Una de las primeras frases que pronuncia pareciera describir la más idílica escena de su vida: “Provocó muchos colores y eran muy brillantes. Naranja, rojo, azul, rojo sangre, un arcoiris. Fue hermoso”. Sin embargo, en la realidad, se trataba de uno los momentos que marcarían un antes y después en la historia de la humanidad.
Estas son las palabras que utilizó el ingeniero Yuri Korneev, hoy reconocido como un experto en seguridad nuclear, para referirse a lo primero que vieron sus ojos la madrugada del 26 de abril de 1986, día en el que explotó el reactor número cuatro de la Central Nuclear Vladímir Ilich Lenin, en la ciudad Pripyat, antigua Unión Soviética (URSS).
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Según relató este experto en el documental El desastre nuclear de Chernobyl de Discovery Channel, fue así como percibió, junto a sus otros 175 compañeros operarios, la columna de luz que se elevó alrededor de mil metros sobre el suelo, luego del estallido. Al igual que sucedió con ellos, el resto del mundo desconocía lo que se ocultaba detrás de ese “arcoiris”.
Aquella sería la señal inequívoca de lo que en la actualidad es considerada la más importante catástrofe nuclear de la historia, conocida como el caso de Chernóbil. Aunque han pasado 33 años desde la tragedia, las cifras oficiales hablan de más 4.000 víctimas mortales y de más 600.000 personas afectadas por la contaminación radioactiva, pero estos números podrían cambiar con el tiempo.
Hoy, cuando el tema cobra una mayor relevancia por la transmisión de la aclamada miniserie Chernóbil en el canal HBO, son millones de personas en el mundo las que aún siguen haciéndose preguntas y cuestionando el manejo de crisis que hizo la URSS y la liberación tardía de la información.
Inicio del caos
El reloj marcaba la 1:23 a. m. del sábado 26 de abril de 1986, cuando un grupo de trabajadores del bloque cuatro de la planta nuclear de Chernóbil recibió la orden de probar un sistema de autoalimentación del reactor, el cual, de funcionar, serviría para ahorrar energía. En ese momento se desactivaron los mecanismos de seguridad y se inició con el experimento.
En cuestión de segundos, en el lugar comenzaron a escucharse una serie de detonaciones, al tiempo que volaban por los aires la tapa del reactor que pesaba 1.200 toneladas. Así se liberó un vapor radiactivo compuesto de uranio y grafito, y que se esparció rápidamente en los alrededores de la planta, particularmente, en la ciudad de Pripyat, ubicada a solo tres kilómetros de distancia de la central.
Además de los operarios, los primeros en llegar al lugar fueron un grupo de bomberos locales, quienes intentaron apaciguar las llamas de un fuego que lucía en apariencia normal, pero que en sus entrañas escondía una enorme catástrofe. El agua que consideraron que podía salvar cientos de vidas, estuvo a punto de convertirse en un letal detonante, capaz de acabar con la mitad de Europa.
Expuestos a altas dosis de radiación, esa misma noche murieron dos de ellos; en los meses siguientes la cifra llegaría a un total de 28. Ninguno de estos trabajadores, ni la sociedad civil ni los políticos que la lideraban en aquel entonces, tenían conocimiento real del caos al que se enfrentaban.
Fue la falta de información en los primeros momentos de la tragedia, incluso, días posteriores, lo que se convirtió en pieza clave para la errática capacidad de reacción por parte de las autoridades. Hay quienes consideran que en realidad se trató de ocultar la gravedad del asunto, pero existe otro grupo, liderado por el expresidente soviético Mijaíl Gorbachov, que asegura que ellos desconocían la seriedad del “accidente”, como se le calificó en un inicio.
“Nadie sabía la verdad, y por esta razón fueron en vano todos nuestros intentos por recibir información completa sobre la dimensión del desastre. Al principio pensamos que las consecuencias de la explosión se verían principalmente en Ucrania, pero Bielorrusia, al noroeste, fue afectada de manera mucho peor, y luego Polonia y Suecia sufrieron los efectos”, escribió Gorbachov en un artículo publicado por el diario El País de España, cuando se cumplieron 20 años de la tragedia.
Según el exmandatario, quien se encontraba en su segundo periodo al frente de la URSS, una muestra de que ellos desconocían la dimensión de la catástrofe es que los miembros de una comisión gubernamental visitaron Chernóbil y se expusieron a la radiación, además de que pernoctaron en Polesie, cerca del lugar del incidente. Todos sus miembros cenaron con comida y agua de la zona afectada.
“Por supuesto, el mundo supo primero del desastre de Chernóbil a través de científicos suecos, creando la impresión de que estábamos escondiendo algo. Sin embargo, la verdad es que no teníamos nada que esconder, ya que sencillamente carecimos de información durante un día y medio. Solo unos pocos días después supimos que lo que había ocurrido no era un simple accidente, sino una genuina catástrofe nuclear: una explosión en el cuarto reactor de Chernóbil”, sostuvo Gorbachov.
Bajo las órdenes del coronel Vladimir Grebeniuk, designado para liderar la operación en Pripyat, un grupo de militares realizó las primeras mediciones de radioactividad en la zona, las cuales arrojaron, la noche del 26 de abril, que el nivel era 600.000 veces más alto de lo que se consideraría normal.
“Sentíamos un sabor metálico en la boca, un sabor ácido. Dicen que la radiación no tiene sabor, pero después descubrimos que era el sabor del yodo radioactivo... No sabíamos que el reactor continuaba ardiendo, diseminando radiación”, expresó Grebeniuk en el documental de Discovery Channel.
Lo cierto es que en los siguientes siete meses de la explosión, más de 600.000 hombres lucharon contra un enemigo invisible, incapaz de ceder tregua alguna. Para la mayoría, se trató de una batalla despiadada y anónima, apenas reconocida en algunas páginas de libros que reseñan y analizan las lecciones de la explosión nuclear.
Conocidos como los "Liquidadores”, estos equipos estuvieron compuestos por militares, bomberos, obreros, científicos y expertos en energía nuclear. Es importante destacar que, a excepción de los militares, el resto de las personas se ofrecieron como voluntarias para trabajar en conjunto y minimizar los efectos de la radiación.
Fue gracias a su labor que se evitó el peor de los escenarios planteados: una segunda explosión que sería diez veces más poderosa que la de la bomba atómica de Hiroshima. La verdadera magnitud del desastre se mantuvo en secreto por parte de los soviéticos, durante aproximadamente durante 20 años. Sin embargo, no pudieron ocultar un hecho: ninguno de los involucrados estaba preparado para lidiar con una tragedia de tal magnitud.
¿Costo político?
El propio Gorbachov reconoció que la tragedia de Chernóbil contribuyó de forma decisiva al colapso de la antigua Unión Soviética, ya que había quedado en evidencia la forma de actuar del comunismo en el tiempo antes de la catástrofe y el posterior a esta.
Para el exmandatario, las dificultades del Kremlin y de las autoridades soviéticas a la hora de obtener información sobre el accidente fueron parte de las principales razones que llevaron al debilitamiento del sistema político que lideraba.
“El accidente del reactor en Chernóbil fue quizás más que la ‘perestroika’ (apertura) iniciada por mí, la verdadera causa del colapso de la Unión Soviética cinco años más tarde”, expresó en un artículo publicado por el diario vienés Der Standard en el 20 aniversario de la explosión.
Según el político, hoy de 88 años, con el pasar del tiempo pudo entender las “espantosas” consecuencias, principalmente económicas, que hay detrás de la energía nuclear, así no sea utilizada con objetivos militares. Desde entonces, Gorbachov busca divulgar entre distintas naciones la importancia de hallar fuentes de energías alternativas.
“El precio de la catástrofe de Chernóbil fue abrumador, no solo en términos humanos, sino también económicos. Incluso hoy las consecuencias de Chernóbil afectan las economías de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. Algunos hasta sugieren que el precio económico para la Unión Soviética fue tan alto que detuvo la carrera armamentista, ya que no podía seguir construyendo armas y, al mismo tiempo, pagar la limpieza y el manejo del desastre”, se lee en el texto de El País.
Aunque resulta casi imposible establecer una cifra sobre el costo económico de la tragedia nuclear de 1986, la Organización Mundial de la Salud emitió un documento en el año 2006, en el que asegura que el monto asciende a cientos de miles de millones de dólares.
Por su parte, la empresa Development Institute of Power Engineering publicó hace menos de tres años que la inversión ascendía a más de 390.000 millones de dólares, dinero que fue destinado a tratamientos médicos, descontaminación, traslados y realojamiento de la población, la generación de la electricidad que se dejó de producir, la atención de tierras agrícolas devastadas y, sobre todo, la limpieza de las zonas afectadas.
“Solo estos trabajos generaron un gasto de 100.000 millones entre 1986 y el 2000. Ucrania, Bielorrusia y Rusia fueron las economías más afectadas. Ubicada en un paisaje ahora apocalíptico, que no podrá ser habitado en 24.000 años, la zona de Chernóbil ha vuelto a la actualidad por la inminente conmemoración del desastre y por la necesidad de cerrar el costoso proyecto faraónico que entierre para siempre la amenaza de más emisiones”, reseñó el periódico La voz de Galicia en el 2016.
El proyecto al que Development Institute of Power Engineering hizo alusión en ese momento es el sarcófago cuya construcción, a cargo del consorcio francés Novarka, culminó un año después, y que tuvo como propósito eliminar por completo el riesgo de contaminación radioactiva del reactor número cuatro de Chernóbil.
Debido a la posibilidad de una nueva posible fuga, el grupo de países que integraban el G7 en el año 1995, decidió financiar la obra para hacer más seguro el lugar. A ellos se uniría, posteriormente, la Comisión Europea y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD); durante todo este tiempo fue Estados Unidos el que mayor aporte económico hizo a la construcción del sarcófago.
En la actualidad, y gracias al éxito del domo de metal que cubre la zona, las autoridades instalaron una planta de energía solar a unos 100 metros de distancia del lugar de la catástrofe nuclear. Para ello, se colocaron un total de 3.800 paneles que tienen la capacidad de abastecer a 2.000 apartamentos, según una nota de Europa Press.
Fue así como el 5 de octubre del 2018, se inauguró oficialmente el proyecto que representa uno de los pasos a seguir en el plan de reactivación de Chernóbil. Ese fue el día en el que la energía volvió a ser protagonista, luego de que se cerraran los remanentes de la central nuclear, en el año 2000. La empresa ucraniana Rodina y la alemana Enerparc, líderes del proyecto, esperan beneficiarse en los próximos años del estímulo a las energías renovables.
Vidas en pausa
Un total de 2.600 km2 es el terreno que fue declarado por las autoridades ucranianas como una zona de exclusión, ya que siguen estando demasiado contaminadas para su uso residencial o agrícola. Según los especialistas, tendrán que pasar más de 24.000 años para que las personas puedan regresar a vivir a este espacio sin correr peligro alguno.
A pesar de que la zona sigue deshabitada, todavía quedan vestigios de lo que fue la ciudad de Pripyat, que hoy, además de albergar una planta solar, también es un punto de encuentro para quienes son seguidores del turismo de catástrofes, pues allí son llevados por distintos recorridos con guías pertrechados con medidores de radiación.
“El turista solo puede permanecer 10 minutos en el lugar, que en algunos de los casos puede llegar hasta 200 metros de distancia del reactor número cuatro. Esos 10 minutos equivalen, en radiación, a un viaje de avión entre París y Nueva York, según las autoridades. Apenas 10.000 turistas entran al año en la zona restrictiva de exclusión”, asegura una nota del periódico español El Mundo.
La otra cara de esta historia sigue aún latente en los habitantes de esta comunidad, los cuales fueron testigos de cómo pasaron 30 horas para que se tomaran las primeras medidas de seguridad tras la explosión: se enviaron 2.700 autobuses hasta Pripyat. Fue hasta las 2 p. m. del 27 de abril de 1986 que los militares anunciaron la evacuación de la ciudad, habitada por 43.000 personas en ese entonces.
“Recuerdo que los maestros nos dieron tabletas de yodo para la radiación, luego nuestros padres vinieron a recogernos a la guardería. Las personas corrían, pero no había pánico. En realidad pensamos que nos iríamos por tres días ”, afirmó Yulia Martchenko, quien en ese entonces tenía cinco años, en una entrevista cedida a Discovery Channel.
Para evitar una ola de caos, las autoridades decidieron ocultar la gravedad del asunto y solo les dieron dos horas a los pobladores para empacar sus pertenencias y reunirse frente a sus casas. Posteriormente subirían a los autobuses y serían reubicados en apartamentos y casas a miles de kilómetros de distancia de la vida que tuvieron que dejar atrás.
“Nadie creía en lo que pasaba. Todos pensaban que les estaban mintiendo porque recordaban la ocupación alemana y decían que, al menos en 1941, caían bombas, pero ahora nada. La gente mayor no creía en un enemigo invisible y no había tiempo para explicaciones. Mis soldados y yo, simplemente acatábamos órdenes”, aseguró el coronel Grebeniuk.
Según la OMS, más de 350.000 personas fueron sacadas de las zonas más contaminadas y reasentadas en otras regiones, 116.00 de ellas inmediatamente después del accidente. Aun cuando recibieron indemnización por las pérdidas y viviendas gratuitas, además del derecho elegir el lugar de reasentamiento, la experiencia resultó traumática y dejó a muchas personas sin empleo y con la sensación de no tener un lugar en la sociedad.
“Los efectos de Chernóbil en la salud mental son el mayor problema de salud pública desencadenado por el accidente hasta la fecha... La esperanza de vida ha disminuido en toda la antigua Unión Soviética, debido a las enfermedades cardiovasculares, los traumatismos y las intoxicaciones, y no a trastornos relacionados con la radiación", expresa un informe del Foro sobre la salud de la institución.
La OMS sí reconoció que hubo una alta incidencia del cáncer de tiroides en los niños, como consecuencia del yodo radioactivo en los alimentos consumidos. A esto se suma también un ligero aumento de la incidencia de la leucemia entre los trabajadores de los servicios de emergencia. Sin embargo, no existe una mayor evidencia médica o científica que relacione la radiación con la aparición de otras enfermedades.
La explosión del reactor número cuatro de la planta nuclear de Chernóbil sigue siendo un recordatorio tangible de que, aún en los escenarios más desoladores, siempre será posible reencontrarse con la esperanza, especialmente en la historias de esos miles de héroes anónimos que dieron sus vidas a cambio de un futuro para las nuevas generaciones.