Se levanta de madrugada para preparar el camión, un tráiler marca Freightliner año 1995. Le monta la carreta, lo limpia, lo encera, le revisa el agua y el aceite, le pone el encapotado, cambia alguna llanta si es necesario y se dispone a hacer el viaje desde Barrio San José de Alajuela hasta el puerto de Caldera para cargar la carreta con maíz.
De pesar unos 14.000 kilos vacío, con carga el camión asciende a los 39.000 kilos. Todo ese peso va dirigido y manejado por una mujer, una joven cuya pasión casi que desde que nació fue el camión de su papá. A sus 31 años, Karen Zúñiga Arce suma el oficio de trailera a una vida llena de trabajos: masajista, criadora de cerdos, cuidadora de caballos y hasta de unos terneros.
También es ama de casa y no puede quedarse sin sus citas para cuidar de su larga cabellera rubia y sus hermosas uñas. “Porque ante todo el glamour. Antes muerta que sencilla”, dice entre risas.
Ella no le tiene miedo al trabajo, no se niega a hacer en medio de todos sus oficios, uno que podría decirse que está dominado casi que exclusivamente por hombres: el de trailero.
Karen es una apasionada de los camiones por herencia de su papá, Óscar Zúñiga, quien desde que ella y su hermano Óscar tienen recuerdos los lleva a todos lados, acompañándolos en la cabina del camión. Karen es una de las pocas mujeres en el país que posee una licencia de conducir B4, especial para manejar un camión articulado (cabezal y remolque).
Además, como no es nada dejada, hace aproximadamente tres meses tomó las riendas del negocio familiar y cada vez que tiene el tiempo, ella misma es la que hace los viajes de carga y descarga del maíz para ayudar a su papá, quien recientemente tuvo un accidente y no puede manejar solo.
Para obtener este permiso el conductor debe tener mínimo 22 años, licencia de conducir B o C con al menos tres años de haberse expedido, un curso especial de vehículos articulados, así como hacer la prueba práctica en un camión completo con cabezal y remolque. Karen pasó todas estas pruebas sin problema y por eso es que ahora llama la atención cada vez que se suma a la fila de traileros en Caldera para hacer su trabajo y llevar el sustento al hogar.
“Mi papá nos montaba al camión a mi hermano y a mí y nos decía que lo viéramos cómo él iba manejando para que aprendiéramos. Nunca nos dio clases ni nos enseñó en la práctica porque así es él, pero eran tantas las ganas que teníamos mi hermano y yo de aprender, que así lo fuimos haciendo con los años”, recordó entre risas Zúñiga, quien cautiva por su buen sentido del humor y se muestra muy orgullosa de la labor que realiza.
La insistencia de Karen a que su papá le diera el camión dio frutos un día cuando ella tenía 13 años. “Íbamos en un viaje a Guanacaste y en la entrada de una finca en Liberia, paró el camión y me lo dio. No podía creer que por fin me iba a dejar manejar, pero cuando caí en cuenta me asusté”, recordó la joven.
El cuento terminó bien. Zúñiga asegura que aunque estaba muy niña, ella siempre fue de tamaño grande, así que se ajustó muy bien a los pedales, marcha y volante del camión.
“Me dijo: ‘meta primera y salga, lo que tiene que ver siempre es dónde está la cola’”, recordó la chofer.
Después de esa experiencia se fue soltando como conductora del vehículo pesado y cada vez que tenía la oportunidad le pedía el camión a su papá. La insistencia siempre ha sido uno de sus rasgos y por eso es que ahora es una de las choferes reconocidas en el puerto.
Karen aprendió a manejar camión antes que carro liviano, mientras practicaba en fincas y calles vacías, pero tenía que sacar la licencia B2 antes que la B4. “Nunca en la vida había tocado un carro y a los 18 años me fui a hacer la prueba práctica. Papi no me pudo acompañar ese día porque tuvo un accidente mientras jalaba ganado. Como no tenía carro para ir, fui en uno automático. ¡Vieras el susto que tenía de estrellarme porque nunca había manejado carro pequeño y menos automático!”, recordó.
Después de ese susto, la joven fue tomando más seguridad con el tráiler. Ella se encargaba de parquearlo, de pegarle la carreta cuando era necesario y fue aprendiendo temas básicos de mecánica para no quedarse botada en una emergencia.
Pruebas superadas
Don Óscar siempre le pedía a Karen que lo acompañara en sus viajes, antes de que ella se animara a sacar la licencia B4.
Este año, mientras el señor hacía una carga de tubos, se cayó del remolque. Se quebró el fémur, el hombro y sufrió un fuerte golpe en la cabeza.
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Mientras estaba internado se topó con un viejo amigo que trabaja como oficial de tránsito, éste le preguntó por qué su hija Karen no se hacía cargo del camión mientras él no podía trabajar. Don Óscar le contó que no podía porque no tenía la licencia, así que este amigo se encargó de incentivarlos a los dos para que la muchacha tuviera la licencia y trabajara con él.
Cuando por fin decidieron ,hacer la prueba práctica llegaron al plantel de Guápiles a las siete de la mañana y todo aquello fue una euforia cuando los inspectores y los aspirantes a las licencias se dieron cuenta de que una mujer iba a hacer la prueba en un tráiler con una caja de 10 cambios y de semejante tamaño. “Estaba más nervioso mi papá que yo”, recordó riéndose Karen, quien se puso algo tímida al contar lo que pasó cuando terminó el recorrido afuera del plantel.
“Salió toda la gente del plantel cuando vieron que venía yo en el camión. Hasta la secretaria salió y cuando me bajé me dio un abrazo. Papi lo que hizo fue preguntarme si la había pasado y a decirme que nos fuéramos rápido de ahí, yo sé que estaba orgulloso, pero en ese momento no me lo demostró”, contó la chofer.
Después de estar todo en regla don Óscar se fue relajando un poco más y le fue delegando obligaciones a su hija. Ella es quien lleva el camión a la Revisión Técnica Vehicular, donde también le han pasado algunos chascos divertidos.
“Una vez llegué a la ventanilla con los papeles y la licencia, la muchacha ni la vio y me dijo que necesitaba una B4 para pasar el camión. Yo le dije: ‘¿esta no le sirve?’ y toda acongojada la muchacha se sorprendió de ver mi licencia”.
Durante la revisión los técnicos se ofrecen siempre a ayudar a Karen con algunos temas mecánicos del camión, pero ella con toda propiedad y seguridad les dice que puede sin asistencia.
El primer gran viaje
Para cargar los camiones en el puerto se deben de cumplir varios requisitos que van desde ser parte de una asociación, hasta tener una póliza de riesgos de trabajo, así como portar un carnet que permite el ingreso al lugar. Karen tenía todo al día desde hace mucho tiempo con la esperanza de que le llegara por fin la oportunidad de completar lo que para ella sería el ciclo de ser chofer de tráiler. A cargar solo puede entrar el chofer del camión, sin acompañantes: esta era una prueba que tenía que pasar Karen porque nunca había realizado el procedimiento de carga del maíz desde el barco.
Finalmente, el pasado 4 de setiembre fue su día.
“El chofer que iba adelante de mí en la fila fue quien me ayudó adentro. Estuvo pendiente de mí siempre, de llevarme a donde tenía que ir y de explicarme cómo se hacían las cosas”, recordó la conductora.
Ataviada con casco, chaleco, zapatos de punta de acero y, por supuesto la mascarilla, inició su trámite.
“Creo que soy la primera mujer que hace este tipo de trabajo, al menos a nivel de granel me han dicho que nunca han visto a otra muchacha”, explicó.
El chofer que acompañó a Karen en su primera carga fue tan amable que hasta le cedió su campo para irla cuidando desde atrás. Cuando la joven llegó a las tolvas gigantes (especie de embudo que descarga el grano desde el barco al camión) cuenta que le tocó una de las más grandes e incómodas del lugar, por lo que tuvo que maniobrar de manera diferente el remolque y el camión con tal de que se ajustaran y evitar cualquier contratiempo en la carga.
El trabajo del chofer adentro del puerto es supervisar que la carga esté llenando de manera correcta el contenedor y que el peso sea el indicado.
“Cuando me subí a la cabina del camión y sentí por primera vez todo ese peso dije ‘¡Santa María, en qué me metí!’. Todo es diferente a partir de la carga, la salida es diferente porque se necesita mucha más fuerza y tras de todo hay que pasar el camión por un puente”, recordó.
La angustia de esa primera vez y de las pruebas a las que se tuvo que enfrentar para convencerse a si misma de que sí podía no terminaban. Karen recuerda que tuvo que detener el camión a medio camino antes de salir del puerto de Caldera para colocarle el manteado. “Yo botaba chorros de sudor de la congoja, estaba toda empapada y cuando llegué al final me dieron una vacilada los demás choferes, pero fue una bonita primera experiencia”, comentó y recordó que esa vez salieron con la carga perfecta. “La segunda vez me faltó un poquito, pero ahí me volvieron a echar”, bromeó.
Ambiente masculino
Aunque es una de las pocas mujeres en Costa Rica que se desenvuelven en este ambiente dominado por hombres, Karen afirma que en ningún momento se ha sentido menos que sus colegas o que ellos la hayan hecho sentir así.
Afirma que su carrera la ha desarrollado en un ambiente de cortesía y cordialidad y que siempre tiene apoyo de sus compañeros. La chofer reconoce que su papá la cuida mucho y no la deja hacer los viajes sola, por eso siempre está acompañada, pero el respeto de sus colegas lo ha recibido con mucho entusiasmo.
Es hasta algo famosa en el gremio porque gracias a sus conocimientos como masajista a más de uno le saca alguna pega porque comió algo que le cayó mal o le quita alguna molestia muscular causada por el trabajo.
“Siempre ando con una botellita de aceite para cualquier emergencia”, reconoció. Ellos la conocen desde hace mucho tiempo porque Karen siempre ha acompañado a su papá y a su hermano a hacer los trabajos, así que se siente segura y confiada en el gremio.
Eso sí, Karen afirma que el oficio no estaba preparado para una mujer y que muchas veces tiene que arreglárselas. “Los lugares muchas veces no están adaptados para una mujer. Por ejemplo en el predio donde vamos jamás se imaginaron que iba a llegar una mujer y solo hay baños para hombres, entonces mi papá y yo nos vamos a otro que es más aseado y que recibe a menos personas”, contó.
La vida de trailera no es algo sencillo. Karen y su papá pasan muchos días fuera de la casa realizando los viajes desde el puerto de Caldera hasta Río Grande de Atenas, donde descargan el maíz.
Ellos deben de pasar en el camión varios días, ahí duermen y comen. La camaradería entre los choferes es bien conocida y por eso los tiempos de espera se hacen más llevaderos.
Cuando toca el trabajo no es nada fácil, Karen debe de realizar todo el trayecto desde la carga hasta la descarga en el menor tiempo posible, pues hay que devolverse al puerto a cargar otra vez.
En un día pueden hacer al menos cuatro viajes, dependiendo de la cantidad de maíz que deban trasladar.
“Hasta el momento no me he llevado ningún susto, pero sí hay que ponerle bastante manejando porque atrás vienen camiones que lo pueden rajar a uno y quitarle el campo. No se puede andar jeteando”, concluyó.