcaldía de Barranquilla.
Aunque es costera y la delatan las altas temperaturas, la gente en bicicleta y la tranquilidad en las calles alejadas, es más esa ciudad industrial que desea proyectar.
Hay muchas fábricas, edificios, hoteles, instalaciones deportivas (más) y hasta hace poco un centro de eventos que puede albergar 7.500 personas en su auditorio. Ahí se desarrollaron disciplinas de los Centroamericanos y del Caribe y también será la asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 2020.
Dos actividades que son victorias a una transformación que tomó diez años.
La primera impresión que tuve de Barranquilla fue su aeropuerto: un lugar pequeño, en mitad de una remodelación y con solo dos salidas internacionales: hacia Panamá y Miami.
Por ahora no refleja el avance que tiene esta ciudad de comercio y es un pendiente de los tantos que empezaron a cambiar en una de las décadas más importantes de los ya 205 años de existencia.
Acercarse a ser un destino predilecto para los negocios los llevó a la transformación.
Solo para darse una idea, hace diez años el 43% de la población era pobre y hoy es el 20%. Cambió su modelo de salud y educación, invirtió en zonas comunes y mejoró considerablemente la infraestructura vial, aunque no se escapa de los huecos.
Todo eso es notorio, más cuando nos muestran fotos del 2007 y 2008, años que se sienten cercanos para un cambio tan radical.
Su alegría
Pero lo primero que hace Barranquilla es mostrar el calor de su gente, no muy alejado del colombiano promedio. Es como sentirse en casa... tan trillado, pero tan cierto.
Apenas cinco minutos con un barranquillero y ya había música: vallenato, cumbia, salsa, merengue... Con ese ambiente nos trasladamos al hotel en un trayecto de una hora que sin las largas filas de carros tardaría 45 minutos o menos.
Las presas (a lo tico) son normales en algunas partes de la ciudad, pero en esa época aumentaron por los Juegos Centroamericanos.
Con esa bienvenida ya iba descubriendo el sabor del que se caracteriza, más si hablamos de comida.
La oferta es amplia y variada, desde una soda hasta el restaurante fino. No pueden faltar las famosas arepas o empanadas fritas, pero me sorprendió más el cucayo (costra del arroz, sí la que normalmente nosotros botamos) o la limonada al coco.
De esta última quedé fascinada, la probé por recomendación y durante cuatro días iba catando en cuanto restaurante visitaba. Me pusieron a elegir y definitivamente ganaron las de Varadero y Cucayo.
Así se llama un restaurante, como el arroz, y es evidencia clara de la esencia del barranquillero. Alegre, llamativo, pintado con múltiples colores, ropa tendida a la entrada de los baños, frascos de licuadora que hacen de bombillos, asientos que simulan un bus típico de la ciudad y comida exquisita.
Cuando salí de ahí ya tuve un abre bocas de lo que me iban a contar luego del famoso carnaval de Barranquilla, el segundo más grande del mundo, solo por detrás del de Río de Janeiro.
De verdad, como dije en las primeras líneas: yo no tenía idea de lo que significaba el carnaval. Es, sin duda, la actividad más esperada por los barranquilleros y la más importante.
Para nadie pasa desapercibido y la ciudad se vuelca a superar cada año la fiesta que recorre sus calles. Es una tradición de larga data, aunque se desconoce la fecha exacta en la que inició.
Durante cuatro días confluyen personas de diferentes clases sociales, niños, adultos y ancianos. No hay diferencias de nada, según nos explicaron en la Casa del Carnaval, una empresa dedicada 100% a su organización.
Ahí realmente se mueve el turismo tradicional, con 50.000 visitantes nacionales y extranjeros. 96% de la capacidad hotelera es ocupada, se mueven cerca de 60.000 millones de pesos colombianos ($20 millones) y se generan 9.100 empleos directos.
“Mueve todos los sectores económicos de la ciudad, es la temporada alta de Barranquilla”, contó Andrea Bolaños, de la Casa del Carnaval.
También refleja con su música, trajes, y artesanías, la multiculturalidad que existe en su territorio. Ahí hay descendientes de europeos, asiáticos, africanos y, obviamente, americanos.
Por su puerto llegaron hace años estos emigrantes, la misma entrada para el importe de mercancías, desde finales del siglo XIX. Barranquilla fue el primer puerto aéreo, marítimo y fluvial de Colombia.
De ahí proviene su famoso mote: la Puerta de Oro, mismo que lleva el centro de convenciones del que hoy se sienten orgullosos para promover el turismo que les interesa.
Barranquilla es la otra cara del Caribe colombiano, un destino que le guiña el ojo a los negocios y a las corporaciones extranjeras, a sabiendas de las ventajas de estar en medio de Cartagena y Santa Marta.
Barranquilla, en plena temporada de relanzamiento, sigue demostrando que va más allá de Shakira y su ya famoso y colorido carnaval.