“Podríamos ser héroes por un día”, pregonaba en 1977 el cantante británico David Bowie.
Al costarricense Carlos Luis Arredondo Piedra, ese día le llegó la fría mañana del 15 de abril, durante la concurrida maratón de Boston, en Estados Unidos.
Aturdido por una explosión que dejó tendido a un grupo de espectadores cerca de la línea de meta, este tico de 53 años, con barba estilo candado y largo cabello ensortijado, cruzó la calle en una frenética carrera para romper las barreras divisorias y ayudar a los heridos.
“Encontramos móviles nobles y heroicos para actos que hemos cometido sin saber o sin querer”, dijo en una ocasión el novelista francés André Maurois.
Arredondo pudo haber seguido a la estampida humana que corrió aterrorizada, pero, tras la vorágine desatada por las bombas, prefirió entrar a la zona de desastre.
“La primera explosión fue terrible. No tenía noción de qué ocurría. La gente que estaba al frente de mí cayó al piso. No sabía de dónde había venido todo eso. Cuando explotó la segunda bomba, me persigné y le pedí a Dios que me protegiera”.
Fue el día en que la prensa mundial comenzó a llamarlo “el héroe de Boston”, título que este costarricense agradece, pero no necesariamente comparte. Así como él, hubo otros muchos héroes aquella agitada mañana, pero su llamativo sombrero irremediablemente atrajo la atención de los fotógrafos.
¿Quién es ese misterioso vaquero que de la nada apareció para socorrer a las víctimas?
La foto en la que escolta al sobreviviente Jeff Bauman –cuyas piernas desaparecieron con la explosión– mientras sostiene un improvisado torniquete, le dio la vuelta al mundo y se convirtió en un ícono del triunfo del espíritu humano frente a la adversidad.
Aquel sombrero que su madre, Luz, le compró durante un tope en Escazú, el 10 de setiembre del 2012, se convirtió en el símbolo de una ciudad herida, mas no abatida.
“Los actos sublimes están determinados siempre por el entusiasmo de muchos”, solía decir el mago francés Eliphas Lévi .
Fiel a la nobleza de su carácter, Arredondo prefiere compartir el mérito con aquellos ciudadanos anónimos que escaparon del ojo de las cámaras.
Los superhéroes suelen vestirse con trajes variopintos, botas y capa; los héroes verdaderos... nunca se sabe. En abril, el mundo conoció a uno que lleva sombrero.
“Creo que hubo muchas personas que ayudaron ese día. Lo que hice, lo hice por amor y sin esperar nada a cambio. Fue algo natural.
”Eran demasiadas las personas que quedaron heridas. A una muchacha le quité las cosas que tenía encima y le pedí que no se moviera. De ahí me fui donde otra persona, pero me di cuenta de que estaba sin vida. En eso, vi en la calle a Jeff (Bauman). Trataba de levantarse. Yo intenté confortarlo; no quería que se diera cuenta de que su piernas no estaban”.
La decidida acción del costarricense evitó que el muchacho muriera desangrado. En medio de su gravedad, Bauman reconocería a uno de los autores del atentado: Tamerlán Tsarnáev, abatido poco después por la Policía de Boston. Lo vio colocar en el suelo una mochila negra segundos antes de la explosión.
“Yo lo vi (al tico). Corría para ayudar a los heridos por la explosión. Entonces, me ayudó; Carlos me levantó y me tiró en la silla de ruedas”, contaría el sobreviviente a los medios de prensa de Estados Unidos.
Esa acción conmovió al mundo. En medio del dolor por la pérdida de vidas, hubo espacio para héroes, en particular para uno con sabor criollo y sombrero vaquero.
La tragedia formó un estrecho vínculo entre Bauman y Arredondo. Ellos han compartido cumpleaños, pic-nics familiares y homenajes como el de las Medias Rojas de Boston , el equipo de béisbol de la ciudad.
A finales de mayo, miles de espectadores rompieron en aplausos cuando el costarricense empujó, sonriente, altivo, la silla de Bauman hasta el montículo principal.
Carlos Arredondo, aquel tico que una vez partió tras el sueño americano con su mochila vacía y sus bolsillos llenos de aire, lanzó ese día una bola al catcher Jarrod Saltalamacchia. Luego condujo a su amigo Bauman hasta un palco.
El mes pasado, el joven sobreviviente vino a Costa Rica con su amigo tico, invitado por una agencia de viajes.
Visitaron los volcanes Poás y Arenal, los canales de Tortuguero y playa Flamingo, en Guanacaste. El visitante quedó impactado por la diversidad de climas del país.
“Tenía que enseñarle esta tierra tan hermosa”, dice Arredondo con orgullo.
Dos veces noticia
“Un héroe lo es en todos los sentidos y maneras, y ante todo, en el corazón y en el alma”, escribió el historiador inglés Thomas Carlyle. El héroe de Boston así lo demostró.
Nacido en barrio México el 25 de agosto de 1960, Arredondo ya había sido noticia mundial. Millones de personas atestiguaron la conmovedora historia del padre latino que roció con gasolina el vehículo de los marines que llegaron a su casa con la noticia de que el mayor de sus retoños había caído en combate. Ocurrió durante un fiero enfrentamiento con partidarios del Ejército Mahdi, en Irak.
Arredondo resultó con severas quemaduras, pues sus ropas impregnadas de combustible ardieron. Se convirtió en una tea humana.
El 50% de su cuerpo quedó chamuscado, pero ese dolor no se comparaba con la herida que la noticia le causó a su corazón de padre. Era el 25 de agosto del 2004. Brian, su otro hijo, se quitó la vida siete años después, el 19 de diciembre del 2011; estaba deprimido por la muerte de su hermano. Tenía 25 años.
“He tenido la fortaleza y la dicha de que Dios me ha ayudado a seguir adelante. Yo sé que mis hijos han estado viéndome y cuidándome de peligros. Si estuvieran con vida, estarían orgullosos. Solo Dios sabe todo lo que me ha sucedido; él sabe por qué”.
En el pecho, cerca del corazón, siempre lleva las fotos de sus muchachos.
Ellos han sido su caballo de batalla como activista de organizaciones que apoyan a veteranos de guerra y a familiares de las víctimas, entre estas Military friends y Veterans for Peace . El tico ha participado en reuniones con congresistas y senadores. Allí ha abogado por mayores beneficios para las familias.
El vaquero tico lleva una vida agitada en en Roselindale, a escasos 20 minutos de la ciudad de Boston, en Massachusetts.
En su mesita de noche hay un libro de geografía y una Biblia ; también fotos de sus hijos. De hecho, las hay por toda la casa y en todos los tamaños. Las conserva con febril devoción.
Vencedor de obstáculos
Pocos saben que el héroe de Boston fue atrapado por la guerrilla la primera vez que intentó llegar a Estados Unidos, en 1979, oculto en la cabina de un tráiler. La revolución nicaragüense estaba en pleno apogeo.
Lo logró un año más tarde. Su madre, Luz Arredondo, no creyó que volvería a intentarlo, ni siquiera el día en que lo vio partir con un viejo salveque al hombro.
Atrás quedaba su vida en barrio México; sus viajes de pesca al río Virilla y a La Garita, en Alajuela; sus amigos de la Escuela República de Argentina; sus hermanos Mario y Alexánder; los rodeos con la “Familia Torera”; su trabajo como mecánico de máquinas de escribir en Librería Universal...
Partió en 1980 con su amigo Irvin Vendaña. Atravesaron el desierto de Arizona y cayeron en manos de la policía migratoria.
“Nos trasladaron a la ciudad de Phoenix porque querían que testificáramos contra el coyote. Mientras tanto, nos enviaron a recoger una cosecha de naranjas en una finca.
”Mi amigo y yo nos escapamos; nos fuimos para Los Ángeles. Desde ahí, logré llamar a mamá. Le dije que estaba bien, aunque no sabía qué iba a pasar conmigo”.
En Estados Unidos, ha hecho de todo: trabajó en construcción, en una fábrica de asfalto, reparó máquinas de escribir en la empresa IBM, condujo buses interestatales, fue chofer privado, manejó camiones grandes, se casó con Victoria Foley (su primera esposa) y tuvo dos hijos: Alexánder y Brian...
Aunque rehízo su vida lejos de su patria, nunca dejó de añorar la calidez de esta tierra. Por eso, con el frío de diciembre empacaba sus bártulos y corría al aeropuerto para no perderse las corridas de toros de Zapote , a las que llegaba enfundado en un camiseta verde de futbol americano, una gorra con barras y estrellas, guantes negros y tenis.
El Gringo , le encaramaron de mote. Sus días como parte del elenco de la Familia Torera, un grupo famoso por sus actos humorísticos, cargados de peligro, constituyen uno de los recuerdos más bellos de esta, su tierra.
“¿Pesa la etiqueta de ‘héroe de Boston’?”, le pregunto. Ni siquiera se toma tiempo para responder. “No”, me dice; “yo sigo con mi vida. Me encanta ayudar a los demás”. De eso da fe su segunda esposa, Mélida Arredondo, su aliada incondicional, su ángel guardián. En casa, el tico tiene más de 20 sombreros; el que llevaba el día de los atentados –que aún tiene las manchas que dejó en él la sangre de Jeff Bauman– está guardado en un sitio especial.
“La locura es el origen de todas las hazañas de los héroes”, dijo el humanista holandés Erasmo de Rotterdam. Quizás a Carlos Arredondo, el tico héroe de Boston, le falte un poco de cordura.