En estos meses de coronavirus, muchos les han llamado “héroes”, “ángeles” y hasta “hacedores de milagros”. Lo cierto es que, para bien de todos, son seres humanos.
Estas son las voces de las unidades de cuidados intensivos (UCIs), esas áreas de los hospitales que podríamos imaginar como gélidas y desoladoras. Sin embargo, pacientes que han estado ahí internados y los profesionales que los atendieron retratan un ambiente cálido, humano, en el que las palabras de aliento se hacen sentir por encima de los tapabocas y los gestos de ánimo se transiten, aun con guantes de látex.
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Cuando estuvo en cuidados intensivos, Jorge Chicas Chicas, de 73 años, pasó unos de los días más angustiantes de su vida. Mientras yacía sedado en la UCI del hospital San Juan de Dios, no era consciente de su estado, tampoco de los procesos a los que para aliviarlo, le sometían. Él estaba como en un sueño profundo que se sentía real.
En sus 22 días de internamiento sufrió porque a su mente llegaban imágenes en las que su esposa le pedía el divorcio y él tenía que irse de casa y separarse de sus hijos.
Lo vivido por él es parte del síndrome que muchas personas que pasan por esa unidad experimentan. Hoy, para su dicha, de su familia y de un país que celebra a las personas recuperadas de la covid-19, don Jorge está bien y fortaleciendo su voz, que se vio afectada luego de que tuvieran que intubarlo cuando se complicó.
Él fue el primer paciente con coronavirus que la UCI del San Juan de Dios, hospital al centro de San José, recibió a finales de marzo.
“Viví de sueño en sueño. Usted siente que lo que vive no es real. Todo es dramático. Todo es sufrimiento”, recuerda don Jorge, quien dice que estando en su casa hay momentos en los que se siente agradecido por estar con sus seres amados, aunque su mente divaga.
“Recuerdo sonidos. Le queda a uno el sonido (de los aparatos), es muy constante. Ese tic tic tic se le queda a uno para toda la vida”.
Don Jorge rememora que en el hospital hacía frío, pero la sensación era breve porque sentía manos cálidas que le arropaban.
También, recuerda a un enfermero, uno fuerte y moreno. “Sentía la atención. Recuerdo a un enfermero que me atendía muy bien”.
Han pasado tres meses desde que Jorge Chicas venció al coronavirus. Siendo un adulto mayor, población vulnerable al virus, se sobrepuso y pudo salir de cuidados intensivos.
Desde la sala de su casa, su hijo, de 23 años, y que lleva el mismo nombre, nos encontró en una videollamada. Don Jorge viste una camisa roja a cuadros y luce un cabello y bigotes negros y peinados.
Cerca tiene un vaso de agua que sorbe cada vez que los recuerdos le quiebran la voz. Hoy está agradecido por el trato que recibió por parte de la Caja Costarricense de Seguro Social, institución que enaltece y a la que le debe la vida
“La atención es increíble. Cenare (Centro Nacional de Rehabilitación) es una bendición. No hay un momento en que los profesionales en la salud no le hagan sentirse humano”.
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Juan Ignacio Silesky es el jefe de Cuidados Intensivos del Hospital San Juan de Dios; trabaja en esa unidad desde hace 21 años y se especializó como intensivista luego de vivir una experiencia con un hermano . Dice que esta especialidad es dinámica y permite ver, de inmediato, los resultados de las acciones tomadas.
“La especialidad es medicina crítica y terapia intensiva. Es una especialidad en la cual nuestra atención es el abordaje y manejo del paciente críticamente enfermo debido a cualquier patología”, explicó el doctor Silesky, a través de una videollamada. En ese momento su apariencia era fresca y su cabello estaba perfectamente peinado. Una compañera estaba a cargo de la unidad mientras él daba entrevistas.
Al 27 de julio se registraban 56 pacientes con coronavirus en las UCI del país. Las personas que ingresan a esta unidad requieren de dedicación y atención especializada, por ello, no es tan sencillo habilitar nuevas camas como muchos han exigido en redes sociales.
Sumar “más camas” no es tan simple como los “expertos” de Twitter y Facebook hacen creer. Los cuidados intensivos no son solo una cama: todos los pacientes con covid-19 ahí ingresados requieren, además, de un monitor para ver los signos vitales, frecuencia del corazón y respiratoria, así como la presión arterial y saturación de oxígeno en la sangre. También al lado de cada cama se necesita un ventilador o respirador, el cual permite sustituir los esfuerzos de respiración del paciente y brindar el oxígeno directamente. El paciente de las UCIs también debe contar con personal entrenado, dice Silesky, quien destaca que el funcionario más importante es el de enfermería, que está 24 horas junto al paciente monitoreando e informando sobre su evolución.
“Este personal no se forma de la noche a la mañana. Se requiere de experiencia y conocimiento”, agrega el intensivista.
El personal de limpieza también es clave en el engranaje que hace que esta unidad se mueva con éxito. Cada espacio se limpia tres veces al día (así ha sido siempre). El apoyo de múltiples especialidades y servicios también se requieren en los cuidados intensivos. Una cama equipada tiene un costo cercano a los $100.000 (casi 60 millones). Al monto hay que sumarle $3.000 diarios (1.8 millones), solamente por la estancia.
“No es solo el costo de hacer un cuartito con cama. Se ocupa personal entrenado. Infraestructura, personal de apoyo”, agrega el doctor.
El coronavirus llegó a alterarlo todo. Los pacientes de UCI ingresan graves y requieren de muchos insumos y atenciones. Silesky cuenta que trabajar con el equipo de protección personal es difícil. Él lo asemeja a llevar una armadura.
“Los procesos se han complicado. Una enfermera que tiene que atender al paciente lleva todo con ella. Si se le olvida una jeringa, antes salía y la traía. En este momento entra al cubículo aislado y si se le olvidó algo tiene que esperar a otro a que se la traiga. Esto implica una gran carga de trabajo “.
La UCI del San Juan de Dios, diseñada en 1994, ahora luce diferente. Los ingenieros facilitaron poder sacar las pantallas de los ventiladores de los cubículos, modificación importante porque los funcionarios puedan revisarlos sin entrar a la habitación, se disminuye el tránsito de personal y merma el gasto en equipo de protección.
Las bombas de infusión también salieron al pasillo. Estas son dispositivos con los que se administran medicamentos al paciente a una velocidad constante.
En la UCI del hospital San Juan de Dios los 29 espacios disponibles se dividen en tres unidades: la quirúrgica que cuenta con cinco camas; la de soporte a neurocirugía, con ocho espacios, y la de cuidados intensivos que tiene 16 camas.
“Inicialmente en la UCI, debido a la pandemia de h1n3 tenemos siete cubículos de aislamiento exclusivo para manejo de esos pacientes y que se volvieron a usar en pacientes con covid. Las otras nueve camas (de las 16) las manejamos con pacientes no covid.
“En el momento que se desbordaron esas siete camas hablamos con neurocirugía y con unidad quirúrgica y empezamos a pasar pacientes no quirúrgicos a estas camas. Tenemos capacidad para atenderlos siempre bajo la ayuda o dirección de un intensivista”.
Por dentro, la UCI cuenta como 14 cubículos, dos de ellos dobles. En ellos se albergan las 16 camas de UCI. Silesky dice que así la ideó, en sus inicios, el doctor Carlos Jara Aguilar.
Tras más de dos décadas trabajando en esta unidad, no hay muchas situaciones que impresionen al jefe de la UCI, sin embargo, admite que la covid-19 ha puesto a recapacitar sobre el impacto que tiene el virus en la vida de las personas. Recuerda el caso de dos pacientes entre los 40 años que “llegaron tarde” y solamente “duraron” unas horas.
“También uno se pone a pensar cuando se comunica con la familia y se cuenta que la evolución del paciente va muy mal. Que se preparen. Es gente que no puede del todo estar a la par de su ser querido. Usualmente se permite una persona, pero (ahora) no está bien. La familia no puede permanecer. En ocasiones se ha podido, pero es muy poco. El desenlace ocurre de manera muy súbita. Ese alejamiento que experimentamos para un fin de vida es otra nueva realidad. Hay gente abandonada, pero ahora (que perezcan solos) se ve casi que con todos los pacientes”, lamenta.
Pero no todo son noticias desalentadoras. En las UCI también se recuperan muchas personas, como lo logró Jorge Chicas. SIlesky dice que esos son momentos muy gratificantes porque la atención de los pacientes en esta unidad demanda que el personal se esfuerce hasta tres veces más.
En lo que a las emociones se refiere, Silesky reconoce que se crea mucha incertidumbre. No hay noción de cuántos nuevos pacientes van a ingresar en un día.
“Ayer (20 de julio) teníamos 10 casos, hoy (21) tenemos 14, estoy a dos pacientes de tener la unidad llena. La demanda no es conocida. Y realmente este pico no es solo para nosotros. También lo es para los otros hospitales. Dichosamente todavía se da buena atención”.
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Con el escenario hipotético, pero siempre realista, de que se llegue a colapsar el servicio de salud y un equipo de bioética decida a quien se le brinda un respirador, el doctor dice que “aunque suene feo, no es tan malo”.
“En Ecuador se encuentra gente (fallecida) en la calle. Aquí si se tiene que tomar una decisión, se basa en la recuperabilidad de paciente”.
Días atrás, en entrevista con La Nación, la médica Sandra Rodríguez Ocampo, jefa del Área de Bioética del Centro de Desarrollo Estratégico e Información en Salud y Seguridad Social (Cendeisss), quien forma parte del equipo que preparó los Lineamientos Bioéticos ante la pandemia por SARS-CoV-2, declaró:
“Que la gente no sienta angustia de pensar que ante una situación en donde se rebase la capacidad de respuesta de la Caja se vayan a tomar decisiones arbitrarias, decisiones que no tomen en cuenta la dignidad, o que vayan a hacer discriminaciones contra las personas.
“En este tipo de situaciones, lo que se pretende es maximizar los beneficios a los pacientes con los recursos disponibles, y persiguiendo salvar la máxima cantidad de vidas posibles. Esto incluye a esas personas que se enferman por otras patologías y también necesitan de atención en los hospitales”.
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Manos cálidas (con guantes)
En la misma unidad en la que trabaja Juan Ignacio Silesky, también lo hace Darío, uno de los enfermeros que enaltecen los cuidados intensivos por su dedicación extrema y la gentileza de sus grandes y robustas palmas.
Darío Cerdas es enfermero de la UCI desde hace 25 años. Parte de su trabajo consiste en monitorear en todo momento al paciente que está en estado crítico. También interpreta síntomas, maneja equipos de hemofiltración y de hemodiálisis, entre muchísimas más atenciones.
“No se puede descuidar a un paciente de esta índole”, dice. Así ha sido siempre.
“En esta pandemia las UCI juegan un papel preponderante. En ellas trabaja personal especializado que maneja el paciente que se ha complicado (...). La UCI no es como la gente cree. Si entran aquí no es que (los pacientes) se van a morir. Es porque requieren un cuidado especial para lograr sacarlo de etapa crítica y tratar de recuperarlos”, explica Darío.
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Darío se define, junto a sus compañeros, como un batallón de enfermería que se encarga tanto de atenciones más básicas como las de bañar al paciente hasta lidiar con complicaciones severas.
Su trabajo en época de pandemia se ha intensificado.
“Todos los días nos quitamos la careta del miedo y nos revestimos de valentía para enfrentar lo que no vemos. Nos persignamos cada vez que entramos (a los cubículos de los pacientes). Oramos. Nos damos apoyo entre todos. Tratamos de no equivocarnos. Tratamos de motivar a compañeros que van a entrar a trabajar, a quienes atienden pacientes graves; entre todos hacemos lo posible para minimizar errores porque si nos contaminamos, terminamos contaminando al equipo y damos al traste”.
Darío Cerdas tiene la voz tal y como la recuerda Jorge Chicas. Sí, Darío es el enfermero al que este adulto mayor tiene grabado en la mente y a quien le guarda tanta gratitud.
El enfermero, de 58 años, dice que don Jorge fue su primer paciente covid-19. Llegó a la 1 a. m., cuando él y sus compañeros, los doctores González y Madriz y el asistente Juan Carlos, tuvieron que interrumpir su cena y correr a colocarse el equipo de protección para recibir al paciente “que iba muy delicado”. No habían terminado de vestirse, cuando el señor ingresó.
“Él ingresó hablando. Posteriormente su evolución fue de crítica a muy crítica. Yo hablé mucho con él. Le di indicaciones. Creía que lo íbamos a lograr. Tenía mucho agradecimiento, solo Negro me decía”.
Cuenta, no porque quiere, sino porque se le pregunta, de las vivencias más humanas que ha encarnado en los cuidados intensivos, la unidad que genera curiosidad y que causa más incertidumbre en estos tiempos pandémicos.
Darío no sabe si mencionarlo, pero termina haciéndolo. Desde una oficina en el San Juan de Dios, vestido con su uniforme de enfermero y con una careta que garantiza el cuidado que toma aunque la entrevista no es presencial, él recuerda a un paciente insigne.
“A él lo logramos extubar a pesar de su delicadeza, lo logramos e hicimos una videollamada a su familia que tenía 15 días sin verlo. Él despertó preguntando por su familia”, rememora, con el rostro alegre.
Tener ese detalle no está dentro de sus tareas, pero la humanidad lo mueve. En la UCI del San Juan de Dios, Darío y sus compañeros se “ponen al nivel del paciente”. Algunas veces, él y otros funcionarios les han transmitido mensajes de motivación que envían los familiares a los teléfonos personales de quienes les atienden.
“Sacamos un momentito para ubicarlos. Imagínese lo que es despertarse, no poderse sentar por medios propios, estar dependiente de todo el equipo de enfermería, de médicos, y estar solo viendo para el techo, oír solo ruidos de monitores, no saber qué hora es, si es de día o de noche porque estamos aislados y además, no tener comunicación con familia. No sé si ha escuchado del síndrome post raumático de UCI (consecuencias físicas y psicológicas que necesitan rehabilitación. Como en el caso de Jorge Chicas, quien aún divaga estando bien en su casa) y eso es lo que tratamos de combatir (...)”.
Por ello, Darío comenta que aunque el volumen de trabajo se ha elevado (incluso doblan turno), estén cansados y sudorosos por el equipo de protección personal que usan, o les duela la cabeza por respirar su propio CO2 dentro del traje especial, sacan el momento para hablarle al paciente. Para darle calor humano.
Cuando atienden a alguna persona que está internada en la unidad, le hablan y le dicen qué tratamiento le ponen, aun cuando estén sedadas, según dice, pues los pacientes se acostumbran a sus voces. Recuerda específicamente el caso del señor de la videollamada y de una compañera que trabajaba en el Hospital México.
“A través de guantes sentían el calor humano que podíamos brindar. Los tocábamos sin el miedo. Le tocábamos la mano. Son personas a quienes su familia espera. De esa forma humanizamos el cuidado. Nos proyectamos más allá de nosotros, aunque no sé, tal vez nos podían dar una sanción porque después vinieron lineamientos y había que guardar un montón de privacidades; pero eso era parte de nuestro quehacer”, cuenta.
Otra anécdota memorable en esta unidad es la de un paciente aficionado de la Liga Deportiva Alajuelense, quien despertó y estaba interesado en saber cómo le había ido al equipo. Él no veía a los funcionarios por los implementos de protección que llevan puestos, pero sus voces serán inolvidables.
Adicional a los cuidados y la atención, en la UCI del San Juan de Dios, aun cuando los pacientes críticos por coronavirus permanecen dormidos, de cerca una voz susurra que luchen. Que tienen que mejorarse.
“El paciente está dormido y percibimos que él nos escucha. Hemos tenido muchas mejorías con eso”.
-¿Cómo es estar trabajar en la unidad, Darío?
“Aquí no se siente la muerte, se siente esperanza. Deseos de aferrarse a la vida.
Nosotros estamos de un lado y la muerte del otro. La sensación de muerte no la queremos percibir. Nos aferramos a la vida. Hay tensión. Toneladas de tensión porque en un abrir o cerrar de ojos un paciente pasa de estable a crítico. No se puede descuidar ningún aspecto de atención porque se puede perder una vida”.
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Cuidados intensivos de niños
Hace unas semanas, en medio de noticias desalentadoras, se anunció que dos niños habían ingresado, por coronavirus, a cuidados intensivos. Se trató de un recién nacido de dos meses y una pequeña de seis años, ambos ya fuera de peligro.
La unidad de cuidados intensivos del Hospital Nacional de Niños (HNN) tiene el mismo objetivo que la de un hospital para adultos: dar esa ayuda extra a los pacientes que están en estado crítico. Entre las diferencias más notables están el color y diseños de las paredes. Las del centro pediátrico no se ven pintadas como hospital: sus tonos son vivos, alegres, principalmente para motivar a los papás, pues por lo general, los niños que permanecen allí están dormidos.
“Los cuidados intensivos son lo último que tienen de oportunidad para seguir con vida (...). La unidad para mí es de las mejores cosas que tiene el país. Tenemos especialistas formados en el extranjero. Todos tenemos años de experiencia”, dice Rocío Porras Velásquez, jefa de la UCI del Hospital de Niños. Ella es una mujer que está dispuesta a romper reglas: hace 15 años entró a trabajar en esta unidad que estaba dominada por hombres.
Con relación a los dos primeros niños que ingresaron a UCI por la covid-19, la doctora cuenta que ella los recibió y le tocó cuidarlos la primera noche de estancia. El compromiso por sacarlos adelante fue el mismo que con cualquier pequeño que ingrese, independientemente de la situación que le lleve a cuidados críticos.
La diferencia ahora, dice, es el temor a hacer “las cosas mal”, pues la enfermedad es poco conocida. También porque la atención de estos casos se vuelve más mediática y se siente una presión extra al “tener muchos ojos encima”.
“Si hago algo mal y me contamino y si contamino a mi familia o a mi personal. Eso añade un peso muy grande a la atención. Además de la carga con la que uno se pone con el equipo (enterizo, careta, mascarilla, gorro, guantes, botas, entre otros). Hace mucho calor. Se empañan los anteojos o caretas de protección. También cuesta escuchar bien los pulmones. La atención es más difícil. Por lo general manejamos el aire acondicionado a 22 grados. Luego del ingreso de pacientes sospechosos se bajó a 18°, por el calor de los vestidos”, explica la doctora Porras.
“Somos tan poquitos los intensivistas que vamos a tener nombre y apellido si fallamos o lo logramos”.
Finalmente, los dos niños salieron de la unidad. La satisfacción le invade. Está orgullosa de la excelencia profesional de su equipo. No esperaba menos.
En una videollamada extendida, la doctora hizo un recorrido por su área de trabajo, en la que sobresalen dibujos en las paredes; también por los salones en los que hay dispuestas 27 camas para atender pacientes críticos. Todas acompañadas de un equipo sofisticado. En esta unidad, agradece la doctora Rocío, la mortalidad es de solo un 2%.
Las 27 camas de la unidad están numeradas. Del 1 al 10 se usan para atender a los pacientes más delicados y de la 11 a la 27 a los menos intensivos. En la unidad, también hay dos cubículos individuales en los que se ubicaron camas de aislamiento absoluto. Ellos reconvirtieron la unidad para la atención de los pacientitos con covid-19.
“El plan (uso de las camas) va a depender del número de pacientes que tengamos. Fácilmente se pueden habilitar 10 camas (para atención de pacientes con coronavirus). Si se tiene más de ese número, habría que mover todo”, cuenta.
Mientras conversábamos, la doctora estaba a la espera de un bebé que traían desde Limón como sospechoso de coronavirus. Ya tenían su espacio aislado listo. Como es una criatura pequeña, también dispusieron una incubadora, además de todos los aparatos que se necesitan en esta unidad.
Cada cama infantil de cuidados intensivos requiere, al menos, dos tomas de oxígeno, tomas de vacío, tomas de aire y tener a disposición entre 12 y 16 tomacorrientes. “No es cualquier cama”, sostiene la doctora.
Entre su trabajo como intensivista está poner vías gruesas a los niños para suministrar medicamentos; el catéter que usan es muy largo, por ello el cuidado. También colocan vías arteriales e intuban cuando es necesario.
“Normalmente el intensivista está encima de lo que pasa. El paciente llega y nuestro trabajo es intubarlo si lo necesita, ponerle las vías centrales, arteriales, ver laboratorio, ver si se necesita ajustar el ventilador, modificar la estrategia, ver si necesita una máquina diferente, si requiere soporte para riñones, corazón o presión. Todo se valora al pie de la cama”, explica la doctora.
En épocas de pandemia, la intensivista recalca el valor del trabajo en equipo. Menciona que, por ejemplo, sin la labor de enfermería no sería posible atender a los niños.
“Ellos están al pie de la cama haciendo todo lo que necesitan los niños. Aunado a eso: mi secretaria ayuda a coordinar llamadas; es indispensable el trabajo de los compañeros de aseo, los terapistas, los asistentes de pacientes, todos. Si no trabajamos de la mano las cosas no van a estar bien.
“He aprendido un montón. A valorar lo que cada actor hace. A veces para tratar varias cosas de una vez, rendir el equipo de protección y disminuir los tiempos metidos en ese cubículo, he entrado a ver al niño y he hecho labores que hacen el terapista y la enfermera. Tener que hacerlo da una riqueza grande al trabajo. Es apreciar detalles de cada una de estas personas. Nos protegemos mutuamente. La relación se ha fortalecido”, dice.
En la unidad pediátrica procuran tener una enfermera por paciente o a los sumo, por dos. En el caso de los intensivistas, hay uno para cada cinco o siete niños hospitalizados.
Reglas para tiempos difíciles
Por la cámara del celular, las facciones de la doctora Porras reflejan fatiga. El cansancio es físico y también emocional. Le duele mucho tener más de cuatro meses de no ver a sus papás y recordar todo el tiempo que ha tenido que estar separada de sus hijas. El coronavirus no solamente impacta su trabajo: también su vida y su entorno. Le lastima saber que si algún ser allegado fallece, de la causa que sea, ahora la asistencia a un novenario es por Zoom.
Que los papás no puedan acompañar o ir a ver a sus hijos es una restricción que le duele a la doctora. En la UCI antes se permitía el ingreso de los progenitores, ahora, como medida preventiva para evitar la propagación del virus, su visita se ha restringido. Recientemente se consiguió, que al menos, los progenitores asistan una hora, tres veces a la semana.
“Llamamos a los papás y les contamos cómo están sus niños. Siento que lo hemos manejado bien. Pero la verdad no me imagino ser mamá y no poder verlos, además de tener que confiar en lo que dicen extraños”.
La doctora Rocío Porras, de 45 años, sabe cuándo “debe ir con el corazón”.
Es franca y admite que si alguna de las criaturas con covid-19 que atendió hubiera empeorado, ella hubiera permitido a los papás entrar a acompañar a sus pequeños.
“No poder tener a mis papaś me tiene muy afectada. No me imagino depositar a alguien más el cuidado de su bebé y que usted no pueda ir a verlo. Esa parte me afecta. Creo que soy paliativista de corazón. Siento que las familias tienen derecho de despedirse dignamente. Usualmente me gusta encargarme del final de la vida cuando no hay nada que hacer. Darle a los papás ese ratito, que puedan alzarlo, sostenerlo; pensar que (en estos momentos) eso no es posible, me duele mucho”.
Días después de esta entrevista, a la doctora Rocío le tocó “romper las reglas”: un paciente de UCI se agravó (no por covid-19) y ella permitió que sus padres llegaran para que él descansara junto a ellos.
En tiempos de coronavirus, donde se puede llegar a estar solos al momento de la muerte, suavizar las reglas en situaciones tan dolorosas no es de héroes, sino de humanos.
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Situación de las UCI
Cuatro meses y medio después de trabajo extenuante, la voz del doctor Mario Ruiz, el gerente médico de la CCSS, se escucha intacta.
Para este trabajo, él habló del estado actual de las UCI en el país. Al 25 de julio tenían disponibles 69 camas en cuidados intensivos. En ese momento había 20 libres.
“Estamos tratando de habilitar todo lo que se pueda. Queremos habilitar la torre este del Calderón Guardia para la semana entrante (la del 27 de julio). Conforme lleguen ventiladores y equipos se habilitarán más. La meta es habilitar las que se puedan”, detalló.
El doctor Ruiz agregó que ahora mismo disponen de 707 camas en cuidados intermedios, que son para pacientes moderados con coronavirus. Estas también cuentan con soporte ventilatorio y monitor. El 25 de julio, 291 estaban ocupadas.
Ruiz explicó por qué no es tan simple habilitar más camas de UCI, a como lo han sugerido muchas personas.
“Es bien complejo porque no depende de una sola cama. Depende de personal: intensivistas, que hay pocos; también se requiere del trabajo de terapistas respiratorios, enfermería, que son especializados en cuidados intensivos. Es generalmente una enfermera por paciente. Además auxiliares. También se requiere de personal de aseo que es más capacitado porque los equipos son más capacitados. Internistas, neumólogos, emergenciologos, que son personal especializado”, dijo.
El médico agregó que, además, los equipos tecnológicos que se requieren para cada cama de UCI son sofisticados y complejos.
“Un 30% de quienes reciben cuidados intensivos requieren soporte renal con hemodiálisis, y para usarlas (las máquinas) hay que tener entrenamiento especial. También las máquinas de infusión que se usan para pasar medicamentos requieren de una dosis muy estricta”.
Ruiz agregó que aunado a ello, las camas de cuidados intensivos son diferentes a las demás. Estas permiten cambios de movimiento y hasta cuentan con un sistema para pesar al paciente y así tener la certeza de la dosis de medicamento que requiere.
“A través de un cable se mide la presión de las cámaras del corazón; son monitores muy especializados. También están las bombas de infusión que se permiten colocar varias, a veces tienen hasta 15. También, la alimentación es diferente, por lo general están con tubo endotraqueal para respirar y la comida se tiene que pasar por sonda. Todo es muy complejo”.