Las espectaculares presentaciones de Chris Martin y compañía no solo las disfrutaron las 80.000 personas que alcanzaron a entrar a los conciertos que Coldplay dio en Costa Rica. Cientos de personas, entre quienes se quedaron sin entrada, aquellas que esperaban la salida del Estadio Nacional de familiares o amigos dichosos y aquellos que llegaron por puro gusto, vivieron desde afuera del recinto de La Sabana su propia experiencia, una que también merece ser contada.
Pamela Fonseca Sandí, estudiante de décimo año de colegio, por ejemplo, no logró conseguir boleto y con mucha nostalgia vio y escuchó a lo lejos, desde su casa en Escazú, el inicio de la gira Music Of The Spheres. Ese mismo viernes por la noche se decidió y convenció a sus amigos Emanuel y Laura y a su sobrina Brihanna de que la acompañaran el sábado para disfrutar lo más cerca posible de la segunda presentación de la banda inglesa.
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No costó mucho porque todos estaban en la misma sintonía y ya a las 6 p. m. se ubicaron al costado sur del estadio. Pero no estaban solos: muchos más apostaron por imaginarse el espectáculo de luces, que se garantizaba solo de las gradas hacia adentro, escuchando, eso sí, las mismas notas y al mismo tiempo, posados sobre el césped natural al costado sur del reducto deportivo.
Además, todo fluía en torno a Coldplay. Fue así como entre tanta gente aparecieron unos muchachos de Cartago con quienes desde el principio hubo muy buena química. “Igual que nosotros, ellos estaban cantando, con muy buena vibra y al poco tiempo ya éramos nueve”, dice Pamela.
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Se refiere a María Laura Guillén, Monica Brenes, Keyren Calderón, Génesis Mora y Daniel Rojas, ahora universitarios pero amigos desde el colegio, quienes sí asistieron a la primera presentación de la banda inglesa. Estos jóvenes brumosos querían repetir el sábado, pero como se quedaron sin entrada, desde la noche anterior decidieron volver a vivir la experiencia, solo que desde afuera.
Y valió la pena. “Adentro es mágico e inimaginable, pero afuera fue bonito. Se escuchó bien y se pudieron ver luces, sobre todo los fuegos artificiales”, dijo Daniel.
“Como no teníamos las pulseras lo que hacíamos era encender las luces de los teléfonos y moverlos de un lado para otro al tiempo que cantábamos las canciones”, agregó Pamela, quien asegura que enloqueció, tanto como los más cercanos a la tarima, cuando escuchó A Sky Full Of Stars, su pieza favorita.
Todos llegaron preparados a su manera, pues mientras los que ingresaron se aseguraron de llevar la entrada, el código QR y/o carné de vacunas, desde la tarde fue evidente que la planicie aledaña era el destino final de quienes cargaban sillas, almohadas, sábanas, colchas y cobijas.
Un poco más lejos, sobre la ruta 27 y la carretera paralela, en Sabana Sur, el lado derecho de las vías se convirtió en el parqueo donde los “choferes designados” esperarían a los jubilosos fans para asegurarles el regreso a casa. Pero mientras tanto, algunos dentro del carro con los vidrios abajo y otros desde la calle, agudizaron los oídos para captar las ondas sonoras que aún a la distancia se podían entender.
Además, fue una buena ocasión para compartir pizza, pollo, snacks y bebidas en el previsto e inevitable picnic nocturno. Para todos fue una experiencia inolvidable cargada de emoción y alegría de principio a fin y en algunos casos incluso, como los jóvenes estudiantes de Escazú y Cartago, el convivio terminó con la firme promesa de perpetuar la incipiente amistad, gracias a Coldplay.
Al final para todos los que estuvieron afuera del Estadio Nacional también fue un acontecimiento mágico: disfrutaron de una noche fresca y despejada, iluminados por las estrellas y la luna llena, tan yellow como una de las canciones más coreadas aquella jornada al oeste de la capital.