Recuerdo con claridad la primera vez en que leí algo por mi cuenta. Mi hermana mayor y yo estábamos en la cocina, una noche en que mis padres habían salido. Yo tenía cuatro años, y ella unos 13. Supongo que estábamos a punto de cenar, porque nos sentamos en torno a la mesa y allí encontré un largo volumen que una tía le había prestado a mi madre. Era un libro gordo, de lomo azul y de una textura similar al cuero pero que no era cuero. Sus páginas eran amarillentas, mohosas, y tenían un olor muy fuerte.
Abrí las páginas al azar. Había millones de letras impresas en ellas, y de vez en cuando aparecía un dibujo monocromático, cuyo estilo denotaba lo viejo que era el libro. Solo después me enteraría que se trataba de un compilado de cuentos y fábulas infantiles: textos que han pasado de una generación a la otra, sin que se les pueda determinar un autor ni un origen exactos.
Me detuve en una página que llamó la atención; o, dicho mejor: en un dibujo que me gustó. La imagen mostraba a un pequeño roedor que se escondía de un fiero león, animal que yo –Disney mediante– consideraba mi favorito. Entonces pasé mis ojos por las palabras que coronaban la imagen.
“ El león y el ratón ”, leí lentamente. No lo sabía entonces, pero el libro de mi tía –y el título que en él leí– determinó, en buena medida, muchas de las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida.
Puede que en dos décadas, alguien tenga un recuerdo similar sobre la Carretica cuentera, un proyecto que viaja por distintos centros educativos del país, como si de una biblioteca andante se tratara, que busca fomentar la lectura –y, sobre todo, el disfrute de esta– en niños y niñas del país.
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Alberto Barrantes, fundador de la Carretica cuentera, trabajó en este diario durante varios años cubriendo, entre otras, la fuente de Educación. Así, su labor le permitió conocer, de primera mano, un vacío importante y preocupante en el deleite de la lectura y en cómo esta se le enseña a, especialmente, los niños más pequeños.
En junio del 2015, unos meses antes de renunciar a +La Nación, a Alberto se le ocurrió una idea, una que implicaba pasar de la mera observación del problema a tomar cartas en el asunto. “Muchas veces nos detenemos en la crítica y en la queja, esperando a que el gobierno resuelva los problemas, sin preguntarnos qué podemos hacer nosotros”, dice Barrantes.
De las inquietudes nacen las soluciones: así fue como Alberto dio forma a una iniciativa que convierte a los niños en arquitectos de historias, al tiempo que les presenta la lectura como una forma de divertirse, de jugar, de escapar, de crear.
La Carretica cuentera se perfiló desde un inicio como una especie de taller de lectura itinerante que trabajaría con niños de primera infancia –es decir, entre los cuatro y los seis años, quienes todavía no han ingresado a primaria–, pero que no se limita a ser un proyecto cuentacuentos: es un espacio de creación de historias en conjunto entre los adultos y los niños.
“No podemos partir de una metodología cuadrada en la que el adulto lee y los niños escuchan, porque eso aburre a cualquiera”, dice Barrantes. “Estos son cuentos para disfrutar, no para dormir”.
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Los inicios fueron complicados, y eso no debería ser una sorpresa: encontrar fondos no es sencillo, muchos menos cuando se trata de iniciativas culturales y educativas. Alberto quería demostrarles a los niños más niños que los libros no son sus enemigos, sino sus compañeros, y para eso no hay plata nunca.
El empujón llegó por medio de una beca del Colegio de Costa Rica para el fomento de las artes literarias, que entrega año a año el Ministerio de Cultura y Juventud. Aunque el monto conseguido fue pequeño, bastó para que en abril pasado la Carretica comenzara a rodar.
La dinámica del proyecto funciona así: Alberto y Jimena Araya –quien también coordina la Carretica– les presentan a los chicos los cuatro personajes de la Carretica: Sofi –una niña–, Sibú –un monstruo–, Eolo –un robot– y Pocho –un lagarto–, cuyas características –personalidad, motivaciones– son definidas por los propios niños.
Después, Alberto y Jimena leen cuentos –que tocan temas como el cuido del ambiente, la violencia, los buenos modales y el ahorro– a partir de esos personajes y tomando en cuenta los atributos que les endilgan los infantes, quienes deciden entre ellos el final de la historia.
“No son cuentos aleccionadores ni con moraleja; más bien son historias que permiten que sean los propios niños quienes toman las decisiones por sí mismos”, cuenta Alberto, quien considera que esta metodología es una forma de confiar en la capacidad de razonamiento y en la creatividad de los chicos.
Los cuentos son siempre diferentes, porque las ideas de los niños también lo son. Esa imaginación vivaz es, al tiempo, la materia prima del futuro del proyecto. “La primera fase de la Carretica consiste en visitar, de ahora a noviembre, 32 distritos que, de acuerdo con el MEP, requieren de atención prioritaria”, revela Barrantes.
La segunda etapa, prevista para el próximo año, implica el diseño de una aplicación para teléfonos celulares y tabletas, la cual estará alimentada por los cuentos creados por los niños durante las visitas a los centros.
Dice Alberto que, aunque la aplicación no tiene fecha definida, sí espera que al mismo tiempo se mantengan las visitas a los centros educativos, ojalá ya con un equipo de voluntarios que mantengan a la carretica rodando de aula a aula, de cuento a cuento.