–¿Chepito, cuántos años va a cumplir?
–Ah, yo no sé.
–¿Pero va a comer queque y helados el día de su cumpleaños?
–Sí.
–¿Y va a bailar? Me dijeron que usted baila muy bonito, yo quiero bailar con usted.
–Sí.
Con una sonrisa amplia y un tanto nerviosa, él sabía que tal vez esta respuesta lo iba a poner en algún aprieto, iba a tener que concederme una pieza y así fue, por dicha.
Alguien puso una canción de cumbia en un teléfono celular. Chepito extendió sus manos hasta que se encontró con las mías. Estábamos en la sala de terapia física acompañados por varias personas, pero por unos pocos instantes fuimos él y yo solos, disfrutando del ritmo.
Un pasito para adelante, uno para atrás. ¡Qué buen ritmo el de Chepito! Una mano para arriba, la otra al mismo tiempo hacia abajo. Risas. Felicidad. De verdad que fue imposible no sentirme contagiada por esa alegría. Fue tal vez un minuto, pero fue el mejor baile de mi vida.
***
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Ya no camina tan rápido como antes y su pequeño cuerpo está un poco más encorvado –lo que lo hace verse aún más bajito de lo que es– pero la vivacidad está tan presente en Chepito como cuando era todo un jovencito de 95 años que salía por las mañanas a comprar el pan para el desayuno de él y sus compañeros del Hogar de Ancianos de Piedades de Santa Ana.
Ahí iba Chepito soplado a la panadería del centro de Piedades a recoger el encargo de los bollos. “Como es tan chiquitito arrastraba la bolsa, pero nadie lo detenía porque se apuraba para que el pan llegara calientito a su casa”, recordó Zeneida Flores, una vecina de Piedades que recuerda a Chepito como el mismo que es ahora: vivaz, servicial, inocente y muy educado.
El domingo 10 de marzo José Uriel de los Ángeles Delgado Corrales celebró un año más de vida. Son 119 años, los que festejó en compañía de los funcionarios del hogar, sus compañeros y algunos vecinos de la comunidad quienes desde hace muchos años chinean a Chepito –el hombre más longevo de Costa Rica– como lo que es: un verdadero tesoro.
Hace una semana mi compañera la fotógrafa Melissa Fernández y yo tuvimos la oportunidad de departir un rato con este adulto mayor tan especial. Sí, es una persona muy especial, no solo porque alcanzó una edad tan importante, sino porque es un hombre con un ímpetu envidiable, una alegría contagiosa, una sonrisa cautivadora y una salud que cualquier chiquillo de 30 se desearía.
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A Chepito no le duele nada, no se queja por el calor o por el frío. Goza de un apetito extraordinario, duerme muchas horas, realiza ejercicios, hace unos patos divinos con plasticina –a pesar de su ceguera–, reza el rosario, también asiste a misa y comulga. Es un hombre de pocas palabras pero lleno de amabilidad.
–¿Chepito, le gusta ir a misa?
–Sí.
–¿Y comulga?
–Sí.
–Muy bien, Chepito. ¿Y se confiesa con el padre?
–No (seguido por una risa de bandido porque sabía que había hecho una gran revelación).
Chepito ahora camina con ayuda, pero no quiere decir que por eso no sea capaz de tomar sus propias decisiones; de acuerdo con la hermana Dediany Dimatteo Pérez, directora del hogar, Chepito tiene mucha fuerza de voluntad y un carácter determinado. “Le encanta bañarse, lo hace solo aunque siempre lo vigilamos. Dura por lo menos media hora en el baño y cuando le pedimos que salga rápido él dice que no y es que le gusta mucho porque antes se bañaba en los ríos, entonces hasta que no sienta que hay bastante agua no sale”, recordó la hermana.
Como toda una persona independiente, Chepito también come solo, tiende su cama y no pone ninguna objeción cuando tiene que hacer sus tareas en el hogar. Su agenda diaria comienza a las 6 a. m., se levanta, toma un baño y luego desayuna.
Hace sus terapias en solitario guiado por Andrea Fallas, licenciada en fisioterapia. Fortalece sus piernas al menos 20 minutos por semana en la máquina caminadora, también trabaja con poleas y pesas, además participa de los ejercicios en conjunto con los otros compañeros del hogar.
“Chepito es muy funcional, él entiende todo lo que le digo, capta las direcciones que se le dan. Como no ve, entonces usa sus manos para guiarse. Estos trabajos le ayudan con su sistema propositivo”, explicó Fallas. Curiosamente, el salón de terapia lleva el nombre de Chepito en homenaje a la energía que siempre le ha puesto a los ejercicios.
Está muy consciente de todo lo que pasa a su alrededor. Es obvio que los años pesan, pero Chepito los lleva con tantas ganas que de verdad podríamos compararlo con un roble.
–¿Chepito, está contento en el hogar?
–Sí.
***
A las 11 a. m. Chepito va al comedor para almorzar. Ahí también están esperando los alimentos otros compañeros del grupo de dependientes, que son los abuelitos que necesitan ayuda para comer.
En la cabecera de la mesa está el espacio de Chepito. Ahí comparte con Teresa Montoya, de 88 años; Basileo Anchía, de 71 y Juana Montoya, de 81. Apenas entra al comedor, Chepito levanta su cara y aspira profundamente el olor a comida recién hecha que impregna el lugar.
–¿Ay, Chepito, le huele rico. Ya tiene hambre?
–Sí.
–¿Qué es lo que más le gusta comer?
–Diay, lo que aparezca.
Le sirven un plato pequeño con arroz, frijoles, picadillo de zapayo y pasta con carne molida, además un vaso con fresco de avena sin azúcar. De inmediato comienza su festín. Verlo comer con tantas ganas –debo de aceptarlo– me provocó antojo de esa pasta. Chepito disfrutó de cada bocado.
Su dieta es normal, come lo mismo que los demás adultos mayores que habitan el lugar, de hecho, su apetito se mantiene intacto a pesar de los años. Dice la hermana Dediany que su comida favorita es el pollo y que si por él fuera se comería hasta dos muslos en una sentada, aunque ya no tiene dientes y tampoco usa prótesis.
La vida de Chepito (su alimentación o su actividad física) no ha cambiado mucho en los 25 años que tiene de vivir en el hogar (los mismos, justamente, que tiene de existir este centro de atención). Ni siquiera luego de que en octubre del año pasado fue operado de una hernia.
“Hace unos días lo llevamos al San Juan de Dios al seguimiento de la operación y para sorpresa nuestra el doctor, en lugar de mandarle más medicamentos, lo que hizo fue quitarle parte del tratamiento porque Chepito está tan bien que ya no los necesita. El geriatra se sorprendió al verlo más gordito, todos los exámenes salieron bien, le quitaron el ácido fólico y las pastillas de la diabetes porque el azúcar lo tiene estable”, explicó Dimatteo.
Luego de su almuerzo, Chepito lava su boca y se dispone a tomar su siesta de media tarde. Su cuarto, como el de sus compañeros de hogar, tiene un cuadro en la puerta donde dice su nombre y está adornado con algunas fotos suyas.
Tiene una camita individual que hasta da gusto de lo bien arreglada que está con una colcha de tonos azul, celeste y blanco. En el ropero están las camisas bien planchadas colgando una a una en ganchos, los zapatos acomodados en fila y, por supuesto, destacan en un espacio los sombreros y gorras que colecciona.
De camisa es talla pequeña, le gustan las de cuadros; de pantalón hace talla 36, al igual que los zapatos. “Aunque no ve, Chepito no desordena nada cuando va a buscar su ropa. Así como ve el cuarto lo mantiene”, explicó la hermana.
Tiene pocos adornos, pero destacan en un rincón algunas medallas que le han regalado por participar en diferentes actividades en Santa Ana. Están colgadas justo al lado de una amplia ventana que llena de luz su habitación.
A eso de la 1 p. m. se levanta de nuevo, toma café, departe con sus compañeros en la sala de televisión y luego reza el rosario.
Su día termina cerca de las 6 p. m., cuando después de la cena vuelve a su cuarto listo para dormir por lo menos 12 horas.
“Cuando cumplió 118 años (2018) fue como un renacer para él. Lo notamos cuando estaban los medios de comunicación en la fiesta, Chepito escuchaba más, ponía más atención, hablaba un poco más. En vez de tener un retroceso normal para su edad, más bien sentimos que avanzó mucho”, explicó la hermana.
Querido
Chepito es toda una celebridad en Costa Rica y cada 10 de marzo las noticias sobre su cumpleaños son abarcadas por los medios de comunicación; pero en Santa Ana definitivamente es el habitante más apreciado por la comunidad. Basta con darse una vuelta por el centro de Piedades para comprobarlo.
De su historia se sabe poco. La hermana Dediany confirmó que Chepito no tenía casa y que en los años antes de ingresar al hogar él vivía en la calle. “Los vecinos le daban café, frutas y cositas de comer. Cuando tenía 95 años parece ser que se enfermó y alguien lo llevó al hospital, no sé exactamente qué tenía, pero del hospital tramitaron el ingreso al hogar”, explicó la hermana.
Parece ser que esa persona de buen corazón que ayudó a Chepito fue Pilar Villareal, una señora de Piedades que fue como la madrina de Chepito, así lo recordó Ricardo Morales, vecino del lugar.
“Yo tengo 50 y tantos años y desde que tengo uso de razón es el mismo Chepito de toda la vida. Sus facciones no han cambiado, siempre fue un hombre de poco hablar pero muy cortés”, recordó Morales.
Según el comerciante, Chepito hacía mandados y así se ganaba alguna platica para sobrevivir. “Doña Pilar le dio un lugar para dormir”, explicó.
“Ahí andaba Chepito todo el tiempo haciendo mandados. Los vecinos lo llamaban para que llevara una gallina a tal lado, unos huevos a fulano, unas chorreadas donde la vecina. Yo tengo casi 60 años y me acuerdo de él como desde que yo tenía unos cinco. Llegó aquí y no conocía a nadie, entonces tuvo que dormir hasta en lotes baldíos ahí cerca del cementerio”, afirmó José Francisco González, también de Piedades.
De su historia se sabe poco. La hermana Dediany confirmó que Chepito no tenía casa y que en los años antes de ingresar al hogar él vivía en la calle. “Los vecinos le daban café, frutas y cositas de comer. Cuando tenía 95 años parece ser que se enfermó y alguien lo llevó al hospital, no sé exactamente qué tenía, pero del hospital tramitaron el ingreso al hogar”, explicó la hermana.
Los lugareños tienen una imagen muy vívida del Chepito de hace 60 años (de cuando tenía cerca de 60). Ya era un adulto mayor, pero aún así era un trabajador incansable, un caballero servicial. “Ahí andaba siempre con su sombrerito de lona buscando qué favores hacerle a la gente para ganarse alguito. Incluso, hasta hace poco era muy activo en el hogar y buscaba qué ponerse a hacer, lo que pasa es que ahora no lo dejan mucho porque ya no puede, pero si por él fuera estoy seguro de que aunque sea arrastrando una pala se pone a arreglar el jardín o algo así”, agregó González.
Lo mismo recuerdan Adina Mendoza y Zeneida Flores. La primera dice que ella fue voluntaria en el comedor para personas sin hogar que estuvo antes de que se formara el hogar de ancianos.
“Llegaba todos los días porque se les daba desayuno y almuerzo a las personas sin hogar. Él no faltaba y vea, cuando construyeron el hogar fue uno de los primeros en habitarlo. Ha sobrevivido a varios abuelitos que vivieron ahí con él”, recordó Adina.
Flores también recordó otra historia sobre Chepito, una nada alegre, pero que tuvo un final feliz. “Como andaba en la calle, la gente le daba plata por los mandados o solo por ayudarlo para que comprara comidita. Unos bandidos una vez lo asaltaron y le quitaron la plata que andaba en una chaquetita que usaba de color azul. Lo golpearon todo y por eso alguien del pueblo lo llevó al hogar”, afirmó; tal vez esa fuer la razón por la cual Chepito llegó al hospital y de ahí al centro.
“Era muy artista, dibujaba y pintaba muy lindo”, agregó la señora.
Su pasado y un récord no oficial
Poco se sabe de su pasado. Chepito, como es de poco hablar, no ha contado mucho. En 1995 las hermanas del hogar lo llevaron a sacar su cédula de identidad, en ese momento Chepito recordó cómo se llamaban sus padres, sus hermanos y su lugar de nacimiento, pero no entró en detalles.
Nunca se casó y tampoco tuvo hijos (al menos registrados oficialmente), según la hermana Dediany. Esto lo confirmó el genealogista Mauricio Meléndez en un trabajo que publicó en su sitio web sobre la historia familiar de Chepito.
Meléndez concluyó que Chepito nació en Escazú a las 10 p. m. del 10 de marzo de 1900. Dos días después fue bautizado por el cura Yanuario Quesada en la parroquia de San Miguel, sus padres fueron Jesús Delgado A. y Gabrila Corrales M.
Los relatos sobre Chepito lo ubican entonces como escazuceño de nacimiento, dicen además que vivió por algunos años en San Ignacio de Acosta, que llegó a Santa Ana cuando ya era un adulto mayor y que antes se desempeñaba como jornalero.
Su papá era agricultor y como era muy común en esos tiempos se casó muy joven con una familiar cercana. “Otra de las características relativamente frecuente en familias costarricenses anteriores a 1950 es el matrimonio entre vecinos (endogamia) y parientes (consanguinidad), lo que hace que una persona descienda varias veces de una misma pareja. Así, el padre y la madre de Chepito eran parientes pues ambos eran bisnietos de Eusebio Delgado Aguilar y Mercedes León Cascante, quienes se habían casado en Escazú, en 1822”, explica Meléndez en su trabajo.
Chepito, aunque tiene 119 años no ostenta el récord a la persona más longeva del mundo, esto por temas de tramitología que no se han podido concretar ante las autoridades de los Guinnes World Records. Hace unos días, la japonesa Kane Tanaka de 116 años fue nombrada como la más longeva.
La hermana Dediany afirmó que intentaron realizar el proceso para el récord y que cumplieron con el trámite, pero que la falta de documentación sobre la vida de Chepito complicó la resolución.
Pero a Chepito poco o nada le importan los récords. A él le basta con ser feliz, con hacer patos de plasticina, bailar, comer piernas de pollo o tomar un sabroso baño con mucha agua. ¿Será que ese es el secreto para una larga vida? Disfrutar de todo lo que nos rodea por más sencillo que parezca. Chepito nos da año con año esa lección de vida.