Bien lo dice el refrán: “Lo bueno de tocar fondo, es que solo queda subir”.
Quizá suene como una frase trillada, pero es la que resume a la perfección el capítulo que Catalina Sánchez Mantilla tuvo que atravesar hace poco más de una década, antes de convertirse en la exitosa dueña de la marca costarricense Catalina’s Collection.
Para aquel entonces ella tenía un buen estilo de vida y era económicamente estable, sin embargo, de un día para otro, su situación cambió: se divorció, su papá se enfermó y con su salario solo podía pagar el préstamo de la casa que había comprado años atrás y en la que, asegura, tenía que pasar con sombrilla de la cocina a la sala, por la cantidad de goteras que había.
Tampoco le alcanzaba para la comida, por lo que se acostumbró a comprar un bollo de pan por día y a rendirlo para en la noche tener algo para comer. Fueron años en los que incluso la limitación la llevó a bajar varias tallas de ropa.
Para una persona que siempre estuvo acostumbrada a cierto nivel de vida, el golpe fue fuerte.
“Yo tengo claro que hay niveles de pobreza y yo era de una familia que estaba bien acomodada. Entonces, cuando yo ya dependía de mí y me divorcié de mi primer esposo, entré en una crisis económica bien fea. Pero yo en ese momento no pedí ayuda. Yo no le fui a decir a nadie: ‘Uy, no tengo con qué pagar la casa’. No, yo dije: ‘de este hueco salgo’”, detalla.
Catalina, de 46 años, cuenta que ya estaba cansada de la vida que estaba llevando y en el 2009 decidió que era momento de hacer algo propio… pero tenía miedo.
Por aquel tiempo conoció a Alejandro Castro, un costarricense que vivía en San José, California, y con quien se comunicaba por correo electrónico. A él le contó la situación por la que atravesaba y su deseo de emprender. Castro, sin pensarlo dos veces, le dijo que diera rienda suelta a su proyecto anhelado. Y hoy es a él a quien agradece por ese impulso.
“Me preguntó: ‘¿Qué va a hacer para que cambie su situación?’. Yo le dije que buscar otro trabajo donde me pagaran más. Entonces él me dice: ‘¿y se le ha ocurrido o ha soñado con algo?’ Yo le contesté que sí y él me vuelve a preguntar que qué me faltaba para hacerlo, y le dije que agallas, porque me daba miedo.
“A mí me daba miedo fracasar, me daba miedo porque no tenía plata, me daba miedo que no se me vendieran los productos. Y él me quitó el miedo, Alejandro, me quitó el miedo. Si yo no hubiera conocido a Alejandro en ese momento de crisis, es muy posible que nunca hubiera empezado mi proyecto. Yo soy una persona muy cobarde cuando tengo que tomar una decisión que involucra que yo sea la protagonista”, relata.
En una gaveta tenía guardado el documento que la acreditaba como dueña de la marca Catalina’s Collection, la cual había registrado 10 años atrás, con la intención de que aquellos $400 que le había pagado al abogado fueran de utilidad algún día.
La marca que había registrado era para productos de cuidado personal, pues su sueño siempre fue hacer “el Bath and Body Works de Costa Rica”.
Para ese entonces, Sánchez trabajaba en una planta de productos para macrobiótica y como ya no tenía nada más que perder, e impulsada por Alejandro, decidió que era momento de desempolvar el documento y probar suerte.
“Yo me aburrí de ser pobre y así se lo puedo decir, me da cero pena. La única razón por la que nació mi empresa era porque yo tenía una necesidad. O sea, en mi crisis no tenía nada que perder”, afirma.
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Un inicio con baches
Debido a su trabajo en una fábrica macrobiótica, Catalina conocía los procedimientos que requería para desarrollar fórmulas y también a ingenieros químicos que le podían ayudar a hacer algunas de estas, específicamente para crear body splash, aceites para masajes y gel exfoliante.
Mandó a hacer etiquetas, compró envases y alquiló un stand en una feria que le costó ¢80 mil.
¿De dónde sacó la plata para pagar todo eso? Acudió a amigos para que le prestaran dinero.
“En todo ese fin de semana solo vendí ¢27 mil y yo lloraba y decía que esta había sido la peor idea de mi vida. Además, había pedido plata prestada para mandar hacer todo”, recuerda.
El lunes, de regreso a su trabajo en la macrobiótica, recibió la llamada de un amigo quien le decía que participara en otra feria. Esta iba a hacerse en Escazú y el stand tenía un valor de $400.
Como ya no tenía plata, llamó a un amigo y le pidió que le prestara el monto que necesitaba y a cambio le dijo que se quedara con una cadena de oro que tenía hasta que ella le pagara. Además, contrató un camión para que llevara los productos, un espejo, una fuente y una silla (Catalina tenía claro que si quería vender, su stand tenía que ser llamativo). El transportista le cobró ¢15 mil.
Además, otro amigo le regaló 100 tarjetas de presentación, para que entregara durante la feria. Sánchez admite que le dolió mucho entregar las tarjetas, pues consideraba que cada vez que alguien se llevaba una se desperdiciaban ¢100.
“Vendí ¢80 mil. El stand había costado $400 y todavía le debía los ¢15 mil al señor… cuando se acabó la feria yo dije: ‘no voy a hacer nada más, porque esto no va a funcionar’”, recuerda.
Dos semanas después de la feria sonó su teléfono. Era una mujer a quien le había entregado una tarjeta y quien estaba interesada en sus productos, pues trabajaba en una agencia de viajes y necesitaba dar unos regalos.
La orden de compra era por un monto total de ¢1.800.000.
“Yo veía la orden de compra por arriba, por abajo, la metí debajo de la almohada y yo no sabía ni cómo iba a conseguir la plata para hacer los productos. Tampoco sabía si se podían hacer, pero yo le dije que sí…. Y lo logré, lo pude hacer; y con esa plata le pagué a todos lo que les debía y dije: ‘tal vez es que estoy atacando un mercado equivocado’”, cuenta.
Entonces pensó en ventas por catálogo. Ella no tenía ni la menor idea de cómo se hacía uno, pero entró a Internet y escribió: “¿Cómo hacer un catálogo?” y ayudada por Photoshop lo hizo. Allí incluyó 20 productos diferentes.
Con 1.000 catálogos impresos, decidió publicar un anuncio en el periódico con convocatoria en el Club Unión al que llegaron 20 señoras, quienes le compraron un millón de colones. Tras el evento, le hacían pedidos prácticamente a diario y así su negocio comenzó a crecer.
De repente, pasó de tener 20 a 40 productos diferentes. Ya no eran 20 consultoras, eran 300. Y las cremas ya no las podía hacer en ollitas de 15 kilos, pues estaba produciendo 200 kilos.
Su marca ahora está en los anaqueles de Auto Mercado y Yamuni. Tiene más de 240 productos, 12 empleados y su propia fábrica en Lindora, Santa Ana (antes de abrirla, hace cinco años; y ponerla a funcionar, hace cuatro, pagaba a hacer el producto).
Además, el número de consultoras asciende a 1500 y, actualmente, tiene tres tiendas en centros comerciales. Vende desde jabones de manos y alcohol en gel, hasta champú de keratina y spray para los pies.
El milagro
A pesar de que su empresa había ido creciendo poco a poco, Sánchez seguía trabajando en la macrobiótica, pues ya tenía una familia.
Alejandro, el tico de California quien la había impulsado a lanzar Catalina’s Collection, se convirtió en su esposo, su mano derecha y hasta la fecha sigue siendo el mejor vendedor de la empresa.
Con él descubrió que los milagros existían: cuando tenía 16 años, Catalina dejó menstruar y sabía que no podía ser madre. Sin embargo, a finales del 2010 quedó embarazada.
Sofía llegó a la familia como ese preciado regalo para Catalina y Alejandro. Dos años más tarde, la familia creció con la llegada de Constanza, la menor de la casa.
“Yo trabajaba desde las 7 a. m. hasta las 6 p. m.; a las 6:30 p. m. llegaba a la guardería por mis hijas y a las 9 p. m. llegábamos a la casa y yo hacía todo lo que tenía que hacer de Catalina’s Collection, porque ya tenía empleados y ya tenía alquilada una oficina”, dice.
Finalmente, el 22 de agosto del 2018 tomó la decisión de renunciar a su trabajo en la fábrica. Para ese entonces ya ocupaba el cargo de gerente general de la compañía; sin embargo, antes de eso pasó por todas las áreas de trabajo.
Por ello, ahora quien llega buscando un puesto a su empresa debe “pasar por todos los trabajos”.
“Solamente el que limpia un inodoro sabe cómo debe orinarse. Entonces una persona viene la primer semana, yo le digo: ‘le toca con la de limpieza, porque necesito que la conozca”, afirma.
En lo que la empresaria sí piensa mucho, precisamente por tantos años de esfuerzo, es en sus hijas. Si bien aún son niñas de 10 y 8 años, considera que deben valorar cada cosa que tienen y ser agradecidas.
“A mí me tocó empezar desde cero y me ha tocado duro con mis hijas, porque yo les he dado a ellas una vida de castillo de princesas. Entonces yo llego y le digo a una: ‘Mi amor, yo necesito que usted haga esto hoy’. Y me contesta: ‘No, pero por qué yo voy a hacer eso’. O me llaman y me dicen: ‘Mami, ¿puede venir por mí?’; y yo le digo que no, porque tengo que trabajar y me cuestionan que por qué, que yo soy la dueña. Eso me hace aún más responsable. Ese chip es una batalla que me va a tocar muy duro con mis hijas, porque no entienden de dónde venimos y a mí no se me olvida. A mí no se me olvida de dónde venimos…”, asegura.
Nuevos proyectos
Catalina ahora atraviesa por un periodo de tranquilidad, por la estabilidad que ha adquirido su empresa.
Sin embargo, aprendió de la crisis más dura por la que le ha tocado atravesar hasta ahora. A veces no logra dimensionar lo mucho que ha crecido su empresa y le cuesta creer que ella lo hizo todo sola.
“Yo nunca me doy el crédito que merezco… y no sé si eso hasta cierto punto es bastante bueno, porque yo aún reciclo hojas para economizar plata y si un envase no funciona, yo arreglo la tapa para que funcione.
“He pecado mucho de dudar de mí a través del tiempo. Y nuevamente vieras que yo no sé si eso es tan malo. Yo creo que el no haber tenido recursos hizo que el crecimiento fuera bastante controlado. Como le dije, yo no tenía nada que perder. Entonces como no tenía nada que perder, todo era ganancia”, detalla.
Además, su esposo Alejandro sigue yendo a cuanta feria haya, pues sabe que en estas surgieron sus primeros clientes.
Hermes Sánchez, el ya fallecido padre de Catalina, fue quien le enseñó a trabajar desde que era una adolescente y hoy más que nunca le agradece porque de él aprendió el valor del trabajo.
“Usted a mí nunca me va a ver que termine una feria y voy y me compro una cartera. Negativo. Yo termino una feria y primero es Caja, Ministerio de Hacienda, empleados, proveedores, alquileres. Yo nunca me pongo a mí de primera. Y nuevamente creo que eso no es tan malo, porque siempre he puesto a la empresa primero, no a Catalina”, afirma.
Su producto se ha vendido en Trinidad y Tobago, y en El Salvador y Guatemala han querido franquiciar su producto, pero ella se ha negado. Catalina quiere exportar, pero siente que todavía le faltan “agallas”, aunque reconoce que en un futuro, le gustaría vender Catalina’s Collection.
“Yo tengo tantos sueños que nunca hice… A mí me encantaría tener un restaurante o un lugar como un spa, pero muchísimo más grande que un spa. Es un lugar de sanación mental a través del cuerpo. Entonces yo digo yo vendo esto y ya tengo capital para empezar los otros dos negocios. Pero no es algo que esté pensando en vender. No está en venta. Pero sí me gustaría hacer otras cosas.
“Tal vez es porque ya está posicionado. Fue tan bonito empezar de nada, tener una crema, ir a convencer a la gente”, recuerda.
Además, considera que su empresa ha crecido al punto que ahora también necesita más personal, principalmente para el área de finanzas. Actualmente, ella se encarga de esa área, así como de las redes sociales y la producción.
Y si bien no sabe qué viene mañana para su empresa, lo único que tiene claro es que Catalina’s Collection sí logró convertirse en aquello que al inicio se propuso.