Cuando el actor, director y productor Óscar Castillo intenta explicar la transformación urbana que ha presenciado desde que se fue a vivir a barrio Escalante –hace 56 años– prefiere robarle las palabras a las páginas del libro El Quijote: “Echada la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas”.
De una finca cafetalera escondida en una incipiente ciudad en los siglos XIX y XX a un suburbio actualmente en boga, Escalante fue el último barrio que se izó en el este del cantón josefino, antes de que en Montes de Oca se empezaran a desarrollar barriadas vecinas como Los Yoses y Dent. En menos de un siglo, el pueblo dejó de ser uno de los secretos mejor guardados de la capital.
Castillo recuerda que décadas atrás sus hijas jugaban en la calle porque no pasaban carros, porque no había conexión con Guadalupe, porque la vida era otra. Recuerda a su actual socio de la productora La Zaranda (cuyas oficinas se ubican en el barrio) transportándose de Aranjuez a Escalante por una alcantarilla, cuando eran carajillos. Desde su oficina, señala todas las casas y nombra a sus antiguos dueños, como si viendo las viejas propiedades rememorara las facciones de sus habitantes.
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Nombra, también a dedo, las muchas figuras que poblaban Escalante durante su juventud. Gonzalo Facio, Yoyo Quirós, Calderón Guardia, Paco Calderón, Fernando Quirós, Pepe Figueres. Empresarios, profesionales, académicos, políticos. Los personajes de Escalante tenían aires de altura. “Este era un barrio de gente con mucha trascendencia en la construcción del país”, manifiesta Castillo. “Era una comunidad potente y muy tranquila, y todo era por estar muy aislada”.
¿Cómo fue esa transformación al barrio que conocemos hoy, don Óscar? “¿Usted se ha visto crecer?”, responde. “Es igual. Todos los días uno se ve en el espejo. A veces ve algo distinto, pero uno no ve el cambio, realmente. El tiempo lo va devorando todo, lo va consumiendo todo, pero no te das cuenta. Cuando te venís a dar cuenta todo se transformó. Desapareció la pulpería y cantina La Luz, desapareció La Rosita, desapareció la Buenos Aires...”.
Historia escondida
La documentación del proceso de urbanización de la ciudad de San José ha sido limitada, y hay muchos detalles de la historia de barrio Escalante que no son precisos o que ni siquiera están disponibles. Por ello, este texto intentará reconstruir los hechos a grandes rasgos de la mano de la valiosa información brindada y recopilada por Cynthia Robert (coordinadora administrativa de la Asociación de Vecinos de Barrio Escalante) y Andrés Fernández (arquitecto, investigador e historiador).
Los datos existentes se remontan al siglo XIX, cuando el francés Don Leonce-Alphonse de Vars Du Martray (1829) migró a Costa Rica. Según registros de las casas de la ciudad en ese entonces, cuando corría el año 1850 Vars ya era propietario de un hogar en el centro de San José y tenía notoriedad por dedicarse a la explotación del “palo brasil” y a la producción y exportación de café.
Vars se casó con la tica Rita del Castillo, con quien fundó la finca que hoy ocupa gran parte del barrio Escalante, la cual fue heredada a las subsiguientes generaciones de hijas, las cuales eventualmente se casaron con hombres apellidados Escalante y Robert, quienes a la postre dividen el terreno, por lo que había marcados sectores que estaban asociados con sus apellidos.
Isolina de Vars del Castillo, que como hija de Leonce-Alphonse y Rita fue la primera heredera de la propiedad, cedió en 1866 una faja del terreno para que el gobierno construyera el ferrocarril. Como es notable todavía hoy a la altura del Paseo Gastronómico, en Escalante la línea del tren se divide para alimentar dos rutas –la del Atlántico y la del Pacífico– por lo que esa zona ha sido históricamente conocida como Ambos Mares (nombre que décadas después asumiría también una pulpería).
En esta fotografía de 1937 se ve Escalante a la izquierda (la Santa Teresita al fondo) y Aranjuez a la derecha.Justo al lado de la división del ferrocarril, la empresa encargada del ferrocarril construyó una de las primeras estructuras ajenas a las familias de la finca, donde hoy se ubica el restaurante Olio, un lugar recordado como mítico punto de encuentro de la comunidad.
En 1891 se completa el edificio de La Aduana, en el límite oeste del barrio, lo que también levanta el perfil de Escalante, en miras a una creciente migración a la ciudad de la que se beneficiaría la zona con la llegada de más años. La transformación urbana de San José despega a comienzos del siglo XX, cuando la ciudad estaba poblada por menos de 40.000 personas (en 1950 serían 100.000 y actualmente la capital supera las 335.000).
Ante este panorama, la finca familiar con mínima interacción con el mundo exterior estaba a las puertas de un nuevo mundo.
Una barriada exclusiva
La creación de los barrios josefinos estuvo tremendamente ligada a la construcción de iglesias, plazas y parques, al lado de los cuales se desarrollaba el sentimiento de comunidad. En 1916, el gobierno dona a los vecinos una plazoleta al norte de la Aduana, en la que se construiría la Iglesia Santa Teresita, la cual al principio era parte del hermano barrio Aranjuez (fundado en 1882).
La iglesia no se inauguró sino hasta la década de 1940, pero su sola potencial existencia era suficiente para arrancar un extenso proceso de urbanización.
La primera delineación de las calles de barrio Escalante data de 1929. Una década después se crea la calle 33, hoy conocida como La Luz, nombre de una famosa pulpería ubicada en el límite sur del barrio, denominada así por tener el último poste de luz de la comunidad. Al frente, donde hoy se ubica Los Yoses, solo había vegetación.
La iniciativa oficial de urbanización nace a finales de la década de 1930 y demora al menos otros 10 años. La idea era bautizar al barrio como Santa Teresita, en honor a la imponente iglesia, pero los pobladores sugirieron el nombre Escalante para honrar a la reconocida familia de ese apellido que fue dueña de una importante parte del terreno durante muchos años.
Una seguidilla de casas para familias adineradas se construyeron en los años 40, diseñadas por arquitectos como Teodorico Quirós y Francisco Salazar. Esto se sumó a la edificación un poco más temprana de residencias en el sector oeste del barrio, donde estaba la finca de la familia Trejos Donaldson y donde hoy se encuentran el Museo Calderón Guardia y los Talleres Nacional de Danza y de Teatro.
Las casas de ambas fincas terminarían conjugándose en un mismo barrio, en un proceso inspirado por la urbanización de la familia Dent, cuyas propiedades se ubicaban al este de Escalante y se empezaron a urbanizar desde la calle Los Negritos (donde hoy está el Centro Cultural Costarricense-Norteamericano) hasta la Universidad de Costa Rica.
De vuelta a barrio Escalante, a mediados de siglo, y en gran parte inspirados e impulsados por lo que sucedía en Dent, la densidad habitacional se alimentó de “casas americanas” desarrolladas por la empresa Ehrenberg & Maroto, muchas de las cuales todavía existen.
Eran familias oligarcas, gracias al auge del café, las que ocupaban la mayoría de las residencias, y rápidamente barrio Escalante se perfiló como una zona de la clase alta en el este de la capital, ya ocupada por otras clases sociales, un creciente comercio y numerosas oficinas gubernamentales en sus demás coordenadas.
En 1964 se inaugura el Parque Francia, en un terreno donado por la familia Robert, el cual se convierte en una suerte de pulmón barrial y en otro significativo punto de encuentro para la comunidad. El comercio ingresa poco a poco durante las siguientes décadas, en cuenta el centro de idiomas Intensa en la década de 1980 y algunas universidades privadas dentro y cerca del barrio, lo cual aumenta sus posibilidades de crecimiento.
Cambio de vocación
La mutación del uso del suelo del tipo habitacional al comercial tomó fuerza a finales del siglo XX, gracias a un fenómeno que también sucedió en otros barrios de clases media y alta: la migración de sus habitantes a otros suburbios menos congestionados y más escondidos del centro, especialmente hacia el oeste de la capital.
Si no era que se iban del barrio, era que los dueños de las casas se morían y sus hijos vendían las propiedades, las cuales empezaron a convertirse principalmente en oficinas de toda índole de negocios e industrias.
Esta imagen sin fecha se tomó desde Santa Teresita hacia el este, previo al proceso de urbanización del barrio.Los restaurantes, que hoy son uno de los atractivos del barrio para el público externo, eran una minoría incluso hasta la década de 1990. Una parrillada, un restaurante italiano (D’Ancora, todavía en operación) y el bistro Miro’s fueron algunos de los primeros locales sobre la calle 33, la cual hoy cuenta con más de 25 establecimientos gastronómicos a lo largo de siete cuadras; desde la avenida 13 (que sube desde El Farolito del Centro Cultural de España) hasta la central.
Ya para abril de 1999, la columna de gastronomía Escargot, publicada en este diario, anunciaba: “El barrio Escalante, conocido por el señorío de sus mansiones, ha ido expulsando poco a poco a sus residentes para albergar universidades, organismos internacionales y negocios de todo tipo, incluyendo un cierto número de restaurantes de diverso pedigrí”.
Cafeterías, creperías y restaurantes de cocina internacional nacieron y murieron sobre la calle 33, y la periodista María Montero señalaba en un suplemento de este medio –a comienzos del nuevo milenio– las cualidades “chic” que empezaba a abrazar la barriada.
El restaurante Olio –referente de la variedad y calidad gastronómica de Escalante hasta hoy– abrió sus puertas en 2002 y, sin saberlo, sería el pionero de una tendencia que diferenciaría al barrio de todos sus pares: la comida de calidad accesible para la clase media.
Para Andrés Fernández, el fenómeno que observamos hoy en Escalante es “orgánico e intrínseco”, y tiene su antecedente más importante justamente en Olio, en el tanto el restaurante cosechó un éxito comercial que atrajo a otros restaurantes de “carácter exclusivo” que empezaron a aprovechar los “excedentes de su clientela”.
Antítesis del pasado
Si los habitantes pasados de Escalante buscaban en el barrio cierta intimidad que no encontraban en otras zonas de San José, hoy encontrarían todo lo contrario: con un amplio uso del suelo, un imponente comercio y una población mayor, Escalante dejó atrás su cualidad de zona retirada y escondida.
“Seguimos pasando por las mismas calles, con la diferencia de que hay un millón de carros más”, apunta Óscar Castillo, quien si bien ya no vive en el barrio todavía trabaja allí. “Ha habido progreso, pero, ¿cambia usted esto por lo que era? Si esto era un oasis, una cosa tranquila, a la par de los cafetales”, agrega el artista.
No obstante, el actor celebra sus parecidos con La Condesa, en México, otro barrio que pasó de ser residencial a comercial. Por su lado, Fernández también ve en Escalante el típico perfil de un “barrio rosa” como los existen en otras ciudades del mundo y celebra su inclusión en el “imaginario urbano del siglo XXI josefino”.
De la cosecha del café a un faro en la ciudad, en Escalante todavía resuenan ecos del barrio que fue, pero también se percibe a flor de piel el potencial del barrio que puede ser.