Nadie puede escapar de su pasado. Puede ignorarlo, maquillarlo o incluso esconderlo, pero siempre estará allí... más aún si se trata de un pasado que causó daño a personas inocentes.
Canadá es testigo de ello.
Por años, el gobierno de ese país norteamericano ha intentado indbmnizar a las víctimas de las llamadas Escuelas Residenciales Indígenas, antiguos ‘centros de estudio’ que fueron creados a finales del siglo XIX y en los que cientos de niños indígenas fueron torturados y asesinados con la única y macabra intención de borrar su cultura.
Pero las intenciones gubernamentales han sido en vano, pues conforme pasa el tiempo salen a la luz nuevos hallazgos de lo que ocurrió allí adentro y el dolor, la indignación y la impotencia de no haber podido hacer nada es cada vez mayor. Fosas comunes, con restos de menores, son la mayor muestra de la barbarie.
Hoy el pueblo llora a esos niños y, miles de indígenas canadienses, han salido a las calles a buscar justicia por su cuenta. Los indignados han quemado templos religiosos, mientras las autoridades gubernamentales y la Iglesia se disculpan una y otra vez con ese país y el resto del mundo por lo sucedido.
Todo comenzó en 1876, cuando Canadá promulgó la Ley Indígena, una legislación que le permitía al gobierno ejercer derecho sobre los pueblos nativos del país. Su intención era erradicar su cultura, para que Canadá pudiera convertirse en una sociedad eurocanadiense.
En uno de los capítulos, incluidos dentro del documento, se hace referencia a que los niños tenían que recibir educación. Esta no era una decisión para el pueblo, era una obligación.
“El ministro puede exigir que un indígena que haya cumplido los seis años asista a la escuela y exigir que un indígena que cumpla 16 años, durante el período escolar, continúe asistiendo a la escuela hasta el final de ese período”, dictaba.
Para ello, la ley que se creó bajo el mandato del primer ministro Alexander Mackenzie, contemplaba la creación de las Escuelas Residenciales Indígenas, que serían administradas por el gobierno y operadas principalmente por la Iglesia católica.
“El ministro podrá, de conformidad con esta ley, establecer, operar y mantener escuelas para niños indígenas”, decía la legislación de aquel entonces.
Como parte de este proyecto, que se extendió hasta finales de 1998, aproximadamente 150 mil niños indígenas fueron separados de sus familias y sus comunidades desde corta edad. Ellos, sin chistar, debieron asistir a las escuelas residenciales.
Lo que la ley no decía era que las intenciones del gobierno era obligar a los niños indígenas a olvidar sus raíces, lo que terminó provocando que estos centros educativos se convirtieran en una de las mayores vergüenzas de Canadá.
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En dichas escuelas, a los menores no se les permitía hablar su idioma, ni mucho menos practicar su cultura. Fueron obligados a aprender inglés o francés, a convertirse al cristianismo, a aprenderse el Himno Nacional y a rezar el Padre Nuestro.
Conforme pasó el tiempo llegaron a haber en el país norteamericano más de 139 escuelas ubicadas en todas las provincias y territorios indígenas de Canadá, excepto en Terranova, Nuevo Brunswick y la Isla del Príncipe Eduardo. De esos centros, más de un 70% estaba en manos de la iglesia católica.
Y así como fue creciendo el número de Residencias Educativas, iban aumentando las atrocidades que se perpetraban dentro. Hoy día se sabe con certeza de que muchos de los menores eran maltratados y sufrían abusos físicos, psicológicos y sexuales.
A modo de ejemplo, Joseph Maud, uno de los sobrevivientes, contó a la BBC su historia sobre los tormentosos años que estuvo dentro de uno de los sitios.
“Si los estudiantes hablaban su lengua propia, se les tiraba de las orejas y se les lavaba la boca con jabón”, recordó.
Por su parte Sue Caribou, otra de las indígenas que estuvieron en el polémico sistema, dijo a The Guardian que hasta la fecha contrae neumonía al menos una vez al año, producto de su estancia en las residencias.
“Me arrojaban a una ducha fría todas las noches, a veces después de ser violada”, expresó Caribou, quien hoy día tiene 50 años y es madre de seis hijos.
“Además, teníamos que estar de pie como soldados mientras cantamos el himno nacional, de lo contrario, nos golpeaban”, agregó la mujer.
Por si fuera poco, los indígenas vivían en condiciones deplorables. Los edificios estaban mal construidos, tenían poca calefacción, eran insalubres y no tenían acceso a personal médico.
De las cosas más graves que sucedieron en dichas residencias, es que los niños llegaron a convertirse en sujetos de experimentos médicos, entre 1942 y 1952.
Frederick Tisdall, Percy Moore y Lionel Bradley Pett, fueron las personas detrás de los experimentos de nutrición, aprobados por el gobierno. Era una forma de racismo, disfrazado de buenas intenciones.
“Ellos aseguraron que la educación y las intervenciones en la dieta harían que los pueblos indígenas fueran activos más rentables para Canadá. Decían que si los pueblos indígenas fueran más sanos, la transmisión de enfermedades como la tuberculosis a los blancos disminuiría y la asimilación sería más fácil. Por ese motivo, presentaron con éxito su plan para experimentos de nutrición al gobierno federal”, retrata la BBC.
El estudio consistía en reducir la cantidad de las calorías y nutrientes que favorecía el crecimiento de los menores. Tampoco se les daba vitaminas y minerales esenciales, al tiempo que impedían que el servicio de salud dental les brindara atención, alegando que podía traerse abajo el resultado del experimento.
Por ello, los niños pasaron hambre y los casos de desnutrición fueron en aumento.
De hecho, muchos de las personas que sobrevivieron al sistema educativo implantado por el gobierno, en la actualidad padecen de los efectos de la desnutrición.
Muertes incalculables
De los más de 150 mil niños que asistieron a las Escuelas Residenciales de Indígenas, pocos fueron los que pudieron volver a casa. La terrorífica verdad, muchos murieron mientras estaban recluidos en el sistema.
De acuerdo con la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Canadá, las principales causas de muerte de los niños en los centros educativos fueron los daños físicos, la desnutrición, las enfermedades y el abandono.
Verdad y Reconciliación es un amplio informe que fue publicado en el año 2015, después de siete años de audiencias y el testimonio de miles de testigos. Este fue difundido por medios internacionales.
Dicha Comisión, a partir de este estudio, concluyó que las Escuelas Residenciales de Indígenas eran una fachada para esconder un “genocidio cultural” de la población indígena.
“El gobierno canadiense siguió esta política de genocidio cultural porque deseaba deshacerse de sus obligaciones legales y financieras con los aborígenes. Además buscaba obtener el control de sus tierras y recursos”, dicta el informe.
Muchas de las conclusiones a las que se llegaron fueron gracias a los aportes de los sobrevivientes, quienes por años tuvieron miedo a hablar. Sin embargo, ya no estaban dispuestos a callar más.
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Para el año 1920, se estimaba que más de 6.000 niños habían muerto en las residencias. No obstante, la cifra es mucho mayor.
De acuerdo con CNN, para ese entonces más de 80 escuelas residenciales indígenas operaban en todo Canadá y habían más de 17.000 niños inscritos.
Sin embargo, hasta la fecha, se desconoce cuántas fueron las víctimas exactas del sistema educativo para indígenas, pues el gobierno dejó de registrar las muertes de estudiantes debido a las vergonzosas estadísticas.
“Fueron enterrados en tumbas sin identificar, sin ninguna notificación a sus padres. Las tasas de mortalidad entre los niños indígenas en las escuelas residenciales fueron más altas que entre los soldados canadienses en la Segunda Guerra Mundial, encontró el informe”, relata The Guardian.
Lo que sí es una realidad es que las tumbas en las antiguas residencias no dejan de aparecer.
En mayo de este 2021, en la comunidad Tk’emlúps te Secwépemc, en Columbia Británica, se encontraron los restos de 215 niños que fueron estudiantes en la Escuela Residencial Indígena de Kamloops.
“Hasta donde sabemos, las muertes de estos niños nunca fueron documentadas (...). Algunos de ellos tenían apenas tres años”, afirmó Rosanne Casimir, jefa de la comunidad indígena en la ciudad de Kamloops, al medio BBC.
Además, en junio pasado, en otra comunidad indígena canadiense llamada Cowessess, se encontraron al menos 750 tumbas sin marcar en los terrenos de la antigua Escuela Residencial Indígena Marieval. Lo peor de todo, es que posiblemente estas no sean las únicas.
Muchos otros niños no regresaron a casa, pues en 1960, con el cierre de las escuelas residenciales, los trabajadores sociales enviaron a los menores a hogares de acogida; mientras que a otros los dieron en adopción a familias no indígenas de Canadá y Estados Unidos.
Además, hubo otros quienes al salir de las residencias optaron por el suicidio.
Fue en 1996 cuando el gobierno canadiense cerró la Gordon’s Residential School, es decir, la última escuela residencial, ubicada en Punnichy, Saskatchewan.
Nueva era
Esta no es una historia nueva. En múltiples ocasiones, el gobierno local se ha disculpado con los canadienses y ha tratado de resarcir los errores cometidos con las comunidades indígenas.
El lamento más reciente fue el primer ministro canadiense, Justin Trudeau, quien emitió una declaración en la que reconoció que el dolor y el trauma provocado a los pueblos indígenas canadienses son responsabilidad del país.
Además, se comprometió en facilitar los recursos necesarios para sacar a la luz lo que ocurrió por años en las escuelas residenciales.
“Ningún niño debería haber sido separado de sus familias y comunidades y despojado de su idioma, cultura e identidad. Ningún niño debería haber pasado su preciosa juventud sometido a una terrible soledad y abusos. Ningún niño debería haber pasado sus últimos momentos en un lugar donde vivía con miedo, para no volver a ver a sus seres queridos. Y a ninguna familia se le debería haber robado la risa y la alegría de sus hijos jugando, y el orgullo de verlos crecer en su comunidad”, dijo el mandatario.
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Sin embargo, los recientes hallazgos de las tumbas han provocado una tremenda revuelta. Manifestantes de diferentes partes de la nación norteamericana, principalmente de los pueblos nativos, han salido a las calles para deshacerse de construcciones que se mantienen en pie y que datan de la época de las escuelas residenciales.
Según la cadena CBC, hasta principios de julio se habían incendiado siete templos católicos, ubicados en territorios indígenas. Y en cuestión de una semana, hubo cuatro iglesias destruidas.
Muchos de los hechos ocurrieron el día nacional de los pueblos indígenas de Canadá, que se celebraron el pasado 21 de junio.
Además, una conocida estatua de la reina Victoria de Inglaterra (quien gobernó entre 1837 y 1901, es decir, en los primeros años del sistema educativo), fue derribada de su pedestal y cubierta de pintura roja. Dicho monumento estaba ubicado en frente del parlamento de Winnipeg, en la provincia de Manitoba.
Asimismo, los manifestantes también botaron una estatua de Isabel II, la actual monarca británica.
Si bien estas son algunas formas de mostrar su descontento, las comunidades indígenas tienen claro que nada les devolverá a los miles de niños que murieron en las residencias, solo por el hecho de poseer una cultura diferente.
Los sobrevivientes, por su parte, tienen claro que seguirán levantando su voz, esa que tuvieron que callar por tantos años. Al menos, hoy día, tienen la oportunidad de desahogarse y aliviar un poco su alma herida.